Opinión
febrero 2021

Reconfiguraciones del MAS en Bolivia

El 7 de marzo, el Movimiento al Socialismo (MAS) se enfrentará a nuevas elecciones regionales tras haber regresado al poder, con más de 50% de los votos, en octubre pasado. Liderado por el ex-presidente Evo Morales, este partido de base campesina se encuentra inmerso en tensiones y reacomodamientos internos.

<p>Reconfiguraciones del MAS en Bolivia</p>

El próximo 7 de marzo se celebrarán en Bolivia los comicios subnacionales que elegirán a las principales autoridades ejecutivas y legislativas de las nueve gobernaciones departamentales y los 337 municipios. Según el régimen autonómico, el nivel subnacional de gobiernos autónomos constituye la estructura vertical de organización del Estado y desde hace más de dos décadas viene adquiriendo una creciente relevancia política e institucional. Primero, fue la descentralización municipal cuyo antecedente data de la década de 1990, y luego, de manera incremental, la implementación del nuevo régimen autonómico establecido por la Constitución Política del Estado (CPE) aprobada en 2009. En suma, la descentralización y la reorganización territorial del poder ampliaron y profundizaron la configuración de los sistemas políticos en el nivel subnacional. 

Las elecciones de marzo serán la segunda versión de comicios departamentales y municipales bajo el nuevo régimen autonómico. Su importancia no radica tan solo en la progresividad de la edificación institucional de las autonomías, sino en que son parte de una serie de acciones que, en el fondo, buscan resolver la crisis política provocada por la caída de Evo Morales en noviembre de 2019. Una primera acción de canalización institucional de la crisis fue la organización de las elecciones nacionales que, después de reiteradas postergaciones, se llevaron adelante en octubre de 2020. La crisis sanitaria del covid-19 fue la principal causa y justificación de los continuos aplazamientos en la celebración de las elecciones, una situación que de facto extendió el mandato del gobierno transitorio de Jeanine Añez por el lapso de 11 meses, y el de las autoridades subnacionales, por más de un año, puesto que el cambio de estas, según la normativa electoral, debería haberse realizado a inicios de 2020. 

Asimismo, al igual que los comicios generales, las elecciones subnacionales se realizarán en el contexto de la crisis sanitaria de la pandemia del covid-19 que aún azota al país y del deterioro de los indicadores de estabilidad y crecimiento económico de los que, hasta hace apenas un año, gozaba Bolivia. En ese sentido, estas elecciones son consideradas como el segundo momento político-electoral en el que, a través de la participación y el voto ciudadanos, se buscará encaminar y cerrar la ya larga crisis política que arrastra el país. 

Efectos de la victoria electoral del MAS en 2020

Si durante la celebración de las elecciones presidenciales de octubre de 2020 el contexto político se caracterizaba por una alta polarización discursiva, la situación que enmarca las elecciones subnacionales es diferente. Los efectos inmediatos de los resultados nacionales y las particularidades de la contienda subnacional establecen un nuevo contexto de pulsiones y expectativas políticas. La victoria de Luis Arce y David Choquehuanca, con 55,1% de los votos, estableció un margen amplio de distancia entre el Movimiento al Socialismo (MAS) y las dos principales fuerzas contendientes: Comunidad Ciudadana (CC), del ex-presidente Carlos Mesa, que obtuvo 28,8%, y Creemos, de Fernando Camacho, el dirigente cruceño que encabezó las protestas y movilizaciones sociales contra Morales en 2019, que logró tan solo 14%. Así, las dos figuras que fueron importantes protagonistas de oposición frente a un Evo Morales que buscaba conseguir un cuarto mandato en el poder fueron a la vez derrotadas por el binomio electoral presentado por el MAS. Este dato resulta relevante, ya que fue la primera vez que esta organización política lidió sin la candidatura de su principal líder y jefe nacional y, por ende, sin el apoyo que recibía del poder estatal cuando Morales fungía como presidente del Estado. 

De esta manera, el éxito electoral del MAS reconfirmó su importancia estratégica en el acontecer político. Un factor que confirma este aserto es el impacto de los resultados electorales de octubre de 2020. La marcada diferencia de más de 25 puntos frente a Mesa ha provocado el relajamiento de la polarización discursiva que ciertamente predominó a lo largo del gobierno de Jeanine Áñez. La narrativa ampliamente difundida que presentaba la polarización «dictadura» versus «democracia», en la que el MAS expresaría el primer polo y el bloque anti-MAS el segundo, se desvaneció tras los comicios. Lo mismo sucedió con la idea de que el MAS no podía ganar sin el aparato estatal en su favor.

