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NUSO Nº 255 / Enero - Febrero 2015

Amamos a Pablo, odiamos a los políticos. Las repercusiones de Escobar, el patrón del mal

Narcocorridos, narcocultura, narcotelenovelas… ¿narcofilosofía? La telenovela Escobar, el patrón del mal fue un rotundo éxito en Colombia pero también un redituable producto de exportación, cuyo rating se replicó en todos los países de la región donde fue emitida. Se dice que la serie se hizo para que los colombianos que no lo conocían detestaran para siempre a Escobar. Pero ocurrió lo contrario. Se quería rating y una historia internacional, y se lograron. Lo de dignificar a las víctimas y crear a Pablo como el maligno era solo intención de mercadeo.

Amamos a Pablo, odiamos a los políticos. Las repercusiones de Escobar, el patrón del mal

Escobar, el patrón del mal fue un éxito en todo el mundo. Lo cual demuestra que el crimen sí paga. Y es que, en nuestra sociedad, nos interesa más saber de qué están hechos los malos que los buenos. La serie fue promovida como una versión desde «los buenos»: Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara (los políticos asesinados por Pablo Escobar), Guillermo Cano (el periodista heroico de El Espectador que luchó contra Escobar) y César Gaviria (el presidente que lo persiguió). Los productores (Canal Caracol y dos víctimas de Escobar: Juana Uribe y Camilo Cano) afirmaron que esta serie era la verdad de las víctimas y el testimonio de la valentía del Estado colombiano que luchó contra el Mal encarnado por el narcotraficante más famoso del mundo. Pero el resultado fue, paradójicamente, el contrario: Escobar salió reivindicado como el héroe de Colombia, y los periodistas, políticos y gobernantes se vieron como unos aburridos desangelados que se dedicaban a perseguir al «pobre Pablo». ¿Apología del crimen? No. ¿Entonces? Simplemente, reflejo de los modos de pensar de Colombia, donde se encuentra más dignidad y verdad en los narcos que en los políticos.

El fenómeno: las narcotelenovelas

Las narcotelenovelas encantan porque generan identificación y reconocimiento en los sujetos populares (y no tanto). Por eso, se ven con goce y placer en todos los países. Que el narco sea la referencia moral y social de Colombia se debe a que es una nación marcada por este fenómeno desde los años 70. El primer gobierno acusado de tener «negocios» con los narcos fue el de Alfonso López Michelsen (1974-1978); en ese tiempo los narcos ofrecieron pagar la deuda externa del país para que los dejaran en paz con sus actividades. Esto significa que, como nación, llevamos casi medio siglo conviviendo con y celebrando al narco. El narco es nuestro gran tema nacional.

El fenómeno televisivo de las narcotelenovelas es, sin embargo, de este siglo XXI. Y se produjo porque Colombia, de algún modo más simbólico que real, siente que el problema narco ya no es nuestro presente, que es cosa del pasado y que ahora ese fenómeno es más de los mexicanos y del resto de América Latina. Este sentimiento aparece en los ocho años del gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010), quien poco hablaba del narco mientras, vía la desmovilización de los paramilitares, se blanqueaban muchas narcofortunas y el foco de la tragedia de la nación se concentraba en el terrorismo llamado «guerrilla» de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Entonces, como ya era un problema (simbólicamente) superado, resultaba posible contarlo en televisión.

El diferencial de la narcotelenovela frente a las telenovelas y series clásicas está en que: a) tienen verdad documental y tono casi neorrealista sobre este fascinante pero cotidiano mundo prohibido del narco, y así se olvida el amor como eje; b) la vitalidad del lenguaje y de la estética lleva a que no haya moral salvadora o dignificante, como existe en las telenovelas convencionales; por el contrario, aparece esa moral posmoderna del todo vale para tener billete y ser exitoso; c) el tono no es de melodrama sino de tragedia anunciada, pero con modulación de comedia; d) los personajes responden a la estética del grotesco del nuevo rico, del sujeto aspiracional de la sociedad de mercado, ese que desde sus modos de vestir y actuar ya produce escalofrío o risa; e) su ritmo es frenético, su exceso es alucinante y sus lenguajes, realistas, con lo que se derrota la lentitud y solemnidad de la telenovela.

