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NUSO Nº 247 / Septiembre - Octubre 2013

«No me arriesgo a predecir el futuro de Cuba». Entrevista de Pablo Stefanoni

«No me arriesgo a predecir el futuro de Cuba». Entrevista de Pablo Stefanoni

El hombre que amaba a los perros1 –una novela sobre Ramón Mercader, quien asesinó a León Trotsky en México– marcó un antes y un después en la trayectoria literaria de Leonardo Padura, conocido hasta entonces por su serie de libros policiales protagonizados por Mario Conde. El impacto fue inmediato, pero la circulación de boca en boca amplió su lectura a un abanico de diferentes generaciones e ideologías políticas. Se trata de un libro que habla de las mayores utopías del siglo XX: la Revolución Rusa, la Guerra Civil Española y la Revolución Cubana, y de sus devenires trágicos, en una combinación de perversiones, derrotas y desvaríos. El hecho de que un libro así pudiera publicarse en Cuba –es más, esta obra fue decisiva para que Padura obtuviera el año pasado el Premio Nacional de Literatura– da cuenta de los cambios que transita la isla. Esta entrevista es una versión abreviada del diálogo público desarrollado en la Feria del Libro de Buenos Aires en abril de 2013, en el que Padura participó invitado por la editorial Tusquets, la Fundación El Libro y NUEVA SOCIEDAD. En las líneas que siguen, el escritor repasa la construcción de su libro, así como la nueva realidad cubana, marcada por un conjunto de reformas cuyo final, como él mismo señala, es a prueba de pronósticos fáciles. No solo han perdido quienes apostaron a que la utopía cubana daría a luz una sociedad nueva y mejor; también, quienes se apresuraron a augurar su caída.

¿Qué llevó a un autor cubano a escribir un libro como El hombre que amaba a los perros, en un país en el cual la figura de Trotsky era desconocida, estaba fuera de los medios y de los textos oficiales? Y más aún la figura de Mercader, que, aunque vivió en Cuba varios años, era un personaje clandestino, que empleaba un nombre falso y que nadie sabía que estaba ahí.

Uno nunca sabe de dónde salen realmente las ideas de las novelas que escribe. Por lo menos, yo no lo sé. A veces aparecen en los lugares más insospechados, como una chispa. Por ejemplo, yo tengo una novela que aquí ha circulado muy poco, que se llama La novela de mi vida, que de alguna forma es el antecedente de El hombre que amaba a los perros porque hago toda una investigación histórica para poder escribirla. Y esa novela surgió simplemente de la lectura de una línea de una carta de un poeta cubano de principios del siglo XIX, José María Heredia, un poeta muy importante de la literatura cubana e hispanoamericana. En una carta que él le escribe a su tío desde el destierro –había estado ligado a un movimiento independentista–, le dice: «¿Cuándo acabará la novela de mi vida para que empiece su realidad?». Leyendo esa frase me di cuenta de que el propio José María Heredia consideraba que su vida era una novela. Y entonces pensé: ¿cómo es posible que no exista la novela de la vida de Heredia? Y a partir de ahí fue que decidí escribir ese libro. En el caso de El hombre..., creo que los orígenes fueron un poquito más complicados. Pienso que muchas veces el desconocimiento obligatorio induce la curiosidad, y la curiosidad nos lleva a tratar de conocer. Y fue lo que me pasó con el caso de Trotsky. En la época en la que estudiaba en la universidad y empezaba a hacer algunos trabajos como periodista en revistas culturales y en un periódico cubano, la figura de Trotsky no existía. Era la misma política que se había seguido en la Unión Soviética, donde Trotsky había desaparecido incluso de las fotos históricas en las que todo el mundo sabía que aparecía este personaje que había tenido una importancia crucial en la revolución de octubre. Y entonces dije: quiero saber por qué este personaje es tan terriblemente malo. Y fui a la Biblioteca Nacional a ver qué literatura había sobre él y encontré que existía uno de los dos tomos de su biografía, Mi vida, bastante maltratado, y dos libros publicados en la URSS por una editorial que se llamaba Progreso, que publicaba libros en lenguas extranjeras. Uno de ellos se llama Trotsky el traidor y el otro Trotsky el renegado. Era muy clara la posición que podía existir respecto de la figura de Trotsky. Bueno, este traidor y renegado, que tuvo una importancia histórica tan grande, merece que uno trate de saber algo de él. Pero ¿de dónde sacar ese conocimiento?

