Pienso en cómo hablar de la Ciudad de México y lo primero que me viene a la mente es la ciudad de mi infancia, en que casi todos los días era posible ver los volcanes y todos los crepúsculos eran perfectos. La ciudad que hacía honor a su lema de «La región más transparente del aire». La ciudad que se terminaba rápidamente en cualquier dirección por poco que se caminara, que despertaba aún con pregones en las mañanas y a las 10 de la noche era un desierto en el que sólo caminaban algunos exiliados españoles hablando en voz muy alta.