Tema central

Dos tazas de capitalismo
Desigualdades, liberalismo y meritocracia


Nueva Sociedad 290 / Noviembre - Diciembre 2020

¿Cómo interpretar los cambios económicos imperantes en Occidente y Oriente? ¿Qué es el «capitalismo político» que predominaría en China? ¿Se está extinguiendo el capitalismo liberal meritocrático tal como lo conocimos? ¿Qué consecuencias tiene el aumento de las desigualdades? Estas son algunas de las preguntas que Capitalismo, nada más, de Branko Milanović, busca responder para avanzar en una mayor comprensión de las transformaciones en el sistema económico mundial y, eventualmente, pensar alternativas.

Dos tazas de capitalismo  Desigualdades, liberalismo y meritocracia

El capitalismo en Occidente no está en su fase terminal, como sugieren muchos, pero está irreconocible. Como dice Branko Milanović en Capitalismo, nada más1, uno de los mejores libros sobre los cambios que está sufriendo el capitalismo global en las últimas décadas, el capitalismo liberal meritocrático (como denomina el economista serbio al capitalismo occidental) está perdiendo sus características liberales y meritocráticas. El sistema que más riqueza ha creado y que ha sacado de la pobreza a millones de personas está en una deriva plutocrática y oligárquica. Las economías capitalistas se están estratificando cada vez más y está desapareciendo la posibilidad del ascenso social.

Por ejemplo, entre 1978 y 2012, el porcentaje de riqueza global en manos del 0,1% más rico aumentó de 7% a 22%2. Si nada cambia, en 2030 se estima que el 1% más rico poseerá dos tercios de la riqueza global3. Esto, obviamente, crea una barrera casi infranqueable que impide la movilidad social. Desde la década de 1980, la posibilidad de que un estadounidense con una renta media ascienda en la escala de ingresos se ha reducido en 20%4. Este problema no es solo de Estados Unidos, un país especialmente desigual. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde), «cualquier español que nazca en una familia con bajos ingresos tarda cuatro generaciones (120 años) en conseguir un nivel de renta medio»5. Las nuevas generaciones solo conocerán el concepto «ascenso social» por los libros de historia. Según un estudio de Deloitte, los millennials en eeuu poseerán en 2030 solo 16% de la riqueza del país, a pesar de que para entonces serán la generación adulta con más integrantes. Los pertenecientes a la Generación x, previa a los millennials, tendrán 31% de la riqueza, mientras que los boomers, que ya estarán cumpliendo 80 y 90 años, seguirán controlando 45%6.

La pandemia está consolidando esta tendencia. Es probable que los efectos de la crisis que ha provocado el covid-19 sean parecidos a los que produjo la Gran Recesión. Como escribió el economista John Michaelson en 2018, «el legado económico de la última década es una excesiva concentración empresarial y una masiva transferencia de riqueza desde la clase media hacia el 1% más rico»7. En los primeros meses de la pandemia, entre marzo y junio de 2020, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, aumentó su riqueza en 48.000 millones de euros. Hasta agosto de este año, el patrimonio neto de los multimillonarios en eeuu aumentó en 637.000 millones de dólares, gracias, en general, a los recortes de los tipos de interés y a rescates financieros para luchar contra la crisis del covid, de los que se aprovecharon8. Aunque haya perdido la elección Donald Trump y en Europa surjan nuevas coaliciones a favor de una mayor redistribución, será casi imposible revertir estas tendencias, que se están volviendo sistémicas.

Esta concentración de la riqueza no tiene precedentes en el siglo xx y se acerca a los niveles de la Era Dorada de finales del siglo xix. Hoy nos enfrentamos de nuevo a problemas de hace dos siglos, como el de la propiedad de la tierra. Entre 2007 y 2017, la proporción de tierra (propiedades) en manos de los 100 propietarios más ricos de eeuu aumentó casi 50%9. En Reino Unido, solo 1% de la población (unos 25.000 propietarios) posee la mitad de las propiedades del país10. En Capital e ideología, Thomas Piketty habla de la concentración de la propiedad privada como «una de las características del régimen desigualitario neopropietarista mundial», y no como solo un problema de regímenes muy desiguales como el de eeuu:

En 1913, la parte del 10% más rico en el total de propiedades privadas alcanzaba el 98% en Europa (promedio de Reino Unido, Francia y Suecia), frente al 1% de la propiedad para el 50% más pobre. En 2018 era el 55% (5% para el 50% más pobre) en Europa, y el 74% en eeuu (2% para el 50% más pobre)11.

