Opinión
agosto 2023

¿Cuánta polarización soporta Uruguay?

Política y redes sociales en la democracia de los consensos

En un país conocido por su buen funcionamiento institucional y su reducida conflictividad en comparación con sus vecinos, ¿cómo han afectado las redes sociales la conversación política?

<p>¿Cuánta polarización soporta Uruguay?</p>  Política y redes sociales en la democracia de los consensos

Uruguay ha sido caracterizado como una «sociedad amortiguadora» porque allí las disputas políticas no llegan a los extremos y los distintos actores se sientan a la mesa y negocian. A tal punto es así, que en 2021 fue considerado el país menos polarizado del mundo. En ese sentido, es un laboratorio privilegiado para indagar en una de las características centrales de la escena política actual: la manera en que la masificación de las redes sociales incide sobre el crecimiento de la polarización política en distintas partes del mundo.

Diversos autores coinciden en que cierto grado de polarización hace a la buena salud de la democracia, en tanto reconoce la dimensión conflictual de la política y permite marcar e identificar diferencias entre los distintos partidos y proyectos políticos. Sin embargo, también hay cierto consenso respecto de que una escena pública altamente polarizada no es saludable, ya que dificulta acuerdos de mediano y largo plazo, genera un distanciamiento cada vez mayor con los que no comparten las ideas propias y, en los casos más extremos, les quita legitimidad a los adversarios políticos.

La masificación de las redes sociales incidió de manera radical en las formas de intervenir y participar en el espacio público. Si bien la tendencia a agruparse entre personas que comparten historia, identidad e ideología no es novedosa para la humanidad, las redes sociales refuerzan la endogamia en comunidades donde se evita escuchar discursos que contradigan creencias arraigadas. Así, la visión que en los inicios de los años 2000 suponía que internet traería consigo la democratización de la palabra, la pluralización de aquellos que pueden hacer escuchar su voz públicamente y, por consiguiente, una sociedad más informada y tolerante, chocó con fenómenos que aparecieron de manera clara en los últimos años. En distintas partes del mundo se observa una creciente masividad de movimientos políticos autoritarios que encuentran en las redes sociales un espacio propicio para comunicarse, articularse y correr los márgenes de lo decible y pensable políticamente en contextos democráticos.

El uso de las redes sociales que hacen los dirigentes políticos en Uruguay, un país de consensos, permite observar las dinámicas novedosas que aporta la masificación de esos espacios al debate público. Para ver el mapa de las redes, con un equipo de investigadores e investigadoras, indagamos en la distancia y los tipos de interacción política que tienen entre sí las elites políticas y nos detuvimos en la configuración perdurable de vínculos e interacciones entre diferentes actores políticos.

En un país poco polarizado, nuestro trabajo muestra un amplio río que separa a los dos grandes sectores políticos confrontados en Uruguay. El mapa de followers e interacciones entre las elites político-institucionales uruguayas está cortado a la mitad entre oficialismo y oposición. De manera clara, y sin excepciones, de un lado quedan quienes pertenecen a la Coalición Multicolor (centroderecha gobernante), encabezada por el Partido Nacional y de la que forman parte los partidos Colorado, Cabildo Abierto, De la Gente e Independiente, y del otro lado los adherentes al Frente Amplio, de izquierda, con muy poca conexión entre uno y otro espacio político. Se siguen poco e interactúan poco. 

Casi como un reflejo, en la red social aparece una división que coincide con la del sistema político y el sistema partidario y muestra la centralidad articuladora que sigue teniendo la organización institucional en la política uruguaya. Sin embargo, la marcada falta de conexión entre oficialismo y oposición en una de las arenas públicas clave donde se da el debate público muestra también que el presente se caracteriza por menos mesas compartidas. Es decir, la topología de las redes implica menos instancias de intercambio y, por lo tanto, mayor extrañamiento respecto a los adversarios, un aspecto clave para que aumente la polarización política.

La estructura de las redes muestra una clara tendencia al cierre sobre sí misma de cada una de las coaliciones. Uruguay se encuentra con una novedad en uno de los ámbitos públicos y políticos claves de la contemporaneidad, donde los puentes de diálogo e intercambio son muchos menos claros. Esto es disruptivo en un país en el que las mesas compartidas entre diferentes posiciones político-partidarias son habituales tanto en espacios institucionales como en los medios masivos, que en Uruguay -a diferencia de otros países de la región- se han caracterizado en las dos primeras décadas del siglo XXI por su pluralismo interno y por la posibilidad, más allá de sus líneas editoriales, de dar lugar a distintas posiciones políticas.

