Las responsabilidades de Brasil frente al desafío del cambio climático

2015
Perspectiva | Las responsabilidades de Brasil frente al desafío del cambio climático | 2015

Un enfrentamiento impostergable

Los desafíos involucrados en la tarea global de enfrentar el cambio climático son prioritarios e implican revisiones profundas en los principios que orientan los modos desarrollados por la sociedad occidental de relacionarse con el medio de que depende. La globalización de estas relaciones bajo las dinámicas capitalistas ha repercutido en la reducción de los recursos naturales y en el deterioro de las funciones ecosistémicas a escala planetaria. Al mismo tiempo, un fuerte incremento en los últimos años en la cantidad y en la calidad de datos y constataciones científicas sobre los efectos de las actividades humanas en el clima y en la biodiversidad, así como la multiplicación de soluciones técnicas, contrasta con la procrastinación de los países miembros de la Convención de las Partes en la búsqueda de resoluciones efectivas. El ensanchamiento de esta grieta parece haberse vuelto insostenible desde el punto de vista político y tal vez haya llegado, finalmente y con gran atraso, el momento en que los líderes mundiales asuman sus responsabilidades frente a este desafío.

Las recientes constataciones sobre los cambios climáticos indican que llegamos a una divisoria de aguas. O adaptamos las actividades humanas a un marco en el cual los riesgos son parcialmente previsibles y mitigables, o nos deslizamos hacia una ruta en que los cambios serán exponenciales e irreversibles y los riesgos, imprevisibles.

Los procesos naturales de los cuales nos distanciamos a lo largo de la reciente y acelerada urbanización en todos los continentes y de los que tenemos la ilusión de estar protegidos por la tecnología, golpean a la puerta sin ceremonia. Se multiplican los récords de temperatura y los eventos extremos de precipitaciones y sequías, mientras que la biodiversidad se deteriora de forma acelerada. Estamos abusando del planeta tanto en el volumen de recursos como en la ruptura de funciones ecosistémicas. No hay un segundo planeta al que recurrir en las próximas décadas.1

La pérdida de la biodiversidad conservada por los bosques, al reducir la base genética en el mundo, extingue de antemano el porvenir de nuevos conocimientos y usos de especies nativas, extermina parcialmente las posibilidades de adaptación de los cultivos a diferentes ambientes, aún más teniendo en cuenta los escenarios proyectados —suelos cada vez más pobres y degradados y condiciones climáticas extremas y alteradas— y nos priva de los beneficios de las funciones ecosistémicas. Los probables impactos en términos de aumento de la inseguridad alimenticia en el mundo y la perspectiva creciente de escasez de recursos naturales puede estimular, si se mantiene el modus operandi de los jugadores globales productores de commodities, la corrida por la extracción rápida de riqueza de la tierra. Las consecuencias de este proceso son el debilitamiento de los balances institucionales capaces de frenar la dinámica del lucro rápido y el aumento del deterioro de biomas naturales, suelos y recursos hídricos.

Frente al riesgo —cada vez más aceptado en la comunidad científica y del que estamos muy próximos, por las condiciones físicas y político-económicas— de fracasar en no permitir un aumento mayor de los 2º Celsius en la superficie del planeta, las expectativas se concentran en los resultados de la COP 21 en París, focalizándose en objetivos más modestos y menos promisorios de evitar cambios climáticos en cadena, irreversibles, y con efectos de proporciones imprevisibles.

En este contexto, ¿cuál debe ser la posición de Brasil? Por su megasociobiodiversidad, por el desempeño nacional en los Objetivos del Milenio en los últimos 15 años, por su protagonismo en la elaboración de los Objetivos de Desarrollo Sustentable a partir de Rio + 20, y por su actitud osada y responsable en la construcción de un nuevo balance de fuerzas en el marco internacional, el país está en condiciones de liderar la lucha contra el calentamiento global.