El éxito: Escobar, el patrón del mal

Pablo Escobar (1949-1993) es el narcotraficante más grande de la historia, era colombiano y puso en jaque al mundo. Para unos (los sectores populares de Medellín y gran parte de Colombia) es un héroe, una mezcla de Robin Hood que repartía riquezas y El Zorro, un justiciero vengativo que luchaba por los pobres; para otros (Estados Unidos y el Estado colombiano) es un criminal: el más grande de la historia. Su personaje es tan atractivo que ya es una marca (administrada por su hijo desde Buenos Aires); tiene música («narcocorridos» se llaman); se cuenta en muchos libros (La parábola de Pablo de Alonso Salazar es el más importante1); y tiene películas y una telenovela de éxito (Escobar, el patrón del mal).

La marca Escobar. El hijo de Pablo, Juan Pablo Escobar Henao, primero se dignificó con nuevos apellidos ilustres (Marroquín Santos), luego se convirtió en argentino, más tarde produjo un documental para lavar la imagen (Los pecados de mi padre, 2009) y, finalmente, creó la marca «Pablo Escobar» para vender ropa y documentos personales del capo como cédula de ciudadanía, pasado judicial, carné universitario2. Incluso acaba de publicar su autobiografía: Pablo Escobar: mi padre3. Pero todo esto no es lo que parece: una apología… ya que según dice en su página web, al «compartir el legado violento de nuestra historia familiar (…) nuestras prendas se [convierten en] banderas de paz que flamean por todo el planeta, hasta hacernos conscientes de la importancia vital de la convivencia pacífica»4. El hijo lucra con la marca «Escobar Henao» y, además, quiere hacernos creer que Pablo es sinónimo de valores y paz: sus eslogan es «In peace we trust». Su interés es lavar la imagen y hacer billete.

Las músicas de Pablo. Los cantores populares le cantan a su heroísmo por poner en jaque a EEUU y por haber sido un grande para delinquir. Y en tono de narcocorrido, lo dicen así:

Quién iba a pensar que de aquel río negro / naciera el patrón, el dueño del mundo entero, / un hombre importante, de palabra inquebrantable / para unos fue un demonio y para otros era un ángel. / Potencia mundial, un personaje incomparable / rebelde ante el gobierno, de oficio era traficante. Vivió entre pobrezas por bastante tiempo / y miraba a su madre sufriendo por eso / era su destino el ser alguien en la vida / y le prometió a su madre que algún día la ayudaría. / Cuál sería la fortuna que a la edad de treinta años / aquel niño en Colombia sería el hombre más buscado. (…)Era respetado, un hombre de gran prestigio, / también puso las reglas de un juego muy a su estilo. / Apoyo extranjero a Pablo no le faltaba / contaba con apoyo de un águila mexicana. «Pablo Escobar», Jorge Santa Cruz

Hombre de mucho dinero, era el más rico del mundo. / Famoso en todas partes, en la droga número uno. / La Ley se le vino encima por los problemas que tuvo. Hizo un pacto con el gobierno de llegarse a entregar, / para que así lo internaran en la cárcel La Catedral. / Por cosas que no le gustaron, ahí mismo llegó a escapar.Se formó un Bloque de Búsqueda para que lo capturaran, / mientras que Pablo Escobar a su Cartel preparaba / para darle al gobierno una guerra inesperada. La mala suerte llegó, ya lo estaban rastreando. / Era todo un ejército por tierra y aire buscando / para encontrar a aquel hombre que guerra estaba dando.«Se llamó Pablo Escobar», Hermanos Ariza

Y se le canta tan bien que, en estos corridos y en muchos más, está el relato de la vida, obra, milagros y muerte de Escobar: un héroe de oralidades y narraciones populares.

