Entrevista

Historias, imaginarios y combates de las derechas argentinas

Entrevista a Martín Vicente


octubre 2021

¿Cuáles han sido las características históricas mas salientes de las derechas argentinas? ¿Cómo se relacionan con los nuevos emergentes liberal-conservadores y libertarios de la actualidad? Martin Vicente, coautor del libro Las derechas argentinas en el siglo XX, lo analiza en esta entrevista.

<p>Historias, imaginarios y combates de las derechas argentinas </p>  Entrevista a Martín Vicente

El panorama electoral argentino presenta ofertas de derecha que articulan discursos y posiciones novedosas, pero que tienen anclaje y relación con las viejas culturas nacionalistas y liberal-conservadoras. El libro Las derechas argentinas en el siglo XX (Editorial UNICEN, Tandil, 2021), compilado por Ernesto Bohoslavsky, Olga Echeverría y Martín Vicente, revisita y analiza los itinerarios de estas corrientes de derecha. En esta entrevista, Martín Vicente, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigador de la historia intelectual de las derechas argentinas, analiza las formas en que esas tendencias se vinculan con las corrientes actuales.

Argentina se encamina a un escenario electoral en un contexto político de recuperación electoral de la derecha liberal-conservadora aglutinada en el frente Juntos por el Cambio, pero también de emergencia de nuevos actores políticos derechistas autoidentificados como liberales o liberal-libertarios. Recientemente, usted participó de la compilación de un libro que recorre la historia de las derechas argentinas durante el siglo XX. ¿Cuáles son, a grandes rasgos, las principales continuidades y las principales rupturas entre la tradición de las derechas del siglo pasado y las que han emergido en este siglo?

El libro, que tendrá un segundo tomo en 2022, recorre la historia de las derechas argentinas durante el siglo XX, desde la crisis del orden liberal-conservador forjado a fines del siglo XIX hasta las consecuencias de la crisis de 2001. Este volumen se centra entre los debates sobre la «era de las masas» y las alternativas de la alta Guerra Fría. Lo hace entendiendo a las derechas como una pluralidad de familias en las que las tendencias liberal-conservadoras y las nacionalistas-reaccionarias son, como en general en la política occidental, los grandes polos en tensión. En el caso argentino, es de importancia subrayar la presencia transversal a esos polos de actores derechistas de origen confesional y en los grandes movimientos populares. Esa tensión entre distintas derechas no excluyó ideas, símbolos o lecturas en común que formaron una gramática, una matriz propiamente derechista, así como cooperación en momentos puntuales, dentro de un marco de competencia por prevalecer y conducir el universo de las derechas. Eso fue posible porque, por un lado, esas derechas heterogéneas compartieron ciertos ejes comunes basados en activarse contra los procesos o las ideas de igualación y, al mismo tiempo, promovieron una mirada general: la decadentista. Ante esa naturalización de las desigualdades, estas familias derechistas argentinas compartieron enfoques sobre las amenazas de cada hora histórica, que articularon elementos locales e internacionales. Esto fue especialmente agudo ante grandes eventos como las guerras mundiales o las revoluciones comunistas, o distintos procesos políticos como el ciclo populista latinoamericano o el ascenso global del neoliberalismo.

En la actualidad, las derechas argentinas aparecen marcadas por los efectos de la hegemonía neoliberal, aceptada tanto por liberal-conservadores de tono tradicional como por diversos nacionalistas. El eje común, nuevamente, relee la realidad local enmarcada en líneas internacionales: el ejemplo más fuerte es la forma en que el caso venezolano ocupa, sin escatimar sobreactuación, el sitio del «pánico rojo» que, en el siglo XX, se dio ante la Unión Soviética, el giro marxista-leninista de la Revolución Cubana o la llamada «vía chilena al socialismo». Ello no implica que se trate del mismo argumento, sino que lo contemporáneo forma parte de una historia con sus estaciones respectivas. Al mismo tiempo, la experiencia kirchnerista fue leída como una versión local de la «ola rosa» regional, pero también como una reversión izquierdista del peronismo. A la derecha del espacio del partido Propuesta Republicana (PRO) y su alianza (la principal oposición, que llegó al gobierno entre 2015 y 2019, ubicada en la centroderecha, pero con componentes progresistas expresados en ciertos sectores del radicalismo), creció un universo heterogéneo y extremo que es una novedad a atender. Son problemas que están trabajando con atención colegas como Sergio Morresi, Ezequiel Saferstein, Analía Goldentul y Pablo Stefanoni.  

