¿Twitter en manos de un mono con navaja?
noviembre 2022
Elon Musk llegó a Twitter y lanzó un lema: «liberar al pájaro». Para muchos, el resultado de la política de este multimillonario que se define como «absolutista de la libertad de expresión» será la reproducción cada vez más masiva de discursos intolerantes. Muchos usuarios esperan con cautela para decidir si se quedan o migran a otras plataformas.
Han pasado dos semanas desde que Elon Musk ingresó en la sede central de Twitter con un lavabo en sus manos, indicando oficialmente que había adquirido la empresa. Después de haber tenido algo de tiempo para dejar que la noticia de su compra por 44.000 millones de dólares «decantase», los usuarios de Twitter ahora se preguntan qué hará con la plataforma.
¿Qué va a hacer Musk con Twitter?
Después de haber intentado dar marcha atrás con su compromiso de adquirir la plataforma, y justo antes de entrar en lo que parecía ser una larga batalla judicial potencialmente bochornosa y costosa para hacer cumplir su acuerdo original, Twitter ahora es de su propiedad.
Si revisamos algunas de las primeras opiniones de expertos en medios de tendencia conservadora, vemos que Musk ha pagado demasiado por una plataforma que aún no ha terminado de desarrollar su potencial comercial para los inversores, ni su potencial social para los usuarios. Esto probablemente explique algunos de sus primeros movimientos desde que se hizo cargo de la empresa, como planear cobrar a los usuarios 8 dólares (ajustados por país) para tener una cuenta verificada en la plataforma, y amenazar con despedir a la mitad del personal de Twitter.
Ya despidió al CEO anterior, Parag Agrawal, al director financiero Ned Segal, a la directora de asuntos legales, Vijaya Gadde, y al asesor general Sean Edgett.
¿Twitter se convertirá en un desastre (o en varios)?
Las intenciones de Musk quedaron quizás en evidencia en su primer tweet después de haber comprado la plataforma: «el pájaro fue liberado». Antes de la adquisición, una de sus críticas más tuiteadas a Twitter era que había demasiados límites a la «libertad de expresión» y que sería necesario reformular el control de contenidos para desbloquear el potencial de Twitter como una «plaza pública de facto».
No hay duda de que Musk es bastante bueno haciendo declaraciones performativas en las redes sociales, pero aún no hemos visto ningún cambio real en el control de contenidos, y mucho menos la visión utópica de Musk de una plaza pública digital. El «tuitero en jefe» ha sugerido el futuro nombramiento de «un consejo de control de contenidos con puntos de vista muy diversos» que se encargaría de tomar decisiones sobre el control y el restablecimiento de cuentas.
No es una idea nueva. Desde 2018, Meta -propietaria de Facebook, WhatsApp e Instagram- ha constituido una junta supervisora de estas características, compuesta por ex-líderes políticos, activistas de derechos humanos, académicos y periodistas. La junta supervisa las decisiones de contenido y se sabe que se opone a las decisiones del CEO, Mark Zuckerberg, sobre todo a la suspensión «por tiempo indeterminado» del ex-presidente de Estados Unidos Donald Trump en Facebook tras los disturbios en el edificio del Capitolio.
No está claro si se reuniría un consejo para discutir la sugerencia de Musk de «revertir la inhabilitación permanente» que Twitter le impuso a Trump [finalmente Musk le restableció la cuenta al ex-presidente], o si Musk permitiría que una junta anule sus decisiones. No obstante, la sugerencia de Musk de una junta de control de contenidos significa dar marcha atrás con sus puntos de vista sobre control de contenidos, previamente calificados por él mismo como «absolutistas en cuanto a libertad de expresión». Muchos están preocupados porque su enfoque del control de contenidos pueda generar más discursos de odio en Twitter.