La primera vez que estuve en México, en el año 1989, le pedí a un amigo que me llevara a la casa donde Trotsky había vivido, en Coyoacán, y donde había sido asesinado. Ya la casa en ese momento era el Museo del Derecho de Asilo. Y llegué a un sitio prácticamente abandonado, polvoriento, con esos muros enormes que levantaron para que Trotsky se protegiera de un asesino que él sabía que Stalin le iba a mandar en algún momento y que finalmente fueron inútiles, porque el asesino entró a esa casa de una forma expedita, de una manera increíble. Y sentí una gran conmoción al ver aquel lugar tan remoto, tan protegido, tan abandonado. Varios años después, también de manera fortuita, supe que Ramón Mercader había vivido cuatro años en Cuba y había muerto allí. Eso también fue una especie de conmoción, porque perfectamente, como cualquier otra persona, yo pude haberme cruzado en alguna calle de La Habana con él. Y si eso hubiera ocurrido, incluso si esa persona me hubiese dicho su nombre, yo hubiese seguido lo más campante, porque no tenía la menor idea de quién era Ramón Mercader. Y tal vez me hubiera fijado, como le pasa al personaje de la novela, en sus dos perros. Después fui conociendo algunos textos sobre los Procesos de Moscú, sobre la colectivización en la época de Stalin. Sobre todo porque empezaron a publicarse determinados documentos que estaban en los archivos soviéticos a partir de la desintegración de la URSS. Recuerdo que una de las primeras nociones sobre Trotsky, todavía muy pálida, me llega en una publicación soviética de la época de la Perestroika. Había dos revistas que circulaban en Cuba: una se llamaba Novedades de Moscú y la otra, Sputnik. Eran parte del movimiento de la glásnost que se estaba desarrollando en la URSS, y fueron incluso prohibidas en Cuba, porque decían, entre otras cosas, que había existido un personaje llamado León Trotsky.

Y creo que la acumulación de todas estas evidencias, de alguna manera, despertó esa chispa de la que surgió el interés por escribir esta novela, que fue bastante complicada. Fueron cinco años de trabajo. Los primeros dos de pura investigación, buscando libros y documentos en los lugares más insólitos. Amigos de México que conseguían algún material y me lo enviaban, cuando yo iba a España buscaba en las librerías y, sobre todo, documentos que fueron surgiendo de este proceso, de la apertura de los archivos de Moscú. Así, hasta tener una idea de quién era el personaje y, sobre todo, de quién podría haber sido Ramón Mercader. Digo podría, porque Mercader era un personaje histórico que no había tenido historia. Y eso durante la novela me fue muy favorable, porque me permitió, a partir de los datos muy aislados e históricamente comprobables sobre Mercader, crear un personaje bastante ficcionalizado, a diferencia de Trotsky, sobre el que sí hay mucha información.

¿Cómo jugó el azar en la escritura del libro?

