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Una desdemonización que (por ahora) no alcanza

Marine Le Pen y la extrema derecha francesa


Nueva Sociedad 312 / Julio - Agosto 2024

Los resultados de las elecciones legislativas anticipadas muestran que, pese a la normalización de estas décadas, la dinámica del «frente republicano» para evitar el acceso de la extrema derecha al poder en Francia sigue vigente. No obstante, la historia del incesante aumento de los votos para Reagrupamiento Nacional (ex-Frente Nacional) es la historia de su «desdemonización» entre gran parte de la sociedad francesa –y en los medios de comunicación–. Una historia que tiene dos personajes claves: Jean-Marie Le Pen y su hija Marine Le Pen.

<p>Una desdemonización que (por ahora) no alcanza</p>  Marine Le Pen y la extrema derecha francesa

Si la noche del 7 de julio vimos a un Jordan Bardella y a una Marine Le Pen tan desorientados y abatidos fue porque, al conocer los resultados, sintieron que la losa del pasado se les caía encima. En su fuero interno y en sus conversaciones íntimas seguramente no pudieron reprimir dos exclamaciones consecutivas en forma de lamento: «otra vez no» y «esto ya lo hemos vivido»; pese al sostenido crecimiento electoral, el partido era abatido nuevamente por el «frente republicano»1. La extrema derecha francesa, tan aficionada a las lecturas nietzscheanas promovidas por la interpretación de Alain de Benoist, sufría con crudeza la sensación del eterno retorno. El déjà-vu de una maldición cada vez más insoportable. 

Para entender este enorme desánimo, es preciso tener en cuenta que Reagrupamiento Nacional (rn)2, el partido de Marine Le Pen, lleva casi 13 años tratando de prevenir esta situación; es decir, esforzándose por evitar que más de la mitad de los franceses esté dispuesta a votar a casi cualquier candidato con el fin de impedir que la extrema derecha llegue al poder. Para la generación de militantes a la que pertenece Marine Le Pen, lo acontecido en 2002, en ocasión del duelo entre Jacques Chirac y su padre Jean-Marie Le Pen, cuando el «frente republicano» funcionó como una aplanadora, resulta un verdadero trauma que se sigue actualizando pese a los enormes avances: la constatación de que, pese a la normalización conseguida, millones de franceses siguen considerando a su partido como un peligro político para la nación francesa. Casi como una amenaza moral para los valores y el modo de vida de los franceses. 

Por eso desde 2011, todo el afán del nuevo Frente Nacional (fn) y luego –tras el cambio de nombre– de Reagrupamiento Nacional ha consistido en «desdemonizarse», en mejorar su imagen moral, en conseguir llegar a ser «un partido como los demás». Junto con ello, la extrema derecha francesa ha puesto una gran cantidad de energía en tratar de eliminar el foso ideológico y ético que la separaba de la derecha tradicional. En ambos casos, la estrategia ha pasado por aumentar el número de votos haciendo cada vez más fuerte a rn– y, en segundo lugar, por tener con quién pactar, es decir, contar con aliados y abandonar el rol de partido «apestado».

En buena medida, la extrema derecha francesa ha conseguido ambos objetivos. Ha logrado pasar de los tres millones de votos en que la dejó Jean-Marie Le Pen en las elecciones presidenciales de 2007 –las últimas a las que él se presentó como candidato del fn– a seis millones en 2012, diez millones en 2017 y 13 millones en 2022; o, lo que es lo mismo: en un breve periodo de apenas 15 años ha incrementado sus apoyos en diez millones de votos, lo que representa una enormidad. Por su parte, en las elecciones legislativas, la extrema derecha francesa ha pasado de apenas un millón de votos en 2007 a los diez millones cosechados el 7 de julio de 2024. Por último, en las elecciones europeas el avance ha sido igualmente espectacular: transitó desde un millón de votos y tres representantes en 2007 a siete millones de votos y 30 representantes en el Parlamento europeo. Con estos datos encima de la mesa, la formación política de Marine Le Pen puede presumir de ser el «primer partido de Francia» y de haber convencido a un tercio de los franceses de que son la opción política más deseable. 

Simultáneamente, la plataforma partidista de Marine Le Pen se ha garantizado poco a poco la no beligerancia de la derecha tradicional gaullista de Los Republicanos. Uno de los hechos fundamentales de la política francesa en los últimos diez años es que la extrema derecha ha superado electoralmente a la derecha tradicional y con ello –de algún modo– la ha «reemplazado» posicionalmente. Esto quiere decir que rn no solo dispone de varios millones más de votos que Los Republicanos, sino que los ha sustituido simbólicamente y les ha contagiado sus ideas. De tal manera que hoy el antiguo partido de Nicolás Sarkozy se resiste a hacer «cordones republicanos» a la extrema derecha y algunas de sus figuras más importantes –sin ir más lejos, el propio presidente del partido, Éric Ciotti– acarician la idea de la «unión de las derechas», una propuesta absolutamente impensable dos décadas atrás y que da la medida de la hegemonía alcanzada por rn dentro del mundo conservador. Como consecuencia de ello, la extrema derecha francesa ya cuenta con aliados políticos en el sistema de partidos; ya tiene, por así decir, con quién pactar –al igual que ocurre en Países Bajos, Italia o España–. 

