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NUSO Nº 290 / Noviembre - Diciembre 2020

Patriotas indignados, Europa como fantasma

Las extremas derechas siguen generando interrogantes acerca de su nominación, pero también acerca de sus contenidos y cartografías internas. Lo cierto es que Europa hace tiempo se enfrenta a ellas. El volumen colectivo Patriotas indignados sirve como brújula para abordar esta temática a ambos lados del antiguo Muro de Berlín. Si bien estas derechas tienen elementos comunes, sus trayectorias nacionales son diferenciadas, y también sus vínculos con el pasado.

Patriotas indignados, Europa como fantasma

En la última década, Europa se enfrenta a una auténtica revolución dentro de los diversos frentes de derechas. En una ola que también atraviesa América Latina y Estados Unidos, nos encontramos con fenómenos de extrema derecha que tienen diversos elementos en común, pero también su propia trayectoria nacional y sus raíces históricas particulares. Se trata de realidades diversas, aunque esto no significa que no se puedan extraer lecciones generales que ayuden a caracterizar su desarrollo con cierta visión de conjunto.

En el ámbito de los estudios sobre estos fenómenos políticos y sociales, durante un tiempo dio la sensación de que no se acertaba a articular análisis que abordasen lo que estaba sucediendo más allá de explicaciones demasiado gruesas. Se puede hablar de cierta parálisis inicial por la cual no se lograba ir más allá de imprecisas comparaciones entre las nuevas extremas derechas y el pasado ideológico del fascismo y el nacionalsocialismo. De cierto modo, el análisis se centró, durante algún tiempo, en contrastar las semejanzas y diferencias entre la crisis abierta en 2008 y los turbulentos años 30 del continente europeo como única explicación a lo que estaba sucediendo.

El libro que nos ocupa, titulado Patriotas indignados, declara en su subtítulo algunas de sus intenciones profundas: bucear en la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría y en el neofascismo, posfascismo y los nuevos fenómenos nazbols (nacional bolcheviques) que se han vivido en los últimos años en Europa central y del Este1. Resultado de las líneas de investigación del Grupo de Investigación en Historia Actual del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona (greha), este trabajo dibuja un marco temporal y geográfico que ayuda a explicar con mayor precisión el crecimiento de las posiciones de ultraderecha en Europa. Así, se toma la caída del Muro de Berlín en 1989 y la crisis financiera de 2008 como dos momentos históricos centrales, desde los que parten los dos grandes ejes históricos que acompañan el libro: las reacciones ultranacionalistas desencadenadas tras la desmembración del bloque soviético y la ofensiva de la extrema derecha contra el proyecto globalizador neoliberal.

A partir de ahí, se inicia un recorrido que pasa por Rusia, Ucrania, Polonia, Bulgaria, Hungría, Rumania y los territorios que conformaron la antigua Yugoslavia, sin perder de vista los proyectos de la extrema derecha en Austria, Grecia, Alemania e Italia, cerrando un cuadro muy completo, además de novedoso para el lector en lengua española. Para lograrlo, este grupo de investigación explora dos grandes campos: el primero, que se abre a mediados de la década de 1980, se vincula con las consecuencias que produce la caída del bloque soviético. En este marco, la construcción de posiciones ultranacionalistas se vincula, en primer lugar, con la reacción identitaria y la renovación del campo político que se produce en oposición a las estructuras de los partidos comunistas nacionales. En estos fenómenos, se debe destacar la intervención y el apoyo de eeuu y las potencias de Europa occidental, como forma de fomentar bloques políticos nacionales que articularan frentes anticomunistas en sus respectivos países, a la vez que se ampliaban los campos de influencia de estas potencias. Es dentro de estas respuestas que los autores señalan la aparición de formas políticas que se articularon en torno de discursos de tendencias iliberales y autoritarias. En definitiva, en muchas ocasiones estos apoyos llevaron aparejada la aprobación internacional a formaciones políticas que, envueltas en la calificación de «luchadores de la libertad», sirvieron de caldo de cultivo para las formaciones neofascistas y de ultraderecha. En ese contexto, también Rusia fomentaría el crecimiento de ciertos sectores ultranacionalistas y de ultraderecha en Europa con el fin de articular un contraataque frente a las potencias vencedoras de la Guerra Fría. Su objetivo era tomar posiciones ante la ampliación formal e informal de la influencia de Europa occidental sobre el Este europeo.