Yo tengo incluso el proyecto de escribir algo parecido a lo que hizo Umberto Eco con El nombre de la rosa. Es decir, las apostillas a mi libro. Porque hay toda una serie de historias que rodean la misma escritura de la novela que no cabían en el libro. Había que hacer una discriminación de elementos que pudieran pertenecer, o no, a la novela. Y algunos de ellos están asociados a la vida de Mercader en Cuba. Por supuesto, él vivía con un nombre falso. Se llamaba Jaime Ramón López, que fue el nombre que le dieron en Moscú cuando sale de la cárcel de México en 1960. Vive 14 años en Moscú y en el año 1974 logra ir a Cuba. Me imagino que debe haber sido por un acuerdo entre ambos gobiernos. La esposa que él tenía, que había sido quien lo visitaba en la cárcel, era mexicana y se había ido a vivir con él a la URSS. Pero ella no resistía la vida en Moscú, ni la relación con los rusos ni el frío, y constantemente insistía con buscar una opción. Y parece que Cuba fue la única que se les presentó. Este hombre que vivía en el anonimato en Cuba, con un nombre falso, por supuesto que debía tener relaciones con determinadas personas. Muy pocos sabían que se trataba de Ramón Mercader. Pero pasaron dos o tres cosas muy curiosas, que son las que quiero contar en ese libro. Una es, por ejemplo, que los perros de Mercader, estos galgos rusos, aparecen en una película cubana. Se trata de Los sobrevivientes, del director más importante de Cuba, Tomás Gutiérrez Alea. Él quería hacer una película a partir de un relato de un escritor cubano, que cuenta la historia de una familia de la alta burguesía que cuando triunfa la Revolución decide encerrarse en una finca, con una enorme mansión, a esperar a que lo que está ocurriendo afuera termine y así ellos volver a su vida normal. Él estaba en el proceso de filmar esa película y quería que esa familia de la alta burguesía cubana tuviera unos perros a la altura de su poder económico y su clase. Y un día venía caminando por una calle muy importante de La Habana, la Quinta Avenida (Gutiérrez Alea disfrutaba mucho de caminar con su esposa, que era actriz, y hablar de sus proyectos) y de pronto vio que, en sentido contrario, venía caminando un hombre con dos perros que en cuanto los vio dijo: «Estos son los perros de mi familia burguesa». A partir de ahí se puso a pasear todos los días por esa calle hasta que se volvió a cruzar con este hombre y le dijo: «Mire, señor, yo soy un director de cine y quisiera utilizar a sus perros para una filmación». Ramón Mercader le dijo «Bueno, déjeme ver», le dio una evasiva, pero quedaron en contacto. Yo me imagino que Mercader debió haber hablado con las personas que lo atendían en Cuba y les debe haber contado lo que ocurrió y que este director de cine debe haber recibido una visita en la que le dijeron quién era realmente este hombre. ¿Cómo se hizo este arreglo? No lo sé, pues cuando yo supe esta historia, Gutiérrez Alea ya había muerto. Y su esposa, Mirtha Ibarra, recuerda muy poco cómo fue esa historia.

Otra historia interesante con respecto a este anonimato de Ramón Mercader y que es uno de los misterios más complicados en su vida, que está llena de misterios, empieza más o menos así. Es complicada. Mi padre enferma de cáncer de nariz y yo consigo, a través de un amigo mío que fue compañero de estudio, un contacto en el hospital oncológico de La Habana, y logro llegar a que el mejor especialista de cabeza y cuello de Cuba lo atienda. Este señor, que murió hace poco, era una persona muy culta. Él había leído La novela de mi vida, que le había gustado mucho, e inmediatamente hicimos buena relación. Y mi padre sigue vivo, con lo cual podemos decir que este hombre era un excelente oncólogo. El doctor Azcue, así se llamaba, me pregunta un día: «¿Qué estás escribiendo ahora?». Y yo le cuento que estoy armando una novela sobre el asesinato de Trotsky, sobre su asesino, Ramón Mercader. Y él me dice: «Yo tengo una historia increíble con este personaje. Yo fui quien le diagnosticó el cáncer. Resulta que un día yo estaba aquí en el hospital, me llama el director y me dice que necesitaba que fuera a la dirección a ver a un paciente». Los pacientes generalmente se ven en las consultas. Y cuando llega ve ahí al señor, un hombre de sesenta y algo de años, lo examina y me cuenta que ya en el primer examen se da cuenta de que tiene un cáncer avanzadísimo de amígdalas. Este es el misterio. El doctor me dice que no se explicaba cómo este señor, que se había hecho revisar en varios hospitales de Cuba y en Moscú, no había tenido hasta entonces ningún diagnóstico. Era tan evidente que el propio Azcue comenzó a dudar de su capacidad y llamó a su ayudante, el doctor Cuevas. Y le dijo: «Cuevitas, mira a este paciente». Y apenas lo vio le dijo que era cáncer de amígdalas. Entonces le ponen un tratamiento casi paliativo, porque sabían que ya estaba en una fase avanzadísima, que no había nada que hacer. Y este hombre desaparece del hospital y ellos nunca saben más. Esto pasa alrededor de marzo del 78. Pero ocurre que el 21 de octubre de ese año, Azcue y «Cuevitas» toman un avión de Aerolíneas Argentinas porque venían a un congreso de oncología aquí en Argentina. Y en el avión les dan un periódico argentino. Se ponen a leer y en la página seis o siete ven la noticia de que había muerto en Cuba el asesino de León Trotsky. Y cuando miran la foto, los dos se dan cuenta de que ese era el hombre al que le habían diagnosticado el cáncer. Evidentemente, si ese día no hubieran montado en ese avión ni se hubieran encontrado con un periódico no publicado en Cuba, hubiesen demorado muchísimo tiempo o tal vez nunca se hubieran dado cuenta de que a quien ellos le habían diagnosticado el cáncer era Ramón Mercader.

