Los latinoamericanos llevamos cinco años discutiendo las condiciones propuestas por los países desarrollados para resolver el problema de la deuda externa, condiciones que están basadas en falsos supuestos, y que, en consecuencia, nos conducen a una falsa estrategia. Debemos tomar una nueva dirección, una orientación nueva, partiendo de un punto establecido por nosotros: la deuda externa no es un problema financiero, es un problema político, y como tal debemos tratarlo. Pero ha llegado la hora de que transformemos este planteamiento, en el que todos coincidimos, en acción común. Si actuamos cada país aisladamente, nada obtendremos de los industrializados. Y no se trata de propiciar un enfrentamiento; por el contrario, se trata de unir a aquellos que son responsables de la deuda, sea como acreedores o como deudores. Pero previamente nuestros gobiernos deben concertarse y presentar propuestas compartidas, en que se ligue la situación de la deuda externa con las vicisitudes del comercio internacional, el financiamiento del desarrollo y la transferencia de tecnología. Debemos tratar con negociadores difíciles, como el FMI y el Banco Mundial, que han fijado condiciones asfixiantes a nuestras economías, pero - aunque no quisiéramos - tenemos que movernos en un marco impuesto por las realidades derivadas de la Segunda Guerra Mundial. Sólo la acción común del Tercer Mundo nos acercará a una solución, con vistas a conseguir un trato mas equitativo dentro de un nuevo orden económico internacional.