Opinión
agosto 2023

Paraguay y el Partido Colorado: todo igual, todo diferente

La asunción de Santiago Peña como nuevo presidente de Paraguay, el 15 de agosto, va de la mano de una transformación del Partido Colorado, que gobierna el país, con una breve interrupción, desde hace más de 70 años. Con un perfil técnico, Peña es una suerte de delfín de Horacio Cartes, el empresario y ex-presidente acusado por Estados Unidos de sobornar a los miembros del partido y que logró, en las últimas elecciones, imponer a su candidato. 

<p>Paraguay y el Partido Colorado: todo igual, todo diferente</p>

La Asociación Nacional Republicana (ANR), popularmente conocida como Partido Colorado, ha gobernado Paraguay por más de siete décadas, con un breve paréntesis durante la presidencia de Fernando Lugo (2008-2012). Llegado al poder mediante un golpe de Estado en 1947, fue el partido que sustentó la dictadura más larga de Sudamérica, la de Alfredo Stroessner (1954-1989). Hoy, los militares perdieron su hegemonía y tras el derrocamiento del dictador por su consuegro, el también colorado Andrés Rodríguez mediante un golpe militar en 1989, el Partido Colorado puede reivindicar su «tradición democrática». Durante décadas, la ANR ha sido capaz de representar la «paraguayidad»: ya, para la dictadura stronista, «ser colorado era la mejor forma de ser paraguayo». 

La victoria de Santiago Peña en las elecciones del 30 de abril pasado, con 42,74% de los votos, refleja una danza en dos tiempos entre tradición y renovación: el nuevo presidente destaca su lado conservador al mismo tiempo que se presenta como el candidato de la renovación política. 

A diferencia de la imagen desgastada de su predecesor, Mario Abdo Benítez (2013-2018), Peña encarna, por su relativa juventud, 44 años, y su escasa participación política previa, un perfil muy diferente del que proyecta la clase política colorada tradicional. Con un partido acostumbrado a los líderes clientelares, Peña llega con un nuevo rostro, el de técnico, formado en Administración Pública en la Universidad de Columbia de Nueva York y con experiencias profesionales en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Banco Central del Paraguay. En 2017, fue invitado por el entonces presidente, Horacio Cartes, para asumir el Ministerio de Hacienda. Un dato sintetiza el cambio en el perfil de un Partido Colorado que ya se había transformado bajo el liderazgo de Cartes, un polémico empresario que prácticamente se «compró» el partido: Peña es el primer presidente que no habla guaraní, en un país donde esa lengua indígena es mayoritaria y oficial y hablarla era hasta ahora una especie de condición tácita para hacer política con éxito.

Peña no consigue desprenderse de sus orígenes liberales, que contrastan con la maquinaria del Partido Colorado, cuyo poder siempre se sostuvo en el control de la administración pública, razón por la cual los colorados se han resistido a una privatización masiva de las empresas estatales. Antes de su investidura, Peña presentó varias propuestas de reforma del Estado, teniendo como fin la fusión de ministerios para mejorar el gasto público. La «modernización del Estado» es una de sus propuestas predilectas. En plena campaña, había afirmado que el Ministerio de Salud debía limitarse a ser un «órgano rector», con lo que daba a entender una mayor participación del sector privado. Poco después debió rectificarse, ante la presión del funcionariado público colorado. 

Queda por ver cómo Peña resuelve esa tensión entre modernizar el Estado y mantener, al mismo tiempo, el respaldo de un partido acostumbrado a la creación de cargos para favorecer a su clientela política. Por fuera del discurso, los ministros nombrados por Peña están lejos de la imagen de renovación y de modernización. La mayor parte de sus ministros se dividen entre gerentes de las empresas del Grupo Cartes (del ex-presidente sancionado por Estados Unidos y mentor de Peña) y antiguos líderes locales colorados. Algunos ministerios escapan a esta lógica, como los de Salud, Cultura y Educación, una prioridad para el presidente que tiene como uno de sus objetivos primeros el de fortalecer las instituciones «encargadas de la formación del capital humano». 

En su afán de adaptarse a los tiempos, el Partido Colorado encuentra una nueva fórmula: un candidato nacional con perfil tecnocrático arropado por una estructura de caudillos locales. Esta fórmula resultó finalmente victoriosa. No hay que olvidar que, antes de las elecciones del 30 de abril, algunas encuestas daban un empate técnico entre los colorados y la alianza opositora, y otras inclusive mencionaban una eventual victoria de la oposición liderada por el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Pero, en contra de las expectativas, el Partido Colorado desplegó toda su fortaleza y obtuvo su victoria más contundente desde los tiempos de Stroessner: 15 puntos más que el opositor Efraín Alegre. 