Estas son algunas de las historias que quiero contar en este libro, porque realmente demuestran hasta qué punto fue secreta la estancia de Mercader en Cuba. Y fue tan anónima que, cuando él muere, se llevan el cadáver a la URSS, lo entierran, y en la lápida le ponen el nombre «Ramón López». Recién en el año 1994 le pusieron su verdadero nombre. En el libro, además de Trotsky y Mercader, usted crea un personaje llamado Iván, que le permite hablar de la Cuba actual. ¿Usted cree que en el caso de la recepción del libro (y quiero preguntarle también cuál fue esa recepción) fue más incómoda esta recuperación de la historia de Mercader o la propia historia de Iván, un escritor frustrado que termina siendo, por sus actitudes poco enmarcadas en lo que se esperaba de un escritor entonces, corrector de una revista de veterinaria? Esa historia parece la veta por la cual se inserta una visión crítica de la actualidad cubana.

El personaje de Iván tiene un papel fundamental en esta novela. Yo por supuesto quería escribir una novela sobre el asesinato de Trotsky, sobre su asesino y las circunstancias que rodearon este hecho y a estos personajes históricos. Pero no quería escribir una novela que reflejara solamente el proceso histórico con mayúscula. Necesitaba que esta fuera una novela cubana. Que la perspectiva, que la vivencia cubana fuera la que recorriera toda esta historia. Necesitaba entonces un personaje cubano que de alguna manera le diera ese sentido y trajera a mi experiencia personal como cubano, mi experiencia generacional de haber vivido una época de todo este complejo proceso histórico. Por eso creo al personaje de Iván. Un escritor que escribe un primer libro de cuentos con cierto éxito en los años 70, un periodo bastante oscuro de la cultura cubana. Pero cuando escribe un segundo libro ya tiene problemas con distintos niveles de la censura, de la burocracia, y se desencanta como escritor. El miedo lo vence. Y este personaje de Iván es de algún modo el receptor de toda esta historia y es después quien la transmite a partir de un conocimiento que tiene de un personaje que se llama Jaime López, que se pasea con dos perros en la playa, y que le cuenta la historia de su supuesto amigo Ramón Mercader.

Iván es un personaje sobre el cual tuve que trabajar mucho a la hora de poder concebirlo y darle una forma definitiva. Recuerdo que empecé a escribir como cinco o seis veces su historia. Incluso en un momento eran dos personajes, uno que recibía la historia y otro que la escribía. Fue muy difícil darle una historia definitiva a este personaje, porque a pesar de tener un componente real muy importante, no es en sí un personaje real; es un personaje simbólico. Yo reúno en él toda una experiencia generacional con respecto a lo que fue la vida en Cuba desde los años 70 hasta el presente. Incluso hasta su propia muerte tiene un carácter simbólico. Y expresa en una buena medida lo que fue, desde el punto de vista humano, la experiencia de la práctica socialista en Cuba.

