Opinión
enero 2018

Un liberalismo fuera de lugar

El fracaso de la cumbre de la OMC en Buenos Aires

Lo que logró esta Conferencia Ministerial fue poner de manifiesto la gran crisis que enfrenta el multilateralismo y la imperiosa necesidad de cambio, aunque los nuevos liberales, que llegaron tarde a este debate, estén tratando de ignorarla.

<p>Un liberalismo fuera de lugar</p>  El fracaso de la cumbre de la OMC en Buenos Aires

Entre el 10 y el 13 de diciembre se llevó a cabo en Buenos Aires la XI Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Esta reunión de los máximos representantes de los países miembros (ministros de Relaciones Exteriores), que buscaba profundizar la gobernanza global que ejerce este organismo desde su creación en 1995, se realizó en un contexto mundial inédito para la organización.

No es que la controversia y el conflicto hayan sido temas ajenos al funcionamiento y los intentos de profundización del bloque. Sin embargo, en los últimos años se vino dando una reconfiguración adversa en el panorama mundial, no solo para el sistema multilateral de comercio, sino también para la gobernanza global en su conjunto. Además de lidiar con el conflicto interno dentro del bloque, la OMC se enfrenta ahora a un cuestionamiento mundial a la globalización y por consiguiente al multilateralismo, que es visto como su garante. Si bien estas voces existieron desde hace varias décadas en el Sur, lo novedoso es que se comenzaron a escuchar también en el Norte y están cobrando cada vez más fuerza.

Olas de globalización

Si bien, desde la academia ya se hablaba sobre globalización desde la década de 1980, el impacto del término en la sociedad y la política es más reciente. Por otro lado, si bien nos encontramos en un mundo más interconectado que nunca, actualmente vemos señales de un claro retroceso en este proceso que para unos es visto como su muerte, mientras que para otros, en una visión que compartimos en este artículo, se trata de un nuevo ciclo.

Siguiendo la escuela de historiadores económicos como Jeffrey Williamson, entendemos que el proceso de globalización contemporáneo comenzó a mediados del siglo XIX, y hasta el día de hoy se dieron tres olas, existiendo entre ellas etapas de retroceso, también llamadas de desglobalización. La primera ola se produjo entre 1870 y 1914. Su inicio se debió a la disminución en los costos de transporte –gracias a la tecnología–, pero también a la gran rebaja de barreras a los intercambios comerciales aplicada en un principio por Reino Unido y seguida por los demás países europeos. A pesar de que se observa un aumento en los flujos internacionales de capital y migración, la mayor parte de esta interconexión fue el aumento en los flujos de comercio de bienes.

El fin de esta etapa y el inicio de la primera ola de desglobalización se vinculó con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Terminada la contienda, varios países europeos y Estados Unidos erigieron nuevamente barreras al comercio para frenar los intercambios internacionales y promover las industrias nacionales. Esta situación fue agravada por la gran crisis financiera de 1929 y, como resulta evidente, continuó durante la Segunda Guerra Mundial.

Finalizada la Segunda Guerra, los países vencedores tuvieron varias reuniones en las que discutieron cómo iba a ser el nuevo orden mundial, con el objetivo principal de garantizar la paz. Además de la creación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –inédito para la gobernanza global–, la decisión más importante que tomaron fue crear un sistema económico internacional que tendiera a preservar la estabilidad económica y promover el desarrollo de los países, aportando así al objetivo de mantenimiento de la paz. Este sistema económico, creado a partir de las negociaciones de Bretton Woods, dio inicio a la gobernanza económica global actual y por ende moldeó la globalización en la que vivimos. Esta es la llamada segunda ola de globalización y que, a partir de la década de 1980, se convertiría en la tercera ola. La diferencia es que la segunda ola estuvo basada en el aumento exponencial de los flujos de comercio exterior, producto de la disminución de las barreras, mientras que la tercera surgió del aumento exponencial de los flujos internacionales de capital, basado en la liberalización y desregulación de capitales y sistemas financieros.

No hay que olvidar que fueron principalmente los economistas del Reino Unidos y Estados Unidos quienes diseñaron este esquema básicamente liberal y que el bloque soviético nunca llegó a ratificarlo en los acuerdos. Al final, lo que hizo este sistema económico fue institucionalizar el capitalismo a escala global. Hasta los años setentas, los países de Occidente aplicaron medidas económicas keynesianas. Posteriormente, con las varias crisis que sufrieron los países, un nuevo paradigma entró en la escena política: el neoliberalismo. Ya en los años 90, este modelo se volvió el mainstream de la política económica, junto a la implosión de la URSS, el «fin de la historia» y el Consenso de Washington.