En segundo lugar, el libro da un paso más allá y en su segunda parte ofrece una explicación sobre el impacto que tuvo la Gran Recesión de 2008 en la configuración de estas posiciones ultranacionalistas. En lo que denominan el «marasmo en el mundo feliz», se defiende que la crisis financiera de 2008 permitió dar continuidad a la ola ultranacionalista vivida tras la caída del bloque soviético. Esta hipótesis permite entroncar con las estructuras ideológicas que han servido para armar estos nuevos proyectos de extrema derecha a lo largo y ancho de Europa: la lucha contra la globalización.

Nuevas tradiciones para la ultraderecha

Otra de las líneas argumentales del libro se centra en bucear en los fundamentos ideológicos de estos movimientos. Para ello, se lanzan algunos interrogantes: ¿qué relación tienen estas realidades con los viejos movimientos fascistas y nacionalsocialistas? ¿Cuáles son sus referentes intelectuales? ¿De dónde se nutren estas posiciones?

Es importante señalar que, en muchas ocasiones, estos grupos parten de posiciones de «independencia histórica», esto es, en sus planteamientos dicen no reconocerse en los movimientos de extrema derecha anteriores a 1945. Así, su matriz ideológica y organizativa se nutre de diversas ramas de los nuevos movimientos conservadores, la Alt-Right (derecha alternativa) y otros referentes de extrema derecha que, mezclados con las propias tradiciones nacionales, han hecho que cada proyecto tenga sus desarrollos particulares. De todas estas influencias, en el libro se destaca en varios momentos la que tuvo el neoconservadurismo francés de la Nueva Derecha de Alain de Benoist en los países del Este.

Efectivamente, algunos de sus postulados, empezando por su proyecto eurasianista, pero también su impronta laica y pagana, entroncaban bien con algunos postulados poscomunistas. A ellos se sumaban las líneas racistas, patriarcales y antiglobalización que preconizaba la revolución conservadora francesa desde los años 70. Este punto es crucial, ya que articula una de las líneas que atraviesa buena parte del repertorio discursivo de todos estos movimientos, que es la vinculación entre la globalización capitalista y ciertos rasgos de las ideologías progresistas post-Mayo del 68. En el fondo, se trata del enfrentamiento de las auténticas tradiciones nacionales y sus raíces populares más profundas con las corrientes globalizadoras encarnadas por los mercados liberalizadores, así como la colonización cultural que tratarían de imponer –según su criterio– actores políticos como George Soros.

Esta nueva lucha de clases, en la que abajo estarían los pueblos y sus naciones frente a los de arriba, los dueños del dinero sin patria ni valores, estará de uno u otro modo en los discursos de renovación de la extrema derecha en todo el mundo. Se trata de una línea transversal que encontramos de distintas maneras en los discursos de Ronald Reagan, Margaret Thatcher o los movimientos necoconservadores en sus variantes estadounidense y francesa, pero también en los nuevos movimientos de extrema derecha.

Todas ellas son ideas que explican, como bien señala el libro, la construcción de los nuevos referentes ultranacionalistas y la aparición de figuras nucleares como la de Alexander Dugin en Rusia. Definido como un alquimista ideológico, en su pensamiento se encontraría un cruce de caminos entre las viejas propuestas de la extrema derecha, la impugnación de los valores de los Mayos del 68 y la lucha contra la globalización neoliberal. Este proyecto ha cuajado en propuestas de poder autoritarias que han tenido en las fórmulas probadas por Vladímir Putin en Rusia, los hermanos Kaczyński en Polonia o Víktor Orbán en Hungría algunos de sus mejores defensores.En palabras de Orbán, líder de la Unión Cívica Húngara (Fidesz, por su sigla en húngaro), esta deriva se explica muy bien:

la nación húngara no es simplemente un grupo de individuos sino una comunidad que debe organizarse, reforzarse y, de hecho, construirse. Y así, en este sentido, el nuevo Estado que estamos construyendo en Hungría es un Estado iliberal, un Estado no liberal. No rechaza los principios fundamentales del liberalismo, como la libertad, y podría enumerar algunos más, pero no hace de esta ideología el elemento central de la organización estatal, sino que incluye un enfoque nacional diferente, especial.

En estas declaraciones de 2014 quedaba claro un nuevo paradigma más cercano a las tradiciones reaccionarias, donde la comunidad y la nación están por encima de los derechos liberales.

En medio de este marasmo, en el libro se desgranan los cruces entre viejos movimientos fascistas de carácter más nostálgico, conservadores tradicionales, neofascistas y posfascistas, o alianzas nacional-bolcheviques, diferentes realidades que se han ido acomodando en los diversos campos políticos que recorren ahora mismo el conjunto del continente europeo.

Europa como problema

Explorando más allá del texto, se nos plantea otra pregunta de gran importancia: ¿qué sucede con el conjunto del continente europeo? No se nos puede escapar que una buena parte de los países del bloque soviético han formado parte de los procesos de ampliación de la Unión Europea entre 2004 y 2007, y también del área de influencia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan). Junto con ello, se debe considerar que algunos de los episodios políticos centrales de la ue han tenido su epicentro en Europa oriental.

Los cuatro países del grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia) son precisamente lugares donde estos procesos ultranacionalistas y de identidad han tomado protagonismo, como países donde diversos partidos políticos y hasta los gobiernos son de extrema derecha. Con ello han desarrollado programas xenófobos, racistas y con fuertes componentes patriarcales. Al mismo tiempo, han jugado un papel central como gendarmes de Europa en la llegada de refugiados.

De esta manera, la gran contradicción europea no ha sido la división entre democracias liberales como las de Alemania o Francia y gobiernos autoritarios como el de Orbán. La gran contradicción ha estado entre la supuesta incomodidad que producía, por ejemplo, el gobierno húngaro frente a la fuerza material que este tenía en relación con sus socios europeos por su papel fronterizo. Como sabemos, la respuesta de la ue finalmente se ha parecido más a la creación de un sistema de campos de concentración en condiciones infrahumanas que a la de una sociedad de acogida frente a una emergencia humanitaria. Por tanto, la gran pregunta que se nos plantea se centra en la propia construcción del proyecto europeo, sus límites y sus capacidades de construirse más allá de la tentación autoritaria que ahora expresa el surgimiento de la extrema derecha. En Europa no solo existe una pugna entre bloques políticos e ideológicos, sino que, en fases de crisis, se demuestra que el continente está en una encrucijada que se mueve entre dos tendencias: la tendencia autoritaria que siempre albergó el conjunto del continente y la tendencia democratizadora.

Como hemos señalado, los procesos de reacción y la extrema derecha explotan las grandes contradicciones de la construcción europea. Esto se demuestra si observamos lo sucedido en el continente europeo a partir del contexto abierto por la crisis financiera global y sus tres grandes momentos políticos: la gestión de la crisis que hizo Europa en su relación con las diferencias entre los países del Norte y los del Sur, la ya referida crisis de los refugiados, que supuso la entrada en las fronteras europeas de cerca de dos millones de personas, y el Brexit.

De estos tres fenómenos políticos, como bien se señala en el libro, la solución que se dio a la crisis de Grecia durante el colapso de 2008 fue determinante. Las victorias de Syriza en las elecciones de enero y septiembre de 2015, sumadas al resultado del referéndum de julio de 2015 que rechazaba las condiciones de rescate de la troika, fueron actos políticos y democráticos de enorme calado en el conjunto de Europa. Sin embargo, a pesar del discurso superficial de una Europa basada en la solidaridad entre distintos países, se impuso la realidad material de la ue. El dictado económico llevó a una intervención sobre Grecia que destruyó su economía y condenó al paro a la mitad de su población joven, además de dejar más de 2,5 millones de pobres, imponiendo un programa de recortes y depauperación del país que llega hasta la actualidad.