Cada vez que yo terminaba una novela, decía: «Esta no se va a publicar en Cuba». En el caso de La novela de mi vida, no solo se publicó en Cuba sino que ganó el Premio de la Crítica. Pero siempre me hago esa pregunta. En el caso de El hombre... ni siquiera me la hice. Dije: «Esta no se publica en Cuba». La novela se publicó en Barcelona en el año 2009 y yo, por no ser demasiado suspicaz, en cuanto salió fui a ver a la directora de la editorial con la cual yo publico en Cuba, la Unión de Escritores, y le llevé un disco y un ejemplar de la novela. Y le dije: «La novela ya salió en España, la pongo en tus manos y tú tomas la decisión». Y la decisión fue publicarla. Se presentó en la Feria del Libro de 2010 y lo que ocurrió fue terrible. Porque a diferencia de lo que ocurre aquí, que cuando se acaba el libro alguien va y trae otra caja más, en Cuba cuando se acaba, se acaba. La frase «Se acabó» nos ha perseguido durante 50 años y todo el mundo teme escucharla. Y ese día pasó. Se suponía que había 500, 600 ejemplares para la presentación, y los libreros empezaron a llevar porque sabían que después podían vender, se habían robado libros del almacén... porque como el libro ya había circulado en España, ya muchas personas lo habían podido leer o habían podido tener noticias de él. Y fue un acto en el que yo comencé diciendo que me sentía muy feliz, sobre todo porque había comprobado que me podía equivocar muchas veces y que me había equivocado grande esta vez pensando que el libro no se iba a publicar ni iba a circular en Cuba. El libro ganó el Premio de la Crítica, se reeditó recientemente, en la última Feria del Libro de la Habana hicimos una presentación y llevamos 1.000 ejemplares que se vendieron en 40 minutos, y yo tuve que firmar 800 libros. Y después me dieron una plaqueta como el libro más vendido en menos tiempo en la Feria del Libro de La Habana. Y, para mi sorpresa, este libro ha sido fundamental para que me hayan dado el Premio Nacional de Literatura, que es el reconocimiento literario oficial más importante de mi país. Ningún escritor de mi generación lo había ganado. Y creo que ha significado, de alguna forma, una evidencia de que determinados conceptos están cambiando en Cuba. Que se están abriendo determinados espacios, aunque no tan anchos como quisiéramos. Y creo que esto ha sido el resultado de una lucha de muchos años. Yo formo parte de una generación de escritores que empezó a publicar en los años 80, recién salidos de un decenio terrible en el que estuvieron marginados muchísimos escritores, incluso algunos que son clásicos de la lengua como Virgilio Piñera o [José] Lezama Lima, que murieron en el ostracismo. Hemos sido una generación que durante años ha luchado por levantar los niveles de tolerancia de la burocracia cubana acerca de lo que puede y debe ser la literatura. Y creo que de alguna manera hemos logrado algo. Hablando de su generación, en Pasado perfecto [1991], el primero de la serie de Mario Conde, uno de los personajes, Miki Cara de Jeva, describe a esta generación, la de quienes a fines de los 80 tenían treinta y pico de años, como una «generación sin cara, sin lugar y sin cojones». Y esa es también la generación que va a tener que suceder a Fidel y Raúl Castro. Entonces, con una descripción así, ¿qué futuro le aguarda a Cuba?

En algún momento también dije que pertenezco a una generación en la que, en estos momentos, somos demasiado viejos para empezar de nuevo, pero demasiado jóvenes como para cruzarnos de brazos. Estamos en una situación muy complicada. Cuba es un país que está cambiando, fundamentalmente en cuanto a sus estructuras económicas, que a su vez están provocando cambios en estructuras sociales, aunque la esencia política del sistema se mantenga inalterada, por lo menos hasta ahora. De todas maneras, una suma de cambios económicos y sociales puede también provocar cambios políticos.

En el momento de madurez de mi generación, cuando teníamos treinta y tantos años, se produce la desaparición de la URSS y empezamos a vivir lo que en Cuba se llamó –muy eufemísticamente– el «Periodo Especial», una crisis económica profundísima, en la que no había prácticamente nada. Incluso se decía que era posible una operación de carácter nacional que se iba a llamar «Opción Cero». Es decir que iba a desaparecer todo y los cubanos íbamos a tener que ir a vivir en el campo, a cocinar con leña y cazar gorriones para comer. Todo ello significó el quiebre de las posibilidades de mi generación. Tanto que los hijos de mi generación, los que nacen un poquitito antes del año 89 y principios de los 90, en una buena medida han emigrado de Cuba. Prefirieron no sufrir el mismo destino que sus progenitores.

Creo que a veces, como dicen, una imagen explica mejor que mil palabras. Que un ejemplo de la realidad explica más que teorías. Por ejemplo, yo tengo problemas de hernia discal y tengo un neurocirujano amigo que es el que me atiende cuando me duele la espalda. Ese médico, que le abre la espalda o la cabeza a un paciente para operar, durante varios años iba de su casa al hospital en bicicleta. Hacía un recorrido no tan largo, de cinco o seis kilómetros. Y él me contaba que lo hacía más temprano de la hora en que necesitaba entrar al trabajo porque cuando llegaba al hospital se encerraba en un salón a esperar a que los músculos se le relajaran para poder sentirse en condiciones de operar. Ese médico, que por supuesto no tenía automóvil, y si lo hubiese tenido no hubiera podido ponerle gasolina, ganaba un salario de unos 500 o 600 pesos. Sin embargo, una persona que trabajaba en un hotel cargando maletas, recibiendo de propinas tres o cuatro dólares al día, prácticamente nada, ganaba diez veces más que el médico. Esa imposibilidad de encontrar una solución a los problemas de la vida cotidiana de esta generación tiene mucho que ver con ese sentimiento que mencionabas. Pero además hay un elemento que creo muy importante, que es haber podido descubrir, a través de lecturas o documentos que hemos ido conociendo en estos años, que muchas de las historias que conocemos no ocurrieron realmente como nos las han contado. Eso tuvo mucho que ver con ese sentimiento de desencanto. Tanto que a la literatura que escribimos durante la década del 90 un crítico la llamó, con bastante acierto, la «literatura del desencanto».

