Tema central
NUSO Nº 238 / Marzo - Abril 2012

Las derivas de las izquierdas latinoamericanas En diálogo con «Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo», de John Holloway

John Holloway vuelve a poner sobre la mesa una serie de tesis polémicas sobre la estrategia que deberían seguir los movimientos que luchan por la emancipación. Desde una posición profundamente antiestatal y antipartidaria, defiende la tesis de que el capitalismo es en verdad resistido en las grietas abiertas por la «gente común» desde su hacer cotidiano, más allá de la conciencia, de la organización y del proyecto. Con este libro, el autor irlandés residente en México profundiza sus argumentos en un momento de crisis para las izquierdas autonomistas que se proponían «cambiar el mundo sin tomar el poder» y en el que, al mismo tiempo, se perciben dificultades para las izquierdas que gobiernan en la región.

Las derivas de las izquierdas latinoamericanas  En diálogo con «Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo», de John Holloway

El libro Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo1 de John Holloway es una obra ambiciosa, de gran alcance teórico y político, que –más allá de las filias y las fobias que suscitará– tiene la virtud de colocarse en el centro del debate e interpelar algunos aspectos fundamentales de las prácticas y las experiencias de las izquierdas latinoamericanas en la actualidad. Sin duda, como lo hizo su antecesor –Cambiar el mundo sin tomar el poder2–, despertará una acalorada polémica en y entre los distintos círculos radicales de la región. Desde el prisma de sus tesis centrales pueden visualizarse dos perspectivas que sostuvieron y sostienen una de las disputas políticas y teóricas más trascendentes de nuestra época: la confrontación entre izquierdas autonomistas y hegemonistas en relación con la caracterización de las formas de poder y contrapoder y los contenidos y alcances anticapitalistas de la acción política. En el marco de esta disputa estratégica, la clave de lectura que quiero exponer aquí (dejando para otro momento el análisis del planteamiento estrictamente teórico marxista-autonomista contenido en el libro) es que pueden vislumbrarse, en el trasfondo de las reflexiones y las propuestas de Holloway, dos pendientes críticas que configuran la coyuntura que viven las izquierdas latinoamericanas, derivas opuestas que no presagian un porvenir luminoso detrás de las apariencias de un florecimiento izquierdista en la región, cuyo ciclo lamentablemente parece estar agotándose. En efecto: por una parte, siendo un diseño autonomista y anticapitalista, el texto ofrece una serie de argumentos sólidos y válidos que ponen en evidencia los límites tanto procedimentales como de contenido del proyecto hegemónico nacional-popular enarbolado por los llamados «gobiernos progresistas». Por la otra, leído a contrapelo de su intención, muestra las debilidades, las lagunas y las contradicciones –que el autor reconoce o que simplemente aparecen en el camino de su discurso– del proyecto autonomista en su actual aislamiento y marginalidad. Así, entre las páginas del libro, traslucen la crisis relativa y el estancamiento político de los dos proyectos que fueron los grandes protagonistas de la década y se vislumbra un pasaje particularmente delicado para las izquierdas latinoamericanas en su conjunto.

Antes de volver sobre estas consideraciones al margen del texto, revisemos los elementos fundamentales que lo componen.

El hacer contra el trabajo: la lucha cotidiana de la gente común

El meollo teórico de este libro está resumido en el subtítulo: el hacer contra el trabajo. Si bien este planteamiento ya aparecía enunciado en la obra anterior de Holloway, ahora se presenta mucho más desarrollado y se coloca en el centro de la argumentación.

Partiendo del principio materialista que coloca el trabajo como eje y punto de partida de toda construcción social, Holloway sostiene que el reconocimiento del carácter dual del trabajo es el corazón crítico del pensamiento de Karl Marx y la veta más fecunda del marxismo. La distinción metodológica entre trabajo abstracto alienado y trabajo o hacer concreto le permite destacar un nivel de antagonismo en el cual la lucha fundamental no es en primera instancia del trabajo contra el capital, sino del hacer contra el trabajo y, en consecuencia, contra el capital. A partir de la descomposición de esta secuencia lógica, Holloway trata de argumentar una perspectiva subjetivista autonomista centrada en la lucha contra el trabajo, un planteamiento ya sostenido por la tradición obrerista italiana desde la década de 19703. El principio irreductible del hacer le permite sostener que, si bien el trabajo abstracto domina y conforma la sociedad existente, hay una opción de salida, una apertura y una tendencia a la creación de una sociedad diferente, una posibilidad de «éxtasis», contra y más allá del trabajo, contra y más allá del capital.