Después de las elecciones nacionales, se ha producido una revaloración de la democracia como valor y sistema de gobierno que se expresa en la emergencia de una serie de pulsiones internas y externas, y el MAS no escapa a ellas.


MAS: disputa por el reequilibrio en la gestión del poder 

A lo largo de los últimos 20 años, el rol de Evo Morales en el MAS fue central para garantizar los éxitos electorales, así como la continuidad de su gobierno a partir de la victoria de 2005. No era un mito la idea de que sin él no había posibilidades de conseguir y garantizar la articulación «nacional-popular». La importancia y el rol de Morales, tanto en el camino hacia el poder como en la gestión estatal y la negociación del conflicto social, fueron una realidad efectiva que, luego, se asumió como un mito. En unos casos, para reafirmar el dominio y la centralidad de la figura del propio Morales dentro de la articulación política propiciada por el MAS; en otros, para dar lugar a la ficción opositora de que, sin el presidente, el MAS sería fácilmente derrotado. Ambas apreciaciones partían de un presupuesto analítico y sociológico equivocado: la subestimación de la política que se procesa en y desde abajo. 

Como se sabe, la figura de Morales, apoyada en la fuerza movilizada de los campesinos cocaleros e «interculturales» (anteriormente denominados colonizadores), fue un referente articulador del conglomerado de organizaciones sociales que, desde inicios del siglo XXI, desembocaron con mayor contundencia en el MAS considerado como su «instrumento político». Estas organizaciones eran y son básicamente de base territorial/campesina, y a ellas se sumaron, según intereses tácticos, diversos sectores sociales de raigambre popular. La estructura organizativa que refleja esta articulación fue y es aún el denominado Pacto de Unidad, en el que convergen las principales organizaciones campesinas indígenas y populares del país. Sin esta articulación, resultaba impensable llegar al poder de la manera en que llegaron en 2005 y, asimismo, lograr gobernar el país durante 14 años de manera continua. 

No es un dato menor que a lo largo de este periodo Morales haya gestionado con eficacia esta articulación nacional-popular. Hoy mismo, a pesar de las fracturas que aparecen dentro del MAS, el ex-presidente es aún el actor central para la cohesión de las organizaciones campesinas y populares, puesto que en el espectro político del campo popular aún no hay un sustituto que ocupe o dispute su espacio directivo.

Los resultados electorales de octubre de 2020, como mencionamos, demuestran que el MAS, o mejor, lo que hay detrás de él, es más que Evo Morales. En contra del mito establecido y difundido por unos y otros, el movimiento logró la victoria electoral sin su candidatura y, además, sin su presencia en el país, ya que en el momento de las elecciones se encontraba asilado en Argentina. Esto no implicó, sin embargo, que su importancia en el acontecer político fuera superflua. No hay que perder de vista que fue y es aún el presidente del MAS y, además, jefe de campaña tanto de la victoria electoral lograda en octubre de 2020 como de la confección de la estrategia electoral para la contienda de marzo. Sin embargo, es claro que su poder no es el mismo que ostentaba en el pasado, cuando no solo era la cabeza del MAS sino que además ejercía con efectividad la función de primera autoridad del Estado. 

Tras su retorno a Bolivia y, en particular, durante el armado y la confección de las listas de candidatos del MAS para las elecciones subnacionales, se hicieron visibles una serie de conflictos que erosionaron la imagen y autoridad del ex-presidente. Hay distintas y nuevas pulsiones que fueron saliendo de su control y que, actualmente, se hacen cada vez más visibles. 

No es que exista una desarticulación de las organizaciones sociales y un desencanto respecto de la figura de Morales, sino que, al parecer, existe una disputa cada vez más intensa por el replanteo del equilibrio de fuerzas, que hasta hace poco giraba en torno de su imagen, a través de la cual controlaba la articulación de los intereses corporativos en el interior del MAS. 

Ante la renuncia de Morales y la implosión de la estructura gubernamental en noviembre de 2019, fueron emergiendo nuevas figuras y narrativas que actuaron de manera independiente, o bien, con un mayor margen de autonomía, en respuesta a los desafíos inmediatos que demandaba la coyuntura critica. En ese ámbito, aparecieron personalidades que si bien se hallaban dentro de las filas del MAS, estaban invisibilizadas, como fue el caso de Eva Copa, senadora que asumió la Presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) ante la renuncia de sus colegas de partido al momento del estallido de la crisis política. En un contexto de persecución contra el MAS, Adriana Salvatierra renunció a la sucesión presidencial y Copa se posicionó como una figura central, segunda en la línea de sucesión, con un discurso más moderado que el de Morales desde el exilio. No hay que olvidar que el Parlamento, en el que el MAS tenía dos tercios de las bancas, siguió funcionando tras la caída de Morales y la asunción de Áñez.