En el libro se trabajan las corrientes nacionalistas, el nacional-catolicismo, el liberal-conservadurismo y hasta las tendencias derechistas del antifascismo argentino. ¿Cuáles han sido las diferencias más salientes entre esas derechas y cuántas de esas diferencias se deben a los marcos contextuales de su acción política?

Hay diferencias claras de doctrina, tanto en sentido filosófico, antropológico y teórico-político como en el marco cultural al que apelan. Esas diferencias han sido muchas veces subrayadas con enjundia por los propios miembros de los diversos espacios del universo de las derechas, quienes, de hecho, han utilizado el término «derecha» unos contra otros de modo acusatorio. Así, muchos nacionalistas optaron por entenderse como patriotas contra el cosmopolitismo liberal-conservador, mientras en esta última familia marcaban como fascistas a aquellos y les recordaban que la nación argentina fue obra del liberalismo. Ello operó sobre los grandes lineamientos ideológicos: mientras las derechas liberal-conservadoras privilegiaron una mirada republicana limitada de la política, un sentido capitalista-mercantil de la economía y una concepción tan cosmopolita como elitista de la cultura –remitiendo al modelo decimonónico de la «Organización Nacional»–, las tendencias nacionalistas-reaccionarias enfatizaron una propuesta autoritaria en lo político, corporativista en lo económico y tradicionalista en lo cultural, montadas siempre sobre la herencia hispano-católica. Mientras que las primeras buscaron conducir de modo tutelar a las masas, las segundas apostaron por un autoritarismo vertical.

Diferentes etapas del siglo XX encontraron a esas derechas en enfrentamientos claros. Por ejemplo, el momento abierto por la dicotomización ideológica en 1936, luego del estallido de la Guerra Civil Española y el ascenso de los fascismos -donde nacionalistas y liberales fueron el núcleo de cada segmento de esa partición- o la transición democrática de 1983 -cuando los nacionalistas fueron quedando en los márgenes frente a la supremacía del espacio derechista de parte de un neoliberalismo que había hegemonizado a la tendencia liberal-conservadora-. En otros momentos, como en las convergencias iniciales en torno de los golpes de Estado (exceptuando el de 1943, que no casualmente estuvo en los orígenes del peronismo) o la etapa más álgida de la Guerra Fría, esas diferencias se dejaron de lado, a veces de modo relativo o pragmático y, en otras ocasiones, a la manera de una fusión compleja. Allí se privilegió la convergencia sobre ideas-fuerza en común o en torno de proyectos capaces de contener las amenazas de un enemigo compartido. Todo esto, en el plano nacional. En el nivel subnacional, las problemáticas no fueron uniformes y, como muestra en el libro María Celina Fares, en zonas como Cuyo, las convergencias, relaciones y circulaciones entre diversas derechas mostraron un carácter especialmente proteico y constante.


En el trabajo se aborda nítidamente la posición de las derechas respecto a las primeras fuerzas de lo que entonces se llamaba la «izquierda clasista»: los socialistas, los anarquistas y los comunistas. ¿Qué impacto político tuvieron esas fuerzas en el ámbito derechista y cómo operó el peronismo en la reconfiguración de ese último espacio?

Las izquierdas fueron un actor central para la constitución de las derechas argentinas como tales. Es decir, como efecto de campo, como frontera capaz de constituir hacia adentro, en el tránsito del siglo XIX al XX (más allá de que, como sabemos, las categorías provienen de la Asamblea Nacional en la Revolución Francesa). Sin embargo, no fueron el único actor trascendente ni lo fueron de modo uniforme. La dinámica de las masas como sujeto político, los diferentes sentidos de las etapas de modernización o las problemáticas de género adquirieron en muchos casos peso equivalente y fueron agendas leídas en vínculo con ese eje horizontal (derecha/izquierda), cuya especificidad debe completarse con uno de tono vertical (elites/masas). A ese se le añade un tercer clivaje de perfil transversal y posicional, como el que va de posiciones doctrinaria a pragmáticas. En esa complejidad, el surgimiento y desarrollo del primer peronismo, entre 1945 y 1955, tensó esos lineamientos.

