Tema central
NUSO Nº 298 / Marzo - Abril 2022

Tres imaginarios del sorteo en la política ¿Democracia deliberativa, antipolítica o radical?

El sorteo como forma de selección política ha vuelto a la escena promovido por diferentes imaginarios. En el contexto de la crisis de los partidos políticos y las formas tradicionales de representación, el sorteo y los minipúblicos aparecen en muchos países del Norte global como formas alternativas de garantizar la presencia de las personas comunes frente al poder de las elites. Al menos, eso se cree desde posiciones favorables a la democracia deliberativa, la democracia antipolítica y la democracia radical.

Tres imaginarios del sorteo en la política  ¿Democracia deliberativa, antipolítica o radical?

Introducción

En Francia, la Convención Ciudadana por el Clima (ccc), que tuvo lugar entre 2019 y 2020, marcó un importante punto de inflexión respecto a las asambleas ciudadanas y otros «minipúblicos» seleccionados aleatoriamente. Aunque el sorteo fue por mucho tiempo un rasgo tanto de la historia republicana como de la democrática, parecía que los actores políticos contemporáneos habían olvidado por completo los potenciales usos de este mecanismo1. Sin embargo, las exitosas deliberaciones realizadas bajo la égida de la ccc –pese a los trastornos causados por la pandemia de covid-19– convencieron a muchos actores y observadores de que la selección por sorteo es quizás un recurso para hacer frente a la crisis de representación política. Si bien las propuestas efectuadas por la ccc fueron en gran medida desacreditadas por el Poder Ejecutivo y el Legislativo, ello no ocurrió sin fuertes discusiones.

Este cambio refleja una tendencia transnacional, al menos en el Norte global. Desde 2020, se han celebrado en Europa decenas de asambleas ciudadanas sobre el cambio climático, en los niveles local, regional y nacional. A lo largo de la última década, se han organizado cientos, posiblemente miles de minipúblicos para tratar una amplia variedad de temas espinosos. En 2021-2022, la Unión Europea convocó una Conferencia sobre el Futuro de Europa que incluye a diputados nacionales, diputados europeos y paneles de ciudadanos seleccionados al azar. 

En América Latina, se han celebrado debates sobre esta posible innovación democrática, pero sin que hayan dado lugar a experimentos significativos. Por ejemplo, en México se ha utilizado la selección aleatoria para elegir candidatos electorales del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), la agrupación del presidente Andrés Manuel López Obrador, a partir de una lista corta elaborada por los miembros de ese partido, lo que ha contribuido a la promoción de personas de la clase trabajadora a puestos electivos y al éxito electoral del oficialismo2

El significado político de la reintroducción del sorteo para crear organismos políticos colectivos no es fácil de desentrañar. Los numerosos actores que lo apoyan proceden de un entorno muy variado. En Francia, el mecanismo del sorteo fue sugerido como una propuesta viable por el movimiento de los gilets jaunes («chalecos amarillos»), que desde octubre de 2018 organizó una violenta oposición al presidente Emmanuel Macron. Al final, el presidente adoptó el mecanismo al organizar la ccc. A su vez, Extinction Rebellion, un movimiento ecologista global, incluyó asambleas ciudadanas sobre el cambio climático como una de sus principales demandas. Nuestra convicción es que se puede aprender algo sobre el atractivo del sorteo construyendo una tipología de los imaginarios que actualmente compiten por definir su lugar en las democracias modernas. El concepto de «imaginarios» ha sido elaborado por los filósofos políticos en un intento de comprender cómo las proyecciones mentales contribuyen al cambio en la sociedad. Los imaginarios son proyecciones de horizontes políticos deseables o preocupantes. Consisten en colecciones de ideas compartidas, historias, leyendas, imágenes y símbolos. El concepto es especialmente útil en nuestro contexto actual, dado que los partidarios del sorteo suelen imaginar sistemas políticos que tienen poco anclaje en la realidad y a menudo parecen utópicos por su propia naturaleza. Por lo tanto, es esencial observar cómo estos actores imaginan el papel que desempeñaría el sorteo en la política de su sociedad ideal. 

La reconstrucción de un imaginario trata necesariamente de tipos ideales. Nuestra tesis es que los diversos argumentos en favor de la expansión del sorteo como forma de selección política en el Norte global han surgido junto a al menos tres imaginarios en conflicto: el de la democracia deliberativa, el de la democracia antipolítica y el de la democracia radical. Estos tipos ideales no son específicos de una u otra política o región, aunque su difusión varíe considerablemente de una a otra y cobren sentido en gran medida en relación con los otros. Como todos los tipos ideales, los relacionados con el sorteo rara vez han sido expresados con claridad o perfilados en detalle por los actores que los movilizan. Hemos reconstruido estos imaginarios de forma pragmática, moviéndonos entre la conceptualización y las propias declaraciones explícitas de los actores, y luego poniendo a prueba su pertinencia en conferencias académicas y en conversaciones con las partes interesadas.

Un nuevo horizonte de expectativa

El valor heurístico del concepto de imaginario fue creciendo durante las últimas décadas. En gran medida, la era de las ideologías concluyó en los años 90 junto con el «corto siglo xx». Las ideologías ya no son referencias tan importantes como lo fueron en su momento para los actores políticos y resultan de poco interés para los observadores que intentan comprender por qué los actores políticos se comportan del modo en que lo hacen.

