Los cubanos acabamos de asistir a la puesta en escena de una obra de teatro “castrocatólica” (para decirlo con un neologismo de reciente acuñación). Para acoger al Papa Benedicto XVI, el gobierno cubano volcó sus escasos recursos y su vasta experiencia en la organización de actos de masas, de modo que durante algunas horas Cuba pareció el país más católico del mundo mientras celebraba el aniversario 400 del hallazgo de la imagen de la virgen María en la bahía de Nipe. Previamente, y durante un año entero, la imagen de la Virgen peregrinó por toda Cuba, algo que estuvo prohibido hacer cuarenta años. Cuando uno veía caminar juntos a los jerarcas eclesiásticos y a las autoridades políticas y civiles de cada localidad, se podía pensar que vivíamos en un Estado teocrático. El cardenal Ortega estaba radiante. La armonía era total.