No es solo una cuestión de latifundios y grandes superficies. Hay centros de ciudades dominados por rentistas, completamente inhabitables salvo para ultramillonarios o blanqueadores de dinero. El periodista Oliver Bullough, autor del excelente Moneyland, realizó durante años un tour por propiedades de oligarcas en el centro de Londres12. Sin la ayuda de abogados y asesores fiscales en la capital inglesa, dice, los oligarcas de Rusia o África no serían capaces de esconder su dinero. Londres es uno de los grandes paraísos fiscales del mundo, pero apenas es reconocido como tal.

Una nueva aristocracia global

El conflicto de clase es hoy más global que nunca. Ha surgido una aristocracia global de ultrarricos cuya patria es aquel lugar donde les permitan colocar su dinero. Como escribe Bullough: «El dinero se mueve a través de las fronteras, pero las leyes no. Los ricos viven globalmente, el resto de nosotros tenemos fronteras»13. No hay mejor «ciudadano del mundo» que un oligarca que compra pasaportes en paraísos fiscales. Es la cara menos amable del cosmopolitismo y la globalización: a los liberales nunca se les ocurrió pensar que las sociedades abiertas podrían desembocar en corrupción global, una elitización y tecnocratización de la política y una separación entre esta y la población sin precedentes en las últimas décadas.

Esta nueva aristocracia global no está solo formada por el estereotipo de oligarca corrupto del Tercer Mundo. Ha surgido una nueva oligarquía cuyos miembros son más abiertos y progresistas. Creen en los expertos y en la ciencia y confían en valores como el esfuerzo y la meritocracia. No son una clase ociosa sino al contrario: trabajan, y buena parte de su riqueza proviene de su trabajo (y no tanto de herencias, por ejemplo). Aunque creen en el progreso, su idea de este es muy limitada. Su posición en la escala más alta de la renta global les hace desconfiar de cambios sistémicos que pongan en peligro sus privilegios. Promueven una especie de «socialismo oligárquico», como lo ha denominado el sociólogo Joel Kotkin: «La redistribución de los recursos debe servir para cubrir las necesidades materiales de la clase trabajadora y una decreciente clase media, pero no debe promover el ascenso social ni amenazar el dominio de los oligarcas»14.

Muchas veces, estos nuevos oligarcas muestran sus credenciales progresistas en causas que no afectan a su privilegio. Es lo que se ha denominado «capitalismo woke» (capitalismo despierto), la defensa de causas progresistas estrictamente en el plano simbólico o cultural, y nunca en el material. Pero no hay nada progresista en esta concentración de riqueza. Aunque estos nuevos oligarcas creen en la meritocracia y el esfuerzo, y se colocan a sí mismos en el lado correcto de la historia, su existencia es una amenaza para las democracias liberales.

Un feudalismo con mejor marketing

Según Kotkin, estamos entrando en una especie de capitalismo feudal (al menos en términos de estratificación de clase). Por una parte, tenemos una oligarquía como la antigua aristocracia, que ya no es clase ociosa sino trabajadora, pero que controla e influye en la política con su dinero. Luego encontramos una clase media fragmentada en dos: por una parte, tenemos a la clase media tradicional o yeomanry (un yeoman es un campesino que cultiva su propia tierra), «formada por pequeños propietarios de negocios, pequeños terratenientes, artesanos, o lo que históricamente denominaríamos la burguesía, o el Tercer Estado francés, muy integrado en la economía privada»; por otra parte, tenemos a la clerecía (en realidad Kotkin habla de clerisy, el término acuñado por Samuel Coleridge para definir una especie de intelligentsia o «elite cognitiva»), un grupo que se gana la vida en instituciones cuasi públicas, generalmente universidades, los medios, el mundo de las ong y el alto funcionariado. Y, finalmente, tenemos a los siervos sin propiedad, las clases populares ninguneadas.