La crítica antipopulista precedió largamente al ascenso de Perón, cifrándose primero frente a los gobiernos radicales, que llegaron al poder con la reforma electoral de principios de siglo. En ese marco, la figura de su líder, Hipólito Yrigoyen, fue descrita como un caudillo ligado a las masas de modos que fueron caracterizados como clientelares, religiosos o narcóticos, según la voz crítica del caso. La crisis internacional de la década de 1930, la lectura del ámbito local con lentes internacionalizados y las propias políticas peronistas, llevaron a que el justicialismo tuviera apoyos y oposiciones por derecha e izquierda. Las transformaciones ideológicas de esa época de «tormenta del mundo», como la llamó el historiador Tulio Halperín Donghi, llevaron a que peronistas y antiperonistas expresaran narrativas políticas visiblemente diferenciadas. Donde los antiperonistas veían «cabecitas negras» en un «aluvión zoológico», el peronismo narraba «descamisados» que eran los verdaderos trabajadores; donde el gobierno de Perón signaba sus políticas como «justicia social», el antiperonismo no leía sino «demagogia». Pero, por otro lado, esa etapa impactó en que coincidieran sobre una serie de términos a los que dieron significado opuesto: sin ir más lejos, «democracia» e incluso «Argentina».

La etapa peronista reformuló el universo del nacionalismo, tanto el nacionalista-reaccionario como el de origen radical o el más cercano a espacios de militancia católica. Una gran parte se sumó al nuevo movimiento, que fue además regulado por Juan Perón, quien no dudó en calificar a muchos de ellos como «piantavotos» (que espantaban a los votantes). Esa posición provocó la enemistad de nacionalistas que pedían un énfasis mayor en el corporativismo y que, sin sumarse a los nacionalistas elitistas antiperonistas, buscaron lugar por fuera del movimiento, pero intentando influir en él. Por otro lado, como mostró Jorge Nallim (quien también forma parte de este volumen) en su libro Transformación y crisis del liberalismo, el ideario liberal operó en el momento antifascista como un paraguas que cobijó a liberal-conservadores y socialistas, a intelectuales independientes e incluso a comunistas, pero que ante el peronismo comenzó a poner en primer plano sentidos más derechistas: elitismo, visión antipopular, legitimismo cultural y eso llevó a quiebres internos.

Las derechas, que fueron impactadas seriamente por la experiencia peronista, fueron protagonistas dentro y fuera de ese campo político. Que la llamada «cuestión peronista» esté en el eje de desarrollo de las ciencias sociales argentinas en la segunda mitad del siglo XX, que atraviese las artes y la fraseología popular (y la antipopular), que se reconfigure una y otra vez que el peronismo está en el poder o fuera de él, muestra que, por la positiva o la negativa, devino un lente para mirar el país e incluso, en ciertas versiones, el mundo, como cuando se dice que Donald Trump es «peronista». El peronismo como narración es una construcción tanto de peronistas como de antiperonistas.    

Cómo impactó la literatura nacionalista en las trayectorias de la derecha argentina? ¿En qué sentido esa literatura impactó no solo en el sector que la propiciaba, sino también en derechas no necesariamente apegadas a esa cosmovisión?

La literatura nacionalista tuvo, en las primeras décadas del siglo XX, una serie de ejes que desde la historia político-intelectual resulta necesario destacar. Se trató de una literatura dispar construida por medio de ensayos políticos, textos doctrinarios, ficciones de tono tradicional y también vanguardista; motorizó tanto lecturas localistas de problemáticas internacionales como reformulaciones de tradiciones provinciales, hechos de la historia nacional o versiones de figuras arquetípicas como el gaucho (algo que, como mostró en diversos trabajos el historiador Matías Casas, se prolongó luego del primer peronismo). Al menos hasta el quiebre de 1936, convivió en espacios comunes con la producción de la intelectualidad liberal e incluso de ciertas izquierdas, tanto por la preeminencia de una literatura que daba cuenta de la crisis de la década de 1930 como por los circuitos que estas figuras compartían. Desde allí y tras el peronismo, esos caminos se separan de modos muy visibles, pero no solo por motivos políticos: la misma literatura argentina se parte con Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Jorge Luis Borges (como subrayó Ricardo Piglia), un relato que publicó en la revista Sur en 1940. Lentamente, para los tópicos nacionalistas, no quedó lugar en la alta literatura, al punto que con el tiempo esos temas se hicieron basamento de enfoques reformulados en el estilo de las industrias culturales e incluso guiños irónicos ya desde fuera de las derechas nacionalistas. Eso se puede ver en el tono melancólico que recorrió a los centros tradicionalistas o en el universo cultural basado en esa estética luego de mediados del siglo XX. Desde el antiperonismo, la burla sobre los docentes peronistas como «flor de ceibo» era una constante para aludir a su carácter meramente local y poco refinado. Si bien esa concepción fue uno de los ejes multiformes que abarcó la estetización política peronista, esos opositores hicieron énfasis allí con astucia: mostraban el tono más acartonado y rudimentario de un fenómeno por demás multifacético.  

