Opinión
enero 2019

Los think tanks promercado y las fuentes ideológicas de Bolsonaro

El acercamiento de Bolsonaro a algunos ideólogos brasileños reunidos en think tanks promercado compensó la falta de estructura partidaria del candidato y generó los lazos con quienes hoy son destacados cuadros de su gobierno en el área económica. Su relación con ideólogos derechistas lo acerca a otros exponentes del conservadurismo histórico: Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Donald Trump. ¿Cuáles son y cómo se manejan las organizaciones ideológicas de la derecha que están detrás del presidente de Brasil?

Los think tanks promercado y las fuentes ideológicas de Bolsonaro

Cuando Jair Bolsonaro alcanzó el 20% en la intención de voto para presidente de Brasil, aún había mucha gente que consideraba imposible su victoria en las urnas. El entonces candidato, además de ostentar un discurso extremista y polémico que parecía apartarlo del electorado medio, contaba con una baja asignación de tiempo en televisión y carecía del apoyo de una estructura partidaria sólida, con todo lo que esto implica (funcionarios de todo tipo, especialistas en políticas públicas e ideólogos preparados para asumir eventuales cargos de gobierno). Pese a todo esto, su retórica antisistema logró calar en ese electorado medio que se manifestaba harto de la corrupción de los partidos y los políticos tradicionales, y el aprovechamiento intensivo de las herramientas de internet por parte de una entusiasta base militante logró que ni el escaso tiempo televisivo ni la falta de recursos materiales fuesen un problema a la hora de hacer propaganda. Al mismo tiempo, el acercamiento de Bolsonaro a algunos ideólogos brasileños reunidos en think tanks promercado compensó la falta de estructura partidaria y generó los lazos con quienes hoy son destacados cuadros económicos de su gobierno.

Los nexos entre los think tanks y los partidos o los gobiernos de derecha y centroderecha no son una novedad en contextos como el anglosajón o el latinoamericano. Buena parte de los cuadros que se desempeñaron en los gobiernos de Margaret Thatcher, Ronald Reagan o, más recientemente, Donald Trump, provenían de algún think tank promercado, y lo mismo cabe decir en estos últimos años respecto de los gobiernos de Sebastián Piñera en Chile y Mauricio Macri en Argentina. De un modo general, los think tanks pueden ser definidos como organizaciones permanentes a cuyo cargo está la realización de investigaciones y encuestas y la difusión de ideas en respaldo de determinadas políticas públicas; sin embargo, la mayor parte de los think tanks promercado suele desempeñar el rol –siguiendo un término usual en la literatura especializada– de advocacy político e ideológico, volcado principalmente a la promoción de la libertad de mercado (que en ocasiones se combina con valores conservadores) y de las políticas públicas que se condicen con esa orientación. En la práctica, esto significa, en palabras de Mike Caroll, CEO de la Heritage Foundation, que el business en este tipo de organizaciones es «juntar personas», esto es, convocar y unir cuadros listos para influir y eventualmente actuar de manera directa en las distintas instancias gubernamentales. De todos modos, la construcción de vínculos con las estructuras de los partidos y con los mismos políticos no es algo menor o trivial; esa conexión puede darse de una manera más sólida y orgánica, como en el caso de la relación entre Macri y la Fundación Pensar, o más frágil y circunstancial, como fue el nexo inicial entre Trump y la Heritage Foundation o, en Brasil, entre Bolsonaro y los ideólogos vinculados a los distintos espacios de los think tanks nacionales.

Desde el comienzo de la década de 1990, el desempeño legislativo del capitán de reserva Bolsonaro se basaba ante todo en propuestas a favor de los militares y sus familias. El cambio comenzó a darse en 2011, año en que tuvieron lugar, entre otras cosas, la Marcha das Vadias (Marcha de las Putas), el reconocimiento de la unión estable de parejas homosexuales por parte del Supremo Tribunal Federal y la creación de la Comisión Nacional de la Verdad para investigar violaciones de los derechos humanos ocurridas durante la dictadura militar. Ese año Bolsonaro pasó a asumir de manera enfática distintas consignas conservadoras, entre ellas la oposición a que se distribuyera en escuelas material didáctico antihomofobia (material peyorativamente bautizado «kit gay»). Colocándose hábilmente al frente de la contraofensiva conservadora que cada vez ganaba más adeptos en el país, Bolsonaro ganó una mayor presencia en la escena pública y logró ser reelecto en 2014 con casi medio millón de votos, con lo que cuadruplicaba el caudal de votos que acostumbraba obtener desde el inicio de su carrera política. Aquel año fue el parlamentario más votado en el estado de Río de Janeiro, en un fenómeno que también benefició a su hijo, Eduardo, quien obtuvo por primera vez un cargo público como diputado federal.