Quizá lo más interesante de este análisis está en la alianza entre la intelligentsia de clase media y los oligarcas, y en el conflicto que hay entre las dos clases medias. Según Kotkin, la intelligentsia comparte valores con la nueva oligarquía: «Tienen visiones similares sobre la globalización, el cosmopolitismo, el valor de las credenciales y la autoridad de los expertos»15. Considera que esta intelligentsia es la nueva «clase legitimadora» de las oligarquías y de las altas desigualdades: «en vez de preocuparse por abordar las consecuencias del estancamiento económico», escribe Kotkin, «como la mayor pobreza, inmovilidad social y conflictos de clase, muchos miembros de la clerecía e incluso de la oligarquía promueven el ideal de la ‘sostenibilidad’ por encima de un crecimiento económico que llegue a todos»16. Para esta intelligentsia, sigue Kotkin, «el ascenso social es una reliquia del pasado, y la tarea principal hoy tiene que ver con rectificar agravios sociales y proteger el medio ambiente, en vez de con buscar maneras de extender la riqueza y las oportunidades»17.

La batalla entre las dos clases medias se refleja bien en el conflicto de los «chalecos amarillos» en Francia: una demanda ecologista (un aumento de impuestos al combustible) apoyada desde los núcleos urbanos y la intelligentsia provoca una revuelta de las provincias (el gran reto político del siglo xxi será combinar el ecologismo con la clase)18. En su análisis, Kotkin está claramente influido por la célebre teoría sobre las elites de Piketty:

las elites con educación superior votan a la «izquierda», mientras que las elites con altos ingresos/alta riqueza todavía votan a la «derecha» (aunque cada vez menos). Así, la «izquierda» se ha convertido en la elite intelectual (izquierda brahmán), mientras que la «derecha» puede verse como el partido de las elites empresariales (la derecha comerciante).19

Esto es importante sobre todo porque ha alterado radicalmente la división ideológica. Ya no estamos en un sistema de clases, sino de elites múltiples, según Piketty: la competición política se realiza entre una izquierda educada y una derecha rica, y las clases populares quedan fuera de ella. La izquierda fue durante décadas, al menos en Europa, el partido de los no educados, pero esto ha cambiado radicalmente y se ha ido «convirtiendo gradualmente en el partido de los titulados, especialmente de los cuadros intermedios y de las profesiones intelectuales»20.

En este sistema de elites múltiples, o de competición política elitista, las diferencias entre la «izquierda brahmán» y la «derecha de mercado» son a menudo superficiales, o de «carácter»: «La primera valora el éxito académico, el gusto por el trabajo intelectual, la ambición por las titulaciones y el conocimiento; la segunda se basa más en la motivación profesional, el sentido de los negocios y la fluidez de los acuerdos»21.

Sin embargo, en lo esencial se entienden. Hay un cierre de filas elitista, que garantiza sus privilegios: «Ambas defienden a su manera una ideología de méritos y de justa desigualdad, aunque el esfuerzo y la recompensa que otorgan no son las mismas en cada caso»22.

¿La muerte del capitalismo liberal meritocrático?

La concentración de riqueza, la oligarquización y la elitización se están integrando en el sistema. Difícilmente desaparecerán sin cambios estructurales. En Capitalismo, nada más, Milanović analiza el capitalismo contemporáneo global (compara el modelo occidental con el chino) desde la sala de máquinas: estudia lo que ha cambiado en los engranajes del sistema económico, sin entrar en sus cambios sociológicos. Para ello, va a la base. ¿Qué es el capitalismo? En su definición clásica (la de Karl Marx y Max Weber), es la producción económica organizada en torno de tres aspectos: el capital es privado, el capital contrata al trabajo y la producción está descentralizada. En este análisis clásico, los capitalistas obtienen ingresos del capital, y los trabajadores, de su trabajo. Pero en el capitalismo liberal meritocrático, esta estructura clásica ha cambiado. Hoy hay ricos que lo son gracias tanto a sus altos ingresos de capital como a los ingresos por su trabajo. Es algo sin precedentes históricos:

Las personas que son ricas por su capital tienden ahora a serlo también por su trabajo (o, por decirlo en términos más actuales, suelen ser individuos que tienen un «capital humano» elevado). Mientras que las situadas en lo alto de la escala de la distribución de la renta según el capitalismo clásico eran financieros, rentistas y propietarios de grandes explotaciones industriales (individuos que no estaban contratados por nadie y, por lo tanto, no tenían renta del trabajo), hoy día un porcentaje significativo de las personas que ocupan los lugares más altos de la escala son directivos muy bien pagados, diseñadores de páginas web, médicos, dueños de bancos de inversión y otros profesionales de elite. Son empleados asalariados que tienen que trabajar para percibir sus cuantiosos sueldos. Pero esas mismas personas, ya sea por herencia o porque han ahorrado el dinero suficiente a lo largo de su vida laboral, poseen también grandes activos financieros y extraen de ellos una proporción significativa de su renta.23