¿Qué va a pasar en el plano político con esta generación en el futuro? Realmente no lo sé. Las especulaciones a futuro en el caso de Cuba suelen ser bastante inexactas, y no me arriesgo a tratar de predecir. Hay un periodista, precisamente argentino, que trabaja en Estados Unidos, Andrés Oppenheimer, que escribió hace 20 años un libro que se llama Los días finales de Fidel Castro2. Maneras de equivocarse existen muchas, pero esa fue de las grandes. Por eso creo que esta especulación a futuro la vamos a tener que esperar para cuando, dentro de dos o tres Ferias del Libro, volvamos a hablar específicamente de ese tema.

Una de las reformas tiene que ver con las políticas migratorias, quizá una de las más importantes en los últimos tiempos. Hay una linda frase en Pasado perfecto sobre este tema, donde un personaje dice: «Usted sabe lo que significa viajar en este país. El que viaja se siente distinto, escogido. Es como si rompiera la barrera del sonido». Esto tenía que ver con el hecho de que viajar era (y aún es) muy difícil, en muchos casos tenía que ver con viajes de incentivo dentro del Estado, había que tener un permiso. Ahora los cubanos han empezado a viajar más libremente. Incluso la bloguera Yoani Sánchez ha dado una especie de vuelta al mundo y no pasó nada. Muchos esperaban que se vaciara la isla o que la repercusión fuera enorme, pero al final no hizo más que repetir lo que ya decía desde sus columnas en El País de España. Entonces, al final, ¿no era para tanto?

Yo creo que en su momento la política migratoria cubana tuvo, si es posible decirlo, alguna razón de ser. Porque al comienzo de la Revolución Cubana empiezan a irse prácticamente todos los profesionales y eso creó un déficit de personal, por ejemplo en la salud pública. Y a partir de ahí entra en la lógica de las políticas migratorias de los países socialistas. A mí siempre me ha parecido un sinsentido esto de que a las personas que viven en la mejor sociedad posible, la socialista, no se les permita salir porque se teme que no regresen a ella. Eso contradice la esencia misma del sistema. Si estás en el paraíso, nadie quiere irse al infierno. Hay una película española, Los lunes al sol, donde un personaje rumano tiene un parlamento genial. Él dice: «Lo jodido de esta historia es que todo lo que nos dijeron del capitalismo era verdad. Y todo lo que nos dijeron del socialismo era mentira». Yo creo que eso explica un poco ese sentimiento de la gente o esa necesidad de buscar otros horizontes, por razones económicas, políticas o las que fueran.

Finalmente, en Cuba se fue distendiendo el problema de los permisos para poder viajar y se mantuvieron restricciones con determinadas personas o profesiones con las que había problemas. Ahora se abrió completamente. El caso de Yoani Sánchez es el más conocido, porque no le permitieron viajar durante varios años. Ha dado la vuelta al mundo en 80 días y, como bien dices, ha dicho fuera de Cuba lo mismo que decía dentro y no pasó nada. Creo que lo más inteligente que ha hecho el gobierno cubano es poner el muro de contención en la otra acera. Porque una persona en cualquier lugar del mundo para viajar necesita no solo un pasaporte; también necesita una visa. Las visas norteamericanas para los cubanos son muy complicadas. Emigrar allí es complejo. Las visas españolas se han puesto más difíciles. Para el resto de Europa también es complicado. Hoy creo que hay más españoles pensando en venir a Cuba que al revés… A lo mejor montan un negocito y les va mejor, porque en España la cosa está bien complicada.

Eso ha demostrado que no era necesario coartar esa libertad esencial del individuo que es el derecho a vivir en el lugar que quiera. Yo creo que la esencia del sistema socialista es que exista un máximo de democracia y las personas vivan con un máximo de libertad. De lo contrario, no es un sistema socialista. Entonces, tener medidas y leyes como esas contradecía la propia esencia política y filosófica del sistema.