Sobre la base de estas consideraciones, Holloway propone una de las ideas más polémicas y problemáticas de su libro: la insistencia en situar el foco principal de la lucha anticapitalista en la dimensión cotidiana de la subversión operada por la «gente común» desde su hacer, al margen de la conciencia, de la organización y del proyecto. En efecto, para el autor es irreversible la crisis del movimiento obrero histórico y de las izquierdas socialistas revolucionarias –y, de paso, de la tradición marxista4–, que fueron incapaces de impulsar un movimiento real y radicalmente anticapitalista y menos lo podrán hacer hoy. Para Holloway, el movimiento y la clase obreros son expresiones del trabajo abstracto, es decir que el trabajador es creado por el capital y este le atribuye un rol e, insiste el autor, una máscara. Esta «personificación» se presenta como identidad de clase, lo cual, para Holloway, es equivalente a una clasificación que subordina al sujeto y reproduce las relaciones de dominación5. En sentido inverso, solo la «no identidad» de la «gente común» puede arropar una serie de subjetividades subversivas y anticapitalistas a partir de su vida cotidiana y de su hacer –situado en el centro material de la sociedad capitalista y no en sus márgenes, como sostendrían otras perspectivas autonomistas–. Más que un anticlasismo, podríamos decir que Holloway sostiene un aclasismo o un no-clasismo6.No sorprende que la conclusión lógica de un planteamiento que asume que la lucha anticapitalista brota de la vida cotidiana de la gente común sea el rechazo a la política institucionalizada en el Estado y los partidos.

Contra y más allá del Estado y los partidos

En efecto, siguiendo la senda abierta por Cambiar el mundo sin tomar el poder, Holloway insiste en señalar que el Estado y los partidos políticos no solo no pueden ser considerados como instrumentos útiles para impulsar procesos de emancipación, sino que son en esencia cristalizaciones institucionales de las relaciones de dominación y, por lo tanto, fagocitan las buenas intenciones de los revolucionarios que se monten en ellos. Para Holloway, se trata de entidades destinadas a ser autoritarias en tanto formadas en la lógica de separación –entre sujeto y objeto, público y privado, política y economía– que brota del capitalismo. El Estado confirma y reproduce la negación de la subjetividad sobre la que se basa el capital, y los partidos se moldean a imagen y semejanza del Estado en un círculo vicioso del cual el autor no ve salida. De allí que reconozca solo dos formas de lucha: la política de la dignidad (ejercida desde los consejos o asambleas) y la política de la pobreza (representada por los partidos centrados en el Estado).

La política de la dignidad alude a las luchas desde abajo, marcadas por la capacidad de conquistar y ejercer autodeterminación, es decir, autónomas, mientras que la política de la pobreza se refiere a las concesiones desde arriba, desde una lógica heterónoma que asume a los pobres no como sujetos sino como objetos; en el mejor de los casos, esta lógica los considera destinatarios de políticas de redistribución de riqueza, pero nunca protagonistas activos de los proyectos de transformación.

Este rechazo hacia la política entendida como proceso desde arriba hacia abajo se extiende como suspicacia con respecto a todo lo que se presenta desde la perspectiva de la totalidad: «El movimiento desde abajo es el impulso de lo particular hacia la autodeterminación; por el contrario cualquier [impulso] desde arriba, cualquier representación de la totalidad de un mundo todavía capitalista solo puede ser un impulso que se mueve en dirección opuesta, un contraflujo que, a pesar de lo bien intencionado que sea, desmoviliza el impulso hacia la autodeterminación»7. Esto se aplica a todo intento o búsqueda de «programa, estrategia o teoría de la transición».

En este sentido, el autor afirma sin cortapisas que no hay posibilidad de una estrategia que combine acciones dentro o fuera del Estado, ni tampoco una división del trabajo entre actores distintos, ya que se trata de movimientos divergentes y opuestos. Ejemplificando, en una referencia directa a la experiencia boliviana, Holloway plantea que, aun cuando puedan darse «importantes reformas del Estado», esto conlleva «una desmovilización y desradicalizacion del movimiento original», lo que desvirtúa el conjunto del proceso.