Para explicar este fenómeno, Milanović acuña un nuevo concepto: homoploutia (homo de igual, ploutia de riqueza). La homoploutia es la combinación de altos salarios en empleos muy calificados y una economía global con una mayor concentración de la propiedad del capital. En 1980, dice Milanović, solo 15% de los individuos en el decil superior de los ingresos de capital estaba también en el decil superior de las rentas de trabajo, y viceversa. Ese porcentaje se ha duplicado en los últimos 37 años24.

Esto tiene importantes consecuencias en las políticas públicas. El rico hoy no solo lo es gracias a herencias, sino también gracias a su trabajo, lo que contribuye a mantener una ilusión de meritocracia. Es más complicado políticamente subir los impuestos a millonarios que tienen imagen de emprendedores y que han obtenido buena parte de su riqueza gracias a su trabajo que hacerlo a rentistas y a quienes han heredado su riqueza, considerada menos «merecida».

El fenómeno de los ricos en capital y trabajo ha ido en paralelo a un crecimiento de la concentración del capital, que ha aumentado la desigualdad. En eeuu, el 10% de los ricos posee 90% de los activos financieros25. Como los retornos del capital financiero son más altos que los de otros activos (inmobiliarios, por ejemplo, el poco capital que poseen las clases medias) y además están menos gravados, la desigualdad crece. Esto, junto con la decreciente capacidad de negociación de los trabajadores, hace que, en el equilibrio clásico entre trabajo y capital, sea el segundo el que sale ganando. Los trabajadores no tienen propiedades y, si las tienen, están muy endeudados, y sus trabajos son precarios e inestables. Mientras, los propietarios del capital tienen además salarios elevados e instrumentos para transmitir sus privilegios a sus descendientes. Milanović habla de «emparejamiento selectivo» y del papel de las herencias para explicar cómo se perpetúan las desigualdades. Lo primero es fácil de explicar: la gente suele casarse con sus iguales. Lo segundo no requiere apenas explicación: existe un amplio consenso sobre la necesidad de tasar las herencias para promover la igualdad de oportunidades. En el caso de la educación, señala varios hechos preocupantes: «En las 38 universidades y centros de enseñanza superior más prestigiosos de eeuu, hay más estudiantes que provienen de familias situadas en el 1% más alto de la escala de distribución de la renta que del sector correspondiente al 60% inferior»26. La tesis de Milanović es parecida a la de Piketty. La nueva clase alta da mucha importancia a la educación, que es casi tan importante como una herencia: en el discurso de apertura del curso de 2015 de la Escuela de Derecho de Yale, Daniel Markovits «calculaba que la inversión adicional en educación recibida por los hijos de los ricos (comparados con los de las familias de clase media) equivalía a una herencia de entre cinco y diez millones de dólares»27.

Milanović hace algunas propuestas para resolver la alta concentración de capital, la pérdida de poder de negociación de los trabajadores y la desigualdad: «políticas fiscales favorables para hacer que la posesión de acciones sea más atractiva para los pequeños y medianos accionistas y menos atractiva para los grandes accionistas»28 (es decir, hacer que la clase media compre acciones y bonos), participación de los trabajadores y las trabajadoras en el accionariado de las empresas, o usar los impuestos a las sucesiones «como medio para nivelar el acceso al capital si los ingresos fiscales se destinaran a dar a todos los adultos jóvenes una concesión de capital»29 (una propuesta similar a la de Piketty de entregar 120.000 euros a todos los individuos al cumplir 25 años).