No solo tiene socios en el ámbito estrictamente partidista: la extrema derecha gala ha conseguido, por un lado, recibir un trato relativamente homologable al resto de los partidos en las principales emisoras de televisión y radio, así como en los periódicos más leídos –o, como mínimo, una consideración similar a la que recibe la izquierda no socialdemócrata–; y, por otro lado, crear un ecosistema mediático propio de cadenas de televisión, emisoras de radio y publicaciones escritas donde predomina un enfoque «identitario» de asuntos como la inmigración, la seguridad, la geopolítica o la historia nacional. Gracias a la combinación de ambos fenómenos, no se puede ya afirmar que el rn tenga al «partido mediático» en su contra; antes bien, algunos de esos medios no tienen reparo en difundir teorías conspirativas como la del «gran reemplazo» o asumir la mayor parte de los marcos discursivos que emplea la derecha radical. 

Todavía más: incluso el centro político de Emmanuel Macron parecía haber asumido la posibilidad de gobernar –bajo la conflictiva modalidad de la «cohabitación» francesa– con la extrema derecha si esta obtenía la mayoría absoluta en las elecciones legislativas anticipadas, luego de la contundente derrota del bloque presidencial en las elecciones europeas; es decir, que el presidente Macron se vería obligado a nombrar a un primer ministro de rn –en concreto, Jordan Bardella, el joven delfín de Marine Le Pen–. De hecho, la retórica de Juntos [Ensemble] hasta la segunda vuelta había equiparado como igualmente extremistas a la izquierda de La Francia Insumisa y la extrema derecha lepenista. Hasta se podía entrever en los comentarios de algunos miembros destacados del oficialismo –sin ir más lejos, en las declaraciones del ministro de Economía Bruno Le Maire– que, en caso de tener que elegir entre el veterano dirigente de izquierda Jean-Luc Mélenchon y Bardella, el centro político consideraba preferible a la extrema derecha. No en vano, el partido de Marine Le Pen ha trabajado mucho desde 2022 para exhibir una imagen de seriedad y sobriedad parlamentarias, promocionando la idea de que ya se han convertido en un «partido de gobierno» –y no solo de «protesta»–. De modo que ahora sí los lepenistas tenían buenas razones para soñar que, tras las sucesivas buenas noticias y éxitos estratégicos, esta vez no habría cordones republicanos, ni alarma social, ni reacción política masiva, sino más bien decenas de circunscripciones con tres postulantes en el balotaje (las denominadas «triangulares») por toda Francia3, lo que aumentaba las posibilidades de rn, y una más que probable mayoría relativa –e incluso absoluta– para la extrema derecha en la segunda vuelta.

Sin embargo, a pesar de todos estos avances –cualitativa y cuantitativamente notables–, la noche del 7 de julio ha mostrado que rn aún no ha conseguido su normalización completa. Las elecciones legislativas han probado que sigue teniendo a una mayoría social en contra capaz de movilizarse enérgicamente si atisba posibilidades de que la formación de Marine Le Pen acceda al poder. Y han expuesto también que, aunque forzados por las circunstancias y de mala gana, la mayor parte de los partidos en Francia –desde la centroderecha hasta la izquierda más radical– se aviene a realizar cordones democráticos contra los «herederos de Vichy». Igualmente, los últimos comicios legislativos han puesto de manifiesto que, cuando los medios de comunicación aprietan –fiscalizando a los candidatos que el rn presenta por todo el país o analizando las conexiones rusas del partido–, el equipo de comunicación de Bardella flojea, se pone a la defensiva y comete errores de bulto.

La combinación de todo ello arroja un balance deprimente para la plataforma de Marine Le Pen: ni siquiera en el momento más favorable –cuando Macron les había regalado una convocatoria anticipada, el partido había conseguido desdemonizarse y el resto de las formaciones se encontraban más peleadas entre sí– han logrado lo que llevan 13 años proponiéndose. Por mucho que, con gesto de disgusto, Marine Le Pen afirmara que los resultados son una victoria «diferida» de su partido, ni ellos mismos se lo terminan de creer. Al fin y al cabo, es la cuarta vez que les pasa. Y en esta ocasión, a diferencia de las anteriores, no se lo esperaban. Ni siquiera pueden descartar que vuelva a suceder. Solo así se entiende la coexistencia vívida –prácticamente trágica– entre avances objetivos, impotencia política y abatimiento emocional. 

Pero una historia de la «normalización» de la extrema derecha en Francia nos obliga a ir hacia atrás, y a la figura del patriarca de esta fuerza: Jean-Marie Le Pen, de quien su hija Marine buscó despegarse política y estéticamente.

