Opinión
diciembre 2020

Los significados de las protestas juveniles en Cuba

Los jóvenes y las mujeres han sido los protagonistas de los estallidos sociales latinoamericanos más recientes. En un contexto de luchas tanto antineoliberales como antiautoritarias, en Cuba se produjo la manifestación del Movimiento San Isidro y el plantón frente al Ministerio de Cultura. El desarrollo de la protesta demostró que la artificial división de la cultura cubana en «revolucionarios» y «contrarrevolucionarios» ya no funciona para la nueva generación de artistas e intelectuales.

Los significados de las protestas juveniles en Cuba

Los jóvenes y las mujeres han sido los protagonistas de los estallidos sociales latinoamericanos más recientes. Algunas protestas, como las de Venezuela y Nicaragua, fueron claramente antiautoritarias. Otras, como las de Chile, Perú o Colombia, fueron esencialmente antineoliberales. Otras, como las de Bolivia, tuvieron diversos condimentos.

Una zona de la esfera pública regional, lo mismo en la izquierda que en la derecha, dio por descontada la ausencia de movilizaciones juveniles en Cuba. Según algunos, esa ausencia se explicaría porque en Cuba existe el sistema más democrático y justo del continente. Según otros, la falta de manifestaciones públicas es resultado de la persistencia de una dictadura que ejerce un control absoluto sobre la sociedad. Ambas visiones, que incurren en un excepcionalismo muy propio de la Guerra Fría, desconocen los cambios sociales que han tenido lugar en la isla en las últimas décadas.

Desde un punto de vista histórico, no es rigurosamente cierto que en Cuba no se hayan producido protestas populares. Las hubo en 1980 y en 1994, y en ambos casos estuvieron relacionadas con la presión de sectores desfavorecidos que buscaban emigrar en masa a Estados Unidos. En las últimas décadas ha habido disturbios recurrentes de grupos pequeños, pero también manifestaciones masivas no convocadas por el Estado, como una marcha de protectores de animales y activistas ecologistas y otra contra la homofobia, organizada por los colectivos LGTBI independientes en mayo de 2019. Esta última movilización fue reprimida.

El pasado 27 de noviembre tuvo lugar en La Habana una protesta juvenil de más de 12 horas en el Ministerio de Cultura. El fenómeno nació como una «sentada» frente a la institución y fue realizada por un pequeño grupo de artistas e intelectuales que exigía reunirse con el ministro para expresar su malestar por el allanamiento de la sede del Movimiento San Isidro y el arresto de sus miembros, que habían sostenido huelgas de hambre y sed durante varios días. Muy pronto, el número de participantes en la sentada creció, a punto tal que, según algunas fuentes, llegó a 300 personas y, según otras, a 600. Si no fueron más es porque la policía impidió el acceso a las inmediaciones del Ministerio de Cultura.

En un ambiente perfectamente cívico, donde se entonó el himno nacional, se recitó a César Vallejo y se cantó a Silvio Rodríguez y a Pablo Milanés, los jóvenes aseguraron que no se irían de allí hasta conversar con el ministro. Se negaron a una primera propuesta de trasladarse a la sala Adolfo Llauradó para una reunión con las autoridades. Tras varias horas, mientras crecía la multitud, los funcionarios propusieron que los manifestantes designaran a 30 delegados para conversar con una comisión del gobierno integrada por representantes del Ministerio de Cultura, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Asociación Hermanos Saíz.

Los delegados fueron elegidos democráticamente, repartiendo con equidad a los portavoces de cada colectivo: el propio Movimiento San Isidro (Katherine Bisquet, Michel Matos, Aminta D’Cárdenas), el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (Tania Bruguera, Gretell Kairús, Juliana Rabelo), artistas visuales (Reynier Leyva Novo, Sandra Ceballos, Camila Lobón), cineastas independientes (Gretel Medina, José Luis Aparicio, Juan Pin Vilar), periodistas independientes (Mauricio Mendoza, Camila Cabrera, Alfredo Martínez), escritores (Ulises Padrón, Daniel Díaz Mantilla) y músicos (John Benavides, Amaury Pacheco) y artistas escénicos (Reinier Díaz, Yunior García).

La representación fue tan diversa como la propia multitud reunida frente al ministerio. Dentro y fuera había intelectuales críticos, vinculados a diversas instituciones, como el director de cine Fernando Pérez o el historiador y ensayista Julio César Guanche, y figuras de la cultura independiente, como el artista Henry Erick Hernández, editor de Hypermedia Magazine, una de las tantas publicaciones electrónicas censuradas en Cuba, o la propia artista Tania Bruguera, a quien las autoridades intentaron vetar en el diálogo, lo que no fue aceptado por los jóvenes.

