Opinión
octubre 2009

La izquierda europea y las consecuencias de las crisis

¿Es cierto que estamos ante el inicio de una nueva era política? ¿Es verdad que vivimos un New Deal reloaded, por llamarlo de alguna manera, solo que esta vez a escala mundial? ¿Es cierto que nos encontramos frente al resurgimiento de una socialdemocracia últimamente bastante despedazada de las cenizas del capitalismo sin límites? La izquierda no debería caer en la tentación de buscar respuestas fáciles a estas preguntas, pues las consecuencias políticas de esta crisis pueden ser completamente diferentes.

<p>La izquierda europea y las consecuencias de las crisis</p>

«Llegó el fin del neoliberalismo», se alegró la presidenta de la juventud del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). El ex primer ministro francés, Michel Rocard, declaró que la crisis es una oportunidad para la izquierda en todo el mundo. Al mismo tiempo, los comentaristas de la prensa conservadora de Europa alertan sobre las consecuencias políticas: según ellos, habrá un cambio de las coordenadas políticas hacia la izquierda que durará mucho tiempo.

Lo que parece seguro que el clima político de los próximos años será muy diferente al actual. El dominio del fundamentalismo de mercado y del discurso neoliberal, en todas sus variantes, llegó definitivamente a su fin. El homo economicus se va y vuelve el zoon politikon. La hegemonia cultural, tal como la definió Gramsci, la ejercerán quienes creen necesaria la regulación y el control de los mercados, cuya visión del ser humano dista de aquella que lo define apenas como un maximizador del beneficio individual. Durante años, la izquierda tuvo que luchar contra del discurso dominante en los debates públicos, en los medios de comunicación y hasta en el mainstream académico. Ello será diferente en el futuro.

Pero, ¿es cierto que estamos ante el inicio de una nueva era política? ¿Es verdad que vivimos un New Deal reloaded, por llamarlo de alguna manera, solo que esta vez a escala mundial? ¿Es cierto que nos encontramos frente al resurgimiento de una socialdemocracia últimamente bastante despedazada de las cenizas del capitalismo sin límites? La izquierda no debería caer en la tentación de buscar respuestas fáciles a estas preguntas, pues las consecuencias políticas de esta crisis pueden ser completamente diferentes. En primer lugar, mucho depende de la profundidad de la crisis. Si se trata de una crisis de las dimensiones del colapso mundial de 1929, entonces los ganadores reales no serán los mansos neoreguladores de centroizquierda o centroderecha, sino fuerzas tales como los movimientos anti sistema o populistas, que se encuentran más allá de la izquierda o la derecha del mainstream político actual. Ya hay indicios de cuán limitados son los márgenes de maniobra de los Estados frente a las consecuencias de la crisis en la economía real.

Únicamente si se consigue controlar la crisis en el marco del sistema existente y mantener los costos financieros dentro de un límite razonable la situación podrá beneficiar políticamente a la centroizquierda. Y aún así conviene no subestimar la capacidad de adapción de los partidos conservadores. No hay que olvidar que, al menos en Europa, el conservadurismo cuenta con una tradición propia de políticas centradas en el Estado. Ello es cierto para la economía social de mercado de los demócratas cristianos tradicionales, para el corporativismo de los conservadores «One Nation» de Macmillan y hasta para el estatismo activo del gaullismo francés. La izquierda europea no debería olvidarse de que la posguerra -una fase de evidente consenso social en Europa- fue también una época en que la mayoría de los Estados fue gobernada sin mayores complicaciones por partidos ubicados del centro a la derecha.

No, la izquierda no retornará al poder en Europa de manera automática, aunque las precondiciones para que ello suceda puedan haber mejorado. La izquierda se beneficiará del nuevo clima político cultural (Zeitgeist) solo en la medida en que reconozca sus derrotas y logre pesentar a sus electores un proyecto político nuevo y convincente. Este proyecto debe dar respuesta a los tres problemas que preocupan a las sociedades occidentales. En primer lugar, la brecha social y económica cada vez más amplia y la creciente polarización en el marco de una economía globalizada. En segundo lugar, la creciente inseguridad; es decir, la sensación cada vez más fuerte de perder el control sobre la propia vida (sensación que sufre no solo el «precariado» sino también la clase media). Finalmente, la izquierda debe atender la sensación de alienación, de pérdida de identidad y de patria en sociedades étnico y religiosamente cada vez más heterogéneas. Es cierto que un Estado activo, con mayor capacidad de regulación, debe ser parte de la respuesta, pero no es solución suficiente. En Europa, solo un proyecto político que logre dar respuestas a estos tres problemas podrá abrir el camino hacia una izquierda con mayoría electoral.

Si la izquierda sueña con que la crisis del neoliberalismo allane su camino al poder sin someterse al esfuerzo de pensar sistemáticamente, entonces es muy probable que se equivoque. Las consecuencas políticas inmediatas serán muy diferentes, y se notarán no tanto en la relación entre las fuerzas políticas como «dentro de ellas». En la izquierda, se llevará a la tumba a la Tercera Vía y ganarán peso aquellos que abogan por una mayor responsabilidad económica del Estado. Es cierto, entonces, que la política girará a la izquierda. Pero eso no significa que las elecciones estén ganadas.



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