Antecedentes y escenarios de la Venezuela poschavista
Nueva Sociedad 244 / Marzo - Abril 2013
Tras ganar de manera holgada las recientes elecciones nacionales y regionales, el movimiento bolivariano de Venezuela se enfrenta, como fenómeno basado en el culto a la personalidad, al mayor peligro desde su conquista del poder en 1998: la desaparición de su líder del escenario político. Si bien el «efecto duelo» se tradujo en un baño se legitimidad sobre su sucesor, Nicolás Maduro, y al parecer garantizará su triunfo electoral el 14 de abril, tres elementos pueden aumentar la conflictividad en la Venezuela poschavista: el comportamiento del chavismo popular, el impacto de medidas de ajuste económico y el desborde institucional de la movilización ciudadana.
El 7 de octubre de 2012, Hugo Chávez fue reelegido para un tercer periodo presidencial de seis años en Venezuela al obtener una votación holgada de 8.191.132 sufragios, 55% del total, con un margen de diferencia de 1.599.828 votos respecto a su principal contendor Henrique Capriles. Los resultados no fueron una sorpresa. A pesar del menor protagonismo del candidato-presidente en la campaña electoral por razones de salud, todas las encuestadoras lo daban como ganador por márgenes que oscilaban entre 4 y 20 puntos porcentuales. Menos de dos meses después, el 16 de diciembre, se realizaron nuevos sufragios para elegir a 24 mandatarios regionales y la oposición perdió el control de estados importantes del país: Zulia, Carabobo, Táchira y Nueva Esparta; el movimiento bolivariano conquistó 21 de las 24 gobernaciones. Estos resultados electorales son los mejores que obtuvo el chavismo desde 1998, con lo que relegitimó su propuesta de construcción de un nuevo modelo de Estado ajeno a lo establecido por la Constitución: el Estado comunal. Sin embargo, lo que parecía la profundización de la hegemonía política del proyecto bolivariano fue trastocado por el anuncio de una nueva intervención quirúrgica por el cáncer que padecía el presidente Hugo Chávez y, como consecuencia, la designación de Nicolás Maduro como heredero del timón de su proyecto político. Esta situación, luego del fallecimiento de Chávez el 5 de marzo pasado, ha desencadenado una potencial crisis de liderazgos en Venezuela que, entre otras consecuencias, podría alterar la configuración del bolivarianismo en el poder.
Antecedentes
Desde el año 2004, el escenario político de Venezuela ha estado dominado por la permanente electoralización de las agendas de movilización ciudadana. Salvo en 2011, en todos los lapsos anuales se realizaron eventos electorales; la lista incluye, hasta 2012, dos elecciones presidenciales, tres referendos, dos elecciones parlamentarias, cuatro regionales y dos municipales. La realización de los sufragios ha promovido, con diferentes intensidades a través del tiempo, un proceso de polarización política por el cual los electores han optado por dos propuestas de país promocionadas como antagónicas y mutuamente excluyentes, sin realmente serlo. Tras un año de pausa, en 2012 se reactivaron en forma temprana las maquinarias electorales de ambos bandos, y la dinámica socioeconómica nacional estuvo supeditada a la expectativa por los resultados electorales.
