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NUSO Nº 306 / Julio - Agosto 2023

Las dos geopolíticas de la energía Entrevista a Helen Thompson

«Vamos a vivir en un mundo caracterizado por una compleja geopolítica de la energía verde, combinada con una geopolítica muy caótica vinculada a los combustibles fósiles tradicionales. Estas dos dinámicas coexistirán». Tras la invasión de Ucrania, la investigadora británica analiza las líneas de fractura que marcan esta época de desorden.

Las dos geopolíticas de la energía  Entrevista a Helen Thompson

Helen Thompson es profesora de Economía Política en el Departamento de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Universidad de Cambridge. Escribe una columna quincenal para New Statesman y ha sido colaboradora habitual del podcast Talking Politics. Conversamos con ella con motivo de la publicación de su último libro, Disorder: Hard Times in the 21st Century [Desorden. Tiempos difíciles en el siglo xxi) (Oxford up, 2022).

El objetivo de su libro es mostrar cómo las disfunciones actuales –tanto en la política interna de las democracias occidentales como en la política internacional– se originan en una serie de choques estructurales cuyos efectos se han extendido entre las esferas geopolítica, económica y política. Entre las diversas fuerzas que están detrás de estas rupturas, usted señala que la geopolítica de la energía es un factor determinante. ¿Puede repasar la historia de esta geopolítica en el siglo xx y principios del xxi? 

El punto de partida de la geopolítica energética contemporánea, y en consecuencia, de mi libro, está a principios del siglo xx, cuando quedó claro para las principales potencias europeas que iba a comenzar una «era del petróleo». Muy pronto, los gobiernos europeos se dieron cuenta de que ese mundo sería bastante peligroso para ellos por no contar con reservas de petróleo en su suelo, a diferencia de, por ejemplo, Estados Unidos o Rusia. Durante la Primera Guerra Mundial, quedó claro que el poder militar del siglo xx se basaría en el petróleo como fuente de energía. Por ello, la contribución más importante de eeuu a la guerra no fue necesariamente el envío de tropas, sino su capacidad de suministrar petróleo a Gran Bretaña y Francia, mientras Alemania y sus aliados no podían conseguirlo. Después de la Primera Guerra Mundial, todos los países europeos intentaron liberarse de lo que se había convertido en una dependencia del petróleo importado del hemisferio occidental, especialmente de eeuu. Como resultado, al final de la guerra, eeuu se encontró paradójicamente en una situación difícil, ya que su suministro de petróleo empezó a verse limitado por su capacidad de producción, mientras que Gran Bretaña y Francia se habían establecido en Oriente Medio, la región del mundo con las mayores reservas de este hidrocarburo.Esto puso en marcha una compleja serie de dinámicas geopolíticas que explica gran parte de la política europea de entreguerras, incluida la forma en que los nazis reaccionaron al problema de la exclusión alemana de Oriente Medio y las consecuencias de la falta de petróleo en su territorio. En mi libro, describo el surgimiento, a partir de finales de los años 20, de una dependencia energética de los países de Europa occidental respecto al petróleo soviético. Durante la Guerra Fría, aunque esta dependencia se había convertido en un tema tabú, eeuu no estaba preparado para que los países de Europa occidental volvieran a importar petróleo del hemisferio occidental, porque los propios estadounidenses estaban muy preocupados por la sostenibilidad de su suministro interno. En consecuencia, los países europeos no tuvieron más remedio que concentrar sus esfuerzos de abastecimiento en Oriente Medio, lo que supuso un verdadero problema por el riesgo de inestabilidad geopolítica en la región.

La crisis del canal de Suez y la década de 1970 fueron también puntos de inflexión en la geopolítica mundial de la energía

Como explico en el libro, la crisis de Suez [1956] fue un momento geopolítico decisivo para la estructuración de la seguridad energética de la posguerra en Europa occidental. Las acciones británicas, francesas e israelíes para garantizar esta seguridad enfurecieron a [Dwight] Eisenhower, que no quería dar la impresión de que eeuu se oponía al nacionalismo árabe apoyando a las potencias imperiales europeas1. En este contexto se originó la relación energética entre Europa occidental y la Unión Soviética, basada primero en el petróleo, en los años 50 y 60, y luego en el gas en los 70.

