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Persistencia y mutaciones de la extrema derecha francesa


Nueva Sociedad 270 / Julio - Agosto 2017

El segundo puesto obtenido por el Frente Nacional en las recientes elecciones presidenciales de Francia constituye el punto más alto de la larga historia de la extrema derecha francesa. La capacidad de Jean-Marie Le Pen para construir una fuerza electoral por encima de un puñado de grupos marginales y la estrategia de «desdiabolización» del partido seguida por su hija lograron reubicar en el centro del tablero político francés una tradición desprestigiada por sus posturas autoritarias, racistas y antieuropeas.

Persistencia y mutaciones de la extrema derecha francesa

El futuro del Frente Nacional dependerá de su capacidad para comprender que su «electorado natural» no es el pueblo de derecha sino el pueblo de abajo. Su alternativa no es encerrarse en el búnker de los «puros y duros» o, por el contrario, intentar «banalizarse» o «desdiabolizarse» (…) adoptando, de elección en elección, la táctica del hámster que da vuelta en la rueda sin cesar, quedándose en el mismo lugar. La alternativa a la cual se enfrenta hoy de manera aguda es la misma de siempre: encarnar a la «derecha de la derecha» o radicalizarse en la defensa de las capas populares para representar al pueblo de Francia en su diversidad. Nada indica por el momento que se elegirá esta solución. Al Frente Nacional le falta aprender a convertirse en una fuerza de transformación social en la cual puedan reconocerse los sectores populares con un estatus social y profesional precario y capital cultural inexistente, para no hablar de aquellos que ya no votan (…).Alain de Benoist1La política francesa tiene dos particularidades: un sistema de gobierno que combina elementos de presidencialismo y parlamentarismo, y una extrema derecha con significativo peso electoral –y que, como quedó confirmado en la última elección presidencial, se ha convertido en uno de los principales ejes articuladores del debate político–. Dos rasgos distinguen a la corriente ideológica que hoy encarna –de manera excluyente– el Frente Nacional (fn) de otros fenómenos similares: perdurabilidad en el tiempo y capacidad para captar a sectores sociales diversos. Pese al descrédito que la Segunda Guerra Mundial y el colonialismo supusieron para sus posturas ultranacionalistas, autoritarias y xenófobas, la extrema derecha francesa ha demostrado una capacidad de supervivencia y renovación sorprendente, que le ha permitido mantenerse activa durante el periodo inicial de la «travesía del desierto» y conquistar nuevos espacios en contextos más favorables a su prédica. Las corrientes internas y organizaciones más o menos legales que la componen hacen de la extrema derecha un campo inestable y de límites por momentos porosos. En ello residió la fuerza del fn, ya que como oposición al «sistema» logró aglutinar, bajo el liderazgo carismático y ultrapersonalista de Jean-Marie Le Pen, un universo variopinto compuesto por integristas católicos, nacionalistas revolucionarios, identitarios neopaganos y nostálgicos de la Guerra de Argelia. Sin embargo, este eclecticismo interno y la dificultad para compatibilizar tendencias divergentes e incluso contrapuestas –agravada por la ausencia de debate en una organización que funciona como una empresa familiar– generaron constantes conflictos, con su secuela de escisiones y éxodo de miembros2. Las tendencias centrífugas se han agudizado cada vez que la presidencia ha intentado «normalizar» el partido acentuando el verticalismo y disciplinando a sectores rebeldes o intransigentes, en aras de un aggiornamento o pragmatismo electoralista3. Y, de hecho, las tensiones regresaron tras las elecciones de mayo pasado.