Su narcotelenovela. Escobar, el patrón del mal es una serie-telenovela exitosa en todo el mundo: gusta y encanta. Y es que es una buena obra televisiva: bien producida, mejor casting, actuación alabada de Andrés Parra (quien interpreta a Escobar), versatilidad visual y potencia narrativa. Y es más, encantó al mundo: éxito en todos los canales en los que se presentó. ¿Pero por qué gusta? En primer lugar, tiene un personaje absolutamente fascinante: un ser anónimo que se convirtió en el más grande villano, un excluido de la sociedad que a partir de sí mismo y por sí mismo se hace el más bandido del mundo y pone en jaque al poder gringo, un hombre que sin educación y a punto de astucia derrota su destino de pobreza. Y los personajes que lo acompañan encantaron, sobre todo los sicarios. La historia es alucinante y los libretos nos presentan a un héroe popular con una vitalidad de lenguaje que hace ilusionar de que hay una narcofilosofía. Tanto, que sus frases se volvieron parte de la sabiduría popular. Recordemos algunas: «Piensa como pobre y vivirás como pobre»; «Todo lo peligroso se convierte en plata»; «Mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos»; «La vida hay que vivirla irresponsablemente, pero con responsabilidad»; «Hay tres maneras de hacer las cosas: bien, mal y como las hago yo»; «Al perro que tiene dinero, se le dice ‘Señor Perro’»; «No tiene sentido seguir haciendo más ricos a los ricos»; «El día que vaya a hacer algo malo, hágalo bien hecho»; «El tiempo es su tiempo, socio, usted verá cómo lo malgasta»; «La cagada de pedir favores es cuando llega el momento de pagarlos»; «Pues si medio mundo me quiere matar, contratamos al otro medio mundo para que me defienda»; «Para mí, lo más importante después de mi mamá, son la plata y las mujeres»; «No existe una empresa en Colombia que le saque más dólares a EEUU que nosotros, los narcotraficantes»; «Te observan, te critican, te envidian y al final te imitan»; «Si le vas a hacer una cirugía a tu mujer para verla más bella, primero hazte una cirugía en el corazón para tratarla mejor»; «La mente es como un paracaídas, no sirve de nada si no se abre»; «No es más sabio quien más lee, sino quien mejor entiende». Y los televidentes se aprendieron sus frases de narcofilosofía. Y le dan valor de verdad de pueblo, esa que se comprueba en el día a día del salir adelante.

Se dice que Escobar, el patrón del mal se hizo para que los colombianos que no lo conocían recordaran a este nefasto personaje y lo detestaran para siempre; todo muy educativo: que todo un país odie a Pablo y ame a Galán (el político) y a Cano (el periodista). Solo que en la serie se representó a un gran Pablo que tenía buenos motivos para matar y traficar y chantajear, que además amaba a su familia y amigos y ayudaba a su pueblo; mientras que Cano era un histérico periodista que odia porque sí a Pablo, y Galán, un político como todos los demás. La historia era de Pablo (de él todo lo sabíamos), Cano y Galán no tenían historia en el relato (no nos dijeron nada de sus biografías). El resultado fue que amamos a Pablo, odiamos a los políticos. Se quería el rating y una historia internacional, y se logró. Lo de dignificar a las víctimas y crear a Pablo como el maligno era solo intención de mercadeo.

Escobar, el patrón del mal es, entonces, una gran obra televisiva pero con problemas éticos sobre la sociedad. Si la intención era «documentar» vía «la ficción» a Escobar como el peor de todos los criminales que ha tenido la historia, se debería haber diseñado una mejor estructura narrativa. El desarrollo de la historia y la construcción de los personajes no fueron consecuentes con la idea de «desmitificar» a Escobar, porque en las tres primeras semanas del seriado este reinó solo y se justificó su «maldad»: un pobre y sin oportunidades aprovecha la delincuencia para salir adelante; no quiso hacerlo, la realidad sociopolítica lo obligó.

Si querían una versión desde las víctimas y los buenos, deberían haber presentado desde el inicio a los superhéroes Cano, Galán y Lara en paralelo con Escobar: las cuatro historias en simultáneo para amar a los héroes y odiar al criminal. Pero no, dramatúrgicamente decidieron darle el reino a Escobar y poner a los buenos a caer sin historia cuando el televidente ya ama a Escobar y no logra entender por qué llegan estos políticos y periodistas envidiosos y aburridos a dañarle el destino a Pablito. Los buenos (Cano, Lara, Galán) aparecen como unos burgueses que quieren arruinarle la vida a Escobar.