En efecto, la década de 1970 es especialmente importante para entender por qué Occidente se encuentra en la situación actual. En 1970, la producción nacional de petróleo de eeuu alcanzó un pico que se mantendría hasta el boom del esquisto de la década de 2010. Como resultado, a partir de 1970, eeuu se convirtió en el mayor importador de petróleo del mundo y aumentó considerablemente su dependencia de las importaciones de petróleo de Oriente Medio. Sin embargo, los estadounidenses no estaban en condiciones de suceder a los británicos en la posición dominante de la región, porque una intervención militar en Oriente Medio era inconcebible después de la Guerra de Vietnam, pero también porque el nacionalismo energético estaba creciendo en muchos países productores de petróleo, en parte como resultado de la descolonización. A finales de 1973, Arabia Saudita había dejado claro que estaba dispuesta a utilizar el petróleo como arma geopolítica. En Irán, la revolución de 1979 desembocó en relaciones hostiles con Washington. eeuu se colocó así en una posición de dependencia frente a una parte del mundo en la que le resultaba increíblemente difícil ejercer una influencia duradera en la configuración del reparto de poder. La forma en que los estadounidenses trataron de abordar este problema recorre la geopolítica desde los años 70 hasta la década de 2010. 

Sin embargo, cuando eeuu volvió a ser un importante productor de petróleo y de gas gracias al boom del esquisto, resultó ser tan desestabilizador para Oriente Medio como cuando intentó utilizar el poder militar para estabilizar la región entre la primera y la segunda guerra de Iraq. En cierto sentido, pues, existe un marco histórico estructurante en torno del posicionamiento de eeuu en Oriente Medio. Las dificultades actuales asociadas a este posicionamiento constituyen un nodo central de tensiones que moldean la dinámica geopolítica contemporánea.


(Foto: El Mundo)

¿Hasta qué punto cree que los intereses energéticos explican las diferencias internas de la Unión Europea y nos ayudan a entender mejor la situación actual?

La energía es una línea de fractura fundamental dentro de la ue. Si nos remontamos a la década de 1990 y principios de la de 2000, los distintos países de la ue tenían actitudes muy diferentes respecto a la dependencia del gas de Rusia. Alemania, en particular, nunca había abrazado la idea de que Europa necesitaba liberarse del gas ruso porque, desde 1970, los gobiernos alemanes han hecho de la relación gasística con la urss –y luego con Rusia– la piedra angular en muchos aspectos de la Ostpolitik. Otros países europeos han sido más activos en la búsqueda de alternativas. Sin embargo, el verdadero punto de tensión respecto de esta cuestión dentro de Europa lo provocó el boom del gas de esquisto en eeuu en la década de 2010. De hecho, el desarrollo por parte de eeuu de una importante capacidad de exportación de gas natural licuado a través de los océanos le ha permitido posicionarse como un nuevo competidor de Rusia en el mercado europeo del gas.

Algunos países de la ue, con Polonia a la cabeza, querían aprovechar esta oportunidad no solo porque veían con malos ojos la dependencia general de la ue respecto de Rusia, sino también porque estaban muy preocupados por los intentos de Vladímir Putin de rodear a Ucrania para llevar el gas ruso a Europa. Tal fue el caso, en particular, cuando en 2005 el gobierno alemán aprobó el gasoducto Nord Stream 1 que pasa por debajo del Mar Báltico. Esta situación se vio agravada por una desafortunada contradicción: mientras que la Comisión Europea no fue muy severa con Nord Stream, sí lo fue con el gasoducto South Stream, que debía pasar por debajo del Mar Negro, desde Rusia hasta Bulgaria, y fue detenido por una acción conjunta de las autoridades europeas y estadounidenses. Por lo tanto, se vio todo esto como un trato injusto: la dependencia de los oleoductos que rodean Ucrania no parecía ser un problema para abastecer a Alemania, pero era inaceptable para los Estados miembros del sur de Europa.