Pero Capitalismo, nada más no es un libro de soluciones, sino de diagnóstico. El tono, al menos al hablar sobre el capitalismo liberal meritocrático, es fatalista, especialmente con las limitaciones que sufren hoy los Estados de Bienestar para afrontar estos problemas. Fueron ideados en una época previa a la hiperglobalización; se crearon como una gran empresa de seguros y con la «constatación de que todos los individuos pasan por periodos en los que no ganan nada, pero tienen que seguir consumiendo». Es decir, se sostenía (y sostiene) a los jóvenes, a los enfermos, a los desempleados y a los ancianos mediante subsidios y prestaciones. El Estado de Bienestar se basaba en «una supuesta comunidad de conducta o, dicho de otro modo, en una homogeneidad cultural y a menudo étnica». Para Milanović, se daban cinco aspectos en los Estados de Bienestar clásicos que garantizaban su supervivencia y éxito: a) no había una competencia global entre trabajadores; b) el capital no se movía mucho entre fronteras (y cuando lo hacía, había restricciones y nacionalizaciones); c) la migración era limitada, y cuando se producía generalmente era entre poblaciones culturalmente similares; d) el poder de los partidos socialistas y comunistas, combinado con el poder de los sindicatos y la amenaza de la Unión Soviética, mantenía a raya a los capitalistas; y e) el ethos socialdemócrata coincidía con la moral de la época, reflejada en la liberación sexual, la igualdad de género y una menor discriminación30. La globalización (salvo en el último punto) socava inevitablemente estos principios. Debido a la polarización de los ingresos y a la libertad de movimiento del capital que esta ha traído, los Estados de Bienestar clásicos no pueden enfrentarse a muchos problemas actuales.

Capitalismo político

¿Hacia dónde se dirige el capitalismo occidental? ¿Puede revertir este proceso de feudalización posmoderna? ¿Qué alternativas hay? ¿Está todo el mundo igual? En Capitalismo, nada más, Milanović va más allá del discurso, demasiado occidental, del capitalismo tardío: es cierto que el capitalismo occidental está en crisis, pero eso no significa que el capitalismo global lo esté. Milanović no esconde una ligera preferencia por el capitalismo político, que es como define al modelo económico chino (que también se da en otros países como Vietnam, Singapur o Etiopía). Es un sistema capitalista (si atendemos a la definición clásica de Marx y Weber antes explicada) que combina «el dinamismo del sector privado, el imperio eficaz de la burocracia y el sistema político de partido único»31. Tiene, según el autor, varias ventajas intrínsecas: «la autonomía de los dirigentes, la capacidad de acortar los procedimientos burocráticos y acelerar el crecimiento económico, y un grado moderado de corrupción generalizada que encaja con las preferencias de algunas personas o quizá incluso de muchas. Pero lo más importante, y de lo que depende, el atractivo del capitalismo político es el éxito económico»32.

Milanović no defiende explícitamente el modelo chino sobre el occidental. Señala sus problemas de desigualdad, de corrupción endémica y su incapacidad de mantener el crecimiento eternamente. Pero sí cae en un error común de muchos críticos del capitalismo occidental, que acaban pareciendo apologistas del modelo chino. Sugiere que, en el peor de los casos, ambos sistemas son igualmente indeseables; y en el mejor de los casos, que el crecimiento y el aumento de la riqueza de China en las últimas décadas de alguna manera legitiman su sistema autoritario.

A veces, Milanović cae en una especie de culturalismo para justificar la corrupción y la falta de transparencia en China («a muchas personas acostumbradas a funcionar en un sistema en el que es habitual el intercambio de favores les cuesta trabajo adaptarse a uno ‘limpio’ completamente distinto»33). Otras veces es directamente cínico: en China no es posible la participación política, pero tampoco es algo mucho más grave que en Occidente, donde «muchas personas están demasiado ocupadas con su trabajo y su vida cotidiana para prestar atención a las cuestiones políticas»34 y la participación electoral es muy baja. Se deja llevar por su fascinación por la maquinaria estatal y burocrática china, su eficacia y capacidad masiva de movilizar recursos. Un ejemplo:

La capacidad del Estado chino de construir carreteras y vías férreas rápidas en zonas en las que unas obras de esa envergadura habrían supuesto años, si no décadas, de pleitos en un país más democrático, constituye una ventaja evidente en términos sociales y económicos; aunque, de paso, los derechos de algunas personas quizá se vean conculcados.35