El personaje Escobar es además encantador porque ayuda a todos los de su barrio, celebra fiestas para su gente, ofrenda regalos y defiende a los suyos; castiga a los falsos y desleales, premia a los incondicionales, defiende a la familia; un hombre del pueblo, de pocas palabras, sin groserías, con ideas y fiel a su gente. Escobar es brillante, ya que sin estudios y a pura intuición paisa alcanza el éxito: un trabajador informal al que no le gustan los jefes se convierte en un emprendedor de un negocio ilícito, pero con un código ético claro: la lealtad. Para completar, es todo un galán, ya que conquista a la chica más linda del barrio, la que todos quieren, es el man de la chica perdida del burdel y conquista a la más bella de la farándula: Virginia Vallejo. El personaje Escobar, interpretado por Andrés Parra, fue brillante para los televidentes pero falló al hacérnoslo admirable; debería habernos llevado a odiarlo.

La reflexión: héroes del mal o del bien

Frente a las narcotelenovelas como Escobar, el patrón del mal, se han hecho tres tipos de reflexión: una, el porqué de su éxito; dos, el escándalo moral; tres, la pregunta por los héroes y la memoria colectiva.

El éxito televisivo. Si las narcotelenovelas están siempre en primer lugar en sintonía, eso ocurre cuando no son críticas frente al fenómeno, sino que de alguna manera son historias indulgentes y celebratorias con los narcos. Cuando ha habido telenovelas muy críticas y que no endiosan, sino que envilecen a los narcos, el rating fue bajo; ese fue el caso de Los protegidos, Las muñecas de la mafia y El mexicano. Y es que el narcotraficante es un héroe popular, se dice en la calle que «se le cree más a narco que a político».

Escobar y todas las narcotelenovelas están muy bien realizadas desde el punto de vista actoral, las historias, sus lenguajes y estéticas; como producto televisivo, son una innovación colombiana que deja atrás el melodrama y se adentra en la tragicomedia o bionovela: personajes muy malos pero contados en clave de comedia trágica. Todas son producciones bien logradas en fotografía, actuaciones, ritmo y fuerza brutal del lenguaje guerrero. Contundencia en las escenas. Alucinante capacidad actoral de los colombianos para representar a los bandidos de cualquier bando.

El hecho de que sean producciones televisivas impactantes en su verdad neorrealista nos lleva a disfrutarlas como documentos de ese mundo popular mágico de Narcolombia. Pero además del hecho televisivo, se miran porque, para el televidente de cualquier país, es una posibilidad catártica el echarle una miradita a ese mundo extraño pero atractivo del narco: sacamos al voyerista y lo ponemos a gozar conociendo ese mundo prohibido y excesivo del narco; se mira para escandalizarse pero también para reconocerse. Y lo mejor es que es un asunto de los colombianos, entonces, uno como argentino o chileno no se siente identificado, sino alucinado y fascinado viendo esos mundos extraños. Es una gozada mirar ese mundo de los narcos y es divertido escandalizarse con su ética del todo vale, sus mujeres silicona, sus hombres abusadores, sus estéticas, lenguajes y músicas populares.

Los narcos generan identificación y reconocimiento porque representan una realidad conocida: los modos «paralegales» pero legítimos de ascender social y económicamente en Colombia y América Latina. ¿Por qué generan identificación? Porque somos sociedades de la exclusión y la inequidad donde «el ascender» legítimo vía educación y trabajo no es posible, ya que solo una pequeña parte logra ir a la universidad y habitar la sociedad del trabajo bien remunerado; y en estas sociedades donde «hay que salir adelante a las que sea» (es decir, conseguir dinero para participar de la sociedad del mercado), las opciones están reducidas al deporte, la prostitución, la corrupción, el crimen y el narco: todas vías «legitimadas» desde la moral y la razón popular. Por eso habitamos, todos, como sociedad, la mente narco y la cultura narco, esa del todo vale para triunfar.