En lo que respecta a Ucrania en sí, creo que obviamente el punto álgido es la energía. Es realmente importante entender que la disolución de la urss en 1991 tuvo un profundo efecto en la naturaleza de la dependencia energética de la Unión con respecto a Rusia. Los oleoductos que iban de la urss a Polonia se convirtieron en oleoductos entre Rusia y los países independientes que ahora son Ucrania y Bielorrusia. Desde el punto de vista de los rusos, esto resultó ser una gran vulnerabilidad que los puso en desventaja. Incluso antes de que Putin llegara al poder a finales de 1999, el gobierno ruso no se sentía cómodo con esta dependencia del tránsito a través de Ucrania y buscaba alternativas, inicialmente bajo el Mar Negro más que bajo el Báltico.

¿Cuál es su lectura de las diferencias que atraviesan paralelamente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte [otan] y a la ue

En lo que respecta a las diferencias entre la ue y la otan en la cuestión de Ucrania, la raíz del problema radica en la dependencia de la ue frente a la otan para garantizar su seguridad. En este sentido, no creo que sea en absoluto una coincidencia que los países de Europa del Este se hayan incorporado a la otan varios años antes de entrar en la ue –como Polonia, Hungría, República Checa o Eslovaquia– o el mismo año –como las repúblicas bálticas en 2004–. Por el contrario, lo que la ue trató de hacer entonces con Ucrania –y fue el preludio de la crisis de 2014 con la anexión de Crimea– fue obtener una especie de adhesión por asociación, cuando no solo Ucrania no formaba parte de la otan, sino que los gobiernos alemán y francés habían vetado su adhesión en 2008 y, en el caso de Alemania, debilitado su posición económica al aceptar el Nord Stream. La idea de que Ucrania podía llegar a un acuerdo de adhesión por asociación y mantener su integridad territorial, mientras estaba en medio de una crisis financiera y sin una perspectiva clara de ingreso a la otan, era un planteamiento muy incoherente y perjudicial. 

Creo que el reto para el futuro será Turquía, entre otras cosas porque hay muchos paralelismos estructurales entre la historia de ese país y la de Ucrania desde el final de la Guerra Fría. Las dinámicas específicas son obviamente diferentes, pero ambos son países bastante grandes, que colindan con la ue y con Rusia. En cierto modo, han sido objeto de una lucha entre estos dos polos de poder en lo que respecta a las relaciones económicas, y sobre todo al tránsito energético. En particular, en las décadas de 2000 y 2010 hubo un intento, alentado por las autoridades de Ankara, de ver a Turquía como un Estado de tránsito estratégico que podría llevar gas a Europa desde Azerbaiyán y Oriente Medio. Algunos esperaban que este enfoque le permitiera a Turquía entrar en la ue, pero las autoridades europeas también se dieron cuenta muy pronto de que había grandes dificultades logísticas y políticas para animar a Turquía a convertirse en un centro energético para Europa.

En el libro, usted dedica una amplia sección a China y a su reorientación estratégica de largo plazo desde el Pacífico hacia Eurasia. ¿Puede describir las circunstancias y consecuencias de ese cambio geopolítico?

Para entender este cambio, debemos remontarnos a principios de la década de 2000 y a la Guerra de Iraq en particular. Desde ese momento, China ya no puede depender exclusivamente de su producción nacional de petróleo y se convierte en importadora. Desde entonces, los dirigentes chinos entendieron muy bien que esto planteaba algunos problemas, ya que ahora tenían que importar petróleo de Oriente Medio y de África. Esta dependencia ponía a China, en el largo plazo, a merced del poder naval estadounidense. Lo anterior causó gran preocupación en Beijing, ya que la invasión de Iraq en 2003 confirmó que los estadounidenses también estaban muy preocupados por la seguridad energética y los problemas de suministro de petróleo. 

En ese momento, los dirigentes chinos se dieron cuenta de que eran muy vulnerables, pues los estadounidenses podían cortar el suministro de petróleo de China bloqueando el estrecho de Malaca. En mayo de 2003, el gobierno chino y Putin llegaron a un acuerdo para la construcción de un oleoducto entre Rusia y China, lo que redujo, en principio, el volumen de las importaciones de petróleo a través de Malaca.