«Normalización»

Con 45 años de presencia ininterrumpida en la vida política, el fn se ha convertido en la fuerza electoral de extrema derecha más perdurable de la historia francesa y alcanzó en la última década récords históricos de performance electoral4, adherentes e implantación territorial5. Los fenómenos más próximos por perfil ideológico y niveles de apoyo son Acción Francesa, el Partido Social Francés y el movimiento poujadista. Sinónimo del nacionalismo integral –monárquico y católico–, Acción Francesa, el movimiento dirigido por el escritor y polemista Charles Maurras (1868-1952), fue la fuerza antidemocrática más importante de las primeras cuatro décadas del siglo xx. Gozó de enorme influencia entre las elites –dentro y fuera de Francia–, pero nunca formó un partido. Por su parte, el Partido Social Francés, fundado por el coronel François de la Rocque (1885-1946) en 1936 –heredero de las organizaciones de ex-combatientes y continuador de la agrupación paramilitar Cruz de Fuego–, llegó a contar con más de un millón de adherentes, pero sus expectativas electorales se vieron frustradas por la derrota de Francia en 1940. Después de 1945, la fuerza de extrema derecha electoral más importante –si bien de duración efímera– hasta la irrupción del fn fue el movimiento populista impulsado por Pierre Poujade (1920-2003). Al frente de la Unión de Defensa de Comerciantes y Artesanos, este propietario de una pequeña librería y ex-militante fascista impulsó una rebelión fiscal que a mediados de los años 50 se convirtió en un gran movimiento de defensa del «hombre común» y la nación francesa, contra el parlamentarismo, las elites y Europa6. En los años 60, la extrema derecha legal tuvo su cara más visible en el abogado antigaullista Jean-Louis Tixier-Vignancour. Sin embargo, la consolidación de la v República frustró sus aspiraciones electorales ya que, como había ocurrido poco antes con los poujadistas, el retorno de De Gaulle al poder (1958) redujo dramáticamente el espacio político disponible para la formación de una oposición de derecha «nacional» –en las elecciones presidenciales de 1965, Tixier obtuvo menos de 6% de los votos7–.

Contra el «socialcomunismo»

La fuerza que hoy dirige Marine Le Pen constituye un fenómeno complejo, una «milhojas ideológica»8. Fue su padre quien en los años 70 tuvo la difícil misión de unir a tradicionalistas católicos, neopaganos de la Nueva Derecha, nacionalistas revolucionarios y nostálgicos del régimen de Vichy y la Argelia francesa en una fuerza capaz de competir electoralmente. Le Pen conocía bien el terreno. Había dado sus primeros pasos en la política como dirigente juvenil poujadista. En 1956, con 28 años, obtuvo una banca en la Asamblea Nacional y así se transformó en el diputado más joven de la historia parlamentaria francesa. En 1958 rompió con el partido de Poujade para unirse a otra fuerza conservadora, el Centro Nacional de Independientes y Campesinos (cnip), del ex-primer ministro Antoine Pinay. A principios de los 60, la resolución del conflicto argelino y la consolidación de la v República empujaron al joven Le Pen a los brazos de la ultraderecha anticomunista y antigaullista. Derrotado en las elecciones legislativas de 1962, Le Pen se unió a Tixier-Vignancour como su director de campaña para los comicios presidenciales de 19659.

La radicalización estudiantil y la ola de huelgas de mayo y junio de 1968 confirmaron los temores apocalípticos de la ultraderecha, pese al fin abrupto de la protesta y el triunfo apabullante de De Gaulle en las elecciones legislativas de junio. Varios grupúsculos, algunos extremistas y violentos pero bien implantados en el medio universitario, vieron la luz en los meses posteriores al Mayo Francés, entre ellos el neofascista Orden Nuevo –sucesor de la organización Occidente, creada en 1964 y disuelta en 1968– y la Nueva Derecha neopagana vinculada a Alain de Benoist y el Grupo de Investigación y Estudio para la Civilización Europea (grece, por sus siglas en francés)10. Aunque estas organizaciones tenían estructuras y objetivos diferentes –Orden Nuevo era un grupúsculo extremista, mientras que el grece había sido concebido como un cenáculo intelectual para influenciar a la elite política francesa–, los unía el rechazo de la democracia y su corolario, la «decadencia» de Francia, Europa y Occidente11.