El Partido Colorado nunca antes había ganado las elecciones con tanta ventaja. De hecho, desde el inicio de la transición democrática, iba perdiendo caudal electoral con el paso del tiempo. Rara vez tuvo mayoría absoluta en el Parlamento (sobre todo en la Cámara de Senadores). El mismo Mario Abdo Benítez (presidente saliente) construyó su mayoría en el Senado de forma pendular entre el apoyo de la oposición y el sostén interno, siempre condicionado, de la facción  Honor Colorado, liderada por Cartes. Este último marcó sus distancias e inclusive jugó más bien el rol de oposición. Con su victoria del 30 de abril, el Partido Colorado cuenta con mayoría en ambas cámaras (senadores y diputados) y con el control de 15 de los 17 departamentos del país. 

Como contrapartida, las elecciones internas del partido distan mucho de ser antidemocráticas. Lejos de los pactos a puertas cerradas, se convierten en trincheras de disputas del poder real. Pero como la tradición manda, una vez finiquitada la interna, debe producirse la reconciliación en la figura del «abrazo republicano». Los colorados son conscientes de que, ante cualquier fractura, corren el riesgo de perder su bien más preciado: el control del Estado. 

Un padrino y un entorno problemáticos

Ningún presidente colorado tuvo, en democracia, una gobernabilidad tan amplia como la que tiene actualmente Peña. Pero su entorno político tiende a confundir la gobernabilidad con la tentación del control total de los poderes del Estado. Al mismo tiempo, se trata de un presidente sin liderazgo propio, que tendrá mucha dificultad para marcar la línea dentro de su partido, pues sigue dependiente de algunos liderazgos tradicionales, y, por sobre todo, de su mentor Cartes.

Los opositores ladran: «Peña es el secretario de Cartes», «Peña es la marioneta de Cartes», mientras él continua su agenda sin señales de independencia. En sus discursos de victoria y de asunción no faltaron agradecimientos y elogios hacia el ex-presidente. Este último, empresario «exitoso» según sus fieles seguidores o el «Pablo Escobar del Paraguay» según sus detractores, se mantuvo fuera de la política hasta 2012, cuando fue presentado como el salvador del Partido Colorado. 

Cabe recordar que en 2008 se produjo la primera alternancia democrática de la historia del Paraguay, con la elección del ex-obispo Fernando Lugo. El Partido Colorado, consciente de que históricamente ganaba las elecciones gracias al control del aparato estatal, sabía que necesitaba de dinero privado para hacer funcionar su maquinaria. Y el que puso ese dinero fue Cartes. A cambio, el partido modificó el estatuto partidario que exigía un mínimo de de cinco años de afiliación para ser candidato, y esto le permitió al empresario llegar al Palacio de López en 2013. Ante la imposibilidad de modificar la Constitución para poder buscar la reelección, Cartes decidió designar a Peña como su heredero político. Pero su primer intento falla y Mario Abdo Benítez se hace con la Presidencia.

En 2022, durante el gobierno de Benítez, Cartes fue acusado como «significativamente corrupto» por el gobierno de Estados Unidos. Más tarde, fue sancionado económicamente e ingresó en la lista de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC). El gobierno estadounidense lo acusó de fomentar una «corrupción desmedida que socava las instituciones democráticas en Paraguay» y afirmó que, durante su presidencia, Cartes mantuvo su poder «a través de sobornos mensuales en efectivo, pagados a legisladores leales; los pagos oscilaron entre 5.000 y 50.000 dólares estadounidenses por cada miembro», sin dejar de mencionar los vínculos con organizaciones terroristas. Al mismo tiempo, el ex-presidente fue acusado de contrabando de cigarrillos y lavado de dinero por la Comisión Bicameral de Investigación de Lavado de Dinero de Paraguay. Horacio Cartes no fue el único declarado «significativamente corrupto»: también el vicepresidente del gobierno saliente, Hugo Velázquez. Además, varios senadores y diputados del movimiento Honor Colorado se encuentran imposibilitados de ingresar al territorio estadounidense. Algunos llevan esto con orgullo y otros tuvieron problemas personales porque la restricción se extendía a sus familiares, como es el caso de la hija del diputado Yamil Esgaib, quien estaba estudiando en una universidad estadounidense.

