Opinión
enero 2018

Impactos de la «shithole diplomacy» en El Salvador

Trump definió a El Salvador como un «país de mierda». Quiere cancelar los programas DACA y TPS, que otorgan a derechos a los salvadoreños que viven en Estados Unidos. Las respuestas desde el país centroamericano tampoco son siempre las mejores. ¿Cómo se puede salir del atolladero iniciado por el mensaje de odio del presidente de Estados Unidos?

<p>Impactos de la «shithole diplomacy» en El Salvador</p>

Hace solo unos días, los más reconocidos medios estadounidenses analizaban y comentaban una pregunta que el presidente Trump realizó en voz alta durante una reunión con congresistas. El jefe de la Casa Blanca se interrogaba sobre los motivos por los que debían recibir a inmigrantes de shithole countries (países de mierda, en la más parca de las traducciones). Se preguntaba si no sería mejor recibir a inmigrantes de Noruega. Uno de los shitholes countries a los que se refería era El Salvador.

La frase, ahora internacionalmente conocida, la soltó en el marco de unas conversaciones para encontrar posibles acuerdos sobre la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) y el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés). Unos cuantos días antes de dicha discusión, el presidente también había anunciado la cancelación del TPS a los salvadoreños, con una fecha de efectividad aplazada por dieciocho meses para permitir una transición ordenada antes del 9 de septiembre de 2019, según comunicaron oficiales del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés).

Cerca de 204 mil salvadoreños están aún inscritos al TPS. Un poco más del 75% envían remesas al país[1]. Este porcentaje se debe a la aún cercana relación con El Salvador. El TPS, hay que recordarlo, se desarrolló para aquellos salvadoreños que llegaron luego de los terremotos del año 2001. Por su relativa estabilidad legal, los acogidos a este permiso tienden a lograr mejores puestos de trabajo y salarios. Han adquirido créditos y bienes en mayor cantidad que aquellos salvadoreños y salvadoreñas que viven indocumentados en Estados Unidos, haciendo que el golpe a nivel económico sea aún mayor.

Unos días antes de que el presidente de Estados Unidos anunciara la cancelación del TPS para El Salvador, un precandidato presidencial del Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) asistía a dar un discurso sobre una tarima que tenía una pancarta con la frase Yankees Go Home! El evento era organizado por estudiantes de la Universidad estatal de El Salvador y, según manifestaron algunos de sus organizadores, la frase se debía al reciente papel jugado por la embajada de Estados Unidos en el marco de las amañadas elecciones presidenciales hondureñas. Para los opositores políticos del FMLN, esa frase resultó como caída del cielo para explicar de forma simplista la posterior decisión de cancelar el TPS por parte de la administración Trump.

Como cereza para el pastel, Donald Trump dejó caer –sólo unos días después de cancelar el TPS- esa frase tan salvajemente controversial en el marco de una discusión que implicaba directamente a El Salvador. Y es que ciertamente el actual presidente estadounidense parece empeñado en fundar su propia escuela diplomática, muy probablemente fundamentada en el prejuicio que proviene de la ignorancia y teniendo como su principal estrado a la red social Twitter. Pues más allá de la válida discusión sobre si Haití o El Salvador son Estados fallidos, lo cierto es que la famosa frase no representa la más sofisticada de las diplomacias ni la más estética de las retóricas políticas. Además, tan desafortunada frase deja claro que el presidente no está nada consciente de las consecuencias históricas de la política exterior estadounidense en estos países. Para decirlo parafraseando a Billy Joel: We –the shitholes- didn´t start the fire!

Pero más allá de analizar esta ¿diplomacia?, que bien podría denominarse como the shit-hole diplomacy, lo cierto es que tanto la retórica como las decisiones de la administración Trump están impactando tanto en la discusión pública como en la vida diaria de la sociedad salvadoreña. No analizaremos acá el impacto en la discusión de los partidos políticos, pues la vacua polaridad electoral salvadoreña no refleja los puntos medulares de cómo El Salvador está arraigado en Estados Unidos, pero sobre todo, cómo Estados Unidos vive ya en El Salvador.

Quien se enfoque únicamente en la relación político-institucional entre ambos países estará dejando del lado aspectos fundamentales para entender los lazos que la caracterizan. La relación entre Estados Unidos y El Salvador es desigual pero está arraigada. Por ello no alcanza con caricaturizar la profunda e histórica asimetría y dependencia. La caricatura es cierta pero resulta insuficiente para profundizar en la psique forjada por miles de salvadoreños sobre el éxito y sobre Estados Unidos. Es insuficiente para comprender cómo la emigración hacia el poderoso país del norte se convirtió en una institución informal pero efectiva para superar la pobreza de miles de familias salvadoreñas durante ya más de cuatro décadas.

