Opinión
enero 2019

Vox y la extrema derecha de Bolsonaro

El partido de la derecha radical española es más próximo al neoliberalismo de los ultraderechistas latinoamericanos que al discurso obrerista de Salvini o Le Pen.

Vox y la extrema derecha de Bolsonaro

A estas alturas mucha gente sabe ya identificar los atributos esenciales de las extremas derechas en todo el mundo. Repliegue nacional, orden y seguridad, reacción punitiva, militarismo, xenofobia, aporofobia, homofobia y misoginia. Se trata, sin dudas, de una restauración reaccionaria que se adapta, sin embargo, a la idiosincrasia de cada nación resurrecta.

En España, Vox representa una propuesta de corte abiertamente neoliberal y desregulatorio, y ha renunciado tanto a las dosis de aparente proteccionismo económico como a la retórica de las clases trabajadoras que exhiben una buena parte de las derechas en Europa. Vox ha querido acercarse más a los ultras latinoamericanos como Bolsonaro, que a Salvini o a Le Pen.

Vox se alimenta de un círculo de «ricos» en el que se dan encuentro los de rancio abolengo, los grandes herederos de toda la vida, los nuevos ricos surgidos de la cultura del «pelotazo» y el extractivismo, y los ricos aspiracionales de fines de la década de 1980 que han hecho del «nuevorriquismo» una auténtica profesión de fe. Todos ellos reclaman menos impuestos y más recortes sociales, quieren expulsar del mercado laboral a migrantes y mujeres, y se niegan a aceptar cualquier cautela ambiental que ponga límite a su incontenible voracidad. O sea, los ricos de Vox, como los de Bolsonaro, no son solo los grandes propietarios que se benefician de la bonificación del Impuesto de Sucesiones y Donaciones o de la bajada del tramo autonómico del impuesto sobre el patrimonio, los terratenientes que se dedican al cultivo del toro bravo o a la organización de monterías carísimas en sus enormes fincas, sino también los ricos recién llegados que en Almería han hecho dinero rápido con la producción intensiva bajo plástico y las canteras de mármol, y los que, contra todo pronóstico, creen estar en disposición de formar parte de este club tan distinguido. A estos últimos es a los que les debe traer muy buenos recuerdos la liberalización total del suelo, la actividad especulativa y la burbuja inmobiliaria. A diferencia de esa extrema derecha europea de retórica izquierdista que, como en Finlandia, se considera «socialista», Vox ha pergeñado un programa económico que está más en sintonía con las derechas latinoamericanas, subalternas de la política depredadora de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional.

Estas derechas constituyen hoy un grave peligro para la supervivencia de los pobres, los migrantes y las mujeres en cualquier lugar del planeta. En América Latina han expulsado a la mitad de la población del acceso a la salud, la educación, la vivienda, el agua o la luz, y han articulado sofisticadas técnicas de seguridad para controlar a esa población a la intemperie. Como dice Raúl Zibechi, el tipo de Estado que se corresponde con este sistema de acumulación por despojo es el Estado policial, con sus correspondientes «campos de concentración» para los de abajo. Solo hay que ver los entornos de la gran minería, de las megaobras de infraestructura y de los monocultivos. En América Latina, donde este sistema ya funciona, todo convive con barriadas periféricas enteras sin agua potable ni electricidad, pero abarrotadas de hombres armados.

Vox se apunta también a la política disuasoria que incluye la expulsión masiva de inmigrantes y la ilegalización a las ONGs que les presten ayuda. Su objetivo es fortalecer a las fuerzas policiales para que garanticen una inmigración «ordenada», «compatible con nuestra cultura occidental» y vinculada al mercado laboral; un contingente de pobres que sea útil a un crecimiento económico ilimitado y al servicio de las grandes fortunas. La xenofobia es una de las versiones de la aporofobia y se canaliza también a través de herramientas represivas.

Esta reacción militarista y punitivista en favor de los ricos, la hemos visto también en Bolsonaro apoyada, además, por el pentecostalismo y el mismísimo poder judicial. BBB: Bala, Buey y Biblia. Una combinación exitosa de militarización, agronegocio e Iglesia. En Brasil, la Iglesia Universal del Reino de Dios controla 70 emisoras de televisión, más de 50 radios, un banco, varios diarios y tiene 3.500 templos, y su poder mediático ha sido de enorme relevancia en la subpolítica de los memes con la que la extrema derecha ha vehiculado el odio y el resentimiento.

En España, también Vox se ha convertido en el brazo armado de la Iglesia católica. Su política educativa, que vuelve al modelo único (con devastadores efectos discriminatorios), se apoya en los colegios concertados (en su mayoría religiosos) y tiene como fin evitar las injerencias «ideológicas» del poder público. Es decir, la educación en la diversidad sexual y la «ideología de género». Y se entiende, por supuesto, que, entre tales injerencias, se cuenta también el intento de acabar con la educación segregada en manos del Opus Dei. Estas derechas coinciden también con sus respectivos líderes religiosos en la lucha contra las mujeres. Abascal y Bolsonaro canalizan la catarsis del hooliganismo machirulo; alimentan el imaginario de un macho alfa proveedor-cazador que preside con mano dura tanto la vida familiar como las instituciones estatales, y quieren aislar a las mujeres en el exclusivo rol de madre y esposa.

Finalmente, en España como en Brasil, la extrema derecha es claramente antimemorialista y negacionista. Vox quiere convencernos de que Franco no existió, de que no hubo golpe de Estado ni dictadura militar, de que no hay víctimas del franquismo, ni fosas, ni nada que recordar que no hayamos recordado ya. Bolsonaro reivindicó también la dictadura en el impeachment contra Dilma Rousseff y celebró la tortura a sus víctimas. La dictadura brasileña, de hecho, cumple todavía, para muchos, un evidente papel positivo como referente económico y fuente de autoestima nacional. Porque en Brasil, como en España, no ha habido purgas administrativas, sino que se ha dado una descarada continuidad institucional entre la dictadura y la democracia. Por eso, no es extraño que en ambos países se haya arbitrado una persecución ideológica desde las instituciones ligada a la defensa de la unidad nacional y protagonizada, muy especialmente, por esa parte del poder judicial que nunca llegó a trabajar en una lógica democrática.

El uso que Bolsonaro ha hecho de los jueces en Brasil y el que también las derechas han empezado a hacer en España, se ha traducido en continuos montajes judiciales y guerras jurídicas contra cualquier adversario. Las acusaciones falsas o manipuladas, persecución policial, servilismo de la fiscalía, abuso de la prisión preventiva (que ya no es una medida cautelar sino un cumplimiento extralegal de la pena), supresión de los derechos de las personas presas según los delitos, incremento desmesurado de las sanciones, son una marca de la época. Todo ello unido a un espectáculo mediático que busca destruir la imagen pública y debilitar el apoyo popular de políticos, periodistas, profesores universitarios o raperos.

En fin, no cabe duda de que la cercanía de Vox a la extrema derecha latinoamericana augura para nosotros un panorama mucho más desolador del que puede predecirse para los países que en Europa ya conocen formaciones parecidas.


Este artículo es producto de la colaboración entre Nueva Sociedad y CTXT. Puede leer el contenido original aquí



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