Del lado bolivariano, la campaña electoral se inició en 2011, cuando el entonces presidente Chávez impulsó una alianza político-social electoral denominada Gran Polo Patriótico (GPP), que si bien contaba con la hegemonía del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), permitía recomponer las relaciones de este con los partidos aliados del chavismo, una serie de organizaciones minoritarias claves para asegurar un voto oficialista que, por diferentes razones, rechaza o no desea identificarse con el partido oficial: Partido Comunista de Venezuela (PCV), Patria Para Todos (PPT), Podemos, Redes y Tupamaros, entre otros. Entre las cinco líneas de acción de cara a las elecciones de 2012, el presidente Chávez definió la estrategia de las tres R: «recuperar, repolitizar y repolarizar», mediante la cual se hacía un diagnóstico de los resultados obtenidos en las elecciones parlamentarias de 2010, cuando la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo apenas 100.000 votos menos que el PSUV, lo que se tradujo en 65 diputados contra 98 parlamentarios oficialistas. A diferencia de campañas anteriores, el misterioso estado de salud del presidente –no hubo un diagnóstico médico oficial que revelara la naturaleza y extensión de su enfermedad– lo obligó a disminuir su presencia física en escasos, pero claves, eventos proselitistas de calle. Esta ausencia fue suplida por una amplia y generosa campaña a través de los medios de comunicación, con un evidente uso de recursos públicos. Una segunda divergencia fue el predominio de la estrategia comunicacional que jerarquizó los mensajes emocionales por sobre los «racionales». Así surgió la consigna «Chávez corazón del pueblo», para capitalizar electoralmente los sentimientos de fidelidad hacia el líder carismático que sacrificó hasta su salud personal por el bienestar de sus seguidores. La propuesta de programa de gobierno para el nuevo periodo se plasmó en el llamado «Programa Patria 2013-2019», en el cual, a grandes rasgos, se daba continuidad a las políticas implementadas desde 2004 y se asignaba un rol estelar a las políticas de redistribución social de la renta petrolera, incrementada por los altos precios, que han favorecido el establecimiento de redes clientelares estatales. Se reimpulsaban las misiones, jerarquizando la enfocada hacia el sector vivienda, cuyos beneficiarios forman parte de una base de datos en manos del Ejecutivo que es estimulada explícitamente a participar en la movilización electoral.
El bolivarianismo ha tenido como gran fortaleza su liderazgo único carismático, así como la promoción de una nueva identidad política en el país, coherente en el uso de símbolos y antagonismos discursivos, la apelación a mitos fundacionales y tradiciones de izquierda, así como a las épicas de la historia venezolana de las cuales el chavismo sería extensión y heredero. En este sentido, la poderosa narrativa desarrollada por el bolivarianismo no tiene un contrapeso similar dentro de los sectores opositores nucleados en la MUD. La candidatura de Capriles era la ideal para la estrategia de repolarización promovida por el oficialismo. Capriles es oriundo de una familia oligárquica, militante de un partido de centroderecha (Primero Justicia) y con un nivel de participación, confuso pero tangible, en el golpe de Estado realizado en abril del año 2002. Su campaña comenzó con el empuje de haber sido seleccionado mediante primarias con una concurrencia sorprendente, 17% del Registro Electoral Permanente (REP), en las cuales alcanzó el triunfo de manera holgada con 62,5% de los votos. Su primera supuesta ventaja la constituyó ser un candidato joven y saludable enfrentado a uno en la fase terminal de una grave enfermedad, por lo que su principal activo fue haber visitado 300 pueblos durante los cuatro meses de la campaña para establecer contactos «cara a cara» con sus potenciales electores. Capriles evitó el discurso confrontacional e intentó resignificar el concepto de «progreso» para promocionar una idea-fuerza que sintetizara un proyecto de país de modernidad sin exclusión, oscilando de un discurso tradicionalmente liberal a uno con mayor peso socialdemócrata que tiene como referente la experiencia de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, bajo la consigna «Hay un camino».
Si bien el comando de campaña de Capriles eludió la confrontación y referirse a la figura de Chávez con tono despectivo, el resto de la MUD hacía afirmaciones que sugerían no entender el complejo fenómeno bolivariano y la existencia de una nueva identidad política en un amplio sector del electorado. Algunos de sus voceros y voceras, especialmente quienes tenían más espacio en los medios de comunicación privados, adjetivaban al presidente como «castro-comunista» y explicaban su permanencia en el poder como resultado de una mezcla de miedo y entrega de dádivas entre sus bases de apoyo. Algunos incluso negaban su liderazgo carismático. La oposición no acompañó a los sectores movilizados por violación de derechos y, salvo las visitas del candidato «cara a cara», la campaña electoral fue predominantemente mediática, un escenario en el cual el oficialismo ha desarrollado gran experticia. Ridiculizando los datos divulgados por las diferentes encuestadoras, sugiriendo que los estudios no tenían manera de cuantificar el «voto oculto» por temor, la dirigencia opositora aseguraba en los últimos días de campaña que el triunfo de Capriles se encontraba «blindado» y que para ello solo era necesario que la gente asistiera masivamente a las urnas de votación.