De las riquezas brasileñas

La importancia de Brasil en términos de volumen y diversidad de riquezas naturales es ampliamente reconocida. Sus riquezas, en muchos casos únicas, no se agotan en las especies componentes, pues los conjuntos son mucho más que la suma de las partes: paisajes, funciones ecosistémicas y diversidad cultural.

Las poblaciones tradicionales que, por siglos, vivieron en los márgenes de la sociedad del capitalismo salvaje son, en buena medida, las responsables de que el Brasil cuente hoy con esta megabiodiversidad. Estas poblaciones —indígenas, quilombolas,2 ribereños, entre otros— resistieron en sus territorios, dependiendo de su modo particular de producir y de los recursos naturales de su entorno. Dichas poblaciones mantuvieron una baja densidad de relaciones de intercambio cooperativo con la sociedad que las rodeaba. Más frecuentes que deseables, sin embargo, fueron los conflictos, muchas veces violentos, con esta sociedad. En las luchas por la preservación de sus territorios, impidiendo el avance del modo de producción capitalista, estas poblaciones garantizaron la conservación de hábitats y biomas a través de prácticas de manejo sedimentadas al costo de largas observaciones, de una mirada y de una escucha atenta a los procesos naturales que nosotros olvidamos. Desarrollaron y preservaron conocimientos sobre especies y sus dinámicas de interacción con el hábitat, muchas veces útiles a la alimentación y salud humanas, así como respecto de innumerables funciones ecosistémicas. Todo este conocimiento no necesariamente coincide ni se sobrepone, ni es inferior al conocimiento científico. Sin embargo, es posible afirmar que estas poblaciones están adelantadas a la ciencia convencional cuando se trata de la verificación empírica, y muy avanzadas a los sistemas productivos convencionales de la sociedad que las rodea cuando se trata de manejos sustentables.

Es por ello que mantener los compromisos de soberanía y derechos que el país asumió, bajo la forma de la ley en nuestra joven Constitución Federal de 1988, frente a los pueblos originarios y las comunidades tradicionales reviste una importancia estratégica. Desde entonces hemos avanzado en la conquista de derechos para estos pueblos y para la población en general. El conjunto de políticas públicas implementado durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores, en diversas áreas, con base en el entendimiento de que la justicia social es el punto de partida de un proyecto de desarrollo nacional y de que la pobreza es un fenómeno multidimensional, nos apartó de un pasado reciente marcado por relaciones de “casa grande” y “senzala”.3 Esta es la gran conquista brasileña de los últimos años —un importante giro después de cinco siglos de servidumbre—, en concordancia con la postura más altiva del país en el escenario internacional adoptada por los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff.

Acerca de los desafíos por delante

Entre otros avances, cabe destacar el papel que la sociedad civil organizada viene desempeñando en diversas áreas, de forma cada vez más integrada con las políticas públicas, y que fue fundamental, por ejemplo, para el alcance de los Objetivos del Milenio en Brasil. De esta participación social, cada vez más calificada y fortalecida, esperamos también contribuciones fundamentales para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sustentable, agenda umbilicalmente conectada con la cuestión del clima. Los embates conservadores que el país vive actualmente ponen en riesgo tanto la conquista de derechos como este florecimiento de la sociedad civil por lo que el desafío de mantener las conquistas, al tiempo que avanzamos, será primordial.

Sin embargo, a lo largo de los últimos años continuamos tímidos en relación con los conflictos ambientales de grandes proporciones, como la degradación de los suelos, el compromiso de los recursos hídricos y la contaminación del ambiente. Los gravámenes se sienten con más intensidad por las poblaciones desfavorecidas y socialmente invisibles. Estamos en déficit, por lo tanto, en la promoción de la justicia ambiental en el país y esta deuda sólo puede ser solucionada a través de una estrategia que contemple, simultáneamente, las metas de reducción de emisiones, teniendo en cuenta los acuerdos de la COP 21.

