Los esfuerzos por establecer políticas democráticas de comunicación, iniciados hace tres décadas en América Latina, han sido abandonados por los Estados. Esta derrota, exacerbada por el liberalismo, se inscribe en una transformación cultural que ha afectado radicalmente la vida política. Transformación de los medios (primacía de los electrónicos y desplazamientos de los impresos) y transformación del consumo cultural (que ahora se realiza mediante el servicio a domicilio). Estos cambios explican la profunda crisis de la vida y las organizaciones políticas, mejor que los agotamientos de paradigmas y la política internacional.

El tema de las políticas nacionales de comunicación se ha enturbiado a menudo en América Latina por motivaciones ideológicas, que han predominado sobre la necesidad empírica de dotarnos de tales instrumentos. Nuestras jóvenes sociedades son asediadas por medios cada vez más perfeccionados técnicamente, de multitudinario alcance y de impacto indudable en cuanto a los contenidos que difunden, sin que se adopte ninguna orientación de consenso sobre el ejercicio del poder que ostentan. El caso más representativo es el de la televisión. De hecho, ningún Estado del mundo carece, de una forma u otra, de políticas al respecto, sean explícitas o implícitas. El problema de los países latinoamericanos es que la TV entre nosotros es objeto de medidas erráticas, coyunturales o al servicio del gobierno de turno. Que el manejo del Estado al respecto sea coherente, transparente, racional y democrático, es la meta propuesta por el autor. Ilustra su estudio con el caso de los países del Pacto Andino (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia), porque una de sus conclusiones es que si nuestros países no cooperan entre sí, el tamaño de sus respectivos mercados domésticos hará inviable la producción cultural endógena y la formulación de políticas de comunicación efectivas.

Políticamente hablando, también Perú es un país peculiar (¿cuál no?). En 1985 y 1986, el gobierno aprista despertó y removió mocedades, ímpetus, energías e iniciativas que le dieron a toda la región, y no sólo a los peruanos, hálitos de esperanzas y júbilos de posibilidad renovadora. Alan García llegó con su verbo nuevo, cristalizado sobre todo en la tesis del no pago de más del diez por ciento de las exportaciones por concepto de servicio a la deuda externa.