La revolución intersticial

Sin renunciar a la negatividad propia de su planteamiento teórico y a la apertura metodológica del «caminar preguntando», Holloway parece haber tomado en serio los cuestionamientos sobre el vacío estratégico que dejó en el cierre de su libro anterior, y en esta nueva obra abundan la referencias en términos constructivos y propositivos.

A pesar de que insista en la pluralidad y la indefinición de las formas de lucha y reniegue de toda definición programática, el título del libro contiene una propuesta precisa, la formulación de un principio de estrategia autonomista: el capitalismo puede y debe ser atacado –y finalmente destruido– formando, multiplicando, ensanchando grietas. El método anticapitalista de la grieta remite a una metáfora que contrapone lo sólido de una pared con el ejercicio móvil de un espacio que se abre; alude a un movimiento de romper relaciones sociales capitalistas y crear, por medio de impulsos a la autodeterminación, «formas intersticiales no estatales, o sea, grietas»8.

Las grietas empiezan con una negación, pero se traducen en la creación de una «antipolítica de la dignidad», un concepto que alude no solo al antagonismo de la lucha sino a una contraparte de construcción autónoma de la subjetividad a partir del reconocimiento y el respeto mutuos, del compañerismo, de la horizontalidad, del mandar obedeciendo. La idea de grieta es formulada por Holloway como propuesta de forma más que de contenido, como «modo experimental» en contraposición a la lógica de elaboración y aplicación de modelos. En varios pasajes del libro reitera que no hay pureza en las luchas, que se trata de una pluralidad de experimentos, que lo que importa es la dirección, el movimiento que conllevan, el futuro que vislumbran. Para Holloway, las grietas son expresiones de un «flujo del hacer hacia la autodeterminación»9 que permite sostener la posibilidad de transformación total de la sociedad, y el «control social» de este flujo sería el comunismo mundial10. La idea de flujo alude a la confluencia «no estructurada» y «no institucional» de las grietas, «el caminar juntos de las luchas particulares»11; «la resonancia mutua de las rebeldías cotidianas es la única base posible para una revolución comunizante»12.

Pendientes y derivas de las izquierdas latinoamericanas

Pasando por alto las implicaciones teóricas13 y la ubicación de las ideas de Holloway en la tradición y el debate marxista actual, concentraré mis consideraciones en el alcance político del libro.

Como mencionaba en los primeros párrafos, me parece que las polémicas tesis de Holloway pueden servir como ángulos extremos desde los cuales es posible observar y poner en evidencia algunos puntos críticos de la situación actual de las izquierdas latinoamericanas. En primer lugar, más allá de su evaluación en sentido positivo o no del intento de sostener e impulsar la perspectiva autonomista, hay que sopesar el valor de su apuesta: pensar el anticapitalismo.

¿En qué medida es vigente y pertinente un planteamiento anticapitalista en América Latina?

Sin duda, en esta región del mundo, más que en otras, en la última década se inauguraron escenarios a partir de la emergencia de movimientos populares que, al cerrar la etapa hegemónica neoliberal, abrieron un margen de disputa. Esto se tradujo en una serie de cambios institucionales por vía electoral que llevaron al actual panorama, en el cual predominan los gobiernos de tinte progresista. Podríamos decir que se abrió una oportunidad o una ocasión anticapitalista. Pero ¿en qué medida el proyecto de las izquierdas llamadas progresistas, nacional-populares, neodesarrollistas o antineoliberales tiene un alcance anticapitalista? ¿Es tendencialmente anticapitalista cualquier propuesta de limitar los márgenes de maniobra del capital?

Por otra parte, ¿qué viabilidad tienen las propuestas y las acciones concretas impulsadas por las dos izquierdas radicalmente anticapitalistas existentes en América Latina: la socialista (marxista y revolucionaria) y la autonomista (marxista y anarquista)? ¿Cuáles son sus fuerzas reales y potenciales? ¿Hasta dónde están convirtiéndose en un contrapeso real y no solo testimonial frente a la izquierda de los gobiernos progresistas?