Durante un congreso celebrado en junio de 1972, los integrantes de Orden Nuevo resolvieron crear un partido con vistas a disputar las elecciones legislativas de 1973. La iniciativa provino de Alain Robert –fundador del movimiento estudiantil Grupo Unión Defensa (gud), particularmente activo en la Universidad de París-Assas–, el historiador François Duprat –cercano a Robert Faurisson y a los círculos negacionistas del Holocausto– y el periodista François Brigneau. En octubre de ese año fundaron el Frente Nacional para la Unidad Francesa y designaron a Le Pen como presidente12. Veterano de las guerras coloniales, formado en la rebelión populista del «hombre común» e imbuido de un anticomunismo y antigaullismo rabiosos, Le Pen encarnaba en la década de 1970 una derecha autoritaria y «muscular», a la medida de su estilo misógino y bravucón –aunque respetuoso de la legalidad–. Hasta fines de la década de 1970, no era la inmigración el tema que más le preocupaba sino la amenaza «socialcomunista», algo natural para alguien que había alcanzado la madurez política bajo las turbulencias de la Guerra Fría, la pérdida de las colonias y el ascenso de la izquierda. En junio de 1973, Le Pen se negó a participar de una concentración contra la «inmigración salvaje» organizada por sus aliados de Orden Nuevo en la sala de la Mutualité. Estas diferencias, que en el fondo eran producto de la difícil convivencia entre el radicalismo de la tabula rasa de los grupúsculos revolucionarios y el nacionalismo populista del líder frentista, generaron la primera fractura del joven partido. Al finalizar la reunión se produjeron choques violentos entre los miembros de Orden Nuevo y los de la Liga Comunista Revolucionaria de Alain Krivine. Como consecuencia de este episodio, Orden Nuevo fue disuelto por orden judicial, medida que Le Pen aprovechó para deshacerse de Robert y su grupo neofascista, los cuales a su vez crearon una nueva fuerza ultraderechista, el Partido de las Fuerzas Nuevas (pfn), a la cual adhirieron otros ex-miembros de Orden Nuevo descontentos con Le Pen.

Estas crisis reflejan uno de los problemas a los que estuvo expuesto el partido, especialmente durante su primera fase (décadas de 1970 y 1980): la influencia y presión que podían llegar a ejercer sobre sus débiles estructuras y reducido número de adherentes grupos venidos desde fuera. En el plano de las ideas, la influencia de sectores vinculados a la Nueva Derecha resulta clara en la instauración de la «preferencia nacional», concepto teorizado por Jean-Yves Le Gallou y difundido por el Club de L’Horloge, una usina de ideas próximas al grece. Otro ejemplo fue la eufemización del lenguaje, con la cual se buscaba purgar el discurso político de las expresiones más burdamente racistas y así evitar los sentimientos de repulsión de los electores –iniciativa que parece haber tenido su origen en el Instituto de Formación del fn, dirigido por el católico tradicionalista Bernard Anthony–. La vaguedad programática de esos años, sumada a la costumbre de Le Pen de dejar hacer a condición de que no se pusiese en duda su autoridad, no solo atrajo al partido a grupúsculos más radicalizados, que veían en él una útil cobertura que los ponía a resguardo de la amenaza siempre presente de prohibición legal; también alimentó sus expectativas de cooptación a través de estrategias tomadas de la izquierda revolucionaria –como el «entrismo»–. Que ello no sucediera se debió tanto al voluntarismo y la inoperancia de estas organizaciones como a la resistencia de corrientes opositoras más conservadoras –como los tradicionalistas–, en las cuales Le Pen podía apoyarse para reforzar su autoridad.