La participación en las elecciones del 7 de octubre, con más de 80% de la población inscripta en el REP, fue la más alta en la era Chávez. La derrota por un margen de más de un millón y medio fue devastadora para la oposición. Capriles reconoció inmediatamente los resultados sin objeciones, convencido de que cualquier alusión al ventajismo fraudulento del oficialismo podría afectar los resultados de los inminentes comicios regionales, donde se esperaba que la oposición mantuviera las siete gobernaciones bajo su control, en los estados más poblados del país. El efecto fue precisamente el contrario: sus bases de apoyo se irritaron por la falta de beligerancia ante condiciones electorales ventajosas para la opción gubernamental. Por las redes sociales comenzó una intensa campaña para desmotivar el voto opositor en los siguientes comicios. Si bien era cierto que la oposición había crecido electoralmente respecto a las presidenciales de 2006 con más vigor que el chavismo (Capriles obtuvo 2.298.838 votos más que el anterior candidato Manuel Rosales, mientras que Chávez aumentó solo 882.052 votos), con esta curva de crecimiento los opositores debían esperar dos elecciones presidenciales más para alcanzar la primera magistratura del país.
Una semana antes de los comicios regionales, el presidente Chávez hace su histórico anuncio del 8 de diciembre relativo a su salud. A pesar de las evidencias de que el país comenzaba a recorrer una transición política sui géneris, la noticia no motivó la votación opositora. Estrictamente, hay que afirmar que tampoco estimuló la votación oficialista. El 16 de diciembre reiteró la cultura presidencialista de las elecciones venezolanas. A diferencia de las anteriores elecciones para gobernadores (2008), en las que el propio Chávez encabezó la campaña en las regiones por cada uno de sus candidatos, esta vez el bolivarianismo se enfrentaba al dilema de realizar una cruzada propagandística sin el protagonismo activo del líder. Tras el 7 de octubre, se intentó mantener la energía movimientista bolivariana con un llamado a un «proceso constituyente» para «debatir» el programa de gobierno del candidato electo. Con una capacidad de convocatoria al mínimo, el resultado fue un estrepitoso fracaso. La insuficiencia de las motivaciones racionales dio paso a las subjetivas. El voto se convertía en una prueba de fidelidad hacia el presidente («Ahora más que nunca con Chávez») y en un tributo a su enfermedad («Regálale a Chávez un mapa pintado de rojo»). Pero la apelación a los recursos emocionales, efectiva cuando era realizada por el propio Chávez, no aumentó ni logró mantener el nivel de votos alcanzados en anteriores regionales. Con respecto a 2008, el chavismo logró 264.872 votos menos (cuando 576.885 nuevos votantes se incorporaron al registro electoral). La reducción del voto bolivariano era dramática comparada con la elección nacional de octubre: 3.337.638 sufragios menos. Cuantitativamente, es claro que el chavismo tiene problemas para movilizar a sus bases de apoyo sin la presencia de Chávez.
