«Para transformar las ciudades, hay que trabajar también en los sectores rurales y evitar las migraciones»
octubre 2016
¿Cómo se puede combatir la tokiotización del mundo y por qué para ello son importantes las regiones rurales?
Existen megaciudades como Tokio, Ciudad de México o Nueva Delhi que crecen sin pausa. En 2025, Tokio podría tener casi 37 millones de habitantes. ¿Se trata de una tendencia irreversible?
Temo que sí. Por ello, creo que deberíamos hacer todo lo posible por contener el crecimiento de las ciudades medianas y grandes. Lamentablemente, desde hace décadas una de las relaciones menos balanceadas ha sido la del sector urbano con el rural. La política no ha hecho lo suficiente para fortalecer y reconocer el potencial para el desarrollo de las regiones rurales. La consecuencia es que, por primera vez a escala global, en 2008 la cantidad de personas que vivían en ciudades superó el 50%. Para 2030, se espera que esta cantidad sea un preocupante 61% y para 2050, 70%. El proceso de urbanización en el sur del planeta es aún más acelerado e intenso. Las ciudades siempre han sido, son y serán construcciones sociales. Para evitar que en 2050 tengamos una «tokiotización» de nuestras ciudades, debemos imaginarlas con enfoques humanos, diseñarlas y repensarlas de manera participativa, tomando en cuenta su diversidad y en perspectiva de sustentabilidad. Debemos ser conscientes de la importancia del campo y del sector rural para desarrollar una relación armoniosa entre ellos. Las tendencias mencionadas anteriormente son el fruto de un desconocimiento urbano hacia las necesidades del campo y el valor que allí se genera. Muchas ciudades han olvidado que sus recursos provienen de otras áreas, en algunos casos muy lejanas. Esta falta de sensibilidad ha ocasionado que las condiciones de vida en el campo empeoren y que se produzca una migración masiva hacia las ciudades. Cada año, millones buscan, a veces sin encontrarlo, un mejor futuro en las urbes. El futuro de las ciudades estará, entonces, estrechamente atado al del sector rural.
En la III Conferencia sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sustentable (HABITAT III) realizada a mediados de octubre, se adoptó la Nueva Agenda Urbana (NAU). ¿Qué hay de nuevo en esta agenda?
Se trata, en principio, de una agenda catch-all que contiene, por un lado, posturas ampliamente progresistas, como la invocación del derecho a la ciudad que, si bien está mencionada de manera superficial, implica que los países aborden y reconozcan la importancia de las luchas sociales. El capítulo ambiental es también una novedad y se aborda con mayor profundidad que en las dos ocasiones previas. El manejo adecuado de recursos fue tratado con mayor énfasis, si bien esto no convierte a la NAU en una agenda verde. Por otro lado, la agenda tiene un tinte muy conservador. Me decepciona que en el proceso haya prevalecido la óptica neoliberal que no se corresponde con el concepto rector de la conferencia («ciudades para todos»). El hecho de que no se explicite ni se hable con claridad de los derechos de los trabajadores y de las trabajadoras, de las mujeres y de los derechos de los grupos LGBTI, resulta preocupante. Tampoco es un buen precedente la incorporación de las alianzas público-privadas como forma de gestionar las ciudades, dado que esta no es sino una forma de ocultar privatizaciones de servicios públicos.
El proceso ha estado marcado por una lógica empresarial. Esto resulta lamentable para un evento que, se supone, debió haber tenido un alto componente de involucramiento ciudadano.
¿No tendría sentido volver más atractivas a las ciudades medianas para evitar que las ciudades grandes se conviertan en megaciudades? ¿Fue ese un tema en la conferencia?
Las ciudades intermedias juegan un rol sumamente importante en la contención de la distopía mencionada anteriormente. De hecho, evitan que las ciudades se conviertan en monstruos. Por ello, tuvieron un punto central en la discusión y la NAU reconoce su importancia para proveer acceso a servicios básicos, vivienda segura, infraestructura, entre otros, de manera sustentable. Creo que hoy en día resulta sumamente importante el retorno a lo local. Es menester defender la idea de que las ciudades respeten y valoren sus vínculos con la naturaleza y con el sector rural, que la gente sea consciente de que los recursos llegan principalmente de sitios lejanos y de que no podemos despilfarrarlos si queremos garantizar la supervivencia de las urbes.
En Ecuador no tenemos problemas de megaciudades pero, desde hace décadas, observamos una elevada migración del campo a la ciudad. La posición ecuatoriana en la conferencia se centró en las cuestiones demográficas, en fomentar la equidad social, en mitigar los efectos del cambio climático, en repensar la estructura productiva de las ciudades y en recuperar lo público. Ambos casos analizan en sus reportes la relación entre los sectores urbanos y rurales. En Ecuador, la población está altamente concentrada en dos ciudades (Quito y Guayaquil) y el desafío es, justamente, desconcentrar esos espacios.
Las conferencias Hábitat ocurren solamente cada 20 años. ¿Es esa frecuencia suficiente?
La frecuencia de las conferencias es menos importante que saber si los esfuerzos realizados por el sector político y social son suficientes para transformar nuestras ciudades. Es, sin duda, una conferencia de una gran trascendencia para el futuro de nuestras urbes. Ha sido también una invitación para repensar nuevas formas de contribuir a la construcción de ciudades más justas entendiendo su complejidad y diversidad. Ha posicionado los temas del empoderamiento ciudadano para alcanzar espacios urbanos más equitativos y sustentables, tomando en cuenta contextos cada vez más complejos. Ha sido una oportunidad única para establecer redes de intercambio de experiencias e ideas en torno de cómo resolver arduos desafíos.
Pero, al final, quienes transformamos nuestras ciudades somos los ciudadanos y las ciudadanas que las habitamos. De nosotros depende que, en el futuro, vivamos en urbes donde hayamos dejado de lado individualismos y egoísmos para asumir responsabilidades colectivas y construir, de esta forma, ciudades cohesionadas, vivas y felices, en lugar de fragmentadas y segregadas por espacios cerrados y privilegiados. En resumen, debemos decidir si queremos vivir en soledad o en solidaridad.
La NAU es un documento no vinculante para guiar a los Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas, que ha generado muchas críticas. Pero precisamente el hecho de que no sea vinculante quiere decir también que no tenemos por qué acatar sus contradicciones. Por ello, creo que es posible ser optimista con respecto al futuro. Este optimismo surge de la efervescencia que he presenciado en todo este proceso de una ciudadanía que busca cada vez más protagonismo y que no espera la atención de las autoridades para impulsar transformaciones hacia un desarrollo urbano más justo.
Gustavo Endara es coordinador de proyectos en FES-ILDIS Ecuador. Se dedica a los temas de fomento de una economía justa y promoción de un diálogo democrático entre distintos actores políticos, académicos y sociales.
Entrevista realizada por la IPG