Opinión
octubre 2016

Colombia: sorpresas, paradojas y lecciones

A la guerra en Colombia se le acabó el combustible. Pero luego del triunfo del No, el uribismo quiere montarse en el carro de paz que Santos puso en marcha, lo que abre un escenario de incertidumbre y retrocesos conservadores.

Colombia: sorpresas, paradojas y lecciones

El plebiscito colombiano, en el que ganó sorpresivamente el repudio al acuerdo de paz, ha actuado como una piedra de cuarzo en la que se traslucen múltiples posicionamientos del espectro político dentro y fuera del país. En Colombia, dichos posicionamientos añaden paradojas a la sorpresa: inmediatamente después de la derrota del voto afirmativo, apuntan a la irreversibilidad del proceso de paz. Pero primero echemos un vistazo desde afuera.

Ya se produjeron los necesarios rasgamientos de vestiduras y los innumerables lamentos por parte de la coalición del Sí y de la comunidad internacional. Ya hubo vítores de la oposición en Venezuela y Cuba, cuyos gobiernos coadyuvaron al proceso de paz. Muchos venezolanos y cubanos de la oposición identificaron al movimiento de paz colombiano con una conspiración «castrochavista» de hippies y gays, algo en lo que coincidieron con el discurso del movimiento del No, un bloque de uribistas y de religiosos muy homogéneo en su conservadurismo. Resulta particularmente triste que mientras en Venezuela Nicolás Maduro tilda a todos sus opositores de «burgueses fascistas» –en una obvia distorsión de la realidad–, muchos de los opositores venezolanos, cuando miran a Colombia, aplican el mismo rasero reduccionista y tildan a todos los pacifistas de «castrochavistas», igualito como llama Uribe a todos sus opositores.

Estos posicionamientos resultan aleccionadores. Otros observadores internacionales, entre los que de destacaron algunos de Argentina, criticaron la intensa reacción frente a los resultados expresada por quienes respaldaron el Sí. Les advirtieron que respetaran el voto democrático, que no redujeran el voto por el No a un simple apoyo a la guerra y que no se refirieran a los votantes del No con tono de superioridad moral. Curiosamente, es a quienes han apostado por la paz y por la consulta democrática a quienes estos críticos les ofrecen lecciones de democracia y equidad cuando manifiestan honda preocupación con los resultados. La frustración y aprehensión de quienes participaban en la coalición que promovía el proceso de paz es entendible.

Tomemos en cuenta el contexto concreto. El movimiento del No es dirigido por políticos que históricamente han utilizado la guerra para aumentar su poder. Son aquellos a los que los especialistas han definido como los «señores de la guerra». Ese mismo movimiento (agrupado en torno del partido Centro Democrático dirigido por Álvaro Uribe) que denuncia que el acuerdo de paz sentaría a guerrilleros en el Congreso y les otorgaría impunidad todavía tiene sentados en el mismo Congreso a individuos estrechamente ligados al paramilitarismo, al narcotráfico y a la usurpación ilegal de tierras, amparados precisamente en la impunidad. Ciertamente, es motivo de enorme preocupación que ese sector haya ganado un plebiscito con una campaña belicista colmada de posicionamientos muy conservadores, como la «defensa» de tonos homofóbicos y misóginos de la familia tradicional que se coló de contrabando en la campaña del No.

Pese al resultado nefasto del plebiscito y paradójicamente por obra de el mismo, se producen giros interesantes. Surgen indicios de que el cese al fuego, la otorgación de inmunidad y el proceso de desarme ya son irreversibles. En las últimas horas los bandos se han comportado de tal manera que se suman al camino hacia la paz. El momentum de las negociaciones y del propio proceso plebiscitario en sí mismo ha generado un rodaje indetenible. Como afirmó el jefe de las negociaciones, Humberto de la Calle, independientemente del resultado plebiscitario, la paz se está abriendo un espacio en Colombia. Mientras, el analista Javier Duque Daza nos advierte que «antes de celebrarse el plebiscito, Uribe y sus allegados bombardearon los medios con el coro de que ‘el plebiscito es injusto, tramposo e irrespetuoso’. Estos atributos perversos desaparecieron con su triunfo y se sienten legitimados para ‘cambiar el rumbo’ a las negociaciones». Uribe pide ahora sumarse a una reanudación de negociaciones en representación de la voluntad expresada electoralmente. Habla de buscar unidos un pacto nacional. Pide amnistía general a guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En un mensaje no muy velado a sus huestes paramilitares en la noche de la victoria electoral, pidió que se proteja a las FARC y que se mantenga el cese de hostilidades. Francisco «Pachito» Santos, quien fuera vicepresidente de Uribe, actúa como el «loquito» del movimiento del No. Con su habitual dedicación al lanzamiento de consignas para ver como son recibidas en la opinión pública, declaró que el movimiento del No acepta el 80% de los acuerdos y solo quiere discutir cambios en el 20% restante. Es que ahora Uribe quiere montarse en el carro de paz que Santos puso en marcha. Es su chance de reinstalarse en la iniciativa política nacional. Los votos lo avalan y lo inducen a transmutar su señorío de la guerra en un señorío de la paz, pues le dan la oportunidad de convertir en política de convocatoria nacional una política belicista que solo le venía redituando como política sectaria y que ya le rindió el máximo posible.