La fuerza del argumento autonomista –y en eso consiste la aportación analítica de la teorización de Holloway– radica en la crítica al hegemonismo en términos de la pérdida de autonomía y de fuerza política de los actores y movimientos sociales que fueron protagonistas de las luchas en América Latina –es decir, de la activación del ciclo antineoliberal– y de los procesos de institucionalización, delegación, desmovilización y despolitización (cuando no de autoritarismo, burocratización, clientelismo, cooptación y represión selectiva) que caracterizan los escenarios políticos dominados por la presencia de gobiernos progresistas. En este sentido, dos fenómenos entran en contrapunto: por una parte, la «perversión» de proyectos de transformación que están negando la dimensión subjetiva, centrándose en una iniciativa desde arriba cuyos alcances anticapitalistas son inexistentes, o por lo menos discutibles. Desde la óptica gramsciana, se podría hipotetizar que se trata de «revoluciones pasivas» y de operaciones «transformistas» –así como el concepto de «cesarismo progresivo» resaltaría el formato político centrado en el liderazgo carismático–14. Al controlar, limitar y, en el fondo, negar la dimensión subjetiva, es decir la transformación como proceso de subjetivación, de conquista de espacios de ejercicio de autodeterminación, de conformación de poder popular o de contrapoderes desde abajo –u otras denominaciones que se prefieran–, se estaría no solo negando un elemento sustancial de cualquier hipótesis emancipatoria, sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria–, en la medida en que se desperfilaría o desaparecería de plano de la escena un recurso político fundamental: la iniciativa desde abajo, la capacidad de organización, de movilización y de lucha. Al margen de la valoración de los saldos y los alcances socioeconómicos de las políticas públicas impulsadas por los gobiernos progresistas, las miserias del estatalismo y del partidismo –que para Holloway son intrínsecos e irreductibles– como potenciales dispositivos de democratización real y de socialización de la política, aparecen en la actual coyuntura latinoamericana como manifestaciones concretas y tangibles y configuran una crisis relativa de la estrategia hegemonista de realización del posneoliberalismo, tal y como fue implementado en diversos países y teorizado por algunos intelectuales y políticos.

La contraparte de esta tendencia es la pérdida de protagonismo de los movimientos y, de paso, la crisis relativa de la izquierda autonomista. En la primera parte de la década, esta cabalgó momentos álgidos de la conflictividad antineoliberal y actualmente se encuentra al margen de los principales procesos políticos. Una inflexión en la trayectoria ascendente de los movimientos autónomos ha sido evidente no solo en el cómputo cuantitativo de las luchas, sino en su reorientación en sentido defensivo y autorreferencial. Esta reorientación se traduce en cierta exaltación heroica de la marginalidad, que también puede verse en el desinterés, real o aparente, en los impactos y el alcance concreto de las luchas (el propio Holloway dice estar interesado solo o principalmente por su «dirección» u orientación).

Por otro lado, el repliegue de los movimientos autónomos es visible también en los matices y los balances críticos y autocríticos que empezaron a plagar las páginas de los principales intelectuales autonomistas, una camada que hizo época con sus escritos desde mediados de los años 90 hasta mitad de los 2000. En el caso de Holloway, esto puede notarse claramente en el cuidado y en la ecuanimidad con que plantea los problemas que pueden enfrentar las grietas «vulnerables a la succión gelatinosa del capitalismo», así como en el respeto con que disiente respecto a otras formas de lucha. Es obvio que, salvo sectarismos residuales, ya pasó la época de la exaltación autonomista, mientras estamos viviendo el declive del entusiasmo hegemonista. En este sentido, una lectura crítica del libro de Holloway permite revisar a contrapelo los excesos de subjetivismo movimientista reconociendo ámbitos estructurales; y cuestionar la exaltación de la dimensión cotidiana de la lucha, destacando la relevancia específica de los momentos y los espacios de cristalización política y otros puntos de tensión del proyecto autonomista.

En los últimos años, en medio del agotamiento del proyecto hegemonista y de la aparente incapacidad de reactivación de movimientos autónomos de amplio alcance sociopolítico, la izquierda latinoamericana se encuentra atorada entre derivas opuestas. En efecto, si bien en los tiempos recientes, en diversos países latinoamericanos gobernados por fuerzas progresistas se han notado señales de removilización, repolitización y potencial radicalización anticapitalista, esto no quiere decir que se esté abriendo una nueva estación de emergencia de protagonismo desde abajo. Es muy posible que simplemente se esté configurando una reacción que no logre rebasar el umbral de resistencia, defensivo y testimonial de luchas que pueden dar resultados concretos parciales que no son despreciables (como los que se están obteniendo en el terreno socioambiental), pero que tampoco pueden exaltarse en clave autonomista y anticapitalista.