Con la victoria de su facción y de su delfín en las últimas elecciones, Cartes llega con una política de revancha intentando probar su inocencia con el respaldo popular. Festejó su cumpleaños recibiendo personalmente a miles de seguidores buscando probar que su buena fe se definió en las últimas elecciones. Al mismo tiempo, atacó a sus principales detractores presentando una denuncia por «persecución política». Intenta instalar el discurso de que Estados Unidos lo acusó con informaciones falsas provistas por el gobierno de su rival interno Abdo Benítez desde la Presidencia paraguaya. Cartes logró, además, ser electo presidente de la ANR, por lo que la facción cartista tiene ahora el control del partido y del gobierno. Con Peña como presidente, consiguió nombrar a ex-fiscales acusados de haberlo protegido en el pasado en instituciones claves para su sobrevivencia: la Secretaría de Prevención del Lavado de Dinero, la Secretaría Nacional Antidrogas y la Secretaría de Inteligencia Nacional.

Si bien Peña afirmó públicamente que no se opondrá a una eventual pedido de extradición de Cartes de parte de Estados Unidos, al mismo tiempo sabe que esa decisión no le compete, sino que está en manos del Poder Judicial. Cartes, aprovechando su control del Parlamento, no ha dudado en moldear el Poder Judicial, cuya independencia había mejorado durante el gobierno de Abdo Benítez. 

Antes de asumir el poder, gracias a la mayoría parlamentaria, los cartistas coparon diversos organismos de control del Poder Judicial como el Consejo de la Magistratura y el Jurado de enjuiciamiento de magistrados, con vocación de controlar a jueces y fiscales que podrían eventualmente investigar a la clase política. En este último fue nombrado presidente Hernán Rivas, cuya fortuna y título de abogado tienen orígenes dudosos, quien al final debió renunciar pero continuó como miembro. El diputado cartista Yamil Esgaib amenazó inclusive al fiscal general del Estado, reconocido por su independencia, afirmando: «Nosotros somos el poder electo por el pueblo, el fiscal se va cuando nosotros queremos».

Una política exterior poco convencional 

Paraguay es recordado históricamente por la política proteccionista de José Gaspar Rodríguez de Francia y por la devastadora Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) que lo enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay. Estos hechos históricos son asiduamente citados por los políticos para justificar que la soberanía paraguaya está por encima de cualquier intento de intervencionismo externo. Lo encontramos en una entrevista a Peña: «La historia del Paraguay, desde su fundación hace más de 200 años, su lucha por el territorio. Recuerde que fuimos a dos guerras. En una perdimos el 60% del territorio, fuimos invadidos por nuestros vecinos y donde perdimos el 90% de la población masculina. (…) Esto nos lleva a pensar que no porque un país sea más grande, tiene derecho a invadir o dominar otros países». 

Las sanciones estadounidenses hacia Cartes y otros políticos provocaron la exaltación del nacionalismo latente en la sociedad paraguaya. En breve, Peña tiene como misión recomponer las deterioradas relaciones con Washington. Pero su equipo político también generó tensiones con la Unión Europea. Parte de los parlamentarios del movimiento Honor Colorado autodefinidos como «provida» y «profamilia» denunciaron un programa de cooperación no reembolsable con la UE destinado al financiamiento de una serie de programas del Ministerio de Educación como un proyecto para debilitar a la «familia paraguaya» e imponer la «ideología de género» en las escuelas. El acuerdo está en camino de ser derogado, lo que puede poner en duda la credibilidad internacional de Paraguay y las relaciones con la UE.

Pero lo que hizo ruido en la campaña son las relaciones del país con Taiwán. Paraguay es uno de los 13 pequeños países que reconocen la independencia del territorio insular asiático, lo que conlleva a no tener relaciones con la República Popular de China. El candidato opositor, Efraín Alegre, encendió el avispero afirmando que estaba dispuesto a rever las históricas relaciones con Taipéi y establecer relaciones con Beijing, en un intento de seducir a la elite económica agroexportadora, que busca potenciar las relaciones con China para aumentar sus exportaciones de carne y soja.

Peña no solo se mantuvo favorable a una continuidad de la política en relación con Taiwán, sino que visitó el país antes de asumir la Presidencia, justificando los lazos históricos que unen a ambas naciones y asegurando, que a diferencia de China continental que busca únicamente materia prima, Taiwán podría contribuir al desarrollo tecnológico e industrial del Paraguay. 

También en el plano de la política exterior, Peña anunció la mudanza de la embajada de Paraguay de Tel Aviv a Jerusalén, evitando así la neutralidad asumida por la mayoría de las naciones en el conflicto palestino-israelí. Esto se debe principalmente a una amistad personal de Cartes con la elite política israelí, entre ellos con Benjamin Netanyahu, amistad de la cual forma parte también el «hermano del alma» de Cartes, Darío Messer, condenado en Brasil por lavado de dinero. A su vez, Peña reconoció públicamente a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela y marcó así una diferencia con su predecesor, quien había reconocido a Juan Guaidó. 

