San Salvador, finales de abril de 1992 Geraldina: Muchas veces te dije que San Salvador me parecía una ciudad con pocos rincones donde la poesía pueda hacer su nido. Quizá esta impresión de la ciudad, de sus barrios, de sus calles, tuviera que ver con las escasas construcciones antiguas, a pesar de que ya casi cumple 500 años, que los frecuentes y obstinados terremotos que ponen a bailar el valle en que ella descansa, han permitido permanecer en pie. Pero no, creo que la raíz de esta persistente visión es el invisible silencio que cubría las ruidosas expresiones de sus habitantes, allí donde la represión, el reino de lo prohibido, el terror de lo proscrito, hacían de San Salvador un mundo de expresiones más subterráneas que visibles, más subyacentes que manifiestas, sujetas a la disciplina de largas dictaduras militares.