Además del deterioro económico, también quedó dañado el sistema institucional y democrático de la ue. Al revertirse por la fuerza lo decidido en referéndum, se demostró que en momentos de crisis la soberanía nacional era papel mojado. Esta lección llevó a que los sentimientos euroescépticos tuvieran un fuerte respaldo en aquellos países que se veían menos integrados en Europa, aunque no solo en ellos. La solución griega cargó de razones a todas aquellas fuerzas que abogaban por la soberanía nacional y la vuelta a patrones económicos nacionales.

¿Para qué servía el proyecto europeo si en los momentos de crisis se imponía la cruda realidad de las potencias centrales y de Alemania, y si la soberanía nacional no era respetada? La crisis griega fue un síntoma de muchas de las realidades que se viven en los últimos años. Cuestiones como el euroescepticismo, la precarización social, la búsqueda de nuevas potencias con las que aliarse, como Rusia o China, o el auge de grupos de extrema derecha como Amanecer Dorado no deben tomarse como meras anécdotas nacionales, sino que aparecen como vectores de cambio sobre los que se están construyendo nuevas agendas políticas a escala europea.

Troncos comunes de la extrema derecha

Para el lector en lengua española ha salido publicado en los últimos tres años un buen número de títulos que tratan de explicar los nuevos fenómenos de extrema derecha que recorren Europa. Si trazamos un hilo conductor entre todos ellos, donde se han hecho estudios más de detalle sobre algunos países, reflexiones del conjunto europeo y también análisis que engloban a eeuu o Brasil, encontramos un patrón claro.

Estaríamos ante la emergencia de nuevos proyectos políticos que se escapan del viejo proyecto neoliberal y que articulan sus posiciones por dos vías. Una toma las riendas de las viejas formaciones conservadoras y la otra impulsa nuevas formaciones que disputan la hegemonía por la derecha a las tradicionales fuerzas conservadoras, tal y como sucede con la Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) en Francia, Alternativa por Alemania (afd, por sus siglas en alemán), vox en España o los procesos ya mencionados de Fidesz, aliado con el Partido Popular Demócrata Cristiano (kndp, por sus siglas en húngaro). Estos procesos quedan bien reflejados en libros como Epidemia ultra, la ola reaccionaria que contagia a Europa, editado por Franco Delle Donne y Andreu Jeréz en 20192.

Además, nos encontramos ante propuestas políticas que tienen un patrón claro. La gran mayoría parte de las elites nacionales, pero tiene como objetivo conformar un cuerpo popular activo y movilizado. Para ello se articula un nuevo discurso contra la liberalización y la globalización que ha sido extremadamente exitoso entre algunos sectores dañados por la competencia internacional. Véase el caso de Donald Trump o del triunfo programático del Partido de la Independencia del Reino Unido (ukip, por sus siglas en inglés), que llevó el Brexit al centro de la agenda hasta lograr su consumación.

De nuevo, los patrones proteccionistas toman protagonismo y la soberanía nacional se acentúa como tendencia que favorece este tipo de proyectos. Por primera vez se ha construido un marco antiglobalización desde la derecha con cierto éxito. Se trata de una retórica que permite dirigirse a los electorados nacionales con lógicas de reconstrucción de una identidad propia perdida y que se refuerza en patrones tradicionales, en un juego de opuestos que se superponen a lo nacional frente al peligro globalizador. Así, los valores de la familia tradicional lucharían contra la imposición feminista o la cultura nacional cristiana/evangélica/protestante y blanca frente al islam y el multiculturalismo, por citar dos elementos centrales.