Pero la falta de democracia y el desprecio por los derechos civiles no son una cuestión ajena al éxito económico chino, o un problema aparte; son la base y el fundamento de ese éxito. Un ejemplo de ello está en el sistema hukou. En su excelente The Myth of Chinese Capitalism [El mito del capitalismo chino], el periodista Dexter Roberts lo define como el secreto mejor guardado del crecimiento económico de China36. Es un sistema de pasaportes para inmigrantes internos heredado del maoísmo y del sistema propiska [registro de residencia] de la Rusia estalinista. Los ciudadanos con hukou son ciudadanos de segunda. Los trabajadores con este pasaporte, a pesar de ser chinos, no tienen los mismos derechos que los nativos de las regiones a las que acuden a trabajar. No pueden establecerse de forma permanente, no pueden escolarizar a sus hijos (muchos de ellos se quedan solos o con familiares en las provincias de origen de la familia y no reciben ningún tipo de educación) ni tienen derecho a determinada protección social. Para el gobierno chino, como hace décadas para la Unión Soviética, el capital humano es igual que el capital financiero: lo coloca, recoloca, desplaza, expropia y mueve a su gusto. Ahí está el secreto de su éxito.

Esto tiene unos costos sociales altísimos y fomenta diversas desigualdades. Una de las más sangrantes es la desigualdad en niveles de educación. El sistema hukou perpetúa esas desigualdades para aumentar el bienestar de unas clases medias y altas urbanas especialmente reaccionarias (que son las primeras en negarse a aceptar que los trabajadores del interior se instalen en las ciudades). Según Roberts, estas desigualdades acabarán con el sueño de prosperidad chino:

Solo un cuarto de la fuerza laboral china ha completado la educación secundaria, una cifra inferior que las de Turquía, Brasil y Sudáfrica (...) El costo que tiene no escolarizar a los niños de zonas rurales provocará probablemente el colapso de la economía china en 2030. No es posible que China se convierta en una economía de altos salarios calificados con 400 millones de personas que no pueden leer o escribir.37

En muchos aspectos, sostiene Roberts, China combina lo peor del capitalismo de casino desregulado con lo peor de la burocracia comunista. Tiene niveles de desigualdad mucho más altos que otros países desarrollados; un problema gravísimo de deuda, que ha alcanzado el 300% del pib (y un problema concreto de deuda inmobiliaria, consecuencia de la especulación: en China es ilegal vender la tierra, pero los miembros del Partido sí pueden especular con ella, lo que ha provocado la creación de miles de ciudades fantasma y una burbuja inmobiliaria muy preocupante), y una dependencia patológica de los altos niveles de crecimiento del pib, que se ha convertido casi en el único legitimador del sistema.

A pesar de las peculiaridades del modelo chino, una de las hipótesis de Milanović es que, si persisten las tendencias actuales, puede producirse una especie de convergencia entre el capitalismo liberal meritocrático y el capitalismo político:

Cuanto más unidos están en el capitalismo liberal el poder económico y el político, más plutocrático se vuelve el sistema y más se parece al capitalismo político. En este último, el control político es la manera de adquirir beneficios económicos; en el capitalismo plutocrático –el antiguo capitalismo liberal–, el poder económico es utilizado para conquistar la política. El objetivo final de los dos sistemas acaba siendo el mismo: la unificación y la permanencia de las elites.38

Es una hipótesis que han manejado varios analistas a partir de la pandemia y del intervencionismo que ha despertado. Empero, esto no parece muy probable; es mucho más probable que el capitalismo global siga dominando el mundo, en cada región a su manera. Pero ocurra lo que ocurra, el capitalismo no está en sus últimas. Está en su clímax. En su versión hipercomercializada, basada en la gig economy y en la comercialización de la vida privada, ha conseguido ampliar su acción a esferas de la existencia que nunca antes habían sido mercantilizadas. La lógica del beneficio es hoy la gran filosofía global; no siempre fue así. Como afirma Milanović, ha convertido al individuo «en una calculadora excelente de dolor y de placer, de beneficios y de pérdidas»; las personas se han convertido en «centros capitalistas de producción»39.

En Capitalismo, nada más no hay soluciones fáciles. Es un libro valiosísimo de diagnóstico de una época salvaje. Milanović describe nuestros males y critica el voluntarismo y el idealismo tanto de los liberales (que creen que el problema es Donald Trump y Boris Johnson, y no la Gran Recesión de 2008) como de los populistas (que suelen enfocar el problema en términos culturales). El resultado es un libro excelente, polémico y heterodoxo que invita a un cinismo sano. No existe alternativa al capitalismo, y cuanto antes asumamos esto, antes lo arreglaremos. Parafraseando el dicho popular: «No quieres capitalismo; pues entonces toma dos tazas».