Borges mismo fue cercano al nacionalismo en su juventud, en épocas en las que había líneas de diálogo con las vanguardias, algo que se ve en el universo confesional también, por ejemplo, en la luego señera revista Criterio, que se edita hasta hoy desde 1928. De hecho, prologó el poemario El paso de los libres de Arturo Jauretche, un intelectual radical que, como su grupo Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), se haría referente peronista luego.


Una de las características más salientes de las actuales derechas es la utilización de argumentaciones de tipo «macartistas» o «anticomunistas» para referirse ya no al comunismo o a la izquierda stricto sensu, sino a un diverso conglomerado de ideas y valores progresistas de toda laya. ¿Cuáles son las raíces históricas de esta tendencia y en qué medida se vinculan a lo que Ernesto Bohoslavsky trabaja en el libro en torno al «pánico moral» del anticomunismo en la década de 1960?

Hay un nexo central, local e internacional, entre la década de 1960 y la coyuntura actual, como un hilvanado de etapas donde las sucesivas modernizaciones son ejes de los modos en que las derechas leen la realidad. Ocurrió en los «locos» años 20, que combinaron la era del jazz con el crecimiento de los nacionalismos extremos, pero también en los años 90, cuando esa época de estética posmoderna encastró con el «pensamiento único» del neoliberalismo. En los diferentes casos, aparecieron actores novedosos, discursos disruptivos, vanguardias artístico-estéticas y, en muchas oportunidades, un discurso juvenilista no solo novel sino parricida, circulado cada vez más velozmente por las industrias culturales, donde esas mismas juventudes creaban sus identidades y sus mundos simbólicos. Sin embargo, los 60 son especiales por diversos motivos: se trata de la era en la que se pensaba que el horizonte socialista estaba a la vuelta de la esquina, en la que la sociedad de la información parecía corporizarse y en la que se se producía el «despertar tercermundista». Son fundamentales porque implican el momento de constitución de la juventud tal como la entendemos hasta hoy.  

La convergencia entre neoliberales y neoconservadores, entre promoción del ideal de mercado y la moralización -que John Nash llamó para el caso estadounidense «fusionismo»- se dio «sobre», «contra», pero también «con» esas transformaciones de la década de 1960. La era de la juventud en la Argentina, tal el título de un excelente libro de Valeria Manzano, se construyó en diálogo con cambios internacionales, hecha de ruptura de mandatos tradicionales y estableciendo un corte generacional más marcado que en épocas anteriores. Pero como advirtió en su momento un integrante de aquella juventud, el escritor Abelardo Castillo, esos años narrados de modo colorido con Beatles, Mafalda y marihuana, fueron también una etapa de represión cultural y política.

Temas, agendas y modos expresivos actuales no solo recuerdan a aquella remoralización de la política que se vio allí (ya no se trataba de un debate incluso violento: se trataba del bien y el mal), sino que son parte de una historia común que debe ser vista con quiebres, continuidades y transformaciones antes que como una simple iteración o una novedad deshistorizada. Por decirlo con un ejemplo: la revista liberal-conservadora El Burgués llamaba, entre 1971 y 1973, a retomar la moral dominante, a enfrentar el totalitarismo de izquierdas y los populismos, y lo hacía con una estética modernizante y un humor irónico que no desencajarían en el lenguaje de las redes sociales o de las pancartas que suelen verse en las movilizaciones de las nuevas tendencias de las derechas. Moralización y anticolectivismo, pero también estética desafiante son, entonces, claves generales en aquel caso como en la coyuntura actual.

