Opinión
noviembre 2015

El Acuerdo Transpacífico, competencia para la Asociación Transatlántica

Europa debería diferenciarse de EE.UU. y tomar en cuenta los intereses de los países en desarrollo para forjar un sistema global de comercio abierto.

El Acuerdo Transpacífico, competencia para la Asociación Transatlántica

=SERIE ESPECIAL SOBRE LOS ACUERDOS MEGAREGIONALES DE COMERCIO=

Mientras en Europa cientos de miles de personas salen a protestar en las calles contra la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), como ocurrió el 10 de octubre en Berlín, Washington ha sentado precedentes y ha cerrado con el Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) el acuerdo de comercio de mayor envergadura a escala mundial, junto con once vecinos del Pacífico. Entre los socios de Estados Unidos hay pesos pesados de la economía, como Japón, Canadá y Australia, pero también países en desarrollo y emergentes, como México, Perú, Chile o Vietnam. Los países del TTP son responsables de casi 40% del producto bruto mundial y de un tercio del comercio internacional.

Con este histórico acuerdo, Estados Unidos envía una señal clara: ¡hemos tomado la iniciativa! Esta señal está dirigida en primer lugar a China. Por medio del TPP, el presidente Barack Obama quiere impedir que en el futuro sean los chinos quienes escriban las reglas del comercio. Tampoco estuvieron presentes en la mesa de negociaciones del TPP la mayoría de los países latinoamericanos, con excepción de los principales socios de Estados Unidos: México, Perú y Chile. También la Unión Europea (UE) queda afuera, y ahora se ve sometida a la presión del TPP. Es que el acuerdo TTP reduce al absurdo la pretensión europea de escribir, en el marco de las negociaciones transatlánticas por una TTIP con Estados Unidos, las reglas de política de comercio para el siglo XXI.

La UE y Estados Unidos negocian la TTIP desde julio de 2013. La agenda abarca mucho más que la eliminación de barreras comerciales en el tráfico de mercancías y en la agricultura. Se trata, por ejemplo, de la renegociación de reglas para inversores transfronterizos, de política de competencia, de contratación pública y propiedad intelectual. El paquete de negociaciones va mucho más allá de las iniciativas –modestas, si se las mira en retrospectiva– de Estados Unidos y de la UE en el marco de la Ronda de Desarrollo de Doha, que ya habían encontrado la tenaz resistencia de países como Brasil, la India y China.

En Europa, y sobre todo en Alemania, la discusión en torno a la TTIP genera grandes controversias. Lo que se teme es que la TTIP subvierta los estándares ambientales y sociales europeos y que limite el margen de acción para futuras políticas. Otro punto clave es la protección a las inversiones que se planea implementar: hay preocupación de que las empresas puedan demandar a los Estados por daños y perjuicios si estos, por ejemplo, desean endurecer las medidas de protección ambiental. En octubre salieron a la calle unas 100.000 personas para protestar contra la TTIP e hicieron la manifestación más grande que haya habido jamás en la historia de Berlín.

Mientras se sigue discutiendo por la asociación transatlántica TTIP y muchos ciudadanos están preocupados por sus efectos futuros, Estados Unidos optó en el Pacífico por el hecho consumado. En las negociaciones por la TTIP en Bruselas, Washington quiere imponer ahora en la agenda muchas de las resoluciones del TPP. Después de una larga puja interna, la UE le presentará a Estados Unidos una propuesta para crear un novedoso tribunal de inversiones. Sin embargo, Estados Unidos impuso en el TPP un procedimiento tradicional de arbitraje entre el Estado y el inversor. ¿Por qué Washington tendría que desistir de él y aceptar la propuesta de reforma europea? En materia de política de comercio, Estados Unidos parece tener la sartén por el mango.

Esto obliga a la UE a reaccionar. El TTP y otras negociaciones en curso dentro del espacio económico Asia-Pacífico hacen que aparezcan amenazas de pérdidas económicas para la UE. Los empresarios europeos verían dificultado su acceso a los mercados de Asia-Pacífico. Hasta ahora, Europa no ha encontrado ninguna respuesta convincente a estos desafíos. Después de que se estancaron las negociaciones multilaterales en el marco de la ronda de comercio internacional a mediados del año pasado, Bruselas se ha concentrado en la negociación de tratados bilaterales. Pero el balance de esta estrategia es mediocre: por medio de acuerdos de libre comercio con Corea, Singapur, Canadá y Vietnam, se intenta recuperar terreno perdido. Por el contrario, las negociaciones con la India y Japón son difíciles. Solo con muy buena voluntad es posible vislumbrar en el horizonte la concreción de un acuerdo con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

Con el TPP aumenta la presión sobre Europa para cerrar un acuerdo transatlántico con Estados Unidos, a pesar de los numerosos puntos conflictivos abiertos. Los defensores de la TTIP claman que ahora necesitamos el pacto transatlántico más que nunca: se trata de una gigantesca zona de libre comercio que incluso podría superar al TPP. Pero la creciente presión transatlántica no tendría que llevar a la UE a firmar la TTIP a cualquier precio.

Por el contrario: si siguen las negociaciones por la TTIP, la UE debe echar mano a la capacidad de tomar decisiones que le resta para influir en el futuro de las reglas de comercio. Y tendría que buscar nuevos aliados. Europa debería abandonar el callejón sin salida de la TTIP y dar una mayor base de sustentación a su política comercial. Bruselas podría, por ejemplo, ceder a las insistencias de Beijing y poner en marcha un acuerdo de libre comercio que incluya también a otros países asiáticos. Además, la UE debería tomar en serio las inquietudes de terceros Estados en las negociaciones por la TTIP . También aquí el TPP impone la norma, ya que está abierto al ingreso de otros Estados. Corea del Sur y China ya están evaluando la posibilidad de sumarse. Es por ello que en lugar de insistir con un acuerdo bilateral, la UE debería instar a que la TTIP se abra a otros países. Esto concierne en primer lugar a países como México, Canadá, Suiza o Turquía, que están fuertemente integrados a las cadenas de valor agregado transatlánticas.

La UE debería actuar para que se tomen en cuenta especialmente los intereses de los países en desarrollo. Para estos países deberían regir, por ejemplo, diferentes condiciones de ingreso según el grado de desarrollo. Así, la UE podría facilitarles a esos países el acceso a redes globales de producción. Esto sería una señal no poco importante de que la UE toma en serio los objetivos de la “Agenda 2030 para el desarrollo sostenible”, aprobada precisamente por las Naciones Unidas. Los nuevos objetivos globales exigen, entre otras cosas, un sistema de comercio abierto y no discriminatorio. En las negociaciones en curso para una TTIP, la UE puede mostrar que respalda la universalidad de estos objetivos y actúa de manera acorde.

El logro de un TPP es un nuevo impulso para la política de comercio internacional que también podría dar alas a la OMC. La UE debería comprometerse para que la estancada Ronda de Doha concluya con un bajo nivel de ambición, a fin de poner en marcha reformas institucionales que den un mayor dinamismo a la OMC y de dedicarse finalmente a los temas relevantes del futuro como, por ejemplo, la digitalización de la economía mundial.

Traducción: Carlos Díaz Rocca



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