Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina han sido interpretadas tradicionalmente a partir de diferentes visiones: la de «hemisferio occidental», que convoca a cooperar sobre la base de supuestos valores compartidos; la de la irrelevancia de la región, que alude al aparente desinterés de Washington; y la de la práctica imperialista, en referencia a la voluntad de dominio militar y económico. El artículo argumenta que se trata de simplificaciones groseras de una relación más densa y compleja, caracterizada por la dinámica propia de los vínculos entre una potencia y su zona de influencia. Entenderlo implica comprender que Washington está dispuesto a establecer «esferas de responsabilidad» y cierta división del trabajo en la región, lo cual abre un espacio para una mayor autonomía que, hasta ahora, los países latinoamericanos no han sabido aprovechar.