El escándalo moral. Las extremas izquierda y derecha se parecen mucho al ver enemigos en todas partes y echarles la culpa de los males sociales a los otros: la más culpable suele ser la televisión. El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y la derecha colombiana piensan igual sobre ese punto: las narcotelenovelas venden antivalores en la sociedad y fomentan la violencia.

El Colombiano, el periódico más conservador de Medellín, se quejó de que la televisión «está de espaldas a la realidad», que la gente decente tiene un sentimiento de rechazo contra estas apologías de la cultura mafiosa y que eso es cosa del pasado. Un correo electrónico colectivo reclamaba «no más narconovelas, no más narcotelevidentes porque hay millones de personas ignorantes, carentes de personalidad y desafortunadas que ven en esos personajes de televisión modelos a seguir».

Por su parte, el ex-presidente derechista de Panamá Ricardo Martinelli exigió que cambiaran el horario de las narcotelenovelas colombianas porque «están haciendo un gran daño a nuestro país porque exaltan el narcotráfico, robo y atraco» y corrompen los «valores morales»5. Maduro, presidente bolivariano de Venezuela, acusó a los contenidos de las narcotelenovelas de fomentar la «cultura de la violencia» que estaría sembrando la muerte en las calles venezolanas, pues «transmiten antivalores de la muerte, culto a las drogas, a las armas, culto a la violencia. Incitan al odio en la sociedad y se lucran con el dolor ajeno»6.

Desde juicios morales, derechas e izquierdas están de acuerdo en ver el mal en las narcotelenovelas; sobre todo porque estas afectan a las «personas ignorantes» que miran televisión, mientras ellos (la «gente decente» que no es afectada) se salvan por su probidad ideológica o moral. De héroes y memorias. El debate se presenta sobre el tipo de héroes que se representan y la memoria que se produce sobre nuestras violencias. En esta discusión se comprueba que la televisión colombiana sufre del síndrome de «incoherencia moral»: productores, autores y directores dicen que quieren hacer A (criticar y demostrar la maldad de los narcos como los villanos que han acabado con Colombia), pero en las historias aparece X (historias y actuaciones que justifican el destino de los narcos: no es que quisieron ser malos, sino que la realidad social los obligó, y por eso hombres sin atributos, como ellos, pudieron llegar a ser importantes en la sociedad). Se los justifica como personajes con códigos de moral popular que defienden la lealtad, la amistad, la religión y la familia (que a su vez son los valores de la cultura popular). Si se hubiese querido presentar a Pablo Escobar como a un villano, se debería haber escogido otro modo de contar la historia: uno que representara a los narcos como un mal nacional desde la conciencia de no hacer apología sino crítica. Esto implicaba contarlo en su faceta diabólica, camorrista, malévola, retorcida sin ninguna justificación. Un relato con conciencia de que en este señor del narco no había nada justificable, ya que mataba por placer, era un criminal sin compasión y solo pensaba en la venganza. Se debía contar como un criminal que era una máquina del mal: personaje sin razones, un desalmado criminal que no tiene ni motivos ni ética. Evidenciar su maldad en situaciones que dejen ver que no le importaba nadie, solo se bastaba con su maldad.

Pero en las narcotelenovelas se justifica que los narcos son otro producto más de la exclusión de este país, y su maldad es de los pocos caminos que nos han dejado para ser exitosos. Y es que este producto es exitoso precisamente porque representa la entrada en escena de la nueva cultura popular, esa del billete/consumo; esa que cuenta que el narco es el nuevo privilegio, la nueva forma de «superación» y revanchismo social. Tal vez, Escobar es un héroe porque los colombianos sabemos más de narcos y paras que de democracia y derechos humanos; y es que a los narcos los reconocemos como parte de nuestras referencias culturales, pues los conocemos desde hace 50 años por las noticias de los medios que los convirtieron en celebrities y héroes.