Las desigualdades abismales entre individuos, regiones y países están en el centro del proceso de degradación y desequilibrios ambientales en el planeta y, por lo tanto, enfrentarlas es condición sine qua non para la agenda de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Y viceversa. Los cambios climáticos, por sus múltiples efectos, pueden lanzar de vuelta a la pobreza y a la precariedad a centenas de millones de personas en todo el mundo.

El principio de las responsabilidades compartidas pero diferenciadas debe valer en el ámbito mundial —considerando que buena parte de la opulencia en los países centrales fue erigida a costa de la explotación de los países periféricos por lo que nada es más justo que los primeros paguen una cuenta más alta4— y dentro de cada país. El acceso al mundo del consumo para 40 millones de brasileños, inaugurado por las políticas sociales de los gobiernos del PT, fue una conquista inicial de la lucha por la igualdad. Tenemos todavía un largo camino por delante, prestando especial atención a la calidad de vida de todas las clases sociales.

En este camino necesitamos crear instrumentos para que los más ricos paguen una parte mayor de la cuenta que el Estado brasileño va a asumir para transitar rumbo hacia una economía verde, y para garantizar un tratamiento diferenciado a los segmentos económicos y empresas conforme los impactos ambientales que resulten de sus actividades.

Para seguir en el rumbo deseado, necesitamos mejorar e implementar mecanismos transversales de incentivo a actividades de la economía de bajo carbono, aprovechando mejor la biodiversidad y diseminando prácticas más sustentables en todas las actividades económicas. Es crucial que nos apartemos de la dependencia de commodities —intensivas en recursos naturales— y que dirijamos la economía como un todo para la mayor intensidad de conocimiento y tecnología. Sin eso, no haremos más que reducciones marginales de emisiones de GEI. En este sentido, políticas más robustas de desarrollo tecnológico, que permitan elevar la competitividad en actividades económicas consolidadas o fomentar nuevos mercados, son estratégicamente indispensables.

Al mismo tiempo en que esta agenda transversal se impone, tenemos deberes de casa igualmente estratégicos para reducir la extracción local de carbono. Brasil presentó metas de reducción de emisiones del 43% hasta 2030, una de las más ambiciosas hasta ahora. También es significativo que seamos la primera gran economía emergente que adopta una meta absoluta de reducción de emisiones . Mientras tanto, habiendo reducido significativamente las emisiones por deforestación —en función de una caída de más del 80% en las tasas de deforestación a partir de 2004— nos preocupan las dos áreas que provocan, hoy, mayores emisiones en Brasil: la energía y la agricultura. En el caso de la energía, a causa de la participación todavía muy grande de combustibles fósiles en la matriz y del uso creciente de termoeléctricas. En el caso de la agricultura, el metano emitido por el ganado y el uso masivo de fertilizantes nitrogenados son los principales factores que hacen que este sector responda por un tercio de las emisiones brasileñas. En ambas, los volúmenes de GEI continúan creciendo.

A pesar de tener, técnicamente, una matriz energética considerablemente renovable —reservas para la participación especial de la controvertida hidroelectricidad— hay mucho para ganar con el fomento masivo de la energía solar, que está en condiciones de caminar a pasos cada vez más grandes, así como con mayor participación de biocombustibles, particularmente el etanol de segunda generación, para el cual la tecnología nacional está en camino. Las metas presentadas en el INDC brasileño —de ampliar al 23% la participación de fuentes renovables (eólica, solar y biomasa) en la generación de energía eléctrica— son todavía tímidas, y están muy por debajo de lo que Brasil puede ofrecer.

Las metas relacionadas con lo agropecuario son más promisorias, combinando la recuperación de pastajes (15 millones de hectáreas) y las prácticas previstas en el Plan Agricultura de Baja Emisión de Carbono, que incluyen la integración agricultura-ganadería-bosques (5 millones de hectáreas). Para las dimensiones continentales del país, los resultados ya obtenidos en estas líneas de acción son todavía incipientes y es preciso garantizar que los incentivos sean multiplicados, principalmente en términos de financiamiento.