Para entender la aparición más o menos simultánea de tres imaginarios que colocan el sorteo como eje de la dinámica democrática, debemos apoyarnos en el concepto dual de «espacio de experiencia/horizonte de expectativa» desarrollado por el historiador Reinhart Koselleck3

Según Koselleck, todas las comunidades humanas tienen un espacio de experiencia vivido (en el cual las cosas del pasado se recuerdan o permanecen presentes) y horizontes de expectativa (que están orientados hacia el futuro). Cualquier tipo de acción estará muy ligada a ambos elementos. Cuando hay hechos o experiencias que cambian profundamente el espacio de experiencia de una determinada población, sus horizontes de expectativa también se abren y permiten así que surjan nuevos imaginarios. Algunos hechos y experiencias, como los movimientos sociales o la implementación de mecanismos institucionales nuevos, pueden generar el desplazamiento de imaginarios que antes eran considerados marginales, no deseables o poco realistas y llevarlos al centro de la escena con el fin de proponer alternativas genuinas. Aunque los imaginarios se inscriben en su horizonte de expectativa junto con ideologías, teorías de la historia o de la sociedad y utopías, los actores no suelen ofrecer una imagen global, coherente y unificada, sino proyecciones fragmentadas, que incluyen dimensiones afectivas y simbólicas. 

Sobre esta base, el concepto de imaginario nos brinda un marco para analizar la repentina popularidad del sorteo y las diversas inversiones cristalizadas en torno de él. Después de las primeras décadas del siglo xix, el tema desapareció casi por completo de la escena política en el Norte global. Los nuevos imaginarios vinculados a la Ilustración, la soberanía popular, el progreso y el gobierno representativo no le dejaron lugar al sorteo. Durante el resto de los siglos xix y xx, en los imaginarios desarrollados por los distintos movimientos –republicano, liberal, socialista, comunista, fascista, populista y nacionalista– el sorteo estuvo totalmente ausente como mecanismo de selección política, salvo una excepción en Italia a la que luego nos referiremos. Las primeras conmociones con augurios de cambio se debieron a hechos ocurridos en 1968 y en la década siguiente. El sorteo era mencionado aquí y allá por individuos aislados, como Robert Dahl, Peter Dienel y Ned Crosby, en un marco en el cual la insatisfacción con las democracias capitalistas seguía siendo importante, pero las perspectivas revolucionarias se habían debilitado. Cuando en las décadas de 1980 y 1990 el politólogo James Fishkin conectó el sorteo con la teoría de la democracia deliberativa, la idea comenzó a ser considerada con mayor seriedad en el mundo académico angloparlante. En algunos países, a partir del diseño elaborado por teóricos del sorteo, se produjo una primera ola de experiencias muy controladas. De todos modos, la idea de los minipúblicos seleccionados aleatoriamente todavía se circunscribía a unos pocos ámbitos.

Al comienzo del nuevo milenio, el Norte global se vio sacudido por grandes transformaciones. Apenas había pasado una década desde el final del «corto siglo xx» y ya parecía irremediablemente obsoleta la idea de que habíamos alcanzado el «fin de la historia», habilitado por el triunfo de la democracia liberal en (casi) todos lados4. Las promesas incumplidas de las democracias occidentales, la mayor desconfianza frente a los partidos políticos y el gobierno representativo en un sentido más amplio, los cambios geopolíticos traídos por la globalización y las consecuencias del cambio climático modificaron de manera significativa el espacio de experiencia de los ciudadanos: por su magnitud, este punto de inflexión en el espacio de experiencia probablemente pueda compararse con el generado por la Revolución Francesa5. Las instituciones y los imaginarios característicos del siglo pasado lucen cada vez más anticuados, con horizontes de expectativa que ya no incluyen el triunfo del gobierno representativo a escala mundial. Esto constituye un terreno fértil para el surgimiento de nuevos imaginarios. Así, crecen tanto el populismo de izquierda como el de derecha, renacen ideas libertarias y aumenta aún más la influencia de los esquemas centrados en temas climáticos. Al mismo tiempo, el mecanismo del sorteo ha quedado incorporado en toda una serie de imaginarios emergentes.

En el mundo francófono y sus alrededores, el libro Los principios del gobierno representativo de Bernard Manin (publicado en su versión original en francés en 1995 y luego en español en 1998) ofreció un contraste entre la elección y el sorteo desde una perspectiva básicamente analítica, sin intención alguna de defender la variante aleatoria. El gobierno representativo era presentado como un modelo mixto con excelente resiliencia pese a tantas olas de cambio. Sin embargo, en la década de 2000, los imaginarios políticos desarrollados a partir de este trabajo teórico entraron paradójicamente en conflicto con su propósito cuando decidieron interpretar la obra de Manin como un alegato en favor del sorteo6. Estos imaginarios eran cultivados, sobre todo, en ámbitos de protesta y entre unos pocos funcionarios políticos. En el mundo angloamericano, una segunda ola de ensayos híbridos llevados más allá de las intenciones de los teóricos del modelo permite que los ejecutores prácticos trasciendan los nichos utópicos o académicos donde se investigaba acerca del tema. El atractivo del sorteo se extendió por todo el Norte global, y este mecanismo comenzó a ser visto cada vez más como una innovación democrática con poder para transformar la política. El éxito internacional del libro Contra las elecciones, de David Van Reybrouck7, no solo atestigua este cambio, sino que además ayuda a reafirmarlo. El proclamado –aunque muy discutible– vínculo con Atenas8 alimenta esta dinámica: el sorteo jugó un rol central en la ciudad griega que inventó la democracia. En ese sentido, el sorteo suele ser visto como un retorno a los orígenes de la democracia, ahora en el contexto del siglo xxi. En general no es fácil hallar una correspondencia directa entre los tres imaginarios de los que nos ocupamos aquí y las posiciones sociales de quienes los abrazan en la práctica, aunque eso no significa que exista una distribución aleatoria en términos sociológicos. 

1. El imaginario de la democracia deliberativa se desarrolló primero dentro del mundo académico angloparlante en la década de 1980. En ese caso se creó un modelo teórico, que luego fue combinado con prácticas tradicionales de la educación popular y adoptado por reformistas en el poder, lo que en última instancia derivó en un imaginario que podría ser compartido de manera más amplia. En el inicio de la década de 2020, sus principales impulsos provienen de sectores académicos, políticos y asesores que diseñan y moderan minipúblicos.