Crisis de la globalización liberal

El orden internacional descrito, con el constante aumento de la tecnología (principalmente en comunicaciones y transporte) ha resultado en un proceso de globalización muy específico. Se habla de la «globalización liberal», concepto que hace referencia a la gran interconexión e interdependencia entre países, pero con una gobernanza global que privilegia al capital por encima del ser humano y la naturaleza. Esta gobernanza ha buscado ante todo la liberalización de los flujos económicos transfronterizos y la desregulación de las economías, pero, como señaló David Harvey, tuvo especial cuidado en aumentar la protección a los derechos de propiedad.

Si bien durante las épocas del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) la liberalización se fue tornando cada vez más conflictiva debido al dominio del paradigma neoliberal, durante los años 90 fue mucho más sencillo para EEUU y Europa avanzar en su agenda a escala mundial. No solo se introdujeron normas para el comercio, sino que, en un claro abuso de poder, los países más industrializados lograron incluir en la agenda temas que son una clara muestra de injerencia en la organización interna y que van más allá de la jurisdicción de la OMC. Además de la propiedad intelectual, progresivamente se fueron introduciendo los llamados nuevos temas y que seguían esta misma línea.

La Conferencia Ministerial de 1999, en Seattle, lo cambió todo. El hecho de que no se pudiera realizar debido a la resistencia de la sociedad civil, mostró a los gobiernos del mundo que la ciudadanía no estaba de acuerdo con el rumbo que se estaba dando a la globalización. Es así que, en 2001, en la Conferencia Ministerial llevada a cabo en Qatar, se lanza la Ronda de Negociaciones de Doha, también llamada la ronda del desarrollo porque nacía a partir de la supuesta voluntad de todos los países de cambiar las normas del bloque para, en lugar de buscar una liberalización y desregulación ciega, bregar por la promoción del desarrollo de los países. No obstante, la realidad fue muy distinta. Poco tardaron los países en desarrollo en darse cuenta de que los países desarrollados habían llevado una agenda que era más cercana a los beneficios de empresas transnacionales que a las promesas de reducir las desigualdades entre las naciones. Incluso teóricos del libre comercio como Jagdish Bhagwati afirmaban que los temas en la agenda ya nada tenían que ver con el libre comercio y que los países desarrollados estaban destruyendo la gobernanza económica global al querer introducir las exigencias de sus propias empresas.

Las siguientes Conferencias Ministeriales de la OMC solo corroboraron esta situación. La Ronda de Doha continuaba estancada y los países desarrollados proponían nuevos temas sin estar dispuestos en ceder en temas neurálgicos para los países en desarrollo, como por ejemplo la eliminación de los subsidios a la agricultura.

Con el paso de unos pocos años esta situación solo se agravó. Las distintas crisis económicas (Tailandia, México o Brasil por citar unas pocas) levantaron más críticas y cuestionamientos a la efectividad del modelo y esto logró trascender la arena comercial. Las políticas de ajuste estructural y la consiguiente liberalización tuvieron costos muy elevados y el crecimiento económico prometido en muchos casos nunca llegó. En esta coyuntura llega la gran crisis financiera de 2008 que sacudió al capitalismo desde sus cimientos. Ya no se trataba de países en desarrollo. Ya no se trataba de movimientos sociales rebeldes. Ya no se trataba de fuga de divisas de países del sur. «La revelación más extraordinaria y aleccionadora de la crisis fue que el sistema financiero del mundo moderno podría dejar de funcionar», escribió Alexander Nicoll Y esto no es algo menor, sino que contradecía la raíz del paradigma aplicado sobre la perfección de los mercados. En adición, como dice el economista Dani Rodrik, la gran importancia de esta crisis es que hizo que la opinión pública mundial experimente una reacción de aversión en contra de esta globalización a la que identificó como la gran culpable.

Debilitamiento del multilateralismo

En este escenario descrito, ¿dónde queda el multilateralismo y la gobernanza global? Para responder esta pregunta, lo importante es entender que esta aversión mundial a la globalización se traslada directamente a un aumento en el descontento con el multilateralismo y la gobernanza global existente, debido a que son vistos como sus promotores y sus garantes. Es decir, el proceso de globalización actual no siguió un piloto automático, sino que es el resultado de políticas específicas diseñadas por los Estados y que llegaron a constituirse en parte de esta gobernanza global que tenemos desde 1947.

A pesar de que la crisis del multilateralismo actual tiene varios factores que la explican, la crisis de la globalización liberal es la que está agudizando el desmantelamiento progresivo del orden mundial existente. Y en esto hay que ser claros: esta es una crisis de legitimidad del liberalismo. Si bien en la academia continúa el debate sobre los beneficios del libre comercio, el problema fue que la gobernanza global lo tomó como un dogma. Se entendía, tanto en el Sur como en el Norte, que la liberalización de los flujos económicos iba a traer una reacomodación de la base productiva de los países y que esto iba a tener, indefectiblemente, un efecto en la redistribución del ingreso y la riqueza. Sin embargo, se seguían estas políticas porque los organismos multilaterales aseguraban que el resultado iba a ser un mayor bienestar para todas las naciones del mundo.