Con el retorno de Morales y su presencia en el escenario político, se reactivó el accionar del bloque de poder que tradicionalmente hegemonizó al MAS a lo largo de los últimos 14 años. La realización de actos masivos de bienvenida, como su ratificación como responsable de la conducción partidaria, buscaron asentar el rol directivo de su figura política. Sin embargo, por primera vez, a poco tiempo de su retorno al país, se escenificaron resistencias y/o tensiones en torno de la efectividad de su presencia e incidencia política, en contraste con el tradicional esquema en el que Morales resultaba siempre el actor predominante y central. 

Por ello, la estructura lineal que daba coherencia al accionar del MAS viene siendo dislocada y quizás, en parte, rebasada. Un primer dato de esta situación es la existencia de dos figuras nacionales alternas al liderazgo de Morales: David Choquehuanca, vicepresidente del Estado y, en menor medida, el propio presidente Luis Arce. Ambos actores, al ocupar los primeros espacios del poder político, disputan márgenes de autonomía relativa en la gestión y toma de decisiones, ya que se resisten a ser seguidores pasivos de la denominada «línea dura» del MAS y de las directivas de Morales. Esta disputa ciertamente modifica o, mejor, distorsiona la eficacia del modelo establecido y, posiblemente, deseado por este. Así, en el interior de la articulación nacional-popular vienen emergiendo un conjunto de pulsiones que dan lugar a una abierta expansión de intereses y corrientes favorables a la renovación de liderazgos y formas de gestión que ponen en tensión a la estructura de restauración del poder político de Evo Morales. 


Tres eventos ampliamente difundidos por la prensa pusieron de manifiesto esta tensión y disputa. En ellos se escenificaron el descontento y el desacuerdo respecto a las decisiones directivas de Evo Morales y de las cúpulas dirigenciales por parte de nuevos actores del MAS-IPSP. Los hechos se dieron al momento de dirimir la designación de las candidaturas para las elecciones de marzo. El primero se registró en el departamento de Potosí, donde Morales, junto con los dirigentes locales, tuvo que resguardarse y, virtualmente, huir del evento de proclamación de los candidatos ante las crecientes protestas respecto a las decisiones tomadas. El segundo, bastante sintomático, fue la decisión de proceder con la designación de los candidatos del departamento de Santa Cruz en el Trópico del departamento de Cochabamba, en un espacio supuestamente «neutral» y bajo el resguardo de las seis federaciones de cocaleros de las cuales, también, Morales es el presidente ejecutivo, para evitar la confrontación de fuerzas. En esa oportunidad se produjo el famoso «sillazo», que le llegó a Morales como parte de la trifulca que provocó la decisión de favorecer a uno de sus ex-ministros como candidato a la gobernación departamental. 

Por último, posiblemente el suceso de mayor consecuencia política para el MAS y, quizás, para el futuro político de Morales fue la decisión de apartar a la propia Eva Copa de la candidatura a la Alcaldía en la emblemática ciudad de El Alto, vecina a La Paz. Esta decisión provocó una amplia y masiva movilización social en esa ciudad y departamento a favor de la ex-presidenta del Senado, quien de manera inmediata se habilitó como candidata por fuera del MAS y, con ello, provocó una importante ruptura partidaria, que dio lugar a su expulsión. Tras esa crisis, Copa aparece a la cabeza de las encuestas con una enorme diferencia frente al candidato del MAS.

Lo acontecido en El Alto no es de menor importancia en términos político-electorales, ya que se trata de la segunda ciudad más poblada de Bolivia, después de Santa Cruz. En ese sentido, gran parte de las candidaturas del MAS en curso se perfilan a engrosar las disputas por el replanteo estratégico del equilibrio de poder, con efectos en la gestión gubernamental y la articulación nacional-popular. Hay candidatos y corrientes que en estas elecciones buscarán a través de su éxito electoral empujar procesos de renovación, ampliación y democratización interna. También existen candidatos y corrientes que se dirigen a reforzar el asentamiento de los tradicionales operadores políticos que en el pasado sacaron réditos de la estructura de poder y liderazgo de Evo Morales. En ese sentido, los resultados del 7 de marzo terminarán de delinear el campo de tensión del MAS y del devenir político del país, para dar lugar al posible cierre de un ciclo de gestión hegemónica que, en retrospectiva, abarcó más de una década y media.



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