La izquierda latinoamericana parece resbalar por ríspidas pendientes que podrían estar anunciando un porvenir sombrío en el cual, en ausencia de dinámicas de conflicto, de antagonismo y de luchas sociales que retroalimenten las posturas izquierdistas, se produzca una aceleración de la involución conservadora del progresismo nacional-popular o un retorno de las derechas, en el marco de una aparentemente aséptica alternancia institucional.

Sin embargo, la historia política latinoamericana reciente ha sido marcada por la emergencia impredecible de fenómenos sociopolíticos como los movimientos y los gobiernos de la década pasada, por lo cual nada impide, ni siquiera las actuales tendencias reconocibles, que surjan contratendencias. Estas, perceptibles hoy solo en segundo plano, en el trasfondo de los escenarios políticos, pueden terminar resultando determinantes y reorientar el proceso hacia horizontes emancipatorios tanto inesperados como deseables.

  • 1.

    Massimo Modonesi: profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), donde también es coordinador del Centro de Estudios Sociológicos. Dirige la revista Observatorio Social de América Latina osal del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Palabras claves: izquierda, Estado, autonomía, John Holloway, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo.. Herramienta, Buenos Aires, 2011; Herramienta / Bajo Tierra / Sísifo / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (buap), México, 2011.

  • 2.

    Herramienta / buap, Buenos Aires, 2002.

  • 3.

    Holloway solo reconoce explícitamente otra aportación «obrerista»: la idea de que la crisis capitalista surge de la insubordinación de los trabajadores y de que el capital no tiene la iniciativa, sino que reacciona y «persigue» el trabajo vivo que se expresa en las luchas sociales.

  • 4.

    Salvo contadas excepciones ligadas a la Escuela de Fráncfort y a algunos autores marxistas-autonomistas que no enumeraré. No se salvan ni Lenin ni Rosa Luxemburgo en tanto sostenían, según Holloway, la separación entre lucha económica y lucha política.

  • 5.

    Ob. cit., p. 153. Este planteamiento, reconoce el autor, tiene sus antecedentes en la tesis del hombre unidimensional de Herbert Marcuse, aun cuando Holloway aclara que no comparte las conclusiones pesimistas e intelectualistas sino que, por el contrario, sostiene una salida optimista centrada en la capacidad transformadora de las subjetividades anticapitalistas.

  • 6.

    Al estilo de André Gorz –a quien Holloway curiosamente no menciona–, quien en su famoso y polémico libro Adiós al proletariado (1980) hablaba de la «no-clase». Esta cuestión fue abordada por Holloway en un par de artículos publicados en J. Holloway (comp.): Clase=lucha. Antagonismo social y marxismo crítico, Herramienta / buap, Buenos Aires, 2004.

  • 7.

    J. Holloway: Agrietar el capitalismo, cit., p. 266.

  • 8.

    Ibíd., p. 96.

  • 9.

    Ibíd., p. 262.

  • 10.

    Ibíd., p. 68.

  • 11.

    Ibíd., p. 266.

  • 12.

    Ibíd., p. 324.

  • 13.

    Adelanto solo dos observaciones. Un indudable acierto teórico de este último libro de Holloway es que reconoce la combinación de tendencias y contratendencias y la relativa simultaneidad de los procesos al reequilibrar el énfasis en la confrontación anticapitalista (contra) y la salida autonomista (más allá); de ese modo, contempla las inercias y la persistencia del adentro capitalista, lo cual reintroduce la dimensión de la subalternidad –aun cuando Holloway no utilice este concepto–. En segundo lugar, sigue apareciendo en el texto un problema típico del debate entre autonomistas: la oscilación/confrontación entre una perspectiva antagonista, que asume el conflicto como el corazón de todo movimiento anticapitalista, y otra estrictamente autonomista, que plantea la exterioridad, la salida o el éxodo sin confrontación. Ambas perspectivas aparecen en el texto de Holloway cuando se refiere a que no necesariamente se requiere de confrontación sino fundamentalmente de independencia, y cuando afirma que «las grietas no son espacios autónomos sino picos agudos de un conflicto social». Ibíd., p. 80.

  • 14.

    El uso de estos conceptos para el análisis de los gobiernos progresistas latinoamericanos merece algunas precisiones que estoy elaborando en un texto que será publicado próximamente.


En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 238, Marzo - Abril 2012, ISSN: 0251-3552


Newsletter

Suscribase al newsletter