«Normalización»

Si la década que va de 1973 a 1982 fue la de la «travesía del desierto», periodo durante el cual el fn no pasó de ser una fuerza políticamente marginal y electoralmente insignificante –0,5 % de los votos en las elecciones legislativas de 1973, 0,75% en las presidenciales de 1974, 0,5% en las cantonales de 1976 y así sucesivamente hasta los 80–, fueron también los años en que Le Pen purgó al partido de los elementos neofascistas más incómodos e introdujo la cuestión de la inmigración en la campaña electoral. La idea provino de François Duprat, ex-miembro de los movimientos Occidente y Orden Nuevo, número dos del partido e introductor de las tesis negacionistas en Francia. La estrategia no estaba exenta de un cierto oportunismo, ya que por esos años la crisis petrolera disparaba el desempleo a niveles sin precedentes y esto hacía de los trabajadores extranjeros un chivo expiatorio fácil. Aun así, la retórica antiinmigrante de la «preferencia nacional» ponía el acento más en la defensa del trabajador francés que en la exclusión del inmigrante por motivos puramente raciales. El propio Duprat prohibió a los militantes todo discurso racista: la propaganda debía limitarse a la cuestión de la competencia entre franceses y extranjeros en el mercado laboral13.Aunque había recibido una educación religiosa, Le Pen nunca fue un católico devoto. Aun así atrajo al campo frentista a grupos tradicionalistas vinculados al ala más intransigente de la Iglesia. A través de estas corrientes integristas, encontraron anclaje en el partido las ideas contrarias a la Revolución Francesa, el pensamiento maurrasiano y el catolicismo recalcitrante de la Sociedad San Pío x, fundada en 1970 por el excomulgado monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991) para luchar contra el ecumenismo y la modernidad. Inspirada en la Contrarreforma y el rechazo del Concilio Vaticano ii, esta corriente estaba emparentada con Ciudad Católica, un movimiento fundado en 1946 con fines similares por Jean Ousset (1914-1994)14. Aunque la rigidez doctrinaria del integrismo era ajena a la idiosincrasia y el olfato político de Le Pen, su visión de la historia francesa, y especialmente la más reciente y traumática de la Segunda Guerra Mundial y la descolonización, facilitó su acercamiento a sectores que reivindicaban el régimen colaboracionista de Vichy y el colonialismo francés –y a ello contribuyó también la participación directa de Le Pen en este capítulo de la historia francesa15–. Desde los años 80, el líder frentista concurrió en varias ocasiones a la iglesia Saint-Nicolas-du-Chardonnet –en el v Distrito parisino–, que desde 1977 y bajo la tutela del abate Philippe Laguérie se había convertido en punto de reunión para el homenaje de los «mártires» de la ultraderecha revisionista, desde el mariscal Philippe Pétain –en cuya memoria todos los años se celebra una misa el 23 de julio– y el escritor antisemita Maurice Bardèche –a quien Le Pen reivindicó como «profeta del renacimiento europeo»– hasta el miliciano colaboracionista Paul Touvier –condenado por crímenes contra la humanidad– y las «víctimas» de la Guerra de Argelia16. Sin embargo, ninguna otra figura del panteón integrista llegó a adquirir el estatus simbólico de Juana de Arco, en cuya apropiación e instrumentalización Le Pen no hizo más que retomar la tradición monárquica iniciada por Acción Francesa y las organizaciones nacionalistas de comienzos del siglo xx17.