La aparición mediática de Jean-Marie Le Pen

Si, como dice el proverbio latino, «el dinero es el nervio de la guerra», en nuestras sociedades lo es el acceso a los medios de comunicación. Jean-Marie Le Pen, ex-combatiente en Indochina y también durante la guerra de Argelia, lo comprendió muy pronto y de golpe. Durante más de diez años, desde la fundación del fn en 1972 como federación de varios grupúsculos dispersos de extrema derecha y hasta 1983, el partido de Le Pen fue prácticamente un desconocido de la sociedad francesa y tuvo dificultades incluso para superar la barrera de 2% en los procesos electorales. Su suerte comenzó a cambiar en otoño de 1983 cuando logró una cierta visibilidad pública a raíz de un pacto de gobierno local con la derecha política en la ciudad de Dreux, luego de que el fn obtuviera 17% de los votos en las municipales, lo que generó un cierto escándalo y las reacciones de algunos intelectuales como Simone de Beauvoir, Simone Signoret o Yves Montand4. Además, el Partido Comunista Francés convocó varias manifestaciones de protesta. En ese momento, el discurso que empleaba el fn se resumía en el conocido eslogan electoral de 1983: «Inmigración, inseguridad, desocupación, fiscalismo: ¿harto? Vota Le Pen»; o el también célebre: «Un millón de desempleados es un millón de inmigrantes de más»5.

Sin embargo, la entrada en escena definitiva de Jean-Marie Le Pen como personaje relevante en la escena pública gala se produjo el día 13 de febrero de 1984, cuando fue invitado a participar en horario de máxima audiencia en el programa La hora de la verdad, que por entonces era la entrevista política de referencia en la televisión francesa6. En un contexto político marcado por las expectativas y los rechazos que generaba la coalición de gobierno entre socialistas y comunistas liderada por François Mitterrand (dentro del llamado programa común de la izquierda), Jean-Marie Le Pen protagonizó una entrevista muy tensa con el periodista François-Henri de Virieu, al que en repetidas ocasiones acusó de parcialidad y manipulación. El punto álgido de la entrevista, lo que aupó a Jean-Marie a la categoría de celebridad política, fue el golpe de efecto que dio en mitad del programa cuando, interrumpiendo a los entrevistadores e indignado ante el comportamiento de un diputado comunista en el Parlamento europeo, se alzó de su silla, se irguió en posición militar y pidió un minuto de silencio «por los millones de hombres y mujeres caídos bajo la dictadura comunista» y por «todas las personas que se encuentran en gulags y campos de concentración». Parte del público acompañó a Jean-Marie Le Pen durante aquellos incómodos segundos de silencio en prime time, lo que concedió un gran dramatismo a la escena y provocó la perplejidad del presentador. Pocos días después, en las elecciones europeas del 17 de junio de 1984, el fn consiguió resultados históricos para la hasta entonces exigua extrema derecha francesa: 10,95% y un total de 10 representantes en el Parlamento europeo. 

A partir de 1984, Jean-Marie Le Pen se construye una figura pública y un modo de hablar específicos. Representa la palabra bruta, liberada, disolvente de los tabúes y de lo políticamente correcto. Y crea un estilo: el registro de la provocación. El líder del fn se hace especialista en el uso del doble sentido, de los juegos de palabras y de las insinuaciones indeseables. Sus objetivos preferidos: la historia de la Segunda Guerra Mundial y la comunidad judía. Por ejemplo, en junio de 1988, dirigiéndose al ministro Michel Durafour, Jean-Marie Le Pen se refirió a él como «señor Durafour-crematorio»7 ante la incredulidad general. La cosa no paró ahí: casi toda Francia volvió a llevarse las manos a la cabeza cuando en 2014, después de que el fn ganara las elecciones europeas, Jean-Marie Le Pen contestó a las críticas del cantante judío Patrick Bruel invitándolo a una «horneada» [fournée]8. Llovía sobre mojado porque en la memoria de sus compatriotas resonaban entonces (y aún siguen resonando) las declaraciones del año 1988 en las que, cuando se le preguntó por el Holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, calificó las cámaras de gas como un «detalle» (point de détail) dentro del conflicto bélico9.

La coartada que anima entonces al personaje es la necesidad de decir la verdad. Jean-Marie Le Pen vive su actividad política como un compromiso ético con el pueblo, con el «francés de a pie», con esa Francia que vive (que toca, que huele, que sufre) una realidad que sus elites niegan. A nadie puede extrañarle entonces que el primer objetivo político que se diera el fn en los años 80 fuera entrar en combate contra la «tiranía» de lo políticamente correcto. Desde un punto de vista político, la creación del personaje Le Pen como figura mediática fue un éxito: al «decir en alto lo que muchos franceses pensaban en bajo»10, logró cimentar una identidad contra el establishment político que superó ampliamente la fuerza antagonista del Partido Comunista Francés. Durante la década de 1990, el fn se convirtió en la tercera fuerza del país, con un ciclo de oro entre 1994 y 1998. Comenzó a orientar su discurso y a implantarse entre las clases populares y consiguió articular el descontento de una parte de la sociedad francesa hacia los consensos dominantes sobre temáticas como inmigración, identidad nacional, trabajo, seguridad en las calles o cuestiones como el aborto, la homosexualidad o la eutanasia, sin excluir tampoco la complicada historia del pasado colonial francés. Así, entre 1984 y 2000, el fn se convirtió en un poderoso outsider de la política francesa (con tasas de voto estable que nunca bajaron de 10%) y, además, con fuertes bastiones en el sur y en el este del país.