Pero sobre la base de los resultados obtenidos, la abstención afectó más a los opositores, que en comparación con las anteriores elecciones regionales sacaron 603.298 sufragios menos, y en comparación con las nacionales de dos meses antes, perdieron 2.708.267 votos. En términos porcentuales, la reducción electoral también fue mayor del lado opositor, en lo que constituye la primera rebelión de la base opositora durante la era Chávez contra sus líderes. Durante los dos primeros meses de 2013 no hay evidencias que sugieran que la comunicación entre ambos sectores se haya restablecido y pareciera que, independientemente de las actuaciones a corto plazo de la MUD, la base electoral no chavista apuesta a que la desaparición de Chávez del escenario político sea el factor resolutivo de la crisis en la que se encuentra. La llamada «economía del voto» sugiere que, en términos inmediatos, hay poco espacio para la emergencia de un tercer sector que dispute espacios a la polarización. Las candidaturas de Chávez y Capriles juntas sumaron más de 99% de los votos válidos emitidos y se repartió entre los cuatro candidatos adicionales el 0,67% de sufragios restante. Resalta el caso del sindicalista Orlando Chirino, del Partido Socialismo y Libertad (PSL), cuya candidatura intentó capitalizar por la izquierda revolucionaria el descontento con el chavismo y la oposición. Sin embargo, fue la opción que menos votos recibió a nivel nacional: 4.144 votos (0,02% del total).
La enfermedad de Chávez o la construcción de una religiosidad popular con características políticas
En mayo de 2011, el presidente Chávez suspendió una gira por Brasil, Cuba y Ecuador a causa de un «dolor en la rodilla». Un mes después, se anunció que había sido operado de urgencia en La Habana a causa de un «absceso pélvico». A finales de mes, el propio primer mandatario confirmó los rumores que indicaban que padecía cáncer, sin dar mayores detalles sobre su dolencia. Además de la opacidad de la información respecto a la salud del presidente, fue el propio Chávez el responsable de la banalización de su enfermedad. En diversas ocasiones, entre junio de 2011 y agosto de 2012, afirmó que había sanado del cáncer, y para demostrarlo realizó apariciones públicas en las que ponía a prueba su capacidad de resistencia física, pese a las evidencias de la gravedad de su estado. Lo relevante para nuestro análisis es que a partir del 8 de diciembre el movimiento bolivariano pasa por un proceso de transformación cualitativa que lo reconfigurará como algo diferente a lo que hemos conocido entre los años 1998 y 2012.
Si bien la lógica política sugería que el chavismo debía preparar las condiciones para un relevo ante la ausencia del líder, lo cierto es que los mensajes institucionales en este sentido fueron contradictorios. El discurso oficial fue primero que Chávez transitaba por una lenta recuperación de su operación y que, una vez restablecida su salud, volvería a ejercer labores de gobierno. Desde el Ejecutivo promovieron actos religiosos para pedir por su sanación, mientras que la propaganda fue adoptando progresivamente un tono místico: «Chávez, de tus manos brota lluvia de vida. ¡Te amamos!». Por otro lado, no obstante, se fue construyendo –en el plano mediático por lo menos– el liderazgo de Maduro para enfrentar las elecciones presidenciales. Los sitios web institucionales, como el Ministerio de Comunicación e Información, la Agencia Venezolana de Noticias y la Asamblea Nacional, por ejemplo, redujeron al mínimo lo que antes era la omniabarcante presencia de la imagen de Chávez, sustituyéndola por noticias y fotografías protagonizadas por el vicepresidente. En segundo lugar, el chavismo ha hecho un esfuerzo inusitado por realizar concentraciones de masas que permitan proyectar la figura del heredero, cuyo momento cúlmine fueron los multitudinarios funerales, envueltos en una fortísima emotividad popular que consagró a Maduro como sucesor de Chávez. Maduro intenta en sus alocuciones repetir los gestos y maneras discursivas de Chávez, pero la historia ha demostrado que el carisma es difícilmente transferible.
Con las elecciones del 14 de abril, la crisis transicional será resuelta, provisionalmente, con una relegitimación electoral que, especulamos, por diferentes razones favorecería a la opción bolivariana, con Maduro a la cabeza. Los contornos de este interludio son importantes para determinar la estrategia que intente canalizar hacia las urnas electorales a buena parte de la población. El día después de esas elecciones comenzarán las tribulaciones de la Venezuela poschavista.