El asunto de la memoria es más complicado porque se está construyendo una historia del país desde los narcos y los victimarios, y no aparecen las versiones de las víctimas, de los periodistas, de los empresarios, de los luchadores por los derechos humanos. Y vemos que mientras en el proyecto de Memoria Histórica hay una memoria diversa y conflictiva desde las víctimas, en la narcotelenovela se produce una memoria desde los victimarios y la barbarie. ¿Por qué? Porque de alguna forma Uribe, en sus ocho años de gobierno, instaló que los malos solo son los guerrilleros, que los paramilitares son pasado y el narco es un asunto de los mexicanos. Luego, paracos y narcos son los nuevos héroes de ficción.

En lo estético y cultural, las narcotelenovelas celebran lo narco como modo de habitar la vida, que es muy similar a la de los nuevos ricos en todo el mundo. Los narcos son una especie de Lobo de Wall Street, solo que, al ser de los que vienen de abajo, ese kitsch se «juzga» como grotesco y como un síntoma del mal gusto popular. En este contexto se explica que Escobar y todas las narcotelenovelas sean historias que celebran los métodos paralegales para ascender socialmente, la compra de privilegios y placeres, la moral de «billete mata cabeza», la ética de que toda ley se puede torcer a favor de uno. Se celebra el triunfo express, esa cultura de billete, armas, trago, mujeres y sexo. Y todo adobado con un poco de moral católica.

¿Se deben censurar o quitar estas narcotelenovelas? No. Hay que seguir haciéndolas porque la historia es un duelo de relatos y la ficción es la mejor manera de contarla, solo que habría que diversificar los puntos de vista, no solo quedarse en la verdad de los narcos y violentos, sino buscar los otros relatos. Se deben escribir y actuar con más conciencia, de manera que no se justifique por ningún motivo este tipo de héroes. Hay que mostrar a los narcos como criminales sin justificación ni reivindicación o vidas que admirar.

Deberíamos aceptar que mirarnos en el espejo de las narcotelenovelas nos devuelve un reflejo deforme de nosotros mismos, pero nos plantea preguntas sobre cómo venimos siendo como sociedad. Hay narcotelenovelas porque nuestras realidades son narcosociedades; gustan estas novelas porque en sociedades de la pobreza y la exclusión, lo narco es una vía paralegal para ser exitosos. Habrá que reflexionar: ¿por qué «el narco es la marca Colombia»?, ¿por qué todos llevamos «un narquito en el corazón»?, ¿por qué tenemos más de 50 años viviendo en estos entornos de lo narco?, ¿por qué los colombianos hemos adoptado para la vida diaria el modo de pensar, actuar, soñar y expresar narco? Por ahora, hay que argumentar que Escobar es un héroe, más allá de la serie, porque el colombiano siente que los narcos son los buenos y los políticos los malos: a los narcos se los justifica, al político no. Escobar es un héroe porque realiza nuestro sueño nacional: billete, familia, bellas a disposición y moral de lealtad. No se lo puede odiar, solo respetar, porque Colombia es donde el crimen sí paga.

Happy end

¡Ayyy, Pablito! Quién iba a decir que tanta cocaína regada con sangre por estos suelos devendría finalmente una narcocultura y buen negocio para todos: la televisión, las morales, los libros, Hollywood, las músicas, los políticos, sus hijos. Escobar fue tan buen narcotraficante que aun muerto es un máquina de producir dinero «mágico». Escobar, como en su vida, todo lo que toca lo convierte en billete y rating. Pablo es la voz de Colombia: nuestro ídolo, nuestro rating moral, una celebración de Narcolombia.

  • 1. Aguilar, Bogotá, 2012.
  • 2. V. Elizabeth Reyes: «La polémica marca de Pablo Escobar» en El País, 6/1/2014.
  • 3. Planeta, Buenos Aires, 2014.
  • 4. Fuente: Escobar Henao, www.escobarhenao.com/es/content/8-sobre-escobar-henao.
  • 5. «Narconovelas, en el ojo del huracán» en El Tiempo, 10/12/2014.
  • 6. «Maduro ordena revisar telenovelas por violentas» en El Universal, 15/1/2014.

En este artículo
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 255, Enero - Febrero 2015, ISSN: 0251-3552


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