Como toda «tradición inventada», la figura de Juana de Arco se presta a lecturas contrapuestas: una monárquica, que resalta su lealtad al rey, y otra republicana, que hace de ella una líder popular. Paradójicamente, fue en el campo de la izquierda donde se originó su transformación en mito. En su Historia de Francia (1833-1844), Jules Michelet había puesto a la pastora de Domrémy en el pedestal de las gestas nacionales. Fue en el nuevo siglo cuando la heroína se convirtió en objeto de disputa. En 1904 Amédée Thalamas, un profesor de historia de simpatías socialistas, presentó a sus alumnos del Liceo Condorcet y la Sorbona una imagen de la «doncella de Orléans» «traicionada por los nobles y quemada por los curas». Ese mismo año, el periódico socialista L’Humanité informó en tono burlón sobre las manifestaciones organizadas por los nacionalistas frente a la estatua de la heroína, lo que provocó un duelo a pistola –sin consecuencias– entre el poeta y líder de la Liga de los Patriotas, Paul Déroulède, y el director del diario, Jean Jaurès. El calendario católico recuerda a Juana de Arco, canonizada en 1920, el 8 de mayo, en conmemoración del día en que Orléans fue liberada de la ocupación nazi. Abandonada por la izquierda después de 1945, esta figura se convirtió en el principal símbolo de la ultraderecha. En 1988, Le Pen rompió con la tradición adelantando la conmemoración una semana –al 1o de mayo–, a fin de hacer coincidir los actos de la extrema derecha con las movilizaciones del Día del Trabajo y, de paso, sacar rédito para las elecciones presidenciales, cuya segunda vuelta se realizó unos días después.

«Desdiabolización»

En el último tiempo se ha vuelto moneda corriente hablar de la «desdiabolización» del fn emprendida por Marine Le Pen desde su designación como presidenta del partido en 2011. El término hace referencia a la estrategia dirigida a ampliar la base electoral, mediante el abandono –o la elusión– de ciertos temas y la moderación del lenguaje, lo que a menudo provoca la cólera de su padre. Al respecto, hay que decir que tal cambio es relativo ya que, como señalamos más arriba, el propio Le Pen fue elegido como presidente de un nuevo partido con el objeto de «normalizar» el campo de la ultraderecha para transformarla en una fuerza política electoralmente viable. Toda la historia del fn puede leerse como un intento de la presidencia por mantener el equilibrio entre dos orientaciones o tendencias históricas: el populismo de la protesta y el nacionalpopulismo o populismo de la identidad. Ejemplos del primero son el boulangismo y el ya citado poujadismo18. En ambos casos, se trata de movimientos que, invocando al «pueblo», se alzan contra el «sistema» y el parlamentarismo. Tienen como denominador común una retórica negativa, o revisionista, y una praxis multiforme –movilizaciones multitudinarias, boicots contra la autoridad central, participación en elecciones– que contrapone un «arriba» corrupto y parasitario (las elites) con un «abajo» purificado y solidario (el pueblo). Boulangismo y poujadismo son la expresión colectiva de la crisis e incertidumbre que los procesos de modernización generan en los sectores socioocupacionales menos preparados para adaptarse a esos cambios: las clases medias tradicionales.

A diferencia del anterior, el populismo nacional define al colectivo «pueblo» más a partir del ethnos que del demos19. Como en el populismo de protesta, aquí también está presente la denuncia del «sistema», el parlamentarismo y la política corrupta, pero en el populismo de la identidad la oposición no se da entre un «arriba» y un «abajo», entre las elites y el pueblo, sino entre un «adentro» y un «afuera», entre los que pertenecen a la nación y quienes están excluidos porque no guardan con ella un lazo histórico o biológico: el linaje familiar y el lugar de nacimiento. En esta modalidad «etnodiferencialista» de movilización antisistema, cuyo ejemplo es el nacionalismo antisemita del caso Dreyfus, cobra forma la imagen del judío como paradigma del extranjero, enemigo y elemento extraño incrustado en el cuerpo nacional. La xenofobia antijudía, presente aunque marginal en el boulangismo, se convierte entonces en un elemento central y perdurable del nacionalismo francés –son ejemplos la Liga Antisemita, la prensa antidreyfusista y el bestseller de Édouard Drumont, La Francia judía (1888)20.