2. El imaginario de la democracia antipolítica deriva de un término que se popularizó en Europa oriental con el trabajo de George Konrad9 y que se usa mucho en Italia. La entrada italiana de Wikipedia para «antipolítica» explica que «el término define la posición de aquellos que se oponen a la política (a la que consideran una mera práctica de poder) y, por extensión, a los partidos políticos y funcionarios electos, que según este imaginario colectivo solo sirven a sus intereses personales y no al bien común»10. Los paladines de la antipolítica convocan a la gente a obtener poder mediante la eliminación de las elites políticas y, finalmente, del conflicto. Este imaginario se desarrolló fuera de la academia y no tiene credenciales teóricas de gran calibre. Está difundido, sobre todo, entre movimientos sociales, blogueros antisistema y círculos económicos (especialmente en el área de las nuevas tecnologías), que intentan posicionarse por encima de la riña política y de la tradicional división izquierda-derecha, y también ha sido adoptado por varios teóricos utopistas extraacadémicos.3. En el imaginario de la democracia radical, el sorteo es visto como una estrategia para avanzar hacia ella. Si bien este imaginario se remonta por lo menos a la década de 1960, sus activistas y teóricos desconfiaban al principio y hasta la década de 2000 de un instrumento impuesto desde arriba y diseñado para fomentar el consenso. El imaginario de la democracia radical adoptó el sorteo cuando la experiencia empezó a mostrar que un número cada vez mayor de movimientos ciudadanos defendían los mecanismos de azar en la política y que, si se combinan con la democracia directa, los minipúblicos pueden promover un cambio social y económico real, especialmente en los modos de producción y consumo. Al igual que el de la antipolítica, el imaginario de la democracia radical ha obtenido apoyo de movimientos sociales y blogueros antisistema, aunque la mayor parte de sus seguidores provienen de movimientos políticos de izquierda y ambientalistas, o pertenecen a ellos. Este imaginario también se hace presente entre quienes llegan en la práctica a posiciones de poder gracias a su trabajo en movimientos sociales y organizaciones comunitarias. Es popular entre aquellos teóricos de la democracia radical que se formaron bajo la tradición del movimiento obrero, pero perciben la importancia de la deliberación democrática. Su acción ha ayudado a legitimar la idea de una democracia radical basada en el sorteo.

Argumentos comunes en favor del sorteo

En términos generales, estos tres imaginarios comparten varias ideas centrales vinculadas al valor del sorteo, lo cual explica por qué todos apoyan una misma idea y, por lo demás, parecen diametralmente opuestos entre sí. Los tres imaginarios coinciden en el valor de la imparcialidad ligada al sorteo. Esto es algo que destacan particularmente quienes abogan por una democracia deliberativa o antipolítica, pero en menor medida también forma parte del argumento usado por los impulsores de la variante radical. En una época en la que los partidos políticos han perdido su base de masas, en la que desde la perspectiva de una gran mayoría de los ciudadanos los políticos están motivados por intereses particulares y en la que el sistema electoral parece haber quedado reducido a un juego de lobbies y facciones, el sorteo puede ser visto como un mecanismo imparcial. Su potencial estaría en la constitución de minipúblicos compuestos por individuos sin carrera política ni filiaciones sectoriales. Se limita así el alcance e impacto de las luchas por el poder, lo que permite que este nuevo tipo de representantes trabajen por el bien común.

También se afirma desde los tres imaginarios que el sorteo implica la igualdad radical de todas las partes involucradas. El mecanismo en cuestión permite que sea seleccionada gente común, especialmente de grupos subalternos, la cual no tendría chance en el sistema electoral tradicional, monopolizado por políticos profesionales nacidos en las clases dominantes. La supuesta tradición originada en Atenas alimenta este imaginario. Apoyándose en la famosa frase de Aristóteles, que señalaba que el sorteo era democrático y la elección era aristocrática (un concepto retomado luego por otros pensadores muy citados, como Montesquieu, Rousseau y Jacques Rancière11), la mayoría de los partidarios del sorteo creen que la herramienta es intrínsecamente igualitaria y, por ende, democrática. La fortaleza de la idea casi no se ha visto empañada por las lecciones de la historia, aun cuando esta demuestra que a menudo el sorteo se practicó en círculos pequeños y cerrados para distribuir el poder entre las elites.

El sorteo vuelve a poner en agenda el viejo ideal de la representación descriptiva12. Como hemos visto, su práctica en el mundo de hoy contrasta fuertemente con los usos históricos, que no asociaban el proceso con ese tipo de representación. Desde esta perspectiva, el sorteo habilita un tipo de representación diferente al de las elecciones. Estas tienden a seleccionar a individuos reclutados en las clases altas de la sociedad y esto ha contribuido en gran medida a la actual crisis de legitimidad del gobierno representativo, porque los partidos políticos ya no parecen representar a quienes provienen de las clases subalternas. Al combinarse con la representación descriptiva, el sorteo permitiría incluir los valores y las experiencias vividas por los ciudadanos comunes en toda su diversidad. Por lo tanto, se trataría de un camino promisorio para revitalizar democracias que están en crisis. Esta forma específica de representación va más allá de la dicotomía participación-representación: los minipúblicos seleccionados aleatoriamente no son sinónimo de democracia directa.