Es, además, insuficiente para profundizar sobre cómo las remesas han sido por décadas el principal flotador económico del país. De hecho, han sido más importantes que cualquier política pública doméstica para que miles de familias ascendieran social y económicamente aquí en el centro y allá en el norte de América. Pero la cosa no acaba allí. La caricatura también revela signos de insufiencia para explicar cómo miles de familias ya son half-and-half (mitad y mitad) salvadoreñas y estadounidenses. No sólo porque ya tienen el pasaporte «gringo» – porque la mitad de la familia nació en suelo estadounidense o porque ya hay muchas familias mixtas-, sino también porque miles de salvadoreños viven agradecidos con dicha nación por haberles permitido salir de la pobreza extrema. Para muchos, Estados Unidos les permitió experimentar una sensación de valía, de saber que no eran ellos el problema, sino una sociedad que no les había dado suficientes oportunidades.

Todos estos factores constituyen parte de la relación entre los salvadoreños y Estados Unidos. La cancelación del TPS podría ser, tal como algunos especialistas lo señalan, el punto de inflexión en esa curva ascendente de inmigración hacia ese país. O tal vez no. Lo que sí es cierto es que estamos entrando en una nueva etapa en dicha relación y debemos ser capaces de ir más allá de las trasnochadas caricaturas del shit-hole y del go-home. Quedarnos con la caricatura y repetirla, es convertirnos precisamente en lo que criticamos del presidente Donald Trump, por lo que resulta sumamente importante ir más allá de éstas.

Es importante observar cómo los flujos de salvadoreños deportados desde Estados Unidos han cambiado poco entre las administraciones Obama y Trump[2], incluso mostrando una curva de descenso en los últimos meses, aunque con un aumento de deportados con antecedentes penales. En contraste, las deportaciones aumentaron considerablemente durante las gestiones de Barak Obama. Por otra parte, según especialistas, la deportación de salvadoreños en tránsito hacia Estados Unidos desde México se ha reducido en los últimos meses, muy probablemente debido a que la retórica antimexicana de Trump ha provocado un efecto relajante en las autoridades migratorias mexicanas, otrora importantes aliadas de los gobiernos estadounidenses para atajar los flujos de centroamericanos con rumbo hacia ese país.

Todo esto no implica defender las políticas de Trump y su reprochable retórica. Porque la retórica también tiene sus graves impactos. Sobre todo para los salvadoreños (y todos los que no sean anglosajones) dentro de Estados Unidos, quienes ya comienzan a vivir una situación más hostil. Más allá del contenido de las políticas de la administración Trump, resulta profundamente nociva para Estados Unidos y para el mundo la esencia racista de su discurso. Este discurso de odio no es menor, pues la política es en buena medida la lucha por los significados.

Sin embargo, en nuestro sano ánimo de defendernos y mantener la dignidad ante las denigrantes palabras del presidente estadounidense, también debemos ser capaces de mantener el espíritu crítico y reflexivo sobre las miles de familias salvadoreñas que siguen yéndose o buscando como irse hacia allá, muchas huyendo desamparadas de la violencia y de la pobreza. Ojalá que sin aceptar ni un milímetro de esas palabras y unirnos respecto a estas, también seamos capaces de unirnos en torno a la necesidad de transformar los fantasmas más estructuralmente oscuros que nos han gobernado y que han expulsado a miles de salvadoreños: corrupción, impunidad, violencia y pobreza extrema.

Ojalá los extremos a los que llega Donald Trump nos permitan distinguir más claramente a políticos que también usan sentimientos negativos para arribar a la cosa pública y administrarla bajo ese patrón. No faltan por acá los que venden y justifican la locura como solución para los graves problemas de violencia e inseguridad (penas de muerte, cadenas perpetuas, torturas, políticas de limpieza social) con el objetivo de obtener votos. Tampoco aquí estamos exentos de nuestro propio racismo presentado en clave de clasista.

Los muy probables venideros impactos negativos económicos y sociales por la cancelación del TPS serán evidentes. Pero también el mensaje de odio es y será uno de los principales legados nocivos de Trump. Si de algo debemos protegernos es de ese mensaje, que es un discurso pero también una palanca para ejercer el poder.



[1] Menjívar, C. (2017). Temporary Protected Status in the United States: The Experiences of Honduran and Salvadoran Immigrants. Center for Migration Research, University of Kansas.

[2] Fundación Dr. Guillermo Manuel Ungo (2016). Una aproximación a las políticas de atención a los deportados en los países del Triángulo Norte de Centroamérica-capítulo El Salvador. Fundación Konrad Adenauer, Ciudad de Guatemala


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