Esta decisión geopolítica se dio diez años antes de las nuevas rutas de la seda de Xi Jinping, pero creo que marca la toma de conciencia por parte de China de los riesgos que implica el tránsito energético por mar en un mundo en el que eeuu sigue siendo la potencia naval dominante. No cabe duda de que cuando Xi Jinping dio el giro en 2013, estaba motivado en parte por la necesidad de conseguir lo antes posible una salida directa por tierra del Golfo Pérsico, para no depender tampoco de Rusia. Así, se dirigió a Guadar, en la costa pakistaní, justo debajo del Golfo Pérsico, con la idea de construir un oleoducto a través de Pakistán que llevara el petróleo a la provincia de Xinjiang. Esto también explica por qué Xi Jinping ve cualquier resistencia al dominio chino en esta provincia como una gran amenaza para la seguridad de China. La geografía juega aquí un papel fundamental.




¿De qué manera el giro euroasiático de China ha sido una fuente de importantes trastornos geopolíticos y económicos para la ue?

Lo que vemos –y esto es anterior a la llegada de Xi Jinping al poder– es un giro chino hacia Europa en términos de mercados de exportación e inversión extranjera tras la crisis financiera de 2008 y hasta mediados de la década de 2010. A continuación, China también experimenta una crisis financiera, en 2015, provocada en gran parte por las medidas de la Reserva Federal de eeuu para restablecer cierta normalidad monetaria mediante la subida de las tasas de interés. Esta crisis, bastante grave desde el punto de vista chino, lleva al Banco Central de ese país a imponer más controles de capital, lo que provoca un repliegue de las inversiones en la ue. Sin embargo, esto ocurrió en menor medida en los países de Europa del este y del sur que en los de Europa occidental. Como resultado, en 2016 quedó claro que la relación con China estaba dividiendo a la ue. Además, Alemania había desarrollado una relación económica especial con China a partir de la década de 2000, gracias a su capacidad de exportación única en Europa. Así que ya había una diferencia en torno de China en la ue, que estaba vinculada a la singularidad de la economía alemana, a la que se añadieron divisiones en torno de los países en los que los chinos siguieron invirtiendo después de 2016. Ante esta situación, Angela Merkel y Emmanuel Macron se mostraron bastante descontentos con el giro que estaban tomando las relaciones entre la ue y China, y con la capacidad de las autoridades chinas para dividir Europa. Esta tensión llegó realmente a un punto crítico a principios de 2019, cuando Italia decidió unirse a las nuevas rutas de la seda. Por ello, Merkel y Macron hicieron muchos esfuerzos por conseguir el acuerdo global de inversiones. En la medida en que este acuerdo se materializó en diciembre de 2020, en el interludio entre las elecciones presidenciales estadounidenses y la toma de posesión de Joe Biden como nuevo presidente, me parece que se trató de una verdadera declaración de autonomía estratégica, que indicaba que la ue no podía verse limitada por el estado de las relaciones entre eeuu y China.

Aunque es bastante difícil que la ue adopte una posición unificada respecto de China, y aunque el acuerdo no se ratificó debido a las acciones chinas posteriores, hemos visto claramente en esta secuencia cómo la aspiración de autonomía estratégica europea, formulada en general por los franceses en términos de defensa, se ha combinado con la idea alemana de autonomía estratégica económica. En este sentido, Macron y Merkel acabaron en la misma frecuencia, aunque no compartieran la misma perspectiva inicial. Se trata de un avance importante en el posicionamiento de los países europeos en el contexto de la rivalidad sino-estadounidense.

Al mismo tiempo, hay que reconocer que es difícil que los estadounidenses presionen a los países de la ue, especialmente a Alemania, para que decidan entre sus intereses estratégicos frente a Rusia y China. Creo que si el gobierno de Biden estaba dispuesto a levantar las sanciones sobre Nord Stream 2 en mayo de 2021 era porque los colaboradores de Biden creían que tal concesión podría, a cambio, convencer a las autoridades alemanas de alinearse más estrechamente con la posición de Washington frente a China. Pero los acontecimientos demostraron que esta estrategia era errónea y Putin aprovechó las concesiones para debilitar la posición de Ucrania. Este episodio muestra cómo el enredo entre la cuestión china y la cuestión rusa no solo dificulta las cosas para la ue, sino también para los estadounidenses.