Hoy estas dos tendencias parecen haberse fusionado, o converger, en la figura de Marine Le Pen. Ambas hacen a la fuerza del movimiento, en la medida en que permiten hablarle a un electorado amplio y socialmente heterogéneo, que manifiesta su preferencia por el fn ante todo como una protesta contra el «sistema», y, al mismo tiempo, presentarse ante sus seguidores como una fuerza leal a su identidad e ideales históricos. La cuestión de si Marine Le Pen corrió el partido hacia el centro del tablero político es materia de debate. Pero por convicción u oportunismo, rompió con las posturas antisemitas y negacionistas de su padre. Al mismo tiempo, tomó distancia respecto de los sectores más socialmente conservadores –opuestos al matrimonio homosexual y el aborto–, cercanos a su sobrina, y nieta de Jean-Marie Le Pen, Marion Maréchal-Le Pen21. Asimismo, Marine Le Pen dio una pátina de «respetabilidad» a su retórica antiinmigrante al colocar la defensa del laicismo en el lugar que antes ocupaba el racismo antiárabe y cambiar el antisemitismo por un discurso islamófobo. Pero ver las cosas de este modo sería quedarse con el árbol en lugar de mirar el bosque, olvidar que el fn es un producto de la sociedad y el sistema político en los cuales nació y se desarrolló.

La «normalización» emprendida por Le Pen padre y la «desdiabolización» continuada por su hija no han alterado en lo fundamental ni la ideología ni la estructura del partido. El fn sigue siendo, como sus predecesores, un partido de extrema derecha, antiliberal, xenófobo, racista y antieuropeo. La mayor atención que la nueva presidencia le ha venido dedicando a las cuestiones sociales y económicas –lo que algunos llaman «socialpopulismo» o «asistencialismo chauvinista»– es demasiado reciente como para hacer un diagnóstico acerca de su eventual influencia en el programa de gobierno del partido22. En todo caso, cabría recordar que propuestas como la «preferencia nacional» en materia de empleo y prestaciones sociales, el retiro de Francia del Acuerdo de Schengen y el abandono del euro están, en su esencia, en consonancia con las posturas históricas del partido y con las fuentes de extrema derecha de las cuales se nutrió. Esto no significa desconocer los cambios que forzosamente deben de operarse en cualquier fuerza política con esa antigüedad y voluntad de poder. Pero tomar estos cambios como una prueba de que el fn no puede ser considerado «ni de derecha ni de izquierda»23 no solo es hacerse eco de su propia retórica, sino que es también perder de vista la dinámica entre sus raíces históricas y su reposicionamiento en el actual proceso de «derechización» de la sociedad y la política francesas24.

  • 1.

    Andrés Reggiani: es doctor en Historia por la State University of New York (Stony Brook). Es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, donde se desempeñó como director del Departamento de Historia. Es autor de los libros God’s Eugenicist: Alexis Carrel and the Sociobiology of Decline (Berghahn Books, s/l, 2007); Los años sombríos. Francia en la era del fascismo (1934-1944) (Miño y Dávila, Buenos Aires, 2010) e Historia mínima de las políticas raciales en América Latina (El Colegio de México, Ciudad de México, en prensa).Palabras claves: extrema derecha, populismo, racismo, Frente Nacional, Francia.. Declaraciones tras las elecciones presidenciales de 2007, en las que el Frente Nacional obtuvo sus peores resultados desde 1984. Citado en Jean-Yves Camus: «Le Front National et la Nouvelle Droite» en Sylvain Crépon, Alexandre Dézé y Nonna Mayer (coords.): Les faux-semblants du Front National: sociologie d’un parti politique, Presses de Sciences Po, París, 2015.

  • 2.

    La creencia difundida entre los militantes de que «las decisiones del partido se toman en la cocina de la señora Le Pen» confirma un estilo de conducción personalista, que la actual presidenta del Frente no solo heredó de su padre sino que acentuó, al prohibir la formación de corrientes internas. Le Pen padre se limitó a exigir a los miembros del partido el acatamiento de las decisiones, sin preocuparse demasiado por sus ideas personales.

  • 3.