Sobre estos elementos han profundizado estudios recientes como Familia, raza y nación en tiempos de postfascismo de la española Fundación de los Comunes3, donde se hace uno de los análisis más completos de las líneas discursivas y programáticas de la nueva extrema derecha. Se trata de entender cómo esta nueva agenda política retoma algunas de las contradicciones centrales del proyecto europeo, como por ejemplo –a pesar de los discursos humanitaristas y de derechos humanos– la materialidad del racismo y sus políticas de fronteras, para articular batallas culturales que conjuguen un marco de defensa de los valores tradicionales frente a elementos genéricos como el islam o la inmigración. Algo similar sucede con el otro gran eje articulador de estos movimientos, las posiciones antifeministas. Con ellas se trata de construir una ofensiva contra la denominada «ideología de género» que sirva para recomponer el papel social y económico de la familia nuclear tradicional. De fondo, la lucha contra el aborto, la defensa del binarismo sexual y de género o el reforzamiento de los roles tradicionales juegan un papel crucial en estos movimientos.

En este proyecto político de la extrema derecha, se esconde también un modelo económico en el que la función de la inmigración queda fijada a los empleos precarios y con bajas remuneraciones que provean de servicios baratos a las economías de las clases medias y altas europeas, a la vez que se defiende un modelo familiar en el que las mujeres asuman de manera gratuita labores de reproducción que permitan adelgazar los servicios públicos en materia de sanidad, educación y atención a las diversas interdependencias que existen en nuestras sociedades.

En este sentido, se ha prestado poca atención al programa político que estas nuevas fuerzas heredan del proyecto neoconservador estadounidense y de las tradiciones ultraconservadoras europeas. Evidentemente, buena parte de estos enfoques entroncan con la renovación neocon y es por ello que en los últimos años se han vuelto a revisar las concomitancias que estas propuestas políticas tienen con muchos de los postulados que plasmaron los gobiernos de Reagan y Thatcher a principios de los años 80 y sus influencias sobre el resto del continente. Estas cuestiones ideológicas del neoconservadurismo y el populismo autoritario se encaran con bastante acierto en el libro de Stuart Hall, recientemente editado en español, titulado El largo camino de la renovación. El thatcherismo y la crisis de la izquierda4.

En demasiadas ocasiones se han interpretado por separado los proyectos económicos del neoliberalismo, como fueron las privatizaciones, y el proyecto moral conservador. Sin embargo, la extrema derecha retoma en buena medida esas vinculaciones que tan buenos resultados dieron en la década de 1980 y las actualiza. La pregunta es: ¿en qué medida están influyendo estos fenómenos? Y desde un punto de vista más político, ¿cómo se deben contrarrestar sus efectos?

Europa como solución

Frente a los movimientos de extrema derecha, vale de poco agitar los tópicos democratistas de Europa. La realidad es que la crisis de 2008 y la actual crisis del covid-19 sacan aún más a la luz las vergüenzas de un continente que esconde políticas genocidas en sus fronteras, como se ha visto en relación con los refugiados o como se puede observar en la gestión de su frontera sur. Tampoco es muy útil la interpelación a la vieja Europa, la de los Estados de Bienestar de posguerra, cuando los niveles de pobreza y precariedad crecen en la mayoría de los países.

Precisamente los discursos y realidades de extrema derecha han nacido al calor de estas contradicciones, en la brecha que se abre entre los discursos y la realidad material de las poblaciones. Las formas de exclusión contra los inmigrantes chocan contra la propaganda ciudadanista de la ue, y las tasas de paro y precariedad, sobre todo en los países de la periferia europea, no se corresponden con los presupuestos de bienestar social. De nuevo, la crisis abierta por el covid-19 enfrenta a Europa con sus abismos.