¿Cuáles son las dinámicas energéticas estructurantes que prevé para el futuro? En el libro, usted habla en particular de la coexistencia entre la geopolítica «tradicional» del petróleo y del gas y las nuevas formas de rivalidad, por ejemplo, en torno de la producción en los sectores de las energías renovables. 

Creo que es fundamentalmente ingenuo pensar que la transición a la energía verde podría eliminar la geopolítica de las cuestiones energéticas. Sin embargo, me parece que hay mucha esperanza retórica en esta idea porque los gobiernos europeos llevan más de un siglo enfrentándose constantemente a problemas de dependencia energética del exterior y se han dado cuenta de que la gestión de esos problemas tiene consecuencias destructivas, incluso catastróficas. La idea de que la energía verde es una salida a esta situación es, por supuesto, atractiva, porque si solo dependemos del viento que sopla y del sol que brilla en el propio país, no hay necesidad de ir a buscar petróleo ni gas por todo el mundo y enfrentarse a las tensiones geopolíticas vinculadas a su búsqueda y explotación.

Sin embargo, dejando de lado los problemas de intermitencia ligados a la conversión del sol y del viento en energía, toda la cuestión de la infraestructura para captar esas fuentes de energía gira en torno de la escasez de tierras raras y minerales preciosos. Resulta que esta distribución dispersa por todo el mundo favorece a China, que además ocupa una posición dominante en las cadenas de producción, de extracción y de suministro de esos metales, lo cual hace que la energía verde sea una cuestión eminentemente geopolítica, en términos de la relación de Europa no solo con China, sino también con el resto del mundo, y por supuesto en el contexto de la rivalidad geopolítica entre eeuu y China. 

Además, el proceso de transición energética no se completará en un corto periodo, sobre todo porque los compromisos de cero emisiones se basan en tecnologías que aún no existen. Tenemos que vivir en el presente, lo que significa que la vieja geopolítica de la energía fósil continuará, a pesar de que la dinámica que hay detrás es muy disfuncional y de que las limitaciones de suministro son significativas, especialmente para el petróleo. El boom del esquisto ayudó a gestionar en parte estas limitaciones durante la década de 2010, pero la pregunta ahora es si los productores estadounidenses podrán volver a tener el mismo volumen que a finales de 2019. De hecho, es importante señalar que la producción de petróleo de esquisto había alcanzado su punto máximo justo antes de que llegara la pandemia, no a causa de ella. Por tanto, vamos a vivir en un mundo caracterizado por una compleja geopolítica de la energía verde, combinada con una geopolítica muy caótica vinculada a los combustibles fósiles tradicionales. Estas dos dinámicas coexistirán.

¿Cómo se entrelazan las dinámicas energéticas y económicas de los últimos 50 años en la historia de las diferencias geopolíticas? Usted sostiene en su libro que la crisis financiera de 2008 fue también una crisis del petróleo. ¿Puede hablarnos de esto y de cómo 2005 fue un año clave en este sentido? 

Creo que hay dos maneras de entender la interacción entre la historia del petróleo y la crisis financiera de 2008. La primera, y en cierto modo la más sencilla, es recordar que tres meses antes de la quiebra de Lehman Brothers, que suele considerarse el epicentro del crack financiero, el petróleo alcanzó los 150 dólares por barril, el precio más alto de la historia en términos absolutos y ajustados a la inflación. A partir de entonces, los precios del petróleo se desplomaron. Cuando se observa el estado de las economías occidentales en ese momento, en junio de 2008, se ve que la estadounidense estaba en recesión desde el último trimestre de 2007; las economías de la eurozona y de Reino Unido estaban en recesión porque no podían sostener precios del petróleo tan altos. Esto no es en absoluto sorprendente, ya que todas las grandes recesiones de las economías occidentales desde el final de la Segunda Guerra Mundial han tenido como condición previa altos precios del petróleo. Por lo tanto, existe una relación bastante directa entre los momentos en que el petróleo se encarece excesivamente, lo cual destruye la demanda, y los periodos de recesión. El hecho de que la crisis financiera se produjera de la forma que vimos en septiembre de 2008 evitó que entendiéramos la relación entre las crisis energética y económica, no porque la crisis financiera no fuera importante, sino porque la gente no vio que había otra crisis en marcha.

