La impresión sobrecogedora que la honda quebrada de Chuquiabo ejerce sobre el visitante que llega de la pedregosa y monótona meseta y se encuentra ante el filoso borde que la cuenca recorta en la estepa, súbitamente y sin advertencia, no puede expresarse. Ante los ojos, una legua más abajo, se derrama la ciudad reververando en una transparencia e intensidad luminosa únicas: un anfiteatro que confluye, en el sitio donde los 140 ríos, arroyos y torrentes que cruzan la quebrada, rompen el cerco de montañas al pie del Illimani, el eterno resplandeciente.