    Ejemplos de ello son las escisiones de Bruno Mégret (1999) y Carl Lang (2009) –uno y otro crearán con sus seguidores el Movimiento Nacional Republicano y el Partido de Francia, respectivamente– y la ruptura entre Jean-Marie Le Pen y su hija y actual presidenta del partido, Marine Le Pen (2015). Más recientemente, Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Marine más cercana a su abuelo y al «ala dura», anunció que abandonaba el partido.

  • 4.

    En las elecciones presidenciales de 2017, el fn obtuvo 21,30% en la primera vuelta y 33,9% en la segunda.

  • 5.

    En la actualidad, el fn cuenta con 11 alcaldes; 1.544 consejeros municipales, 61 departamentales, 358 regionales; dos senadores; dos diputados nacionales y 23 eurodiputados.

  • 6.

    El poujadismo tuvo su breve momento de gloria a mediados de los años 50, cuando la iv República (1946-1958) comenzaba a tambalearse. Llegó a tener 400.000 adherentes y en las elecciones legislativas de 1956 obtuvo 12% de los votos, lo que se tradujo en una cincuentena de diputados. Se extinguió a fines de esa década tras la llegada de De Gaulle al poder (1958). Romain Souillac: Le mouvement Poujade. De la défense professionnelle au populisme nationaliste (1953-1962), Presses de Sciences Po, París, 2007.

  • 7.

    Volker Saus: «Les sombres dossiers de maître Tixier» en GeoHistoire No 52, 22/3/2017.

  • 8.

    Frédéric Granier y Cybil Guinet: «Le Front National ressemble aujourd´hui à une millefeuille idéologique», entrevista a Grégoire Kauffmann en GeoHistoire No 52, 22/3/2017; Michel Winock (coord.): Histoire de la extrême droite en France, Points Histoire, París, 1993.

  • 9.

    Tixier se había hecho conocido por defender a colaboracionistas del régimen de Vichy (1940-1944) y partidarios de la Argelia francesa implicados en tentativas golpistas y actos terroristas. Maud Guillaumin: «Comment le Front National est sorti du néant» en GeoHistoire No 52, 22/3/2017.

  • 10.

    Las siglas en francés forman la palabra «Grecia».

  • 11.

    Hasta ahí llegaba la convergencia ideológica. A diferencia del nacionalismo revolucionario, chauvinista, xenófobo y violento de Orden Nuevo, el pensamiento metapolítico de la Nueva Derecha exaltaba las raíces paganas e indoeuropeas de Occidente contra la amenaza del igualitarismo y la «norteamericanización» del mundo. La deuda de esta corriente –especialmente la de su principal portavoz, Alain de Benoist– con la revolución conservadora alemana de Weimar y la tradición schmittiana es evidente. Pierre-André Taguieff: Sur la Nouvelle Droite. Jalons d’un analyse critique, Descartes et Cie, París, 1994.

  • 12.

    Nicolas Lebourg: «Le Front National et la galaxie des extrêmes droites radicales» en S. Crépon, A. Dézé y N. Mayer (coords.): ob. cit.

  • 13.

    Valérie Igounet: Le Front National. De 1972 à nos jours. Le parti, les hommes, les idées, Seuil, París, 2014.

  • 14.

    En 1962, dos mujeres integrantes de Ciudad Católica que trabajaban en el Palacio del Elíseo (la residencia presidencial) proveyeron la inteligencia para el atentado que la célula terrorista de ultraderecha Organización Ejército Secreto (oas, por sus siglas en francés) perpetró contra De Gaulle en represalia por su política hacia Argelia.

  • 15.

    Su rol en la Guerra de Argelia –en la cual participó como oficial de inteligencia en una unidad de paracaidistas– le acarreó varias complicaciones legales. En 2002, el diario Le Monde publicó versiones que lo acusaban de haber practicado torturas. El líder frentista negó las acusaciones y denunció al diario por difamación. Aunque la justicia rechazó la demanda contra Le Monde, tampoco dio curso a los pedidos de iniciar acciones legales contra Le Pen alegando que los actos que se le incriminaban habían sido amnistiados en 1968… por De Gaulle. Hamid Bousselham: Torturés par Le Pen. La guerre d´Algérie (1954-1962), Rahma, París, 2000.