Pero hoy es cada vez más común escuchar sobre la gran riqueza «del 1%» y el poder de las empresas transnacionales, ya no solo en ONG del Sur sino también en el Norte, tanto en la academia como entre la clase política. Así, aunque en el Sur existían voces contrarias desde hace décadas, evidenciamos que esta doble crisis descrita se ha profundizado en estos últimos años debido al impulso que ha cobrado el movimiento antiglobalización en los países desarrollados. Por paradójico que parezca, en el Norte son los partidos de derecha los que están promoviendo una mayor intervención estatal, incluyendo el cierre de fronteras tanto para flujos comerciales como de personas, mientras que los partidos de izquierda quedan ubicados como los promotores del mantenimiento del orden mundial vigente desde 1945 que, irónicamente, ha ido estableciendo reglas que privilegian a las empresas por encima de los individuos, al capital por encima del trabajador. Y el clivaje nacionalistas/cosmopolistas parece reemplazar en gran medida el de izquierda/derecha.

En cambio, dado que actualmente en los países desarrollados es la izquierda la principal defensora del mantenimiento del orden mundial, indefectiblemente se ha ido convirtiendo en la principal defensora de la globalización liberal. En un artículo con un título por demás sugerente –«¿Se ha vendido la izquierda?»– Christian Krell nos da unas pautas sobre esta contradicción. «En la década de 1990, la centroizquierda tomó la decisión consciente de aprovechar las oportunidades que ofrecía la nueva economía de la tercera vía. La lógica detrás de este cambio fue doble: en primer lugar, los socialdemócratas se dieron cuenta de que las fuerzas de la globalización y el capitalismo internacional eran imparables. En lugar de rechazar estas fuerzas, la izquierda tendría que adaptarse a ellas. En segundo lugar, se esperaba que el mercado libre impulsara la producción en la medida en que la prosperidad social y el empleo sean un hecho».

Solo en base a lo anterior entendemos los últimos acontecimientos en el Norte. Trump ha declarado que su credo es el americanismo y no el globalismo, y culpó a la globalización y a la inmigración del declive de la clase trabajadora estadounidense. En el otro lado del Atlántico, Gran Bretaña votó abandonar la Unión Europea y la recuperación de su soberanía para limitar el número de inmigrantes permitidos. En varios países europeos surgió una suerte de «nacional-liberalismo» promovido por fuerzas de extrema derecha.

XI Conferencia Ministerial de la OMC

Este es el contexto en el cual se realizó la XI Conferencia Ministerial de la OMC, en Buenos Aires, en diciembre de 2017. La gama de sectores críticos del proceso globalizador es muy variada, y va desde los militantes más globalifóbicos cuyo objetivo central es atacar la globalización como tal, hasta aquellos que creen en otro tipo de globalización. Estos sectores consideran que es necesario democratizar la globalización y darle gobernanza más allá de las políticas de los Estados nacionales.

Entonces, entendiendo que la globalización liberal está enfrentando un nivel de resistencia y descrédito nunca antes experimentado, el gran problema que existe en los organismos multilaterales es que no están encontrando la forma de adaptarse. Y esto explica gran parte del fracaso de la XI Conferencia Ministerial, que no llegó a aprobar ningún acuerdo. En lugar de buscar verdaderos cambios en la estructura, funcionamiento y paradigma de la OMC, los temas que se tenían en agenda buscaban profundizar el liberalismo y lo que es peor, en algunos casos se siguen descaradamente la agenda de las empresas transnacionales. Mientras varios países en desarrollo siguen esperando concluir la Ronda de Doha, el gran tema de la OMC para esta reunión fue el comercio electrónico (e-commerce), cuya agenda sigue la línea de la propiedad intelectual o la protección de inversiones: otorgar amplios derechos a las empresas y avanzar en el consiguiente retroceso del Estado. En otras palabras: más liberalización y desregulación.

Así, paradójicamente, el presidente Mauricio Macri, en su intento de mostrar a Argentina como un país con gran apertura al capital, organizó la máxima reunión de los miembros de la OMC en un tiempo en que son más los detractores que los promotores del liberalismo global. Mientras su gobierno buscaba desesperadamente tener un acuerdo firmado en esta conferencia, ya en noviembre la delegación estadounidense había bloqueado los intentos de lograr un borrador antes de la cita, siguiendo el discurso de Donald Trump, de que su país no recibe un trato justo por parte de la OMC.

Lo que sí logró esta Conferencia Ministerial fue poner de manifiesto la gran crisis que enfrenta el multilateralismo y la imperiosa necesidad de cambio, aunque los nuevos liberales, que llegaron tarde a este debate, estén tratando de ignorarla.



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