Opinión

El liderazgo de Brasil


octubre 2009

Cuando el presidente Lula conoció el resultado de las elecciones del domingo 30 de octubre, dijo: «es un momento mágico de la democracia». Lo fue no sólo como condensación de un inmenso esfuerzo político, sino también por su contundencia y reverberación simbólica en toda la región.

<p>El liderazgo de Brasil</p>

Cuando el presidente Lula conoció el resultado de las elecciones del domingo 30 de octubre, dijo: «es un momento mágico de la democracia». Lo fue no sólo como condensación de un inmenso esfuerzo político, sino también por su contundencia y reverberación simbólica en toda la región.

El 60.8% de los sufragios obtenidos expresa la voluntad de 58 millones de habitantes, apenas tres menos que los votos directos alcanzados por el presidente Bush en Estados Unidos, cuya población es casi dos veces superior a la del país sudamericano. Una legitimidad democrática aplastante, cuyas consecuencias son continentales.

El sufragio de los brasileños no significa necesariamente el premio a una exitosa e intachable gestión de gobierno. Los resultados del mandato que termina, rodeado de escándalos y de feroces campañas de descrédito, fueron más bien modestos. Disipó sin embargo los temores instigados contra los gobiernos izquierdistas. Fue un triunfo de la esperanza sobre el miedo.

El saldo de la elección acredita también las virtudes de la segunda vuelta en los sistemas presidencialistas latinoamericanos. Las elecciones del Perú parecían confirmar la tendencia hacia el triunfo de quien obtuvo el segundo sitio en los comicios iniciales. En el caso de Brasil, se trató de una confirmación del primer resultado, con un añadido de 11 millones de votos suplementarios.

Señala así una previsible transición del multipartidismo al bipolarismo en los sistemas de la región, favorable a la estabilidad política y a la conformación de mayorías y minorías claras, requisito para la gobernabilidad democrática. Este desenlace reafirma, además, el liderazgo asumido por Brasil en la integración de América del Sur y en la búsqueda de una inserción más creativa e independiente de las potencias emergentes en la globalización.

Finalmente, la relativa imparcialidad observada por Estados Unidos y por el gran capital en este proceso representa un bono de confianza de esos intereses hacia los gobiernos de la izquierda moderada. A la luz de lo ocurrido en México y de las intensas presiones que se ejercen para impedir la victoria sandinista en Nicaragua, parecería confirmarse el dicho de Helio Jaguaribe: «para Estados Unidos, su zona de seguridad doméstica termina en Panamá; hacia el sur, son tolerables las autonomías periféricas». El tiempo dirá si esta partición de América Latina es irreversible.

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