Los artistas fueron a negociar demandas concretas, como información veraz sobre el paradero de los activistas del Movimiento San Isidro, reprimidos el jueves previo en la noche, y el cese del hostigamiento policiaco y de la descalificación de la cultura independiente en medios oficiales. Todo lo demandado fue aceptado por la institución, que se comprometió a darle seguimiento al diálogo por medio de un encuentro con el ministro, Alpidio Alfonso, en los días siguientes.

El rechazo al diálogo es claramente perceptible en sectores de la oposición y del propio arte independiente, pero también es innegable en el centro del poder político y mediático de la isla. Al día siguiente de los acuerdos, los medios oficiales –Granma, Cubadebate y la televisión oficial– continuaron la persistente criminalización del disenso por medio de calificativos como «mercenarios», «terroristas» y «contrarrevolucionarios», no solo contra los miembros del Movimiento San Isidro, sino contra los artistas independientes en general.

Todo lo sucedido entre el jueves 26 y el viernes 27, es decir, entre el allanamiento de la sede de San Isidro y el arresto de los huelguistas y la manifestación en las afueras del Ministerio de Cultura, fue presentado por el discurso oficial como un proyecto de «golpe suave» o «blando» contra el Estado cubano, diseñado y financiado por el gobierno de Donald Trump, a quien le quedan pocos días en la Casa Blanca. Según la burocracia, no hubo espontaneidad ni autonomía en ninguna de las acciones emprendidas por los jóvenes.

La única evidencia ofrecida para avalar esa tesis fueron los tuits en contra de la represión de varios políticos de Estados Unidos, como el secretario de Estado Mike Pompeo, el subsecretario Michael Kozak y el senador cubanoestadounidense Marco Rubio, quienes acostumbran a aprovechar cualquier incidente en Cuba y Venezuela para justificar la política hostil de Washington contra esos gobiernos. Lo que muestran esos posicionamientos, así como el apoyo del encargado de negocios de Estados Unidos en La Habana al Movimiento San Isidro, no es la falta de legitimidad o autonomía de las demandas de los jóvenes, sino el intento de capitalizarlas desde Washington.

Lo que los jóvenes piden pacíficamente es el cese de la represión y, eventualmente, la revisión de leyes que limitan la libertad de expresión artística en Cuba, como los decretos 349 y 373. Asimilar esas demandas al conflicto bilateral con Estados Unidos implica una subordinación brutal de la realidad de la isla a criterios geopolíticos. Se produce, por esa vía, un cierre típicamente totalitario de opciones culturales y políticas, con el argumento de que cualquier acción artística independiente del Estado gravita hacia el campo del enemigo.

Lo que originalmente pudo ser un hito histórico –el diálogo entre funcionarios culturales y artistas independientes– comenzó a ser narrado desde el poder como una «provocación del imperialismo», un «plan de Trump» o un «conato contrarrevolucionario». Quienes se hacen eco de ese relato no solo se alinean con la corriente más inmovilista y conservadora del gobierno cubano, sino que además ponen en tela de juicio la credibilidad de la mayor parte del campo intelectual y artístico de la isla, que respalda a los jóvenes.

La narrativa oficial, que acabó de articularse con la manifestación gubernamental del pasado domingo en el parque Trillo de La Habana, no distinguió entre las acciones del Movimiento San Isidro y la protesta frente al Ministerio de Cultura. Ambos hechos, según el presidente Miguel Díaz-Canel, fueron capítulos de un mismo «show mediático», de un «último intento» del gobierno de Trump y la «mafia anticubana» de «derrocar a la Revolución Cubana». En consonancia con ese relato, el Ministerio de Cultura rompió formalmente el diálogo con los jóvenes el pasado viernes 4 de diciembre.

Si algo ha quedado en evidencia en estas jornadas es que esa artificial división de la cultura cubana en «revolucionarios» y «contrarrevolucionarios» ya no funciona para la nueva generación de artistas e intelectuales. No funciona para ellos ni funciona para la burocracia, que deberá lidiar con las crecientes demandas de autonomía y agencia de una juventud cada vez más crítica. A esos burócratas les vendría bien releer, sin las distorsiones habituales, a José Martí, quien decía que para crear una república con justicia y dignidad para todos el único lema posible es «libertad sin ira».


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