En segundo lugar, al analizar por qué los precios del petróleo alcanzaron el nivel de 2008, vemos que el año 2005 fue muy importante, ya que fue el momento en que la producción de petróleo se estancó. Hay muchas razones que explican este estancamiento, desde las secuelas de la Guerra de Iraq, pasando por el malestar interno en Venezuela y Nigeria, hasta el hecho de que el régimen iraní estaba sometido a sanciones. En definitiva, parece que solo Rusia estaba en condiciones de aumentar de manera significativa su producción en un momento en que la demanda asiática en general, y la china en particular, crecía considerablemente. Así que llegamos a un punto en el que la demanda de petróleo sufrió el impacto chino, pero con una producción insuficiente. Como era de esperarse, esto hizo subir rápidamente los precios. En cierto modo, el punto de unión directo entre estas dos situaciones se produjo cuando el precio del petróleo subió significativamente en 2004, tanto que incluso la Reserva Federal y otros bancos centrales se preocuparon. La Reserva Federal comenzó a subir las tasas de interés en 2004, lo que tuvo consecuencias en el mercado inmobiliario estadounidense, y después en los mercados de títulos hipotecarios y, en última instancia, en los mercados de crédito bancario, donde se utilizaban esos títulos como garantía. Así, en cierta medida, la historia del mercado del petróleo y la crisis financiera tienen causas interconectadas.

Igualmente, los responsables de los bancos centrales empezaban a preocuparse en 2005 por la posibilidad de que las economías occidentales entraran en un periodo de estanflación como el de la década de 1970. Los niveles de inflación no fueron tan elevados debido a los efectos de la integración de China en la economía mundial, entre ellos la caída de los precios en ciertos sectores manufactureros, que actuó como fuerza antiinflacionaria. Sin embargo, creo que en 2005 y en los años siguientes se tomó conciencia de que se estaba produciendo un shock energético. Solo después de 2008, con el boom del esquisto, se consiguió una nueva fuente de suministro considerable. Incluso entonces, entre 2011 y 2014, en los primeros años del boom del esquisto, los precios se mantuvieron muy altos, y fue en ese momento cuando el Banco Central Europeo (bce) reaccionó a lo que consideraba una presión inflacionaria subiendo las tasas de interés para la eurozona dos veces en 2011. Esto tuvo un impacto bastante significativo en varias economías de la región, que entraron en recesión. El alcance de esta recesión varió de un país a otro, pero está claro que las perspectivas macroeconómicas y la situación del petróleo típica de la época interactuaron de forma perjudicial.

El posicionamiento geoeconómico general de China parece haberse visto fuertemente afectado por este contexto. ¿Cómo ha influido en la relación económica sino-estadounidense y en su evolución en las últimas décadas?

Una de las principales lecciones que ha aprendido China de todo lo ocurrido en 2008, incluida la pérdida de confianza en el Banco Central chino al comprar deuda de las dos grandes empresas hipotecarias estadounidenses Fannie Mae y Freddie Mac, es que tiene un problema de dólares. En respuesta a ese problema, el gobierno ha intentado convertir la moneda china, el renminbi, en una moneda internacional. Una de las motivaciones a mediano y largo plazo era avanzar hacia un mundo en el que China ya no necesitara comprar petróleo ni gas en dólares, ni siquiera a Rusia, sino en su propia moneda. Yo diría que China consiguió hasta cierto punto internacionalizar el renminbi durante un tiempo, hasta que se vio obligada a endurecer los controles de capital en la crisis financiera de 2015-2016. La idea de que los extranjeros utilicen el renminbi como moneda, y que después se enteren de que el gobierno chino puede impedirles convertirlo en moneda extranjera, ha limitado considerablemente la viabilidad de esa estrategia.