A partir de la idea de la muestra representativa se desprende una deducción aparentemente lógica: los minipúblicos encarnan una democracia epistémica, ya que posibilitan un debate con diversos puntos de vista en circunstancias cuasi ideales13. Este argumento es compartido por la mayoría de los defensores del sorteo, aun cuando en el bando antipolítico algunos sean más reacios a adoptarlo. A diferencia de los usos históricos del sorteo (como en las cortes de la antigua Atenas o en los colegios electorales florentinos desde finales del siglo xiii hasta mediados del xv), hoy los minipúblicos seleccionados aleatoriamente van siempre acompañados de medidas dirigidas a asegurar una alta calidad deliberativa: se pone a disposición información desde diferentes perspectivas, se escuchan puntos de vista contradictorios, se alternan sesiones de asamblea general con pequeños grupos de debate y existe una moderación que alienta a todos a hablar y escucharse mutuamente. De este modo, los ciudadanos comunes de los minipúblicos contemporáneos constituyen un ejemplo ilustrativo del «saber de las multitudes» y son capaces de desarrollar una deliberación cuya calidad suele ser mejor que la de las asambleas electas14.Sin embargo, más allá de estos argumentos compartidos, los tres imaginarios discrepan y, en definitiva, generan visiones opuestas de la sociedad y la política, con diferentes concepciones del rol que debe jugar el sorteo dentro de esta última.

Democracia deliberativa

La primera lógica de igualdad democrática analizada en la sección anterior, es decir, el uso de minipúblicos para obtener muestras aleatorias, representativas e imparciales de la población, es clave para el imaginario de la democracia deliberativa. La principal idea subyacente es que la legitimidad democrática de cualquier decisión será mayor si esa decisión se alcanza a través de una deliberación de alta calidad, informada, transparente e inclusiva. Este proceso debe basarse en el respeto mutuo y debe permitir que todos los participantes tengan igual influencia (lo que supone un marco libre de asimetrías duraderas en términos de poder o dominación). La opinión adoptada o decisión tomada después de este tipo de deliberación es claramente mejor que una adoptada o tomada antes de la deliberación (o sin ella). Esto implica que un sorteo sin deliberación sería de escaso interés. Como hemos visto, a los primeros teóricos de la democracia deliberativa –con Jürgen Habermas y John Rawls a la cabeza– no les interesaba en absoluto el sorteo. Pero pronto esa misma corriente, orientada en favor de los minipúblicos seleccionados aleatoriamente, comenzó a presentarlos de manera convincente como una óptima materialización de la democracia epistémica. Esos teóricos deliberativos popularizaron sus ideas entre una cantidad cada vez mayor de funcionarios políticos y dirigentes reformistas electos, que en muchos casos se capacitaron para actuar en la resolución cooperativa de conflictos y la educación ciudadana participativa. En su mayor parte, los reformistas que inicialmente establecieron minipúblicos deliberativos tenían ambiciones más modestas que los inventores del mecanismo. Por lo general, los veían como un mero complemento del gobierno representativo. Como se ha indicado en innumerables discursos y textos, los minipúblicos han sido diseñados para instituir una opinión pública informada, mientras que la toma de decisiones como tal, en una fase posterior, se deja en manos de funcionarios electos. Esta opinión informada aparece como opuesta a los movimientos de protesta y a la opinión pública más amplia, expresada en comicios, en un referéndum o en las calles (se ve a la opinión pública como fácilmente manipulable, sujeta a la influencia de las emociones y, en general, desinformada). Contrarrestando las críticas de deliberativistas que siguen siendo leales a la primera interpretación habermasiana, enfocada en la esfera pública más amplia15, y dado que el impacto de la ola inicial de los minipúblicos deliberativos todavía era bastante limitado, en la década de 2010 los teóricos de la democracia deliberativa adoptaron un «giro sistémico» y comenzaron a insistir en la necesidad de desarrollar múltiples espacios conectados, entre los cuales los minipúblicos son apenas una de las materializaciones16. Si se combina con una visión más realista de la deliberación, lo cual implica negociar dentro de un marco procedimental equitativo (en lugar de discutir y pactar desde posiciones contrapuestas)17, y una comprensión funcional de los respectivos sistemas (basados en una división del trabajo entre los diferentes espacios), este cambio ayuda a alinear la teoría deliberativa con la labor concreta de quienes aplican las reformas, ejercen la práctica y realizan el asesoramiento, tareas indispensables para organizar los minipúblicos. Mediante la hibridación, la teoría de la democracia deliberativa ha generado un imaginario cada vez más poderoso. Lo ilustra un informe publicado en 2020 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde), que llama a establecer minipúblicos seleccionados aleatoriamente y sostiene que «si se institucionalizan, tienen el potencial para ayudar a abordar algunas de las principales causas del malestar con la democracia»18. Este imaginario sigue estando marcado por sus raíces y no incita a una movilización popular. Ante todo, alude a aquellos individuos que se encuentran en una posición de poder; sugiere que esas personas deben reinterpretar los valores en los que se cimienta la legitimidad democrática y, por consiguiente, deben reformar las instituciones existentes. La sociedad moderna es vista como una estructura plana y exenta de relaciones de poder (casi nunca se usa este concepto), con desigualdades limitadas pero con una pluralidad de intereses y valores. Se supone que las democracias liberales –el punto de referencia de este imaginario– representan ese pluralismo dentro de un contexto convenientemente regulado y pacífico, que posibilita negociaciones estructuradas entre diferentes grupos de interés y un sistema deliberativo integral. No obstante, para no ser destruidas por una crisis de legitimidad, en el siglo xxi consideran que las democracias deben adaptarse. Este cambio debe ser gradual, y la deliberación pública está llamada a jugar un papel central. Es necesario elaborar un sistema deliberativo que subsuma todo tipo de negociación y canalice las emociones políticas, preservando al mismo tiempo la pluralidad de intereses y valores, alentando la resolución cooperativa de conflictos y promoviendo la justicia social. El imaginario de la democracia deliberativa asume una visión ambivalente de los partidos políticos: por un lado, expresan la pluralidad de intereses y valores pero, por el otro, su actual evolución aumenta cada vez más el riesgo de que se reduzcan a meras facciones dedicadas exclusivamente a defender intereses específicos. En ese sentido, como parte de un proyecto más amplio orientado a elaborar un sistema deliberativo, los minipúblicos seleccionados aleatoriamente pueden ayudar a mejorar el gobierno representativo. Se trata de una de las materializaciones institucionales más plenas de la democracia y del esquema racional de consenso y desacuerdo. Este imaginario afirma ser opuesto al populismo.

