Opinión
enero 2020

¿Quién representa a la izquierda en Estados Unidos?

¿En qué candidato está el potencial para reconstruir la izquierda estadounidense? ¿Cuáles son las principales diferencias entre Bernie Sanders y Elizabeth Warren? ¿Por qué Sanders tiene una base más amplia, más activa y con mayor proporción de trabajadores y Warren cuenta con mayor apoyo entre los sectores profesionales? Estos son algunos de los interrogantes abiertos en el camino de los demócratas a la elección presidencial.

¿Quién representa a la izquierda en Estados Unidos?

No hay duda de que el Partido Demócrata ha cambiado. Mientras escribo esto, días apenas antes de que se emitan los primeros votos en las primarias para determinar quién será el candidato presidencial del partido, Bernie Sanders ha logrado cierta ventaja en algunas encuestas nacionales enarbolando un programa nítidamente de izquierda y una apasionada retórica de lucha de clases.

El candidato de centro, Joe Biden, se vio forzado a ceder algo de terreno en favor de esa agenda, y muy por detrás de los dos candidatos que lideran la carrera electoral se encuentra la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren, quien ha llevado a cabo una campaña progresista que impulsa «un gran cambio estructural» en las instituciones económicas y políticas de Estados Unidos. Pero ¿qué distingue a Sanders de Warren y qué tan dividida está la izquierda estadounidense entre estos dos contendientes?

La respuesta a la segunda pregunta es fácil: pese a que Warren capturó inicialmente el apoyo de algunos grupos progresistas como el Partido de Familias Trabajadoras (WFP, por sus siglas en inglés), un partido minoritario con base de apoyo en el estado de Nueva York, el grueso de los activistas se encolumnan detrás de Sanders.

Distinguir a Sanders de Warren puede resultar un poco complicado. Por supuesto, Warren y Sanders están vinculados en el ala izquierda del partido y los analistas hablaron del «ala Sanders-Warren» del Partido Demócrata. Sanders mismo consideraba a Warren como un par y alguien con sólidas credenciales progresistas. En su libro publicado en noviembre de 2016, Nuestra revolución, el senador por Vermont afirmaba que Warren «hizo un trabajo notable en la comunicación de conceptos económicos complejos mediante un lenguaje que todos podían comprender» y agregaba que era «una líder fuerte y progresista en el Senado, que se enfrenta a las conductas ilícitas de Wall Street y aborda muchos otros temas temibles». De hecho, la decisión de Warren de no enfrentar a Hillary Clinton en las primarias de 2016 hizo que Sanders sintiera que debía involucrarse para presionarla desde la izquierda.

Sin embargo, a pesar de los puntos en común, ambos senadores no son lo mismo ni en la teoría ni en la práctica.

Para comenzar, los antecedentes de Sanders son lisa y llanamente inusuales para la política estadounidense. Se formó en los vestigios agonizantes del pequeñísimo Partido Socialista (en la universidad, en Chicago, se había unido al ala juvenil, la Liga Socialista de la Juventud) y se fogueó en el trabajo sindical y en derechos civiles. ¿Cuál fue la lección que aprendió para toda la vida? Que los ricos no estaban moralmente confundidos, sino que tenían intereses creados en la explotación de los demás. Y que habría que quitarles el poder por la fuerza.

El mensaje de Sanders, desde sus inicios en la política de partidos minoritarios en el estado de Vermont hasta el presente, ha sido increíblemente coherente. A comienzos de la década de 1970 denunció el «mundo de Richard Nixon y los millonarios y multimillonarios a los que representa» y les recordó a los posibles votantes que vivían en «el mundo en el que 2% de la población es dueño del más de un tercio de la riqueza privada de Estados Unidos».

En contraste, Elizabeth Warren inició su carrera como académica, dictando clase en facultades de derecho para luego convertirse en experta en quiebras y protección de los consumidores. Convencida de que los mercados básicamente funcionaban aunque era necesario que las reglas de juego fueran más justas, Warren fue miembro del Partido Republicano hasta 1995 e incluso tuvo una poco reivindicable historia como representante de grandes empresas en los tribunales.

