Opinión
octubre 2018

¿Usted sabe a quién está votando?

¿Por qué asombra que en Brasil, uno de los países más desiguales del mundo, se elija en masa a un candidato que promueve abiertamente casi todas las desigualdades? Duele, desconcierta, invita a la negación. Pero tal vez sea hora de asumir que, para muchas personas, las desigualdades no solo son aceptables sino que, además, son justas.

¿Usted sabe a quién está votando?

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies.

Walter Benjamin


El pasado siempre exige derechos. Esa fue una de las máximas que Walter Benjamin predicó para combatir la perplejidad que despertaban los autoritarismos del siglo XX. El ensayista alemán entendía que «la realidad» no es otra cosa más que procesos sedimentados. Un amontonamiento de ruinas. El presente brasilero no es la excepción. Preguntarse por el fenómeno Bolsonaro obliga a escarbar en las raíces más profundas del país. Las oraciones evangélicas, el odio al Partido de los Trabajadores (PT), la nostalgia militar, el racismo recargado o el empoderamiento homofóbico no son causas sino dinamizadores de estructuras más intensas y extensas. Brasil engendró a Bolsonaro antes de que el mismo capitán naciera.

Para entender la génesis social del posible futuro presidente de Brasil podríamos desempolvar centenares de libros, fechas o nombres. Prefiero reivindicar un texto clásico que, como tal, es inoxidable. En el ocaso de la década de 1970, en plena dictadura militar brasilera, el antropólogo Roberto Da Matta publica un ensayo titulado ¿Você sabe com quem está falando? (¿Usted sabe con quién está hablando?) en el que busca comprender cómo se manifiesta cotidianamente una cultura autoritaria. El interrogante que titula el texto, expresa un rito de poder usado diariamente en Brasil para restablecer relaciones jerárquicas amenazadas. Una escena a modo de ejemplo: dos personas desconocidas entre si discuten acaloradamente en la calle después de chocar sus autos. Cruzan insultos y amenazas. Uno de ellos recuerda a la madre del otro. El otro se ofende y retruca: «usted sabe con quién está hablando? Soy teniente coronel de la Policía Militar».

La discusión es un intercambio entre iguales hasta el momento en que el teniente saca chapa. Su pregunta es un gesto autoritario que restablece una jerarquía impugnada o ignorada ante un ataque devenido agravio. La moraleja es simple: ante intentos igualitarios hay sectores que buscan «poner las cosas en su lugar» apoyándose en el «esqueleto jerárquico» históricamente sedimentado de la sociedad brasilera. La personalidad autoritaria es constitutiva de un Brasil que no acostumbra a discutir sus jerarquías; o que, cuando lo hace, despierta reacciones tan virulentas como efectivas para remarcarlas. Una independencia «desde arriba», el último país de América Latina en abolir la esclavitud, amnesia y amnistía colectiva frente a una dictadura de veintiún años, índices inamovibles de desigualdad socioeconómica o violencia social, son apenas algunos procesos históricos que reflejan una sociedad donde todo el tiempo se subraya el lugar que cada uno debe ocupar. Bolsonaro es hijo de Brasil.

En ese contexto, la experiencia del PT fue parcialmente disruptiva. Reconocer derechos a las empleadas domésticas, facilitar el ingreso de negros a universidades o castigar cuando un morador de edificio prohíbe a los empleados usar el mismo ascensor que él –¡hasta el 2004 las empleadas domésticas tenían un ascensor propio para no mezclarse con sus empleadores!– fueron gestos que impugnaban un orden material y simbólico de la «esclavocracia» brasilera. Desde este punto de vista el voto positivo a Bolsonaro y negativo al PT, tienen el mismo sentido social que el «¿usted sabe con quién está hablando?»: restaurar un orden jerárquico desafiado.

Sin embargo, creo que la verdadera potencia de Da Mata no solo está en denunciar los mecanismos por los que los dominantes (hombres blancos, militares, sureños, adultos, heterosexuales) se imponen. Sino también –románticos abstenerse– en mostrar que los propios dominados (mujeres, negros, indios, nordestinos, niños, civiles, homosexuales) pueden adherir a su verdugo o simplemente callarse ante la jerarquía. No es casualidad que Da Matta no analiza posibles respuestas ante la vanidad del teniente. Un silencio que desconcierta, como las actuales elecciones. Guillermo O Donell, al trasladar aquel interrogante al caso argentino, encuentra una respuesta retrucada. Para el politólogo porteño, en Argentina, de tradición más igualitaria y contestataria que Brasil, ante el «¿Usted sabe con quién está hablando?» se responde «¿A mí que mierda me importa?»

En la adhesión a Bolsonaro hay cuestiones más incomodas de lo que estamos dispuestos asumir. En esta misma revista, dije que el capitán es una síntesis de todo lo dominante. Tesis no necesariamente trasladable a su electorado. En el primer turno lo votaron 49 millones de personas de todos los clivajes sociales posibles. Tendencia en aumento para el balotaje. Todavía hay análisis que insisten en que su base social es rica, blanca, sureña y letrada. Una confusión entre principio de realidad y deseo. Dos datos para refutar ingenuidades: en Recife, capital del estado Pernambuco, en el nordeste negro y pobre de Brasil, donde nació Lula, Bolsonaro ganó con un 43% de votos. En Río de Janeiro, a medida que nos alejamos del centro y nos adentramos en la periferia norte y oeste –conocida como Baixada Fluminense– la adhesión al capitán aumenta. En otras palabras, el más que probable triunfo de Bolsonaro no solo es una revuelta de los sectores dominantes, también es un voto a la desigualdad por parte de las personas que la padecen.

En Da Matta, es tan importante la violencia de la pregunta como el silencio de la respuesta. Nos habla de la dominación como relación, del poder como eficacia, del consenso como sometimiento, de la historia como sedimento. Con esto no estoy abonando la teoría de la «manipulación informativa» o la alienación ideológica. Idea solo comprensible en tanto ansiolítico intelectual. Creo que los votantes de Bolsonaro saben perfectamente lo que están escogiendo, así como también saben con quién discutir. Mi lectura propone otro camino: hablamos de uno de los países más desiguales del mundo ¿Por qué asombra que se elija en masa a un candidato que promueve abiertamente casi todas las desigualdades? Duele, desconcierta, invita a la negación. Pero tal vez sea hora de asumir que, para muchas personas, las desigualdades no solo son aceptables sino que, además, son justas.


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