Ahora bien, la estrategia puesta en marcha por Jean-Marie Le Pen, basada en atraer el descontento hacia posiciones hipercríticas con el sentido común dominante, mostró sus límites justo en el momento en que parecía encontrar su punto álgido. Ocurrió en las elecciones presidenciales de 2002. Los resultados del 5 de mayo de 2002 dieron una victoria histórica al candidato de centroderecha, Jacques Chirac, que alcanzó 82% de los votos. La tasa de participación fue la más alta de toda la historia de la Quinta República: 79,7%, ocho puntos por encima de la primera vuelta. El candidato del fn solo logró pasar de 16,86% de votos en la primera vuelta a 17,7% en la segunda. Una vez pasadas las elecciones, el partido estaba obligado a reconocer un hecho: la inmensa mayoría de los franceses era ferozmente antilepenista.

No obstante, Jean-Marie Le Pen, con sus aspavientos y sus salidas de tono en forma de boutades, llevó adelante el proceso de acumulación originaria del fn, tanto en el plano ideológico como en el organizativo, el comunicativo o el de marca. La libertad estratégica y discursiva con que se mueve Marine Le Pen en la actualidad es beneficiaria en altísimo grado del partido-nicho que en los años 80 edificaron Jean-Marie Le Pen y su colaborador cercano Bruno Gollnisch. El padre funciona, en todo caso, como condición de posibilidad del fn (más moderno, más social y más estatista) de la hija.

Marine Le Pen: la resemantización del discurso de la extrema derecha

Suele decirse que el fn no ha cambiado, que sigue representando y portando en su mochila las mismas pesadas ideas que hace 10 y 20 años. Uno de los mejores estudios monográficos que se han publicado hasta la fecha sobre el fn de Marine Le Pen, titulado Les faux semblants du Front National. Sociologie d’un parti politique [Las falsas apariencias del Frente Nacional. Sociología de un partido político], editado por Sylvain Crépon, Nonna Mayer y Alexandre Dézé, va en esta dirección. Los autores de este libro insisten en que, salvo en pequeños matices (como su relación con la comunidad judía o sus tímidas aperturas hacia el liberalismo moral), el fn continúa arrastrando las mismas ideas xenófobas y la misma visión esencializante de la nación y de la cultura francesas. No dejan de tener razón: si alguien confía en que el partido se haya transformado en un partido de derecha al uso con alguna veleidad retórica producto de su pasado radical, seguramente se equivoca. Hay un hilo programático que une el fn de Jean-Marie Le Pen y el de Marine Le Pen.

¿Qué aporta entonces de novedoso Marine Le Pen como líder? «Sangre nueva, jóvenes cuadros que hablan bien en público, un discurso franco pero respetuoso, y un sentido del humor que pone a la audiencia de su parte»11, escriben Cécile Alduy y Stéphane Wahnich en una aguda obra dedicada al discurso del fn. Pero no solo eso: Marine Le Pen aporta sobre todo una estrategia muy ambiciosa. Allí donde el padre proyectaba construir una ciudadela de resistencia para el campo nacional, Marine Le Pen ordena salir del recinto amurallado para emprender la conquista y el pirateo del discurso del adversario político. Alduy y Wahnich denominan este procedimiento «opas12 semánticas contra el consenso republicano». Se trata de una técnica discursiva que consiste en el préstamo y desvío de conceptos históricamente extraños al corpus ideológico de la extrema derecha. Su objetivo apunta no solo a ocupar un terreno político favorable abandonado por la izquierda (el pueblo, los derechos sociales, la laicidad), sino también a modificar el sentido mismo de los términos acaparados.

El empleo de estas palabras extrañas al vocabulario de la extrema derecha tiene como finalidad absolver al ciudadano francés de todo sentimiento de culpa si experimenta el deseo de votar al fn. En esto el fn imita a la izquierda: «siempre tuvimos envidia de por qué la izquierda podía decir cosas que nosotros no, por qué a ella se le permitían cosas que nosotros simplemente no podíamos hacer. Y nos dimos cuenta de que era por la pátina de superioridad moral que su discurso había logrado adquirir a través del tiempo y que les concedía una ventaja de inicio», reconoce un cuadro frontista. «Así que teníamos que esforzarnos en hablar a los franceses desde un lugar que fuera moralmente irreprochable en términos de lo que se considera políticamente correcto».

El caso más depurado de «opa semántica» es el operado sobre el concepto de laicidad. En primer lugar, porque es una idea que el fn histórico repele por completo13; y, en segundo lugar, porque Marine Le Pen, al utilizarla, trata por un lado de apropiársela y por otro lado de resignificarla enteramente. En el discurso habitual del fn, la laicidad es un valor republicano en peligro. Aún más: es una seña de identidad francesa amenazada por el multiculturalismo anglosajón y por la acción cotidiana de un grupo social concreto: los musulmanes. 