Sin embargo, en los siete años transcurridos desde que ganó su banca en el Senado, Warren se ha mostrado como una demócrata progresista creíble. Pero sus antecedentes sugieren una diferencia entre su enfoque más basado en propuestas específicas –que busca construir mejores políticas pero no una política alternativa– y el enfoque de lucha de clases más amplio, centrado en los trabajadores, que sostiene Sanders. No es sorprendente entonces que Warren se haya mostrado ansiosa por asegurar a los grupos de interés económicos que cree que «mercados fuertes y saludables son la clave para consolidar la salud y fortaleza de Estados Unidos» y que ella «es capitalista».

Warren tiene un apoyo significativo entre los miembros profesionales de las ONG más progresistas que orbitan alrededor del Partido Demócrata, como así también entre muchos renombrados expertos en políticas. En comparación, Sanders es alguien que viene de afuera, sin lazos con muchas de las figuras que fueron importantes en la política liberal de la era Obama. Quizás no sea una sorpresa que sus bases de votantes sean diferentes: la de Sanders está constituida en su mayoría por clase trabajadora, mientras que la de Warren proviene principalmente de las filas de votantes de la clase profesional.

El núcleo de la teoría de Warren es que la revolución neoliberal que ella se propone desarmar fue un desplazamiento ideológico que puede corregirse, al tiempo que se mantienen muchos de los parámetros existentes del capitalismo. Para Warren, el capitalismo estadounidense solía ser bueno: «Las empresas buscaban triunfar en el mercado, pero también reconocían las obligaciones que tenían hacia sus empleados, sus clientes y la comunidad». Pero entonces algo cambió en la década de 1980: «A partir de trabajos del economista conservador Milton Friedman, emergió una nueva teoría según la cual los directores corporativos tenían una única obligación: maximizar las ganancias de los accionistas».

Pero no fue una falla moral lo que generó el neoliberalismo, sino un cambio estructural: en la década de 1970, las empresas no podían seguir el ritmo de las activas demandas salariales de los sindicatos, las secuelas de la crisis del petróleo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y el incremento de la competencia internacional. La rentabilidad cayó. Sin una agenda ideológica más amplia, el capital sabía que tenía que reestructurarse y percibió las leyes laborales y a los sindicatos como obstáculos. Los mantras y la ideología neoliberales siguieron a estos procesos.

Lo que Sanders suele reconocer, debido a sus particulares antecedentes, es que la única forma de deshacer esa vuelta en U es reconstruir los sindicatos y los movimientos políticos de izquierda que podrían de hecho propiciar un tipo diferente de economía política. Y eso no surgirá de la política de responsabilidad compartida ni de iniciativas políticas inteligentes; surgirá de la movilización de la gente en las calles, en sus lugares de trabajo y en sus comunidades.

Sanders es el único candidato en la historia contemporánea de Estados Unidos que discute abiertamente usar el cargo presidencial para abrir algunas de esas posibilidades.

Mucho más que Warren, es Sanders quien se las ha ingeniado para transmitir su visión a la gente que siente que el establishment político no la representa. Con su incansable y sistemático envío de mensajes, ha comunicado a millones de estadounidenses de qué se trata exactamente la cuestión. No se trata de la «ciudadanía corporativa», sino de impulsar una «revolución política» para obtener de los «millonarios y multimillonarios» lo que es nuestro por derecho.

Sin importar lo improbable que pudiese haber parecido hace unos meses, hoy existe un camino viable para Sanders hacia la Casa Blanca. Una vez en el poder, tendría que lidiar con la debilidad histórica de los sindicatos estadounidenses, con el desafío de mantener a su base movilizada y con los problemas que aparecerán por pelear con una Justicia hostil y un Poder Legislativo poco dispuestos a trabajar con un socialista democrático.

Pero el potencial para reconstruir la izquierda estadounidense está allí, tanto a través de la campaña de Sanders como en el caso eventual de una victoria. Sanders no solo es más «puro» ideológicamente que Warren, sino que tiene una base más amplia, más activa y con mayor proporción de trabajadores que ella. Es infrecuente que todas estas cosas se alineen, y no podemos confiarnos en que esta situación perdure en el tiempo.


Traducción: María Alejandra Cucchi



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