  • 16.

    El domingo 27 de febrero de 1977, unas 800 personas irrumpieron durante la misa que se celebraba en esa iglesia al grito de «Esto no es una verdadera misa», tras lo cual iniciaron una procesión con cruces e inciensos y celebraron su propia misa en latín, según la liturgia introducida en el siglo xvi por el papa contrarreformista Pío v. Pese al pedido del arzobispo de París para desalojar a los intrusos, el Ministerio del Interior rehusó intervenir invocando la separación de Estado e Iglesia y el temor a agravar los acontecimientos; más tarde, el gobierno admitiría que ignoraba «quién tenía la razón». Jean-Baptiste Michel: «À la droite de Dieu» en GeoHistoire No 52, 22/3/2017.

  • 17.

    Laure Dubesset-Chatelain: «Icônes du passé, icônes confisquées» en GeoHistoire No 52, 3/2017; Colette Beaune: Jean d’Arc. Vérités et légendes, Perrin, París, 2008.

  • 18.

    El boulangismo está considerado como la primera expresión del populismo francés y antecedente lejano del fascismo. El término está asociado al militar y ministro de Defensa, el general Georges Boulanger, quien tras ser separado del gobierno y dado de baja por sus posturas antialemanas, se lanzó a la política con un programa de reformas lo suficientemente difuso como para cosechar apoyo entre todos los desencantados de la República. Ver P.-A. Taguieff: Le populisme, Enciclopedia Universalis, París, 1996.

  • 19.

    Me baso aquí en la distinción que hacen Taguieff y Winock entre los dos tipos de populismo. P.-A. Taguieff: «La rhétorique du national-populisme. Les règles élémentaires de la propagande xénophobe» en Mots vol. 9 No 1, 10/1984; M. Winock: «Populismes français» en Vingtième Siècle vol. 56 No 1, 1997.

  • 20.

    Pierre Birnbaum: «Affaire Dreyfus, culture catholique et antisémitisme» en M. Winock (coord): Histoire de l’extrême droite en France, Seuil, París, 1994. Aunque el judío constituía en esta retórica el «Otro» por excelencia, no era el único excluido de la comunidad nacional. Junto a él, Maurras colocó a los protestantes, la masonería y los «metecos» (extranjeros). A estos cuatro grupos los llamó la «anti-Francia».

  • 21.

    Fue también la parlamentaria más joven de la historia francesa: cuando en 2012 ingresó en la Asamblea Nacional como diputada por el departamento de Vaucluse, tenía 22 años. Enfrentada con su tío, anunció recientemente su retiro de la actividad política.

  • 22.

    Gilles Ivaldi: «Du néolibéralisme au social-populisme? La transformation du programme économique du Front National (1986-2012)» en S. Crépon, A. Dézé y N. Mayer (coords.): ob. cit.

  • 23.

    El historiador israelí Zeev Sternhell fue el primero en utilizar la noción «ni derecha ni izquierda» –muy criticada– para caracterizar el fascismo francés, cuyos orígenes ideológicos veía en el nacionalismo radical de fines del siglo xix y principios del xx. Ante las preguntas de periodistas por su posición en el tablero político, Le Pen solía decir que era «económicamente de derecha, socialmente de izquierda y nacionalmente francés». Sin embargo, tanto él como su hija y actual presidenta del partido han definido al fn como una fuerza de «derecha nacional y social». Ver Z. Sternhell: Ni droite ni gauche. L´idéologie fasciste en France, Seuil, París, 1983.

  • 24.

    V. dossier «Gauche, droite, droitisation: état des lieux» en Le Débat No 191, 9-10/2016.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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