Ante un rendimiento decreciente de la política belicista, la derecha ya se ha ido decantando por otros caballitos de batalla, temas históricos del conservadurismo, relativos a la ley y el orden, los derechos de terratenientes y patronos, la explotación irrestricta de los recursos minerales y la lucha contra las drogas. A ellos se les suman aspectos de la agenda neoliberal, la defensa de la familia y la religión, algo en que han desplegado una actividad inusitada. Basta citar como un ejemplo estelar el estribillo de que el «castrochavismo» quiere convertir a toda Colombia en gay, uno de esos cuentos pintorescos del discurso posmoderno de derechas que han resultado más efectivos.

Por otro lado, las FARC abandonarán la guerra. No les darán el gusto de proseguir la guerra a los belicistas porque, simplemente, no tienen condiciones para hacerlo. Las FARC se autoliquidaron políticamente hace décadas, cuando montaron la logística criminosa del secuestro y la tributación del narcotráfico. Con su actuación militarista, sanguinaria y autoritaria, cayeron en su propia emboscada, de tal manera que toda la pericia militar, la militancia tenaz y el apoyo incondicional de reductos territoriales no les han valido de mucho. Ahora son completamente incapaces de alcanzar la iniciativa estratégica en el plano político-militar. En las declaraciones más recientes han asegurado que mantienen el cese definitivo del fuego y siguen firmes en los acuerdos pese a la derrota del plebiscito, la que consideran como una suspensión política pero no como la invalidación jurídica de un proceso de paz que ya es irreversible. El proceso está, de hecho, refrendado por el marco jurídico nacional e internacional y se puede reanudar en el nuevo escenario político brindado por el resultado plebiscitario inesperado. Además, el líder guerrillero Rodrigo Londoño –alias «Timochenko»– y su equipo ya pidieron perdón a las víctimas y fueron perdonados. No pueden causar más víctimas. Lo único que los devolvería a la guerra sería una violación de los acuerdos que garantizan que los guerrilleros no serán apresados y liquidados física o políticamente, es decir, un atentado a su supervivencia personal y política.

No solo las FARC están comprometidas con las víctimas. También lo está el país. Los representantes de las víctimas acudieron a La Habana y, tras ello, desarrollaron una campaña activa, emotiva y elocuente por el Sí. Hubo reuniones que ya son históricas entre las víctimas y las FARC. Fueron encuentros de arrepentimiento y perdón muy profundos y conmovedores. Como dice la antropóloga Constanza Ussa, las víctimas le dieron una lección al país. Esta no se reflejó inmediatamente en el plebiscito, pero su impacto es indeleble. Esa lección representa, por conexión histórica directa, a las víctimas del paramilitarismo.

Uribe levantó la estructura paramilitar y después se jactó de haberla desmovilizado, en unas negociaciones de paz celebradas con su propia gente sin que mediara plebiscito alguno y con total impunidad. Algunos jefes paramilitares fueron entregados a la justicia estadounidense en virtud de acusaciones relacionadas con la ley antidrogas de ese país, pero no por motivo de sus crímenes de lesa humanidad cometidos en Colombia. El paramilitarismo se destacó por sus atrocidades (secuestros, torturas, violaciones, mutilaciones, descuartizamientos con motosierras, asesinatos en masa) y su número de víctimas fatales es varias decenas de veces mayor que el de las FARC. También se incluyen las víctimas del Ejército, cuya más repulsiva atrocidad fue cazar en sus casas y en las calles a miles de jóvenes desprevenidos e inocentes de toda actividad subversiva, para asesinarlos y reportarlos como bajas de guerrilleros: los infames «falsos positivos». Además, el Ejército y la Policía nacional fueron cómplices de muchas matanzas cometidas por los paramilitares creados por Uribe.

Todo el arco político ha coincidido en que podrían producirse nuevas rondas de negociación que incluirán a los más diversos sectores sociales y políticos del país: a víctimas y victimarios, a la Presidencia, a los partidos de la coalición del Sí (Partido de la Unidad, Partido Liberal, Polo Democrático y otros), al partido de Uribe, a las FARC y a representantes de las comunidades indígenas y afrodescendientes. El gobernador de Nariño, Camilo Romero, ha convocado a los departamentos que fueron escenarios principales de la guerra y en la mayoría de los cuales ganó el voto por el Sí (como Cauca, Putumayo, Nariño, Chocó, Guaviare, Vaupés, entre otros) a formar un eje de la paz para exigir la continuidad del proceso. Las retaguardias de las FARC y los puntos de concentración para efectuar la entrega de armas están mayormente en departamentos que votaron por la paz.

Informalmente, ya se escuchan posiciones que afirman la posibilidad de crear un corredor de desmovilización, desarme y reintegración de los guerrilleros a la sociedad en la zona de paz delineada por ess jurisdicciones. El primer paso para el desarme ya se dio definitivamente: es el silenciamiento de las armas. De ahí en adelante, es cuestión de métodos y garantías. A esta guerra se le acabó el combustible. El proceso iniciado por Santos ha conseguido arrastrar a todos. Es probable que sea producto de astucias azarosas y paradójicas de una razón histórica sin sujeto rector, compuesta de ambiciones, despistes, errores, excesos y perfidias, pero también de generosidad, bondad y lucidez. Así se han desmovilizado las pasiones más violentas. De ahora en más habrá debates furibundos, tendenciosos, antagónicos, de buena y mala fe. Pero serán debates. Ojalá nunca más sean balas.



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