El 1 de noviembre de 2014, una semana después de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, comenzó la campaña destituyente contra Dilma Rousseff, cuyo reciente triunfo y reelección significaba una etapa de no menos de 16 años consecutivos con el Partido de los Trabajadores (PT) al frente del gobierno. Articulada por diversos grupos y movimientos sociales de derecha, la campaña contra Rousseff evidenciaba significativas tensiones internas respecto del lugar que cabía dentro de ella a la participación de otros políticos tradicionales. La excepción era Bolsonaro, exaltado con fervor por el grueso de los manifestantes y activistas. En marzo de 2015, la campaña destituyente alcanzó su apogeo en términos de movilización popular, al reunir a más de 200.000 personas en la ciudad de San Pablo, según los principales periódicos del país. En menos de un mes, Bolsonaro, atento a esa dinámica política y social cada vez más favorable a su figura, anunció que se desafiliaba del Partido Progresista (PP) con la idea de encontrar una plataforma más propicia en vistas a su intención de ser senador y hasta presidente en 2018. Y encontró la plataforma o la guarida para sus anhelos en el Partido Social Cristiano (PSC), capitaneado por el líder evangélico Everaldo Días Pereira, conocido como Pastor Everaldo.

Everaldo había sido candidato a presidente en 2014. Para entonces, su campaña electoral, que por lema ostentaba la frase «¡Privatizar todo!», había sido coordinada por un joven abogado y director del Instituto Liberal de Río de Janeiro, Bernardo Santoro. El Instituto Liberal, fundado en 1983 por un millonario hombre de negocios de origen canadiense, había entrado en decadencia para la época de la campaña de Everaldo, apoyándose más en la militancia entusiasta de su reducido staff que en los escasos recursos materiales con que contaba. Santoro, al igual que el presidente del Instituto, el economista Rodrigo Constantino, tenía de todos modos una experimentada militancia en internet en la promoción de un ideario que hasta entonces era prácticamente desconocido en Brasil: el libertarianismo, corriente de pensamiento que postula la defensa radical del capitalismo de libre mercado. Tras haberse desempeñado como presidente del Líber, el Partido Libertario inspirado en el Libertarian Party estadounidense –una iniciativa que surgió en foros de internet pero que no prosperó en el terreno oficial–, en 2012 Santoro se candidateó a concejal de Río de Janeiro por el Partido Social Liberal (PSL), con una propuesta que abogaba por «menos impuestos, menos gastos, menos burocracia, menos Estado, más libertad». Y pese a que no obtuvo el cargo de concejal (solo lo votaron algo más de 1.000 personas), Santoro, que ya era un asiduo frecuentador desde el Instituto Liberal de los distintos espacios creados por los think tanks promercado brasileños, fue invitado a sumarse a la campaña presidencial del Pastor Everaldo en calidad de asesor económico. Afiliándose al PSC, se propuso convencer al pastor y a los distintos miembros del partido de las ventajas del libre mercado, tarea que, en sus propias palabras, fue bastante ardua, dado que en materia económica el partido mostraba más sintonía con Leonel Brizola, conocido político brasileño impulsor del denominado «socialismo moreno».

Tras la campaña de Everaldo Pereira, Santoro concentró sus esfuerzos en asegurarse una fuerte influencia sobre Jair Bolsonaro y sus hijos, desde el momento en que estos se sumaron al PSC a comienzos de 2016. Por entonces, el capitán retirado encarnaba, a los ojos de los defensores del libre mercado, el papel de ferviente adepto al desarrollismo nacionalista de la dictadura militar. Aun así, el joven abogado no desistió en su objetivo, y en poco tiempo sus esfuerzos comenzaron a mostrar frutos. En marzo de ese mismo año Eduardo Bolsonaro anunció su matriculación en el primer curso de posgrado en Economía Austríaca ofrecido por el Instituto Mises Brasil (IMB), fundado en 2006 para constituirse en principal referencia institucional de la militancia libertariana brasileña. En paralelo, Flávio Bolsonaro, quien se desempeñaba como concejal en Río de Janeiro, decidió lanzarse a competir como alcalde de la ciudad y lo hizo apelando a un discurso estrictamente alineado con las consignas defendidas por Santoro, quien pasó a mostrarse junto al nuevo candidato prácticamente en todos los eventos de campaña. Comparado con sus hijos, Jair Bolsonaro parecía ser más refractario al radicalismo de mercado; aun así, muy pronto comenzó a ser visto en eventos promovidos por el circuito promercado y, en 2017, por intermedio de Winston Ling –fundador del Instituto de Estudios Empresariales (IEE) en Porto Alegre, en 1984–, conoció y trabó relación con Paulo Guedes. Los dos, Guedes y Ling, habían fundado otro think tank promercado, el Instituto Millenium, creado entre 2005 y 2006 en la ciudad de Río de Janeiro con el apoyo de Rodrigo Constantino y Hélio Beltrão Jr., este último a su vez el creador y director del IMB donde Eduardo Bolsonaro iniciaría su curso de posgrado.