Radicalización asimétrica

Uruguay tiene alta actividad digital, aunque modesta en valores absolutos, como resultado de una población de 3,5 millones de habitantes. La tasa de penetración de las redes sociales es alta, con 3,15 millones de usuarios: cerca de 90 % de la población. Twitter es la sexta red social más utilizada, con 575.000 usuarios (18%).

Para responder si hay polarización política en Uruguay, proponemos indagar en la articulación entre una tríada de espacios: la política institucional, las instituciones de medios tradicionales y las redes sociales.

Distintos autores han mostrado que, en la actualidad, la polarización afectiva en torno de los partidos es tan fuerte como lo fue en otros momentos la racial. Y cuestiones que hoy no están del todo habilitadas socialmente para decir en términos raciales o de clase sí se habilitan cuando esas etiquetas se usan para descalificar al rival partidario. Esto aparece en un momento en el que asistimos a una crisis, ya prolongada, del modelo de verdad que surgió tras la Segunda Guerra Mundial: un modelo que había colocado la verdad científica en el centro como «la verdad». 

Por supuesto, la verdad siempre había sido un acuerdo intersubjetivo, consensual, nunca fue aceptada por todos. Pero, como dice Silvio Waisbord, esa verdad es menos dominante que antes y muchas veces se presenta solo como una de las opciones posibles. En el mundo actual, varios grupos sociales ya no comparten epistemologías y tienden a circular en redes donde sus ideas siempre son mayoritarias. Esto responde a la propia estructura de las redes sociales, tanto por lo que las personas mismas eligen a partir de sus afinidades, vínculos e ideología como por lo que la propia red va reforzando como dinámica a partir de los algoritmos, bajo la máxima de sostener la atención sobre la base de experiencias que aumenten el engagement. En ese marco, el mundo de las redes es un ámbito más propenso al extrañamiento respecto al otro.

En este estado de situación, confluyen fenómenos políticos y comunicacionales. Si se pensara que son solo las redes, se perdería de vista que las elites políticas, con diferencias entre los países, también fomentan parte de esta radicalización y extrañamiento ante el otro político. Y esto tiene su racionalidad: muchos perciben que eso funciona y rinde políticamente. A la vez, este fenómeno no nació con la masificación de los medios digitales y las redes sociales. De hecho, en varios casos sudamericanos puede verse que esa expansión llegó después de una partidización de los medios. Si bien las redes tienden a polarizar, a que las personas estén con otras que piensan como ellas, su dinámica no es la misma en todos lados. Está situada.

En los países que ya contaban con escenas mediáticas divididas, las agendas de hechos están muy fuertemente disociadas. Eso es muy diferente de otros casos, como el uruguayo, donde la agenda informativa no tuvo esa ruptura, ya que los hechos centrales del debate público se siguieron compartiendo. En esos casos, fueron las redes sociales las que aparecieron como movilizadoras de la novedad de la polarización política.

Durante los gobiernos del Frente Amplio, las disputas con las principales empresas mediáticas nacionales fueron de baja intensidad. Tanto Tabaré Vázquez como José «Pepe» Mujica, en línea coherente con la historia de su partido, problematizaron públicamente a algunos de los medios de mayor audiencia como opositores y/o cercanos al bipartidismo tradicional y avanzaron con políticas de comunicación novedosas. No obstante, eso no se tradujo en una ruptura con la historia reciente de los vínculos entre medios y política ni de las reglas informales de sus relaciones. No es casual que los dos presidentes de la República que tuvo el Frente Amplio, entre 2005 y 2020, eligieran instituciones de medios tradicionales, acusadas de conservadoras, como espacio predilecto para intervenir públicamente.

Fue en 2019, cuando comenzaron a exhibirse fisuras, cuando la pregunta sobre si la polarización política también llegó a Uruguay pasó a tener cierta pertinencia. Entre las novedades del año electoral hubo dos principales: una referida a la emergencia de un nuevo partido político -ubicado en la derecha de la derecha- y otra ligada a que ciertas figuras jerarquizadas por la política institucional tienen una participación pública que, lejos de fomentar una escena deliberativa, apuestan por la enemistad con el rival político, a punto tal de quitarle su legitimidad democrática.