Las reformas económicas están generando desigualdad social. Hay muchos trabajos o encuestas que muestran que hay voluntad de que esas reformas, que son de algún modo promercado, avancen, porque en muchos sentidos permiten mejorar la vida cotidiana. Pero que por otro lado hay también una suerte de añoranza de un pasado en el que todos éramos iguales, donde había pobreza, pero también igualdad. Y en el nivel ideológico, tiempos que alguna vez usted definió como la «época de la credulidad feliz». Entonces, ¿cómo se combinan estos dos fenómenos?

Hubo un momento, en los años 80, en que los cubanos podíamos vivir casi normalmente bien con nuestro salario. En esa época yo era un recién graduado y recuerdo que con mi esposa podíamos irnos una semana a un hotel en Varadero. No lo considerábamos un lujo. Había únicamente que llegar muy temprano al lugar donde se hacían las reservas, porque no había más lugar. Llegar muy temprano, a las seis de la mañana, y hacer la colita. Y entonces uno podía, en un hotel muy normalito pero con una playa maravillosa, pasarse una semana. Incluso podía ir a un restaurante con el dinero que ganaba. Eso desapareció en los 90. A partir de ahí, las cosas se complican muchísimo. Y una de las medidas que inevitablemente hubo que tomar fue permitir la circulación del dólar en Cuba. Hasta ese momento, la posesión de divisas era penada legalmente. Hubo un momento en que si por casualidad uno estaba en un lugar en el que no debía y un policía te paraba y tú tenías dólares en el bolsillo, podías ir preso por eso. Al día siguiente, si no tenías cinco dólares no podías comprar leche para tus hijos, porque se conseguía en el mercado negro en dólares.

Lo cierto es que ahora empieza a haber esa diferenciación de posibilidades. Y lo que ocurre es que muchas veces esa diferenciación no tiene que ver con la capacidad del individuo. El médico sigue ganando los 500 o 600 pesos por mes. Pero alguien que se dedica a hacer pizzas en un portal de una casa puede ganar esa cifra en un día. O alguien que tiene la suerte de tener un hermano que lo quiere mucho, que vive en Miami y le manda 100 dólares al mes, recibe entonces cuatro veces lo que gana el médico.

La existencia de dos monedas es otro problema: el peso cubano y el peso convertible [CUC], porque se sacó el dólar de circulación y hay que cambiarlo por esta moneda. Los salarios se ganan en pesos cubanos, pero más de 50% de la vida cotidiana se hace en pesos convertibles. Por lo tanto, hay una incongruencia entre lo que las personas obtienen y lo que pueden llegar a requerir para sus necesidades vitales. Esa doble moneda deforma muchísimo, y creo que es el problema económico más complicado que tiene Cuba.

Pasando a su vida como escritor, en los últimos años la tradicional diferenciación entre los escritores en el exilio, que en general eran fuertemente anticastristas, y los escritores que, desde la isla, se debían adaptar a ciertas cosas que se esperaba de ellos, fue cambiando bastante. Usted en una entrevista decía: «Las autoridades cubanas me aceptan, pero no soy el escritor que quisieran que fuera». Sin embargo, ganó el Premio Nacional de Literatura y está en este espacio en el que algunos creen que no es suficientemente crítico del gobierno cubano y otros que es demasiado. ¿Cómo está cambiando eso hoy la literatura?

Lo cierto es que la separación tajante que existió entre escritores del exilio y escritores del interior de Cuba ya no es tan marcada, tan antagónica como lo fue durante mucho tiempo. Uno de los escritores cubanos más importantes del siglo XX es, sin duda, Guillermo Cabrera Infante. En el Diccionario de la literatura cubana que se publicó en los 80 no aparece3. Como tampoco aparecía Celia Cruz en el de la música cubana, una figura emblemática. Eso comenzó a cambiar en los 90 y esa frontera comenzó a hacerse menos densa. También, creo, porque en esa década la industria cultural cubana se paraliza y salen hacia afuera muchos artistas. Y aunque algunos fuera de Cuba hicieron de su discurso político el argumento central de su obra, de la misma manera que otros lo hacen dentro de Cuba, ya no es el carácter esencial que distingue a un artista de otro.

