El fin de 2003 coincidió en el Perú con la mitad del periodo presidencial de Alejandro Toledo, pero también con una crisis política muy seria, que terminó con la renuncia de la primera ministra Beatriz Merino, y que estuvo gatillada más por inconfensables apetitos de poder que por una estrepitosa situación económica. Curiosamente, esto ocurrió cuando el mandatario señalaba, en positivo, que su administración se acercaba a un «punto de quiebre». El presente artículo explica las dimensiones internas y externas de esta crisis, y por qué puede agudizarse hasta provocar, a mediano plazo, desenlaces imprevisibles.