El día después
Nuestro análisis visualiza dos posibles tendencias para después de las primeras elecciones presidenciales venezolanas sin la participación de Chávez como candidato: escenarios de baja o alta conflictividad. Como hipótesis, sostenemos que la dimensión clave para los actores del poschavismo será el mantenimiento de la gobernabilidad, por lo que sus posibles reacomodos y alianzas dependerán de los trances y tensiones que deban enfrentar. Asimismo, entendemos que la intensidad de las tensiones dependerá de la incidencia de tres vectores de conflicto: a) la reacción del chavismo popular; b) la emergencia de la protesta social; y c) el impacto de los ajustes económicos.
La reacción del chavismo popular. Siguiendo la útil distinción de Rodolfo Rico entre el chavismo partidista («militantes con experiencia partidista, cultura de cuadros y formación política-ideológica») y el chavismo popular («personas vinculadas a organizaciones populares preexistentes al actual gobierno. También gente que tiene con Chávez, y solo con él, un acto de fe»), sostenemos que un elemento clave será(n) la(s) respuesta(s) del bolivarianismo menos institucionalizado, y mayoritario, ante la ausencia de su líder. El chavismo formaría parte del imaginario simbólico-cultural en amplios sectores de la población, transformándose, a mediano plazo, en una religiosidad popular con características políticas. A pesar de que el origen de Maduro se encuentra en el sindicalismo, su ascendencia dentro del movimiento bolivariano es fruto de su lealtad como funcionario burocrático a la sombra de Chávez. Por ello, sus relaciones con el chavismo popular son inexistentes, y parte de la compleja operación de promoción mediática en torno de su persona ha sido su construcción como figura de consenso e inclusión en lo interno del universo bolivariano. La cohesión del chavismo de base con el cupular dependerá, asimismo, de los otros dos vectores.
La emergencia de la movilización social. La protesta popular ha crecido ininterrumpidamente en Venezuela desde 2004, y 2012 fue el año de mayores movilizaciones durante la era Chávez: 4.583 manifestaciones en todo el país, a razón de 15 diarias, en su gran mayoría de personas que se identifican con el oficialismo. La principal motivación ha sido el contraste entre las amplias expectativas generadas por el discurso bolivariano y el escaso nivel de ejecución y materialización, caracterizado por el incumplimiento sistemático de las propias metas gubernamentales. El mayor dique de contención lo ha representado el carisma de Chávez, con una versátil capacidad para trasladar responsabilidades a sus subordinados, neutralizando y dispersando a los actores en conflicto y ganando tiempo en huidas hacia adelante y esfuerzos electorales. Sin la figura del presidente para mantener a raya la conflictividad, esta amenazaría con desbordar los diques simbólicos e institucionales, enfrentándose con mayor autonomía y beligerancia al gobierno y a la habitual cultura represiva de los órganos policiales y militares en Venezuela.
El impacto de los ajustes económicos. Durante la era Chávez, Venezuela profundizó su economía primario-exportadora de recursos energéticos, que se ha favorecido de los altos precios del mercado internacional e importa, literalmente, todo lo demás. El gobierno ha mantenido una política de control de cambio que, en la práctica, ha sumergido las finanzas del país en una economía paralela que depende, para el cálculo de costos y ganancias, del precio de las divisas extranjeras en el mercado negro. Para 2011, de cara a las elecciones del año siguiente, se incrementó el gasto público en 40%, mientras que el Banco Central ha estimado el déficit fiscal gubernamental en siete puntos del PIB. A comienzos de 2013, se aumentó la unidad tributaria en 18,8% y se devaluó la moneda en 46,5%. Y, según han sugerido voceros del Ejecutivo, no serán las únicas medidas de ajuste económico que se implementen.