Por último, cabe destacar que las experiencias desarrolladas a lo largo de la década de 2010 dieron lugar a la evolución significativa de un aspecto en el imaginario de la democracia deliberativa. Tanto entre quienes ejercían sus funciones en la práctica como entre muchos de los teóricos, los minipúblicos encarnaban hasta entonces una suerte de elitismo deliberativo: la noción de democracia directa generaba un gran escepticismo, ya que muchos creían que los ciudadanos comunes no podían deliberar racionalmente a menos que las condiciones fueran ideales. Los minipúblicos habían sido diseñados en primer lugar como complementos consultivos de la democracia representativa. Debido a la mayor crisis de representación, por un lado, y a experiencias democráticas bastante exitosas que combinan minipúblicos y referendos, por el otro, este imaginario se vio forzado a concebir una transformación más amplia, que integra el potencial empoderamiento de minipúblicos más vinculados a los procesos de toma de decisiones o incluso institucionalizados (como en el caso del Consejo Ciudadano permanente, establecido en la Comunidad Germanoparlante de Bélgica, las comisiones deliberativas mixtas del Parlamento de Bruselas o la asamblea ciudadana de París). El informe de la ocde y el discurso del presidente Emmanuel Macron sobre el advenimiento de una nueva «república de deliberación permanente»19 son dos ejemplos paradigmáticos de este imaginario.

Democracia antipolítica

El imaginario de democracia antipolítica deriva de una afinidad electiva con el fundamento de la igualdad democrática: la existencia de un sentido común compartido por todos los ciudadanos. Este imaginario es anterior al que se asocia con la democracia deliberativa, ya que fue adoptado por el primer partido europeo en defender el regreso del sorteo a la política: el Fronte dell’Uomo Qualunque (Frente del Hombre Común), creado en 1945 en Italia por Guglielmo Giannini. En las elecciones de 1946 para la Asamblea Constituyente, el partido obtuvo un porcentaje superior a 5% de los votos y se convirtió así brevemente en el quinto más popular del país. El Frente ayudó a popularizar dos términos que luego se siguieron utilizando en gran medida con un sentido peyorativo: qualunquismo, que representa una actitud de indiferencia y desdén por la política y las cuestiones sociales; y antipolítica, que implica un rechazo radical a los partidos y la idea de que uno debe ir más allá de la política para establecer un sistema que sirva al interés común20.En el imaginario de Giannini, la política partidista era simplemente una «farsa» y no había grandes diferencias entre las democracias electorales y sus contrapartes autoritarias. Se incitaba a las masas humilladas a liberarse de la «tiranía» de los políticos. Ya según la lógica de Henri de Saint-Simon, una vez derrocada esta pequeña oligarquía, la sociedad moderna podría «sustituir el gobierno de personas por la administración de cosas»21. Giannini agregaba que lo único que se necesitaba para controlar a esos administradores era un «contador» colectivo; imaginaba la presencia de «unos pocos representantes de la comunidad» seleccionados al azar y una rápida alternancia de puestos, dado que cualquier persona adulta de mediana inteligencia sería «suficientemente competente para la tarea»22. Este imaginario luego fue aprovechado por Peter Dienel para pronunciarse en favor de las células de planificación; y se popularizó mucho en la década de 2000, cuando los horizontes de expectativa quedaron trastocados por completo. Fue adoptado por el Movimiento 5 Estrellas en Italia. Entre la creación del partido en 2009 y su acceso a puestos gubernamentales en 2018, promovió de manera constante la aplicación del sorteo en la política. El imaginario antipolítico y empresarial también prosperó en cientos de blogs antisistema sin filiación política (gestionados con frecuencia por gente perteneciente al mundo de las nuevas tecnologías) y en muchos grupos utopistas extraacadémicos, que buscan ir más allá de la tradicional división derecha-izquierda. Entre los ejemplos se cuentan el ecologista Ernest Callenbach y el fundador de Mastercard, Michael Phillips, cuyo importante trabajo colaborativo de 1985 suele ser citado en estudios internacionales sobre el sorteo23. Asimismo, desde su sede en la ciudad de Exeter, la editorial británica Imprint Academic ha publicado una gran cantidad de libros con propuestas de modelos políticos basados en este mecanismo. Este imaginario está también en el corazón de la iniciativa ciudadana lanzada por el multimillonario Adrian Gasser para intentar imponer la selección aleatoria de jueces federales en Suiza24. A su vez, las asambleas ciudadanas seleccionadas por sorteo en Islandia en 2009 y 2010 fueron impulsadas por un objetivo de gestión similar, después de la crisis económica y política que puso al país de rodillas25.A diferencia de la democracia deliberativa, lo que mueve a este imaginario es un rechazo radical a los partidos políticos y al gobierno representativo, asociados en ambos casos con corrupción, luchas internas y elites autoproclamadas que trabajan para defender sus intereses específicos. Por lo tanto, el imaginario antipolítico llama a generar un cambio que derroque por completo a la oligarquía política (en algunas variantes más izquierdistas, también se apunta a la oligarquía capitalista). Desde esta perspectiva, mientras nuestra sociedad actual está estructurada por luchas por el poder entre la población y las elites, la gente común no aparece dividida por tensiones esenciales ni por una pluralidad de intereses y valores. En consecuencia, los minipúblicos compuestos por ciudadanos comunes seleccionados aleatoriamente pueden convertirse en la materialización institucional más plena de la administración de cosas y de un consenso razonable. Algunos sostienen que los minipúblicos son en realidad la única representación de este último objetivo, en tanto que otros (como los «chalecos amarillos») creen que se los debe combinar con la democracia directa. Por ende, el sorteo y las iniciativas ciudadanas podrían formar parte del mismo imaginario: «Aquí se ve a la gente de manera unificada, sin divisiones partidarias, sin ideologías, como la suma de individuos libres cuya voluntad puede averiguarse mediante un simple mecanismo, que les formule una pregunta o seleccione entre ellos al azar a un cierto número de personas para que deliberen en su nombre»26.Esta actitud quizás explique por qué el imaginario antipolítico es compartido por algunos cuya perspectiva es gerencial con otros que se remiten a Rancière o a la tradición anarquista. Estos últimos han desarrollado una teoría de la democracia centrada en el conflicto político, pero para ellos el conflicto democrático no se juega en las relaciones de dominación sociológicamente determinadas sino, más bien, en la oposición entre aquellos («la parte sin parte») que no tienen ningún papel en el uso del poder estatal y la oligarquía que lo monopoliza. Su ocasional referencia aprobatoria a la teoría de Rancière es paradójica porque, aunque están de acuerdo con él en que el sorteo es democrático y, al igual que él, se niegan a analizar sociológicamente la división interna de la población, imaginan una sociedad futura libre de conflictos, una conclusión profundamente ajena al pensamiento de Rancière. De ahí que, en los círculos antipolíticos, algunos no se sientan atraídos por la idea de una «democracia epistémica» basada en el muestreo representativo. Sostienen, en cambio, que el sorteo garantizaría por su naturaleza la representación de todas las perspectivas populares, sin tener que recurrir a la búsqueda activa de un microcosmos sociológicamente diverso. Como dice Étienne Chouard: «El sorteo impide intrínseca y automáticamente a los ricos monopolizar el poder y acumular privilegios. A los ricos (el 1%) les gusta naturalmente el sistema electoral. Los pobres (el 99%) deberían defender el sorteo con la misma naturalidad». El rechazo de la sociología permite entender por qué este imaginario es compartido tanto por enfoques empresariales como por otros que se vinculan a Rancière o a la tradición anarquista. Esta última mirada desarrolla una teoría de la democracia centrada en el conflicto político y conceptualiza el sorteo como una institución democrática, que hace justicia a las contingencias del orden político y enfatiza, ante todo, la capacidad radicalmente igualitaria de todos los ciudadanos para gobernar. Se trata de un conflicto que no es parte de las relaciones de dominación determinadas en un plano sociológico, sino que se despliega como contraposición entre los «sin parte» en el poder del Estado y la oligarquía que monopoliza ese poder. Paradójicamente, esto habilita a los actores de la antipolítica a movilizar la teoría de Rancière: comparten su hipótesis sobre la calidad democrática del sorteo y se rehúsan a realizar un análisis sociológico de las divisiones internas en el seno del pueblo, pero lo hacen imaginando una sociedad futura libre de conflictos, con lo cual arriban a una conclusión muy lejana al pensamiento de Rancière.

