En todos los países de América Latina las tasas de criminalidad vienen creciendo desde hace más de una década, así como la violencia asociada. Al mismo tiempo, la distinción entre el crimen local y el crimen organizado internacional se ha vuelto difusa o incluso ha llegado a desaparecer. En casos tan dispares como las diminutas islas anglofónas del Caribe, los pequeños países de América Central o las favelas de Río de Janeiro, el poder de fuego de las pandillas criminales es mayor que el de la policía local. En este contexto, muchas veces los gobiernos se sienten obligados a convocar a las Fuerzas Armadas para lidiar con la amenaza.