El nuevo partido político, Cabildo Abierto, surgió de un sector militar, ubicado a la derecha del espectro político y que radicalizó las coordenadas del debate público. Este actor no solo obtuvo un porcentaje considerable de votos en 2019 y resultó disruptivo respecto de la historia del país -al menos como opción electoral exitosa-, sino que forma parte plena del gobierno, como uno de los tres socios principales de la Coalición Multicolor. Junto con eso también empezaron a consagrarse figuras, pertenecientes a los partidos tradicionales, cuya centralidad y preeminencia en el debate público aparecen de la mano de minar la reputación de los adversarios políticos y de arrasar debates inconvenientes, rompiendo los intercambios de tono argumental.

En la participación en redes, la Coalición Multicolor tiene una figura central excluyente: el presidente Luis Lacalle Pou. Es la personalidad de mayor tamaño de toda la red, aunque su ubicación está en el centro de su propia coalición de gobierno, no en la del sistema político en general. Se trata de una red fuertemente jerarquizada y con verticalidad ordenadora en la cuenta del presidente. También hay otras figuras de tamaño que se destacan por sobre la mayoría de su sector político que, a la vez, son actores con cargos institucionales de peso (como la vicepresidenta Beatriz Argimón y los ministros Luis Alberto Heber y Martín Lema). Dentro del Frente Amplio hay dos actores que se destacan sobre el resto, en función de su tamaño en la red. Nos referimos a quienes gobiernan los departamentos más populosos del país: la intendenta (alcaldesa) de Montevideo, Carolina Cosse, y el de Canelones, Yamandú Orsi. No obstante, la red del Frente Amplio es horizontal, sin liderazgos rutilantes, algo que se condice con la historia del partido político y su trayectoria.

Pese a su condición de país de consensos, entre las figuras más importantes en redes algunas cumplen con el prototipo del troll: radicalizan los discursos, arrasan los debates y tratan como ilegítimos a sus rivales. Se trata de apariciones disruptivas para la sociedad amortiguadora, pero son figuras con un peso institucional muy relevante. Por lo tanto, la pregunta no puede focalizarse solo en las redes. También debería ser sobre el papel de la política institucional en la trollización del debate público.

En ese sentido, parte de lo que sucede con el debate en redes se observa en el tipo de contactos que se establecen con los rivales políticos y en quiénes son los actores destacados. Cerca de la frontera marcada entre oficialismo y oposición, en el río que los separa claramente, hay algunos actores que orillan a partir de sostener interacciones constantes con los adversarios políticos. Como ejemplos podemos citar, del lado del Frente Amplio, a Yamandú Orsi y, de parte del oficialismo, a Pablo Mieres, líder del Partido Independiente y ministro de Trabajo y Seguridad Social. Ambos actores expresan sus voluntades centristas, de cercanía con el otro sector político, algo esperable por sus trayectorias. Pero el centro de la red también se puede ocupar de otra forma. Ahí aparece Graciela Bianchi, senadora por el Partido Nacional y tercera en la línea de sucesión presidencial, cuyo comportamiento en redes radicaliza e incluye discursos que buscan arrasar el debate y minar la reputación de sus adversarios políticos (ver la polémica desatada por la senadora, como vicepresidenta en funciones, respecto de las elecciones en España). Por lo tanto, el centro en las redes no solo se ocupa por moderación, sino también porque la interacción permanente se hace para erosionar la legitimidad de los otros. Aunque a los actores que radicalizan muchas veces se los señala como extremistas, nuestro trabajo muestra que su lugar no está ahí. Por el contrario, ese tipo de figuras y sus discursos se colocan en el centro de la discusión pública en redes sociales.

En línea con parte de la bibliografía, en Uruguay se ve una polarización que es asimétrica hacia la derecha. ¿En qué sentido? Si bien la polarización implica una marcada distancia entre dos posiciones políticas contrapuestas, no siempre los actores juegan el mismo rol para provocarla. Las derechas, en general, perciben su distancia con las izquierdas de manera mucho más pronunciada que lo que sucede al revés y, por lo tanto, su extrañamiento y polarización respecto a ellas es mayor. Por supuesto, esta polarización asimétrica hacia la derecha tiene excepciones (por ejemplo, sería difícil sostener este punto en la Nicaragua actual).