  • 1.

    Ricardo Dudda: es periodista. Integra la redacción de Letras Libres. Es columnista en El País y The Objective y es autor de La verdad de la tribu. La corrección política y sus enemigos (Debate, Barcelona, 2019). Palabras claves: capitalismo, desigualdad, meritocracia, Occidente, China.. B. Milanović: Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo, Taurus, Barcelona, 2020.

  • 2.

    Emmanuel Saez y Gabriel Zucman: «Wealth Inequality in the United States since 1913: Evidence from Capitalized Income Tax Data» en Quarterly Journal of Economics, 10/2014, p. 519.

  • 3.

    Michael Savage: «Richest 1% on Target to Own Two-Thirds of All Wealth by 2030» en The Guardian, 7/4/2018.

  • 4.

    Michael D. Carr y Emily E. Wiemers: «The Decline in Lifetime Earnings Mobility in the us: Evidence from Survey-Linked Administrative Data» en Equitable Growth, 7/9/2016.

  • 5.

    Miguel Ángel García Vega: «España camina hacia una sociedad de castas» en El País, 21/3/2019.

  • 6.

    Val Srinivas y Urval Goradia: «The Future of Wealth in the United States: Mapping Trends in Generational Wealth» en Deloitte Insights, 11/2015.

  • 7.

    J. Michaelson: «America’s Lost Decade» en City Journal, invierno de 2018.

  • 8.

    Hiatt Woods: «How Billionaires Got $637 Billion Richer during the Coronavirus Pandemic» en Business Insider, 3/8/2020.

  • 9.

    Joel Kotkin: The Coming of Neo-Feudalism: A Warning to the Global Middle Class, Encounter Books, Nueva York, 2020, p. 23.

  • 10.

    Rob Evans: «Half of England is Owned by Less than 1% of the Population» en The Guardian, 17/4/2019.

  • 11.

    Deusto, Barcelona, 2019, p. 822.

  • 12.

    O. Bullough: Moneyland. Por qué los ladrones y los tramposos controlan el mundo y cómo arrebatárselo, Principal, Barcelona, 2019.

  • 13.

    Ibíd., p. 30.

  • 14.

    J. Kotkin: «The Two Middle Classes» en Quillette, 27/2/2020.

  • 15.

    Ibíd., p. 24.

  • 16.

    Ibíd., p. 49.

  • 17.

    Ibíd., p. 50.

  • 18.

    Kotkin, que es un analista de tendencia conservadora, plantea constantemente una falsa dicotomía entre las demandas ecologistas, que considera un capricho de las elites urbanas, y las demandas de clase.

  • 19.

    T. Piketty: «Brahmin Left vs Merchant Right: Rising Inequality and the Changing Structure of Political Conflict» en World Inequality Lab, 3/2018, p. 2.

  • 20.

    T. Piketty: Capital e ideología, cit., p. 866.

  • 21.

    Ibíd., p. 913.

  • 22.

    Ibíd.

  • 23.

    B. Milanovic: Capitalismo, nada más, cit., p. 29.

  • 24.

    Ibíd., p. 49.

  • 25.

    Ibíd., p. 40.

  • 26.

    Ibíd., p. 78.

  • 27.

    Ibíd., p. 81.

  • 28.

    Ibíd., p. 64.

  • 29.

    Ibíd.

  • 30.

    B. Milanović: «Socialdemocracia: internacionalismo y redistribución nacional» en Nueva Sociedad edición digital, 10/2020, www.nuso.org.

  • 31.

    B. Milanovic: Capitalismo, nada más, cit., p. 114.

  • 32.

    Ibíd., p. 149.

  • 33.

    Ibíd., p. 147.

  • 34.

    Ibíd., p. 145.

  • 35.

    Ibíd., p. 145.

  • 36.

    D. Roberts: The Myth of Chinese Capitalism: The Worker, the Factory and the Future of the World, St Martin’s Press, Nueva York, 2020.

  • 37.

    Ibíd., p. 195.

  • 38.

    B. Milanović: Capitalismo, nada más, cit., p. 263.

  • 39.

    Ibíd., p. 236.

Este artículo es copia fiel del publicado en la revista
ISSN: 0251-3552
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