Por ello, podemos predecir que según cómo se resuelva esta crisis surgirá o no la solución para evitar que los movimientos de extrema derecha conquisten el último de los territorios: los movimientos populares. Por ahora han logrado ganar presencia institucional, también encarnar programas políticos que resuenan en algunos sectores de la sociedad, pero les falta llegar con mayor fuerza y capacidad de organización y movilización a las clases populares. Estos rasgos ya han empezado a calar, por ejemplo, en Italia o en Francia. Matteo Salvini y sobre todo Marine Le Pen lograron estos acercamientos. Como bien se refleja en el estudio sobre el Frente Nacional de Guillermo Fernández-Vázquez, Qué hacer con la extrema derecha en Europa5, Marine Le Pen logró que el perfil de sus votantes fuese parecido al de una cajera de supermercado, muy alejado del perfil masculino y conservador de buena parte de las formaciones europeas de extrema derecha.

Así, ante la pregunta de qué hacer con la extrema derecha y qué tácticas se pueden implementar, la respuesta no se encuentra en batallas ideológicas abstractas, tampoco en los cordones sanitarios políticos o mediáticos. La mejor manera de combatir a la extrema derecha pasa por articular un proyecto europeo capaz de redistribuir la riqueza y garantizar un estatuto de ciudadanía plena y compleja para todas las personas que habitan dentro de sus fronteras.

Sabemos que el diseño de la propia ue camina en una dirección contraria y que las salidas que se dibujan en momentos críticos como los actuales se destinan a mantener los equilibrios de poder y la especialización que cada región tiene asignada a escala europea.

Las recientes movilizaciones en Polonia por el derecho al aborto, las movilizaciones antirracistas en eeuu y Europa o las futuras movilizaciones contra los efectos de la nueva crisis económica pospandemia deben ser el motor político que permita armar una política real de redistribución de la riqueza que desbarate los binomios simples sobre los que la extrema derecha está ganando terreno.

Sabemos que se ha construido un marco relativamente sólido que hace que la extrema derecha, como se señala en Patriotas indignados, tenga «un caladero de votos real y persistente. Lo que explica que se mantenga el apoyo social y electoral a opciones políticas basadas en el nacionalismo y que parecen extravagantes, irreales, injustas, peligrosas y, en ocasiones, simplemente ilusas»6. Las guerras culturales son su caldo de cultivo, llevando al extremo las herramientas de la política en tiempos de la comunicación de masas.

Sin embargo, de lo que se trata no es de desvelar un gran engaño, ni siquiera de rebatir verdades o mentiras. En el fondo, de lo que se trata es de desarticular la posición privilegiada que estas opciones de extrema derecha están tomando como mejores gestores frente a la escasez de un mundo en crisis. Al fin y al cabo, su apuesta política se articula en torno de la protección y la seguridad; solo así se entiende que sean capaces de ganar terreno reconstruyendo los campos de lo nacional, lo familiar y las identidades étnicas con fórmulas que pretenden ser interclasistas.

Patriotas indignados es un libro que permite encontrar algunas respuestas en este sentido, pues nos acerca a cada proceso desde un punto de vista histórico, sin dejarse llevar por la superioridad moral ni intelectual. De eso se trata, de reconocer el peligro y analizarlo en profundidad, de entender que sus oportunidades están dibujadas en el campo de lo existente y sus condiciones materiales. También que, mientras no se intervenga sobre estos ámbitos, no habrá avances. En el fondo, se trata de dejar de señalar insistentemente el mandato moral de lo políticamente correcto y dedicarse a hacer política en el sentido más revolucionario del término.

  • 1.

    Francisco Veiga, Carlos González-Villa, Steven Forti, Alfredo Sasso, Jelena Prokopljević y Ramón Molés: Patriotas indignados. Sobre la nueva extrema derecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfacismo y nazbols, Alianza, Madrid, 2019.

  • 2.

    Edición de los autores, Berlín, 2019.

  • 3.

    Traficantes de Sueños, Madrid, 2020.

  • 4.

    Lengua de Trapo, Madrid, 2018.

  • 5.

    Lengua de Trapo, Madrid, 2019.

  • 6.

    F. Veiga, C. González-Villa, S. Forti, A. Sasso, J. Prokopljević y R. Molés: ob. cit., p. 422.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 290, Noviembre - Diciembre 2020, ISSN: 0251-3552


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