Apenas tomó el control de la empresa, cuentas coordinadas de trolls intentaron probar los límites de un Twitter dirigido por Musk inundando la plataforma de insultos raciales. Según el National Contagion Research Institute, con sede en Estados Unidos, el uso de la palabra «N-word», que refiere a la forma despectiva de llamar a los negros, se disparó más de 500% el 28 de octubre. Sin embargo, el jefe de Seguridad e Integridad de Twitter, Yoel Roth, dijo que muchos de los tuits ofensivos provenían de una pequeña cantidad de cuentas.
Otro estudio realizado por investigadores de la Universidad Estatal de Montclair verificó un enorme aumento en términos de odio en el periodo previo a la adquisición de Musk. Roth y Musk confirmaron que las «políticas de Twitter no han cambiado». Las reglas sobre «conducta de odio» siguen siendo las mismas.
Musk sigue siendo un mono con navaja
Quizás más preocupante que las reacciones de los trolls sea la decisión de Musk de tuitear y luego borrar una teoría conspirativa sobre Paul Pelosi, esposo de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, agredido violentamente en su casa. Podríamos desestimar esto como una muestra del amor de Musk por tuitear contenidos basura, pero si el derecho a publicar desinformación y ataques personales es el tipo de expresión que quiere proteger, vale la pena preguntarse con qué tipo de espacio deliberativo sueña.
Musk adopta un enfoque tecnocrático de los problemas sociales que surgen de nuestro uso de las herramientas de comunicación en internet. Esto implica que el libre acceso a la tecnología aísla a la «libertad de expresión» de su contexto cultural y social, y deja en manos de cualquier persona. Pero esto no es lo que suele pasar. Por eso necesitamos control de contenidos y protección para los vulnerables y marginados.
La otra pregunta es si queremos que los multimillonarios tengan una influencia directa en nuestras «plazas públicas». De ser así, ¿cómo garantizamos la transparencia y que se respeten los intereses de los usuarios?
En su primera semana a cargo de la red, Musk ordenó un recorte de gastos de más de mil millones de dólares anuales en infraestructura, lo que supuestamente ocurrirá a través de ajustes en los servicios en la nube y espacio de los servidores. Estos recortes podrían poner a Twitter en riesgo de caerse durante periodos de alto tráfico, como en época de elecciones. Aquí podría ser donde falla la visión de la plaza digital de Musk. Para que Twitter se asemeje a un espacio deliberativo de ese tipo, la infraestructura que lo respalda debe resistir en los momentos más cruciales.
¿Adónde ir si estás harto de Twitter?
Si bien hasta el momento no hay indicios de un éxodo masivo de Twitter, varios usuarios están abandonando la plataforma. Poco después de que Musk adquiriera Twitter, #TwitterMigration comenzó a ser tendencia. La semana posterior, la plataforma de microblogging Mastodon ganó, según se ha informado, decenas de miles de seguidores. Mastodon está compuesta por servidores independientes administrados por usuarios. Cada servidor es propiedad de su comunidad y es operado y moderado por ella, y también puede hacerse de forma privada. La desventaja es que el funcionamiento de los servidores cuesta dinero y, si un servidor deja de funcionar, se puede perder todo el contenido.
Los desertores de Twitter también se han ido a sitios como Reddit, Tumblr, CounterSocial, LinkedIn y Discord.
Por supuesto, muchos esperarán a ver qué se le ocurre al cofundador de Twitter, Jack Dorsey. Si bien Dorsey conserva una participación en Twitter, ha lanzado una red social descentralizada, Bluesky Social, que ahora se encuentra en fase de prueba. El objetivo de Bluesky es proveer un protocolo abierto de red social. Esto significa que permitiría a múltiples redes sociales interactuar entre sí a través de un estándar abierto.
Si este experimento tiene éxito, sería más que un competidor para Twitter. Significaría que los usuarios podrían cambiar fácilmente de servicio y llevarse su contenido a otros proveedores. Sería un modelo totalmente nuevo para las redes sociales, centrado en el usuario. Y podría obligar a las plataformas tradicionales a repensar sus prácticas actuales de recolección de datos y publicidad dirigida. Esa podría ser un movimiento por el que valga la pena esperar.
Fuente: The Conversation.
Traducción: Carlos Díaz Rocca