Dentro de un discurso que parece impecable desde el punto de vista republicano, Marine Le Pen reinterpreta la ley de 1905 que en Francia establece la separación de la Iglesia y el Estado en un sentido que se dirige solo (o muy particularmente) contra los musulmanes. Es una laicidad en contra de una comunidad concreta. «Prohibiré los signos religiosos ostentosos a todos los usuarios de los servicios públicos. Yo no tengo por qué saber la religión de la viajera que está a mi lado en el tren», declara Marine Le Pen en Nantes el 25 de marzo de 2012. De esta forma, en un discurso general sobre la laicidad, señala una figura específica y connotada muy negativamente en las sociedades occidentales posteriores a los atentados del 11-s: mujer, musulmana, con velo. Durante el mismo mitín también apunta a las etiquetas halal 14 para la carne, al velo en las universidades o a los rezos colectivos en la calle como atentados contra la laicidad republicana. Lo decisivo es que esta reinterpretación de la laicidad republicana como extendida a todo el espacio público (la calle, el metro, la playa o los parques) supone de facto la restricción de la libertad religiosa a la mera esfera privada. Al menos para los musulmanes; o, mejor dicho: especialmente para los musulmanes.

La «opa semántica» del fn al concepto de laicidad hace de esta un mecanismo defensivo para impedir la «desnaturalización» de la sociedad francesa, para aislar y controlar a la población musulmana. Esa que, como señala el argumentario lepenista, ejerce una presión constante sobre el modo de vida francés a través de las reivindicaciones «religioso-comunitarias» en el día a día. No debe extrañar entonces que la palabra «laicidad» en boca de Marine Le Pen esté siempre asociada a las palabras «violación», «amenaza», «comunitarismo», «sometimiento», «violaciones», «inmigración» o «paz civil». Es un muro contra lo bárbaro, lo extranjero o lo de fuera. Pero es que, además, la laicidad, tal como la reformula el fn, no es una conquista política producto de luchas concretas, sino un rasgo esencial, sustantivo y ahistórico de la cultura francesa. 

Esta reinterpretación culturalista e identitaria de la idea de República laica permite al fn dar un paso más: vincular la defensa de la laicidad a la reivindicación de la raíz judeocristiana del hecho francés. «Yo no determino mi pensamiento político en función de la religión a la que pertenezco (…) Pero si una religión nueva15 multiplica las reivindicaciones que hieren las costumbres, los códigos, los modos de vida, los hábitos, de un país fundado desde hace muchos años sobre valores judeocristianos; entonces sí, eso genera un problema», declaró abiertamente Marine Le Pen16

Lo que durante todos estos años Marine Le Pen ha aprendido de su padre es que las palabras son fundamentales en política. Lo son cuando de lo que se trata es de provocar y ganar presencia mediática; pero también lo son cuando se pretende hegemonizar los conceptos que conforman el sentido común republicano. Las «opas semánticas» toman como punto de partida la enseñanza de 2002: es imposible ganar elecciones oponiéndose diametralmente a los significantes estructurantes de una comunidad política. Para vencer, hay que robarle las palabras al adversario, hay que poder atacarlo con su propio vocabulario resignificado y modulado. Porque así es como una fuerza política outsider puede llegar a graduar las lentes conceptuales con que la mayor parte de los ciudadanos vemos el mundo.

La «hipótesis Philippot»

Todo buen proyecto político, dicen, nace de una hipótesis ambiciosa. El marinismo como proyecto político se originó también a partir de una conjetura que rompió los esquemas previos de la extrema derecha francesa. Quien concibió esta hipótesis y la aplicó al fn fue Florian Philippot, número dos del fn desde la llegada de Marine Le Pen a la Presidencia del partido en 2011 y principal estratega del proyecto. 

¿Qué afirma exactamente la «hipótesis Philippot»? La idea-matriz sobre la que Marine Le Pen construyó su proyecto político sostiene que en Francia existen las condiciones para la articulación de una mayoría política transversal a partir de los ingredientes que sazonaron el voto del «No» al proyecto de Constitución Europea de 2005. En otras palabras: «la hipótesis Philippot» sostiene que el fn puede construir una mayoría electoral (y salir por tanto del aislamiento político) si logra crear un polo de identificación política que traspase las etiquetas «izquierda» y «derecha» sobre las bases del voto soberanista contra el Tratado de Roma o Constitución europea. 