Democracia radical

La democracia radical es un imaginario antiguo, pero solo recientemente incluyó el sorteo. Tanto los teóricos como los activistas se mostraron inicialmente reticentes, dado que el mecanismo debía ser implementado por la elite gobernante de arriba hacia abajo y podría favorecer el consenso en lugar de la democracia agonística y la transformación radical. En 2019, John Gastil y Erik Olin Wright publicaron un manifiesto teórico colectivo, que exploraba desde diferentes puntos de vista la idea de un cuerpo legislativo seleccionado al azar27. No obstante, varios exponentes de la democracia radical, como Chantal Mouffe e Íñigo Errejón, siguen siendo escépticos o se oponen al sorteo28.El diagnóstico de la situación actual de los partidarios de la democracia radical es muy distinto del que ofrecen los impulsores de la democracia deliberativa: considera que la democracia opera en un mundo esencialmente injusto, que está gobernado por relaciones de poder entre, por un lado, las elites político-económicas y, por el otro, el pueblo (sobre todo, las clases subalternas)29. En tales sociedades, sería una mera ilusión creer en un cambio producido únicamente a través de la deliberación democrática. Esta situación implica que se debe prever la transformación simultánea de la política y la sociedad30 y que la política tiene una dimensión agonista. No obstante, a diferencia de lo que piensan los impulsores de la democracia antipolítica, los demócratas radicales sostienen que la estratificación social y los clivajes políticos no pueden reducirse a una simple oposición entre el 1% y el 99%. Las contradicciones y el agonismo no desaparecerán en una sociedad más justa, que seguirá marcada por la pluralidad de intereses y valores. La política, sostienen, nunca se reducirá a la administración de cosas y mantendrá su carácter «emocional y trágico», como el del escenario ateniense descripto por Cornelius Castoriadis31.La democratización de la democracia constituye una «utopía real» (Erik Olin Wright), un horizonte de transformación radical que como tal es inalcanzable, pero hacia el cual, de todos modos, debemos dirigirnos. Esta estrategia supone «reformas revolucionarias» (André Gorz), sin creer que un solo centro podrá integrar a todos los actores ni que un solo momento decisivo podrá convertir la sociedad actual en un mundo ideal.

