En los últimos decenios la humanidad ha vivido ante el peligro de una guerra atómica; este peligro ha sido reemplazado en la actualidad en forma prioritaria por el hecho real, incontrovertible, de la incapacidad de los sistemas de organización de los países subdesarrollados, para proporcionar una alimentación adecuada a su población. Se estima que, de mantener el nivel nutricional presente, será necesario producir en los próximos 36 años la misma cantidad de alimentos que se ha consumido en 12000 años de historia de la humanidad. Es obvio que para aliviar el hambre y la desnutrición se requiere que la producción de los países pobres sea mayor y se requiere también mejorar el poder adquisitivo de los grupos sociales marginados, así como instalar sistemas eficientes de distribución. Como se sabe los efectos negativos de la desnutrición infantil son irreversibles; en una de sus últimas publicaciones el nutriólogo chileno Monckeberg, analiza ampliamente la relación que guarda el subdesarrollo de su país con la nutrición y las consecuencias sociales que esto implica. Es indudable que sus observaciones tienen relevancia latinoamericana; desafortunadamente, por razones de espacio no es posible hacer más comentarios al respecto.