El 30 de noviembre de 1980, al octavo año de dictadura, la ciudadanía uruguaya sorprendió al mundo. Convocada por el gobierno militar se pronunció en contra de un proyecto de reforma constitucional que aspiraba a fundar una nueva república, a partir de un armazón institucional híbrido aunque no muy original. En contrapartida, resultó aquel un acto refundador de la democracia: el país se reencontraba, sin estridencias pero desde convicciones, con tradiciones cívicas que mucho le habían costado; el gobierno, a su vez y a su modo, no pudo entonces menos que aceptar el veredicto ciudadano, reconocer su derrota y cambiar el rumbo. Allí comenzó la transición democrática. La secuencia transicional, situada entre aquel 1980 y 1984, cuando se celebran las elecciones nacionales que dan el triunfo a José María Sanguinetti, es la bisagra del último cuarto de siglo en el Uruguay, la inflexión en virtud de la cual es posible mirar cómodamente la historia contemporánea del país, hacia atrás y hacia adelante.