Al tiempo que el ex-militar trataba de sortear la desconfianza que su figura despertaba en el ambiente promercado, dentro de su nuevo partido se incrementaban la tensión y los roces con la línea de los líderes tradicionales, caracterizada por un notable pragmatismo que no ponía reparos si tenía que sacrificar las consignas defendidas por Bolsonaro. La gota que rebasó el vaso parece haber sido la alianza del PSC con el Partido Comunista de Brasil en el estado de Maranhão, de cara a las elecciones de 2016; ese fue el detonante que llevó a Bolsonaro e hijos, anticomunistas férreos, a salir en busca de una nueva adscripción partidaria. En agosto de 2017 se anunció oficialmente el paso de la familia a las filas del Partido Ecológico Nacional (PEN), que debió cambiar su nombre a Partido Patriota como condición impuesta por los nuevos miembros; desde ese espacio Bolsonaro lanzaría su candidatura a la Presidencia. En su función de secretario general del partido, Bernardo Santoro se encargó de presentarle al militar retirado a Adolfo Sachsida, economista conocido dentro del circuito promercado, doctor por la Universidad de Brasilia y funcionario de carrera en el Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (IPEA). Sachsida, a pedido de Santoro, forjó un grupo de 11 economistas que semanalmente intercambiaban ideas con Bolsonaro.

La resistencia que generaba su figura entre los defensores del libre mercado comenzaba a ceder. En diciembre de 2017, Rodrigo Constantino sugirió el nombre de Paulo Guedes para encabezar la nómina al frente del Ministerio de Hacienda en caso de que el ex militar llegara al gobierno. A comienzos de 2018, sin embargo, Bolsonaro decidió romper con el Partido Patriota y afiliarse al Partido Social Liberal (PSL) –incluso hizo pública su decisión sin comunicársela a Santoro, quien al parecer se enteró por los diarios–. La afiliación relámpago al PSL no fue bien recibida por la militancia libertariana de este partido, la del grupo Livres, grupo que se había integrado al PSL en 2016 y ahora, siendo que eran antibolsonaristas convencidos, decidía separarse. El militar retirado todavía tendría ocasión de generar otro conflicto con los promercado al negarse a participar de un debate presidencial a ser celebrado en el marco del Fórum da Liberdade, evento anual promovido por el IEE que reúne a los principales líderes e ideólogos de la derecha brasileña, desde los adeptos al anarcocapitalismo hasta los promotores de la monarquía.

Buscando revertir de una vez por todas la desconfianza que suscitaban su figura y sus giros bruscos, Bolsonaro finalmente selló su alianza con los defensores del libre mercado al afirmar, en los primeros meses de 2018, que Paulo Guedes sería su ministro de Hacienda. Pese al abanico de roces, tensiones y suspicacias que existían, prácticamente toda la militancia promercado brasileña apoyó de manera activa su campaña presidencial, incluido Bernardo Santoro, quien en 2018 coordinó el plan de gobierno del candidato del PSC Wilson Witzel, actual gobernador del estado de Río de Janeiro. Aunque no acompañó a Bolsonaro sino a partir de su reciente arribo al Poder Ejecutivo, los esfuerzos de Santoro no fueron en vano. Y es que, a fin de cuentas, si algo exhibe el equipo económico del nuevo gobierno, con integrantes de los distintos enclaves promercado1, es su unificación absoluta en torno del que era el lema del joven abogado: «¡Privatizar todo!».


Traducción: Cristian De Nápoli



  • 1.

    Además de Paulo Guedes, también fueron reclutados para desempeñarse en el área económica Adolfo Sachsida, Paulo Uebel (del IEE) y Salim Mattar, antiguo financista de organizaciones promercado brasileñas, entre otros.



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