Ahora, ¿de qué comunismo hablamos en cada caso? En la década de 1960 hubo un estiramiento del concepto de la mano del desarrollo internacional de la idea de totalitarismo: para los sectores de las derechas liberales, todo aquello que quedaba fuera de la democracia liberal se inclinaba hacia las formas totalitarias, fuera en dictadura o en una democracia que se devoraría a sí misma. En las derechas nacionalistas, esto tenía dos versiones: en las más extremas, la democracia abría la puerta al comunismo con su permisividad y falta de rigor; en las cercanas al peronismo, se trataba de blindar un presunto núcleo ortodoxo ante las infiltraciones por izquierda o las desviaciones partidocráticas. En un punto, y con sus diferencias, esas lecturas se reponen hoy, cuando el comunismo no es una alternativa de poder real y se enfocan sobre una mirada procedimental o minimalista de la democracia entre las nuevas derechas de la rama neoliberal y en una lectura tradicionalista en las de tono nacionalista. Por eso pueden articularse frente a fenómenos como el que denominan «cuestión de género», que abarcan desde el feminismo a los nuevos usos lingüísticos pasando por la promoción de nuevas identidades sexogenéricas, que es enfocado como el desplazamiento cultural del comunismo.    

En el prólogo al trabajo, que usted escribe junto a Ernesto Bohoslavsky y Olga Echeverría, se hace una alusión directa al «conspiracionismo» como parte de la identidad de ciertas derechas durante el siglo XX. ¿En qué medida esa posición es retomada hoy? ¿Qué lecturas habilitaron nuevas teorías conspirativas por parte de las derechas?

El «conspiracionismo« ha sido un elemento central entre las derechas en el siglo XX y se ha reformulado en la actualidad. Si bien entre las derechas nacionalistas-reaccionarias ha tenido un carácter central -que dio lugar a usos de teorías conspirativas heterogéneas (de un pensamiento sobre las fronteras geográficas, de esencialismos ontológicos y de diversas posiciones antisemitas)-, entre las liberal-conservadoras su rol apareció como una variación de las ideas decadentistas y se plasmó en la aparición de masas que rompían los diques de la república modernista o las transformaciones culturales populistas entendidas como degradación. Lo que era presentado como una conspiración en negativo, fruto de la ignorancia, el costumbrismo o la molicie antes que de una trama organizada, dio lugar a un abanico de figuras o mitos de gran calado que fueron del peronista que, ciego a la vida burguesa y al gasto público, hacía asado con el piso de parquet de las viviendas sociales, al izquierdista que buscaba hacer la revolución desde el café, con frivolidad y falso compromiso. En la actual convergencia entre derechas, ese carácter está especialmente subrayado, en tanto vertientes extremas se centran en ese eje para limar aristas y articularse, algo que se puede ver en encuentros culturales, manifestaciones callejeras, circulación en redes sociales: que aparezca un mensaje antisemita ora directo ora indirecto sobre, por poner un ejemplo internacionalizado, la figura de George Soros, es una muestra de que anarcocapitalistas, nacionalistas identificados con el catolicismo intransigente o peronistas de derecha que critican al actual gobierno por «socialdemócrata», pueden funcionarse sobre imaginarios en común que operan como líneas de encuentro a nivel mundial.  

El discurso internacional de líderes como el brasileño Jair Bolsonaro, de partidos-movimiento como Vox en España o de intelectuales-activistas como el estadounidense Steve Bannon, muestra esas convergencias. De ahí que el debate sobre cómo conceptualizar ese ideario multiforme sea una preocupación extendida entre analistas: algo cambió con respecto al siglo XX. Con Ernesto Bohoslavsky y Olga Echeverría, precisamente, proponemos en esa introducción una serie de puntos para analizar a las derechas: abordar las nociones en común y las gramáticas generales para ver coincidencias y diferencias; evitar las miradas unidimensionales; no exotizar ni moralizar el objeto de análisis; entenderlas en su heterogeneidad, en sentido relacional y con historicidad. Son puntos válidos para mirar esta coyuntura e incorporar nuevas lentes.

    

 

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