La transformación radical puede concebirse como un ecosistema, aunque la idea misma de un «sistema» no concuerda con el imaginario de democracia deliberativa: en lugar de basarse en una división armónica del trabajo, el ecosistema se desarrolla con un equilibrio frágil, que constantemente negocia tensiones entre depredadores y presas, y donde la introducción de nuevos elementos en conflicto con las condiciones existentes puede cambiar la dinámica general. Surge el desafío de conectar instituciones con movimientos radicales de protesta, o momentos deliberativos con agonistas. Aun cuando sea poco realista pensar que las tensiones inherentes habrán de resolverse sin inconvenientes, se hace necesario asumir ese desafío32. Desde este punto de vista, resulta paradigmático que Extinction Rebellion defienda tanto la desobediencia civil como las asambleas ciudadanas seleccionadas por sorteo. Por lo tanto, queda relativizado el valor de la imparcialidad que en general se atribuye a los minipúblicos deliberativos: la urgencia de la transformación social y ecológica justifica los vínculos establecidos por ambientalistas radicales con miembros de la ccc francesa o la politización producida en su interior. El siglo xx ha demostrado que se debe ir más allá de las tradiciones schmittianas o leninistas, las cuales aún guían a muchos movimientos radicales de izquierda33. Las instituciones basadas en el ideal deliberativo y encolumnadas detrás de la herramienta del sorteo deberán ser parte de la sociedad del mañana. Parafraseando a Marx, podemos decir que esas instituciones constituirán una de las formas políticas de la emancipación social; y gracias a las experiencias que actualmente están en marcha, también podemos anticipar –al menos en parte– cómo se configurarán.

El imaginario de democracia radical es ambivalente en lo referido a los partidos políticos y al gobierno representativo. Por un lado, estos órganos permiten expresar una pluralidad de intereses y valores, y algunos partidos de masas han ayudado inmensamente a canalizar la lucha de las clases trabajadoras. Además, parece poco realista imaginar una transformación radical sin coordinar los esfuerzos de minipúblicos, movimientos sociales y partidos políticos. Sin embargo, los gobiernos representativos tradicionales siempre han tenido un marcado rasgo aristocrático, y los partidos de masas como organizadores de las clases trabajadoras en torno de una agenda progresista ya son en gran medida algo del pasado. Desde esta perspectiva, el gobierno representativo va en camino de convertirse en lo que fue durante el siglo xix y lo que es en la mayoría de los países del Sur global: un gobierno de, por y para las elites privilegiadas. Sin una transformación radical de las instituciones existentes, las clases relegadas jamás podrán jugar un papel central. Es cada vez más necesario considerar otros elementos del ecosistema democrático para tratar de identificar nuevas formas de avanzar. En este sentido, la institucionalización de minipúblicos deliberativos es un importante objetivo estratégico porque da voz a ciudadanos comunes, a quienes el sistema representativo y una gobernanza informal dominada por actores privados les impiden, en general, ejercer cualquier influencia. Los minipúblicos constituyen así un paso crucial hacia el ideal de autogobierno.

Conclusiones

Como hemos visto, muchos actores diferentes han abogado por el sorteo, una herramienta que configura varios imaginarios de política y sociedad con características diametralmente opuestas en numerosos aspectos. Los paladines de la democracia deliberativa fueron los primeros en proponer mecanismos de sorteo y también lograron conceptualizar los minipúblicos. De modo recíproco, estos han ofrecido una especie de laboratorio a la teoría de la democracia deliberativa. Algunos de sus exponentes se mantienen indiferentes respecto al sorteo, mientras que otros apoyan firmemente el desarrollo de los minipúblicos, que dan credibilidad empírica a la democracia deliberativa a los ojos de quienes ejercen la práctica. Sin embargo, esta teoría y el imaginario resultante no hacen casi referencia a las relaciones de poder ni a una transformación radical de la sociedad. El imaginario de democracia antipolítica parece estar en un impasse estratégico debido a su hipótesis ingenua de un pueblo unificado, aunque hay franjas cada vez más amplias de la sociedad que se movilizan bajo sus consignas en busca de un cambio social. Como consecuencia, este imaginario ha tenido un verdadero impacto en la opinión pública, con una influencia indirecta pero significativa en lo que respecta a la popularización del sorteo. No solo se mezcla fácilmente con un imaginario empresarial muy difundido en los ámbitos profesionales vinculados a la alta tecnología, sino que también prospera en sectores anarquistas, donde el antagonismo entre el 1% y el 99% se yuxtapone a una fuerte perspectiva antisociológica. El imaginario de democracia radical, por su parte, implica una especie de «utopía real» que parece recurrir a una visión más creíble de las relaciones de poder y a la convicción de que la democratización de la democracia provendrá de la relación dialéctica entre el sorteo, los movimientos sociales y los partidos políticos. Con un lenguaje directo, este imaginario generó una cantidad limitada de experiencias, pero indirectamente también sirvió para destacar el perfil del sorteo y para influir en la ccc celebrada en Francia. Hasta cierto punto, estos imaginarios han sido capaces de fomentar experiencias en forma conjunta porque, en parte, coinciden en las supuestas virtudes del sorteo: imparcialidad e igualdad democrática, entendida esta última en relación con la lógica de representación descriptiva y, en menor grado, con la calidad epistémica producida por la deliberación de ciudadanos comunes y corrientes. De todos modos, si el procedimiento vuelve a adquirir importancia, es probable que los imaginarios terminen confrontando entre sí de manera más directa. Una sociedad reconciliada y gobernada con políticas consensuadas no está a la vuelta de la esquina.


Nota: una versión previa de este artículo fue publicada en Raisons Politiques vol. 82 No 2, 2021. Traducción del inglés: Mariano Grynszpan.


  • 1.

    Bernard Manin: Los principios del gobierno representativo, Alianza, Madrid, 1998; Oliver Dowlen: The Political Potential of Sortition: A Study of the Random Selection of Citizens for Public Office, Imprint Academic, Exeter, 2008; Hubertus Buchstein: Demokratie und Lotterie. Das Los als politisches Entscheidungsinstrument von der Antike bis zur EU, Campus, Fráncfort, 2009; Y. Sintomer: Petite histoire de l’expérimentation démocratique, La Découverte, París, 2011.

  • 2.