En Francia, el referéndum se celebró el 29 de mayo de 2005 y la victoria del «No» supuso un punto de inflexión para muchos de los actores políticos que participaron en él. Por lo desconcertante del resultado y el tipo de mayorías que generaba, puede decirse que fue un Brexit antes del Brexit. En los meses previos al plebiscito, el debate político francés se dividió en dos campos: de un lado los llamados soberanistas (aquellos que rechazaban el proyecto de Constitución europea y apostaban por no ceder más competencias a Bruselas), y del otro lado los denominados federalistas (quienes se posicionaban a favor del proyecto de Constitución europea y de una mayor integración política y legislativa entre los países de la Unión). En el grupo de los federalistas se situaron el Partido Socialista Francés (psf), la Unión por un Movimiento Popular (ump, centroderecha), la Unión por la Democracia Francesa (udf, derecha), el Partido Radical de Izquierda (prg, centroizquierda) y Los Verdes. Cabe destacar que este posicionamiento generó algunos conflictos internos tanto en el psf como en Los Verdes17. En el grupo de los soberanistas encontramos al fn de Jean-Marie Le Pen, al Movimiento por Francia de Philippe de Villiers (derecha radical), a la Agrupación por Francia y la Independencia de Europa de Charles Pasqua (rpfie, derecha radical); pero también (y esto fue lo decisivo) al Partido Comunista Francés, a la Liga Comunista Revolucionaria (lcr) y Lucha Obrera (lo) –ambos trotskistas–, y al Movimiento Republicano y Ciudadano (mrc, soberanista de izquierda) de Jean-Pierre Chevènement. De hecho, Philippot, entonces con 24 años, hizo campaña junto a este último partido, caracterizado por ser especialmente crítico con el modo en que se construyó la Unión Europea y, al mismo tiempo, progresista desde el punto de vista económico y moral.

De modo que, ante aquel plebiscito, se formaron dos bloques que atravesaban la frontera izquierda/derecha: de un lado, el bloque de los grandes partidos de la izquierda y de la derecha francesas pidiendo el «Sí» a la aprobación de la Constitución europea; y del otro lado, el grupo de los partidos medianos y pequeños de la extrema derecha y la izquierda radical haciendo campaña por el «No». 

Finalmente, el día de la consulta, el bloque soberanista se impuso a la opción federalista. Los partidarios del «No» lograron una victoria tan amplia como inesperada aunando 54% de los votos frente a 45% de los favorables al «Sí». Aquella noche, los representantes políticos partidarios del «Sí» afirmaron estar en shock, mientras que dirigentes como Jean-Marie Le Pen se felicitaron por el sentido común demostrado por la ciudadanía francesa. Los primeros culpaban a la campaña del «No» de haber traspasado todos los límites de la demagogia y el populismo; al tiempo que los segundos insistían en interpretar el resultado como una «victoria del pueblo frente a las elites». Philippot se construyó políticamente a partir de esa experiencia. Funcionó como una vivencia iniciática de transversalidad y, además, de victoria. Como una constatación de que se podían formar mayorías alternativas si se cambiaba la pregunta que estructuraba el campo político y definía la dinámica amigo/enemigo. Por eso, cuando Philippot entró a formar parte del fn, todo su esfuerzo se dirigió a reproducir la dinámica y las condiciones de la competencia electoral de 2005. Para el ideólogo del marinismo, se trataba en definitiva de crear un sujeto político que sobrepasara las identidades «izquierda» y «derecha» a partir de dos elementos: (a) la crítica al proyecto de la ue y (b) la defensa del llamado «modelo social francés». Una mezcla entre gaullismo y chevenèmentismo18, con la dosis de retórica identitaria que el fn necesitaba para mantener a su base electoral y militante. 

De este modo, la «hipótesis Philippot» pavimentó una superficie de inscripción lo suficientemente amplia como para aspirar a reunir, potencialmente, a todos los votantes del «No» al proyecto de Constitución europea. La casa madre de un patriotismo que se quiere moderno y reformado, alejado del tufillo fascista del «viejo» fn, capaz al mismo tiempo de interpelar al desempleado de larga duración de Arrás, en el deprimido norte de Francia; a la maestra de secundaria sobrepasada por los problemas de la escuela pública, al médico rural, a la policía antidisturbio de una periferia «sensible» o a los productores agrícolas de la región de Borgoña. Un patriotismo, además, respetuoso con los mínimos consensos sociales y aficionado, en su puesta en escena, a la liturgia televisiva.

La casa Francia

El fn de Marine Le Pen eligió una casa como símbolo de una patria protectora de sus ciudadanos. En plena campaña para las elecciones presidenciales de 2017, Marine eligió unas llaves como símbolo de su propuesta política, para a continuación explicar: «Me las ha dado un empresario de Mosela [región industrial del noreste del país que sufrió particularmente los efectos de la crisis económica], y me parece que son muy simbólicas porque mi proyecto es devolver a los franceses las llaves de la casa Francia». Una semana antes, la presidenta del partido resumió su programa electoral en un solo deseo: «Que los franceses dejen de vivir como alquilados en su propio país y vuelvan a ser sus propietarios».

La metáfora de la casa alude a una suerte de desposesión, a un salir perdiendo y a un sentimiento de agravio. La retórica del fn enlaza con este sentimiento haciendo que en su discurso proliferen toda clase de verbos que indican sometimiento: «dominar», «abusar», «intimidar», «arrodillar», «someter», «subyugar», «esclavizar», «rendirse» o «capitular». «Recuperar las llaves de la casa Francia» significa también recobrar el control sobre la propia vida y el propio entorno, volver a sentir que se tiene el dominio sobre algo y que las decisiones de uno cuentan. El discurso ultraderechista opera aquí un salto en pos de la narrativa del empoderamiento y les dice a los franceses: «es momento de que vuelvas a tener las llaves de tu propio destino en este mundo que se ha vuelto tan complejo».

