Desde sus inicios, el teatro argentino, en sus expresiones más válidas, responde a un realismo crítico, tomando en consideración su temática, no su forma de contar historias (estructura narrativa). Y sin pretender formular un determinismo estético, esa forma de contar historias está íntimamente ligada a dos líneas que, con intervalos, se van dando en la historia socio política del país: una línea de equilibrio representada por los escasos gobiernos democráticos, y una línea de desequilibrio, de ruptura, producida por los continuos golpes militares que intentan imponer la irrealidad como norma de vida.