Así que los intentos de China de escapar de la dolarización no han sido muy eficaces. De hecho, yo diría que la mayor integración de los bancos y las grandes empresas chinas en los mercados de crédito en dólares tras el crack hizo que China fuera más vulnerable que antes frente a eeuu en términos monetarios y financieros. A mediados de la década de 2000, eeuu era potencialmente más vulnerable frente a China en términos monetarios que a la inversa, ya que las tasas de interés estadounidenses habrían subido si los chinos hubieran dejado de comprar deuda estadounidense. Pero después de 2008, los estadounidenses dejaron de necesitar a los chinos como acreedores estructurales, ya que la Reserva Federal pudo satisfacer las necesidades de endeudamiento del gobierno mediante la flexibilización cuantitativa. China no dejó de ser acreedora de eeuu, pero los programas de expansión cuantitativa alteraron la situación. Al mismo tiempo, las decisiones de la Junta de la Reserva Federal tuvieron un impacto en la economía china mayor que antes de 2008, como lo demuestra la crisis financiera china de 2015-2016.

Si bien es llamativo que la primera respuesta económica de China tras el crack de 2008 fuera por el lado financiero, tratando de escapar de la trampa del dólar, el enfoque chino a partir de 2015 se centró más en su transformación en una superpotencia manufacturera de alta tecnología, con ambiciones de dominar en el terreno de la energía verde, los vehículos eléctricos, etc. No estoy segura de cómo se desarrolla esto en la mente de Xi Jinping, pero China pasó de la necesidad de reducir su dependencia financiera a la voluntad de dominar la fabricación y las cadenas de suministro que la rodean.

Parte del cambio chino está anclado en su deseo de reducir la vulnerabilidad del país frente a los mercados estadounidenses después de 2008, lo que también significa que China tiene que depender un poco más del mercado europeo y de la inversión en la ue, como ya hemos comentado. Creo que es revelador que China haya frenado la inversión en Europa en 2016 porque no podía escapar del problema de la dependencia del dólar. Este es un parámetro clave para entender las dificultades del país. En este sentido, la economía mundial en la década de 2010 está moldeada por la fuerza china, por supuesto, pero también por sus debilidades, que son principalmente financieras y monetarias.

Teniendo en cuenta el contexto actual y todos los elementos comentados en esta entrevista, ¿cuáles son los puntos álgidos a los que prestaría especial atención en los próximos meses y años?

Creo que muchas de las cuestiones que acabamos de debatir se están cristalizando hoy en Ucrania, sobre todo porque está claro que esta guerra tiene consecuencias energéticas y económicas muy graves. Esto se refleja no solo en el aumento de los precios de la energía, sino también en el de los alimentos. En este sentido, los dos lugares que podrían verse especialmente desestabilizados en las próximas semanas son Iraq y Líbano. La inestabilidad de esos países ya era evidente en 2019, y dado que los altos precios del petróleo y de los alimentos fueron el motor económico de la Primavera Árabe en 2011, creo que podemos esperar turbulencias importantes en ambos países en los próximos meses.

En cuanto a los próximos años, estaré muy atenta a lo que ocurra en Turquía y el Mediterráneo oriental en materia de gas, porque el Mediterráneo oriental se está convirtiendo en una fuente importante y evidente de suministro de gas para los países europeos, a medida que la producción despega allí. Esto plantea cuestiones complejas, ya que Turquía queda al margen de ese desarrollo del gas, y el revisionismo territorial que proyecta Recep Tayyip Erdoğan en sus discursos, por ejemplo hacia Chipre o Grecia, es muy preocupante. Erdoğan da la impresión, al menos retóricamente, de ser tan propenso a cuestionar los acuerdos territoriales europeos surgidos tras la Primera Guerra Mundial como Putin a cuestionar los acuerdos surgidos tras la disolución de la urss al final de la Guerra Fría. Puede que Turquía no tenga el poder militar de Rusia, y su pertenencia a la otan impone obviamente límites, pero las dificultades energéticas turcas tendrán importantes consecuencias. En particular, es probable que esas consecuencias ejerzan presión sobre la relación franco-alemana.

Nota: la versión original de esta entrevista se publicó en El Grand Continent, revista europea de debate estratégico, político e intelectual. Traducción: Ana Inés Fernández. 

  • 1.

    Esta crisis produjo racionamiento de combustible en Europa. La presión combinada, por diferentes razones, de EEUU y la URSS forzó el retiro de las tropas anglofrancesas e israelíes del Sinaí [n. del e.].

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 306, Julio - Agosto 2023, ISSN: 0251-3552


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