Finalmente, en relación a los bosques, el desarrollo de un programa nacional de reforestación a nivel gubernamental constituye un avance importante e inédito, y representará un aprendizaje para los gestores. Sin embargo, podemos ser más ambiciosos, ampliando el área total prevista para recuperación, garantizando que se implanten especies nativas en sistemas forestales diversificados, en todos los biomas, a través de una planificación integrada por cuencas hidrográficas y trabajando plazos y metas conforme los diferentes niveles de crisis. Además, necesitamos establecer condiciones para que la deforestación cero se haga realidad en el corto plazo.

Conclusión

La próxima década (o década y media) será sólo el comienzo. Aunque seamos optimistas en relación con las metas y acuerdos a firmarse en París, nuestro desafío no radica en alcanzar dichas metas en los próximos diez o quince años, sino en el inicio del proceso de reconstrucción de la economía y nuestras relaciones como el medio del cual dependemos en otras bases, de tal modo que las emisiones de GEI sigan cayendo en las décadas siguientes.

Lo que está en juego —y el momento es éste— es la revisión de los fundamentos de nuestro proyecto de desarrollo. Para países emergentes y megabiodiversos como el Brasil, es tiempo de aprovechar el desmantelamiento de patrones económicos y políticos, y construir las estrategias para potenciar nuestras cartas de triunfo con intensidad de conocimiento, tecnología y participación social. Brasil está en condiciones de enfrentar este desafío, manteniendo la decisión crucial de erradicar la pobreza y la miseria, pues alcanzamos con excelencia los Objetivos del Milenio y podemos liderar también la búsqueda de los Objetivos del Desarrollo Sustentable.

El investigador brasileño Antonio Donato Nobre5 ha alertado que la crisis climática tiene potencial para ser inconmensurablemente más grave que la crisis financiera —lo que justificaría, en sus palabras, un “esfuerzo de guerra” a nivel mundial— pero, sin embargo, no ha merecido la misma prioridad y sentido de urgencia que hizo que en 2008, cuando estalló la burbuja financiera de Wall Street, los gobiernos de todo el mundo decidieran, en quince días, usar miles de millones de dólares de recursos públicos en salvar a los bancos privados para evitar un colapso del sistema financiero.6

Por lo tanto, el persistente problema de fondo es la incongruencia entre la gravedad y el ritmo de erupción de los riesgos ambientales y la baja disposición de los países, principalmente los más contaminadores, para crear mecanismos legalmente vinculantes (que confieren internamente a los países obligatoriedad legal para las metas) y la ausencia de mecanismos de enforcement internacionales.

Traducción: Claudia Solans

  • 1.

    Conforme al informe “Planeta vivo” (WWF, 2014) se estima que, al ritmo en que la humanidad está usando los recursos, en 2050 dos planetas no serán suficientes para soportar las actividades humanas.

  • 2.

    Designación dada a los esclavos negros escapados de los ingenios de azúcar y refugiados en pequeños asentamientos llamados quilombos.

  • 3.

    La expresión hace referencia al título del libro de Gilberto Freyre sobre la formación de la sociedad brasileña. Se denominaba “casa grande” a la residencia de los propietarios de los ingenios azucareros y haciendas brasileñas entre los siglos XVI y XIX. Senzala era el nombre que recibían los grandes alojamientos donde residían los negros esclavos de esos ingenios y haciendas. (N. de la T.)

  • 4.

    Se avanzó en este sentido en la 3ª Conferencia Internacional sobre Financiamiento para el Desarrollo de la ONU, que dio como resultado la Agenda de Acción de Adis Ababa (2015).

  • 5.

    Investigador del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE), Brasil.

  • 6.

    Nobre, Antonio Donato (2014). O futuro climático da Amazônia: relatório de avaliação científica. São José dos Campos, SP. CCST-INPE, INPA.