Al mismo tiempo, la radicalización marcada de las derechas ha puesto en crisis a las derechas mainstream a escala internacional. Y, como muestran Jacob Hacker y Paul Pierson, las derechas tienen incentivos en su acción política que hacen más razonable polarizar: un campo de permanente obstrucción y parálisis en la aplicación de políticas públicas, que se señalan como partidizadas, concuerda con parte de su agenda política. Parte de ese escenario se consigue violando normas establecidas, sin por ello caer en la ilegalidad. En Uruguay, eso podría referir a correr los horizontes de lo decible en el vínculo con el otro político, rompiendo reglas informalmente institucionalizadas sobre el tipo de interacciones públicas aceptadas por los actores políticos.

¿Una nueva escena pública?

Uruguay se distinguió regionalmente porque actores diversos participaban de mesas compartidas, en las que exponían contrapuntos y desacuerdos, pero donde también negociaban. En ese sentido, ¿hay una nueva escena pública? Una forma de responder sería señalar la tendencia a la fragmentación y la homofilia propia de las redes: espacios donde las personas están con gente que piensa como ellas. Un espacio no tan diferente al de la discusión intrapartidaria, aún central en la política uruguaya. Sin embargo, hay diferencias claras: en las redes, la discusión partidaria se hace en interacción con los rivales políticos y de manera pública. Es más, ciertos actores ganan capital político y notoriedad a partir de minar reputaciones. La presencia de este tipo de actores es cada vez más la norma en distintos lugares del mundo.

A la vez, Uruguay tiene un sistema mediático caracterizado por el pluralismo interno. En perspectiva comparada, cuenta con medios más equilibrados y menos partidizados que los de los países vecinos (una paradoja, ya que en Uruguay el origen de los medios gráficos es mayormente partidario). Es decir, sus medios se caracterizan porque dentro de ellos suelen aparecer las voces de los distintos sectores políticos. Esto no implica negar que los medios tienen sus líneas editoriales, que se expresan en sus notas de opinión, en sus formas de titular, en las maneras de jerarquizar, en temáticas que se omite tratar, entre tantas otras. Tampoco implica pasar por alto que la economía política sesga fuertemente el perfil ideológico de los medios en función de quiénes son sus propietarios, y que una tensión permanente en Sudamérica es que tras las dictaduras no hubo una democratización de los medios. Aun así, el pluralismo interno uruguayo es una diferencia marcada con otros casos sudamericanos, donde gran parte de los medios masivos solo consultan a cierto sector del espectro político, al tiempo que otros son tematizados como adversarios.

Un ejemplo claro fue lo que sucedió con los medios en torno del referéndum para derogar 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC), emblema del gobierno de Lacalle Pou, en marzo de 2022. En Twitter Uruguay, en contraste con gran parte de otros países de América Latina, existió una baja segregación de medios periodísticos entre los sectores políticos. Es decir, comunidades políticas diferentes consumen los mismos medios. Los medios están más cercanos a una u otra comunidad, pero son espacios de encuentro entre oficialismo y oposición, a punto tal que los distintos sectores hipervinculan notas de medios que tienen una línea ideológica diferente a la que ellos sostienen. Que las elites políticas compartan medios implica también que comparten parte de la agenda informativa y sus hechos centrales.

Los medios en Uruguay tienen un rol de mayor amortiguación que las redes sociales: comparten una agenda de hechos y, con excepciones menores, evitan la partidización explícita del tratamiento de la información, en un marco de respeto a las diferentes voces institucionales de la política. Al mismo tiempo, la topología de la red muestra un quiebre claro entre oficialismo y oposición, mientras aparecen figuras disruptivas que tensionan lo decible públicamente y lo posible políticamente. Hasta ahora esas figuras no son dominantes. Sin embargo, sí están jerarquizadas y naturalizadas en un lugar central en la política institucional del país.

En los debates sobre las redes, su influencia y su peso, aún no se ha saldado la discusión acerca de cuánto de lo que vemos en Twitter se replica e influye en otros espacios. Lo que sí queda claro es que en cada país se configura de maneras distintas. ¿Hasta qué punto las lógicas de premiación de las redes también son validadas en la política institucional, en los medios tradicionales y en el periodismo? En Uruguay, aún es la política institucional la principal dadora de jerarquías en el debate público. Incluso en redes. Ahí siguen estando gran parte de los dilemas sobre el futuro de la democracia uruguaya.

Nota: La versión original de este artículo se publicó en Fundación Friedrich Ebert Uruguay con el título «Polarización en el país de los consensos. Política y redes sociales en Uruguay» el 5/2023 y está disponible aquí.




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