    Mathias Poertner: «Does Political Representation Increase Participation? Evidence from Party Candidate Lotteries in Mexico», en PRENSA.

  • 3.

    R. Koselleck: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993, pp. 333-357.

  • 4.

    Francis Fukuyama: El fin de la historia y el último hombre, Planeta, Barcelona, 1992.

  • 5.

    R. Koselleck: ob. cit.

  • 6.

    Samuel Hayat: «La carrière militante de la référence à Bernard Manin dans les mouvements français pour le tirage au sort» en Participations, edición especial: Tirage au sort et démocratie: Histoire, instruments, théories, 2019, pp. 437-451; Antoine Chollet y B. Manin: «Les postérités inattendues de Principes du gouvernement représentatif: une discussion avec Bernard Manin» en Participations No 23, 2019.

  • 7.

    Taurus, Madrid, 2017.

  • 8.

    Y. Sintomer: «Sortition and Politics: From Radical to Deliberative Democracy –and Back?» en Dino Piovan y Giovanni Giorgini (eds.): Companion to Ancient and Modern Democracy, Brill, Leiden, 2020.

  • 9.

    G. Konrad: Antipolitics, Harcourt, San Diego, 1984.

  • 10.

    Traducido de https://it.wikipedia.org/wiki/Antipolitica.

  • 11.

    J. Rancière: El odio a la democracia, Amorrortu, Buenos Aires, 2006.

  • 12.

    Representación estadística de cada sector según su peso en la sociedad.

  • 13.

    En este sentido, la película 12 hombres en pugna (Sidney Lumet, 1957) resulta emblemática.

  • 14.

    Hélène Landemore: Democratic Reason: Politics, Collective Intelligence, and the Rule of the Many, Princeton UP, Princeton, 2012.

  • 15.

    Simone Chambers: «Rhetoric and the Public Sphere: Has Deliberative Democracy Abandoned Mass Democracy?» en Political Theory vol. 37 No 3, 6/2009; Cristina Lafont: Democracy without Shortcuts, Oxford up, Oxford, 2020.

  • 16.

    John Parkinson y Jane Mansbridge (eds.): Deliberative Systems, Cambridge UP, Cambridge-Nueva York, 2012.

  • 17.

    J. Mansbridge et al.: «The Place of Self-Interest and the Role of Power in Deliberative Democracy» en The Journal of Political Philosophy vol. 18 No 1, 2010.

  • 18.

    OCDE: Innovative Citizen Participation and New Democratic Institutions: Catching the Deliberative Wave, OCDE, París, 2020, p. 25.

  • 19.

    «Emmanuel Macron lors du ‘grand débat’: ‘Ce qui remonte, c’est la fracture sociale’» en Le Monde, 16/1/2019.

  • 20.

    Cabe señalar que los conceptos de democracia deliberativa y democracia radical son utilizados por los actores para describir sus propias teorías, mientras que el de democracia antipolítica, con la excepción de George Konrad, suele ser una etiqueta (peyorativa) con que se califica desde afuera.

  • 21.

    Esta perspectiva también puede verse en algunos sectores libertarios y socialistas, e incluso, aunque de forma parcial, en la obra de Jean-Jacques Rousseau.

  • 22.

    G. Giannini: La Folla. Seimila anni di lotta contro la tirannide [1945], Soveria Mannelli, Rubbettino, 2002, pp. 60-61, 74, 138-139 y 151-160. El trabajo fue analizado en profundidad por Nadia Urbinati y Luciano Vandelli: La democrazia del sorteggio, Einaudi, Turín, 2020; sin embargo, desde el punto de vista de estos autores, el proyecto de Giannini encarna más la idea general del sorteo que la de los imaginarios posibilitados.

  • 23.

    E. Callenbach y M. Philips: A Citizen Legislature [1985], Imprint Academic, Exeter, 2008.

  • 24.

    V. sitio web de Justiz Initiative, www.justiz-initiative.ch/startseite.html.

  • 25.

    Lionel Cordier: «Échapper à la conflictualité? Le tirage au sort comme outil de management et d›union nationale» en Raisons Politiques No 82, 2021, pp. 91-105.

  • 26.

    S. Hayat: «Les Gilets jaunes et la question démocratique» en Contretemps, 26/12/2018.

  • 27.

    J. Gastil y E.O. Wright (eds.): Legislature by Lot: An Alternative Design for Deliberative Governance, Verso, Londres, 2019.

  • 28.

    Jorge Costa Delgado: «Resistencias a la introducción del sorteo entre el asamblearismo y la institucionalización: el caso de Podemos Cádiz» en Daimon. Revista Internacional de Filosofía No 72, 9-12/2017.

  • 29.

    Archon Fung: «Deliberation before the Revolution: Toward an Ethics of Deliberative Democracy in an Unjust World» en Political Theory vol. 33 No 3, 2005.

  • 30.

    E.O. Wright: «Postscript: The Anticapitalist Argument for Sortition» en J. Gastil y E.O. Wright (eds.): Legislature by Lot, cit.

  • 31.

    C. Castoriadis: La cité et les lois. Ce qui fait la Grèce 2, séminaires 1983-1984, Seuil, París, 2008; v. José Luis Moreno Pestaña: Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico, Siglo Veintiuno, Madrid, 2019.

  • 32.

    Andrea Felicetti y Donatella della Porta: «Joining Forces: The Sortition Chamber from a Social-Movement Perspective» en J. Gastil y E.O. Wright (eds.): Legislature by Lot, cit.

  • 33.

    Slavoj Žižek, quien defiende tanto la «loterocracia» como el «terror democrático» desde una perspectiva leninista, es una excepción. Miguel Lorenci: «Žižek, un torbellino filosófico» en La Verdad, 30/6/2017.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 298, Marzo - Abril 2022, ISSN: 0251-3552


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