Finalmente, la política exterior del nuevo mandatario está marcada por la renegociación del Anexo C del tratado de la represa hidroeléctrica Itaipú, empresa binacional. Según ese tratado, Paraguay está obligado a vender su excedente a un precio preferencial al Brasil. Su renegociación podría permitir que Paraguay disponga de su energía para vender a otros países al precio de mercado, pero según afirmó el presidente electo, su prioridad es que el país disponga de su energía como fuente de industrialización y desarrollo. Entre el momento de su elección y su asunción, Peña ya se reunió en dos ocasiones con su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. Así también, marcó una nutrida agenda internacional en su afán de dar visibilidad al país, visitando a los jefes de Estado de Argentina, Uruguay, Emiratos Árabes Unidos y Taiwán. 

Una oposición desarticulada 

Lo que marcó las últimas elecciones presidenciales es, sin dudas, la irrupción de un candidato «antisistema”», quien tras transitar por varios partidos con un discurso radical contrario a la clase política y apoyado por una personalidad excéntrica, con mucha repercusión en las redes sociales, logró obtener un sorpresivo 23% de los votos. Paraguayo Cubas no tiene problemas en afirmar que Paraguay necesita de una nueva dictadura. No contento con el tercer lugar, el día mismo de las elecciones, sin prueba alguna, instaló en sus seguidores un discurso de fraude electoral que encendió las calles frente al Tribunal Electoral, lo que provocó su imputación y detención por «perturbación de la paz pública y amenaza de hechos punibles». Él mismo se define como «el resultado del voto bronca de este país, no soy el resultado de los que están en un espacio de confort. Soy un accidente, estoy en el estómago de mi peor enemigo, que es el Estado, el sistema». Hasta el día de hoy sigue preso, lo que podría contribuir al crecimiento de su imagen de «antistema», tal como ocurrió previamente con su destitución como senador por sus colegas en 2019. Efraín Alegre rechazó de tenerlo como vicepresidente y Cubas dividió severamente el voto opositor.

El PLRA, principal partido opositor, está viviendo una de sus peores crisis internas, producto del aferramiento de Alegre a la presidencia del partido, sin resultados efectivos, y de un sector liberal que responde a los intereses del colorado Cartes. En la izquierda, el Frente Guasú, antigua tercera fuerza, desapareció completamente del tablero político y conserva una sola senadora, luego de que su líder, Fernando Lugo, sufriese un accidente cerebrovascular. El electorado del ex-obispo migró en su mayoría hacia Cruzada Nacional, el partido de Paraguayo Cubas. En el Parlamento, Cruzada Nacional se convirtió en tercera fuerza, pero como todo movimiento espontáneo y demagógico, se dividió en la primera semana y gran parte de su bancada no dudó en alinearse detrás del cartismo. En síntesis, la oposición, por fuera de algunos liderazgos jóvenes emergentes, se encuentra fuertemente debilitada, con divisiones internas y con sectores que apoyan abiertamente al nuevo gobierno. 

Santiago Peña tiene la capacidad de conciliar en una misma frase el carácter conservador de la sociedad paraguaya y su voluntad política de modernizar el funcionamiento del Estado. Es el nuevo rostro de la ANR/Partido Colorado, una fuerza que consiguió a lo largo de su historia política conciliar dictadura y democracia, y ser al mismo tiempo oficialismo y oposición. En el modo en que navega sus contradicciones, reales o aparentes, reside quizás el secreto de la longevidad en el poder del Partido Colorado. 

Bajo el dominio político-empresarial de Cartes, el coloradismo supo reconocer el deseo de una renovación política en la sociedad paraguaya sin renunciar a su conservadurismo y a sus caciques políticos tradicionales. Pero Peña, al mismo tiempo que representa la renovación, deberá cargar consigo la herencia de su entorno político, gran parte de él envuelto en escándalos de corrupción. Como nuevo presidente, Peña tendrá que conciliar su deseo de buen gestor y de modernizador del Estado con la estructura clientelar de su partido, que sobrevive gracias a la creación de cargos públicos para contentar a su militancia y a sus electores. En resumen, Peña deberá resolver las contradicciones y tensiones que permitieron al Partido Colorado gobernar durante casi siete décadas. Todo ello, con una oposición debilitada, pero a sabiendas de que la ingobernabilidad puede venir del interior de su propio partido, actor de las principales victorias, pero también de las más importantes crisis políticas de la transición democrática paraguaya.



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