Lavado de cara rosa y arcoíris

La Manif Pour Tous [Manifestación para Todos] puso a prueba la coherencia elemental de la estrategia marinista orientada hacia la transversalidad. Y es que, en efecto: ¿cómo actuar cuando en el país emerge una gran movilización social fuertemente anclada en la derecha? ¿Qué hacer cuando la propia base militante exige un compromiso con un movimiento que contradice la estrategia política fundamental? 

La Manifestación para Todos es el nombre que tomó un movimiento social que, desde 2012 hasta 2014, convocó varias demostraciones en toda Francia contra la aprobación del matrimonio homosexual por parte del gobierno de François Hollande (psf), llamado en Francia «Matrimonio para todos». Algunas de las convocatorias fueron verdaderamente multitudinarias, como las que reunieron en París a más de 500.000 personas el 13 de enero de 2013 y a 700.000 personas el 24 de marzo de ese mismo año. Estas demostraciones tuvieron un considerable impacto en la opinión pública, pues visibilizaban una Francia poco conocida: conservadora, católica y mayoritariamente de provincias. La Francia del anti-Mayo del 68.

Algunos analistas se atrevieron a hablar de la «primavera francesa». Allí, en las calles, estaba el partido de la centroderecha conservadora (Los Republicanos); allí se encontraban también asociaciones de familias cristianas; allí marchaban igualmente los llamados tradicionalistas católicos; e incluso por allí se pudo ver a los sectores identitarios (la periferia más radicalizada de la extrema derecha francesa). Pero por allí no estuvieron, al menos oficialmente, el fn ni la propia Le Pen. 

Punto por punto, las reivindicaciones de La Manif pour Tous se adecuaban a lo que el partido de Jean-Marie Le Pen declaró durante años sobre la familia, la religión católica, el aborto o la incipiente «teoría de género». Sin embargo, el equipo de Marine Le Pen decidió no apoyar oficialmente este movimiento ni asistir como partido a las manifestaciones, aunque sí dio libertad a sus cuadros para participar. Incluso cuando el partido de centroderecha decidió implicarse activamente en el movimiento, el fn rechazó todo protagonismo en la movilización. 

La decisión de Marine Le Pen fue motivada por dos razones: por un lado, el deseo de quitarse de encima el estigma de partido rancio de convicciones fósiles y, en segundo lugar, la voluntad de atraerse al electorado homosexual (o, como mínimo, no suscitar un rechazo visceral en esta parte de la sociedad). Además el fn esperaba que esta toma de distancia respecto al movimiento católico se leyera como una prueba más de su metamorfosis interna y contribuyera al proceso de desdemonización de la extrema derecha. Aquí, el fn no aspiraba a lanzar una «opa semántica» sobre el concepto de libertad sexual (no se atrevió a ser tan ambicioso), pero sí coqueteó discursivamente con la posibilidad de presentarse como defensor de las libertades de los homosexuales frente al conservadurismo moral del mundo musulmán. 

Igualmente, resulta llamativo cómo se comportó el entorno de Marine Le Pen ante la propuesta de ley sobre el matrimonio igualitario. Se notaba que era un tema que lo incomodaba, que le molestaba incluso, y que hubiese querido que pasara rápido. Lo consideraban una «papa caliente», un señuelo, un reclamo destinado a que la extrema derecha se dejara llevar por el estrato más homófobo de sus capas ideológicas. Una trampa para desbaratar el proceso de normalización del partido. «El proyecto de ley de François Hollande pretende reinstaurar el eje izquierda/derecha, que es donde el Partido Socialista se siente cómodo», declaró Florian Philippot. «Además –continuaba– no es un tema fundamental para los franceses». Philippot llegó a decir que la lucha por la derogación de la ley para el matrimonio homosexual interesaba tanto como el «cultivo del bonsái»; lo que, por cierto, indignaba a una parte significativa de su militancia19.

Lo que subyacía al miedo de los dirigentes frontistas ante esta cuestión era su profunda desconfianza hacia las bases del partido. Marine Le Pen y Florian Philippot –quien más tarde abandonaría el fn para construir Patriotas, que no caló en la derecha– recelaban de su propia militancia y de un sector del partido. Sabían que la estrategia de la transversalidad solo era aceptada a medias por las corrientes más tradicionales de la formación y que esta aprobación a regañadientes se encontraba condicionada por los resultados electorales. Eran conscientes de que muchos, en el interior del partido, querían reafirmarse ideológicamente ante la cuestión del matrimonio homosexual. Sin embargo, consiguieron despejar el balón y que este asunto no condicionara su política comunicativa. Con ello, el equipo de Marine Le Pen logró que el fn mostrara una cara más amable respecto a las libertades sexuales y a la comunidad gay y lesbiana20. Además, durante aquellos meses de primavera neocon, Philippot hizo gala de su propia homosexualidad y de la capacidad del fn para encarnar un patriotismo de nuevo cuño.