En mi caso particular, cada vez que voy a España me encuentro con todos mis amigos escritores. Es una relación de muchos años y no quiero perderla porque yo esté dentro y ellos fuera. Igual que cuando voy a EEUU o Puerto Rico, donde hay una mayor cantidad de intelectuales cubanos radicados. Y creo que al final de esta lucha se va a llegar a la normalidad, a que cada cual escriba, cree y viva donde le dé la gana, donde esté mejor, donde encuentre su espacio.

Muchas veces le preguntan por qué usted no se fue de Cuba…

Yo no me voy de Cuba porque como escritor necesito vivir allí. Encuentro mi alimento literario en la sociedad cubana, en su mentalidad, su forma de hablar, sus historias cotidianas. Yo creo que un artista es su contexto, es la historia que ha vivido. Hay un excelente escritor cubano radicado en España hace varios años, publica igual que yo en Tusquets, Abilio Estévez. Él lleva ya unos diez años radicado allí. Y siempre hablamos de lo difícil que le ha resultado sentir que podía volver a escribir a partir de la lejanía de ese contexto del cual dependía su literatura, a pesar de que él no escribía sobre la realidad concreta cubana. Es un novelista más metafórico, más centrado en la creación de mundos poéticos, y sin embargo le ha costado muchísimo. Yo prefiero lidiar con el que me vende la pieza del televisor más cara de lo que vale y con muchos problemas de la burocracia cubana, pero hacerlo en el lugar en que me siento en mejores condiciones espirituales para escribir mi obra.

En El hombre que amaba a los perros hay tres escenarios que fueron también tres grandes utopías del siglo XX para las izquierdas: la Revolución Rusa, la Guerra Civil española y la Revolución Cubana. ¿Dónde queda hoy la utopía, después de reconstruir esa historia trágica?

Creo que esta novela es, fundamentalmente, una reflexión sobre la gran perversión de esa utopía del siglo XX, de esa sociedad de los iguales que se pensaba construir. Lo triste del fracaso de la utopía socialista, de la desaparición de la URSS –no podía dejar de desaparecer un sistema sentado sobre las bases del pensamiento de Stalin, que le dio la forma definitiva–, es que no hayamos podido encontrar o fundar una nueva utopía. Incluso en América Latina, en donde en los últimos diez años se ha vivido un giro hacia la izquierda, con gobiernos con los cuales uno puede tener determinados acuerdos o desacuerdos con métodos, retóricas o formas de plantear los problemas, pero que han tratado de recuperar cierta dignidad humana, de combatir la pobreza. Pero igual falta, creo yo, ese pensamiento utópico.

A mí me pasa algo. Yo creo que la derecha siempre tiene muy claros sus objetivos. A la izquierda le cuesta mucho trabajo clarificarlos. La izquierda se pasa la vida peleando unos con otros y difícilmente llegando a acuerdos. Me parece que la crisis capitalista que está viviendo el mundo, sobre todo Europa, demuestra que hay un modelo que ha entrado en una crisis profunda, de estructura, que no se sabe incluso cuál va a ser su solución. Sin embargo, no se ven las alternativas y eso me preocupa mucho. Creo que cualquier persona sensible con respecto a lo que ocurre a su alrededor no podría no estar de acuerdo con que el mundo necesita cambiar para mejor. Que hoy se está desintegrando económicamente, ecológicamente, éticamente... en muchos sentidos.

Yo hay días en los que me levanto muy pesimista, pero otros en los que me impongo ser optimista. Y esos días yo creo que sí vamos a encontrar alguna forma de que el mundo sea el lugar que nos merecemos para vivir por lo menos dignamente: alimentarse normalmente, tener educación y salud públicas, libertad de expresión, de conocimiento… En fin, esas cosas que pueden hacer que la vida de todos sea mucho mejor.

  • 1.

    Pablo Stefanoni: jefe de redacción de Nueva Sociedad.Palabras claves: estalinismo, socialismo, utopía, El hombre que amaba a los perros, León Trotsky, Ramón Mercader, Cuba.. Tusquets, Barcelona, 2009.

  • 2.

    Castro’s Final Hour. The Secret Story Behind the Coming Downfall of Communist Cuba, Touchstone, Nueva York, 1993.

  • 3.

    Se refiere a: Instituto de Literatura y Lingüística, Academia de Ciencias de Cuba: Diccionario de la literatura cubana, 2 vols., Letras Cubanas, La Habana, 1980. (N. del E.)

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 247, Septiembre - Octubre 2013, ISSN: 0251-3552


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