Posibles tendencias en la Venezuela poschavista
Escenario de baja conflictividad. En este panorama, el PSUV, como partido gobernante, ha logrado mantener su hegemonía dentro del movimiento bolivariano, fortaleciendo los efectos de las misiones como paliativos de las medidas económicas. El Ejecutivo seguirá siendo favorecido por el mantenimiento de altos precios energéticos en el mercado internacional. La promoción del sentimiento de religiosidad popular en torno del recuerdo y el legado de Chávez ha mostrado efectividad como instrumento de control político, debilitando la intensidad de movilizaciones por exigencia de derechos. El gobierno mantiene la estrategia de polarización, sin abrir espacios de diálogo a los sectores no oficialistas. La oposición se recompone lentamente y emergen nuevos actores y voceros partidistas. Se mantiene la transferencia de recursos hacia consejos comunales y comunas y el fortalecimiento de la centralización político-administrativa, así como la concentración de poderes en la figura presidencial.
Escenario de alta conflictividad. Esta probabilidad tiene dos vertientes. En la que consideramos más posible, sectores del chavismo popular acusan al sector partidista de «traicionar el proyecto de Hugo Chávez» y de copar la dirección del «proceso» con la llamada «derecha endógena». Entre los dos sectores, con diferentes matices y sucesos, se desarrolla una pugna por erigirse en representantes del «chavismo auténtico», lo cual tendría un correlato en el plano institucional, con el florecimiento de denuncias de corrupción de todo tipo. Los ajustes económicos han incrementado la histórica inflación anual venezolana de casi 30%, lo que impulsa protestas populares por aumento de salarios e ineficacia del sector público. Estas manifestaciones comienzan a tener respuestas más represivas, que revigorizan la intensidad de las protestas. La situación de creciente ingobernabilidad promueve que sectores del oficialismo inicien procesos de diálogo con grupos opositores. Se configura un espacio de izquierda, diferente de la MUD y el PSUV, para cuestionar la gestión gubernamental. La MUD intenta capitalizar el descontento y desarrolla estrategias para recuperar espacios de poder parlamentario y regional. Diferentes actores estarán obligados a reivindicar la necesidad de un acuerdo nacional sobre la base del respeto a la Constitución de 1999. El gobierno adjudica la inestabilidad a un plan conspirativo internacional y empieza a aplicar normativas coercitivas como la Ley de Soberanía Política y Autodeterminación Nacional y la Ley contra el Financiamiento del Terrorismo.
Una variante menos probable, también de alto conflicto, sería el escenario en el que la oposición gane las elecciones contra Maduro. El chavismo se cohesionaría ante la necesidad de retomar el poder, por lo que desarrollaría una campaña intensa de enfrentamiento con miras a la realización de un referéndum revocatorio presidencial. El escenario económico en lo inmediato no presenta posibilidad de recuperación, por lo que la movilización social por derechos sería intensa, lo que obligaría al nuevo gobierno a mantener, con pocas variantes, la política social basada en las misiones. Sin embargo, este gobierno se beneficiaría de la obtención de recursos de la cooperación internacional para el «fortalecimiento democrático». El control bolivariano de gobernaciones y alcaldías obliga a la apertura de espacios de diálogo y negociación y al establecimiento de acuerdos en diferentes niveles. Se mantiene el funcionamiento de los consejos comunales y comunas, pero reorientándolos a la territorialidad establecida en la Constitución: municipios y entidades federales.
La política venezolana ha orbitado desde 1999 en torno de la figura de Hugo Chávez. El dilema para todos los actores políticos será la promoción de proyectos políticos de perfil propio ante la ausencia del mayor fenómeno carismático experimentado en el país en los últimos 30 años. La férrea polarización no permitirá la realización de balances objetivos sobre los aspectos positivos y negativos del experimento bolivariano, por lo que la figura de Chávez, en ausencia, seguirá siendo el eje de los antagonismos. Los sectores de izquierda, por su parte, se enfrentarán al dilema de renovar postulados, establecer alianzas con sectores del chavismo popular y conformar una identidad diferenciada del PSUV y la MUD, para intentar incidir a mediano plazo en el escenario político nacional.