La normalización continuaría luego con otros temas como el antisemitismo. Marine Le Pen no solo logró deshacerse de un antisemitismo que formaba parte del adn del viejo fn, sino también atraer parte del voto judío. Incluso, en el marco de la guerra en Gaza, se ha permitido el lujo de acusar a la propia izquierda de antisemitismo. Mientras buena parte de los medios señalaban a los parlamentarios de La Francia Insumisa como «revoltosos», «boicoteadores» y «amantes del espectáculo», los 8821 diputados de rn buscaron –y posiblemente consiguieron– mostrarse como mesurados y responsables. A pesar de todo ello, las elecciones legislativas anticipadas del 30 de junio y del 7 de julio volvieron a reactivar el «frente republicano». Una señal que no cierra, pero sí complica, el plan de Marine Le Pen para las presidenciales de 2027, a las que Macron ya no podrá presentarse.

Nota: partes de este artículo fueron retomadas del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional (Lengua de Trapo, Madrid, 2019).

  • 1.

    Cuando se esperaba que Reagrupamiento Nacional (RE) obtuviera el primer lugar, e incluso llegara a la mayoría absoluta, quedó finalmente en tercer lugar debido a la estrategia concertada de la izquierda y el macronismo para retirar candidatos, en la segunda vuelta, en las circunscripciones donde competían tres postulantes y la extrema derecha estaba en condiciones de ganar. Aunque creció de 88 a 143 diputados, el tercer lugar de rn en la segunda vuelta fue vivido como una derrota.

  • 2.

    El nuevo nombre del Frente Nacional desde 2018.

  • 3.

    En el sistema electoral francés, en el que se eligen diputados por circunscripciones uninominales, pasan a la segunda vuelta, si nadie obtiene 50% más uno de los votos, quienes consiguen 12,5% del padrón electoral de la circunscripción.

  • 4.

    «1983: à Dreux, pour les municipales, la droite s’allie à l’extrême droite», video disponible en Institut National de l’Audiovisuel (INA), www.ina.fr/ina-eclaire-actu/dreux-1983-jean-pierre-stirbois-droite-extreme-droite-municipale.

  • 5.

    V. carteles electorales en https://blog.francetvinfo.fr/derriere-le-front/2015/10/26/les-francais-dabord.html.

  • 6.

    Valérie Igounet: Le Front National de 1972 à nos jours: le parti, les hommes, les idées, Le Seuil, París, 2014.

  • 7.

    «Jean-Marie Le Pen: ‘Monsieur Durafour crématoire, merci de cet aveu’» en A2 Le Journal de 13H, 3/9/1988, disponible en www.ina.fr/video/I09167776.

  • 8.

    Una repugnante alusión a los hornos crematorios nazis. Edouard de Mareschal (y agencias): «Une nouvelle sortie de Jean-Marie Le Pen consterne jusqu’au FN» en Le Figaro, 8/6/2014.

  • 9.

    «Si tomas un libro de mil páginas sobre la Segunda Guerra Mundial, en la que murieron 50 millones de personas, los campos de concentración ocupan dos páginas y las cámaras de gas diez o quince líneas, y eso es lo que llamamos un detallito». Jean-Marie Le Pen, declaraciones al programa Le Grand Jury-RTL, 13/9/1987.

  • 10.

    Cécile Alduy y Stéphane Wahnich: Marine Le Pen prise aux mots, Le Seuil, París, 2016, p. 37.

  • 11.

    Ibíd., p. 12.

  • 12.

    «Oferta pública de adquisición», en el lenguaje de las finanzas [n. del e.].

  • 13.

    El FN ha sido desde su creación, y particularmente desde los años 80, el partido refugio del tradicionalismo católico. La influencia en este sentido de una figura como la de Bernard Antony es fundamental para entender la impronta católica de los programas electorales del partido.

  • 14.

    La etiqueta halal («permitido», «lícito» en árabe) alude al método prescrito por la ley musulmana para preparar la carne, esto es, para sacrificar a los animales y procesarlos como alimento.

  • 15.

    Si la religión musulmana es una religión nueva es porque, según Marine Le Pen, está poco enraizada en la cultura francesa; es decir, es una llegada de última hora y, como tal, perturbadora y potencialmente peligrosa.

  • 16.

    Declaraciones de Marine Le Pen en su entrevista con Cécile Alduy, 9/10/2013. Ver C. Alduy y S. Wahnich: ob. cit.

  • 17.

    De hecho, Jean-Luc Mélenchon, futuro líder de La Francia Insumisa, fue uno de quienes, dentro del PSF, expresaron su oposición al Tratado de Roma.

  • 18.

    En referencia al movimiento soberanista de centroizquierda de Jean-Pierre Chevènement [n. del e.].

  • 19.

    «La Manif pour tous exige ‘des excuses’ de Marine Le Pen» en Le Point, 14/4/2016.

  • 20.

    A comienzos de 2024, Marine Le Pen votó en el Parlamento en favor de la constitucionalización del derecho al aborto.

  • 21.

    rn pasó de ocho representantes en la Asamblea Nacional entre 2017 y 2022, a 88 entre 2022 y las elecciones legislativas convocadas por sorpresa por Macron en 2024.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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