Antes, el obrero llegaba a la fábrica y encontraba allí sus herramientas. Hoy, según las nuevas doctrinas de la literatura de negocios, el trabajador de la era de la información lleva su capital (su conocimiento y sus destrezas, su capital humano) y lo invierte en la empresa en que trabaja. Este cambio de concepción, que borra la tradicional línea divisoria entre el capital y el trabajo, tiene profundas implicancias: la propagación del concepto de «capital humano» puede ser vista como un signo de «humanización» de las empresas (que pasarían a considerar a cada trabajador como un inversor), pero supone, también, una exigencia constante sobre los individuos y constituye un símbolo de la difusión social de los valores corporativos.