Opinión
mayo 2018

Siempre nos quedará soñar

Colombia de cara a la segunda ronda electoral

Las elecciones en Colombia arrojaron un buen resultado para la izquierda y el progresismo. A pesar de que el candidato más votado fue el derechista Iván Duque, el izquierdista Gustavo Petro consiguió pasar a la segunda ronda. Para ser presidente dependerá de los votantes de Sergio Fajardo, representante progresista que acabó en tercer lugar. Aunque es difícil que la izquierda gane la contienda definitiva, el escenario todavía está abierto. Una victoria del uribismo pondría en peligro los acuerdos de paz y las posibilidades de resolver algunas de las deudas sociales más acuciantes del país.

<p>Siempre nos quedará soñar</p>  Colombia de cara a la segunda ronda electoral

En un país como Colombia cuyo último censo electoral es de 2005 y en el que las encuestas tienden a errar de manera reiterada, cabe presumir un grado de incertidumbre a la hora de prever los resultados de una primera vuelta electoral. Si algo quedaba claro en esta oportunidad era, precisamente, que no había atisbo alguno de que el mejor posicionado de los candidatos, el uribista Iván Duque, ganase en primera vuelta. Es decir, algo evidente era que la elección se resolvería en el segundo turno, previsto para el 17 de junio.

Sin embargo, en esta ocasión, las encuestas se aproximaron fidedignamente al resultado electoral y prácticamente adelantaron el pronóstico por el que Iván Duque –que obtuvo más de siete millones de votos– y el exalcalde de Bogotá, el progresista Gustavo Petro – que obtuvo casi cinco millones- accedieron a la segunda vuelta. Sin lugar a duda, este es el mejor resultado electoral de la izquierda colombiana en décadas de historia política democrática.

Las elecciones colombianas han arrojado algunos puntos interesantes para analizar. El primero de ellos es que se trata de los primeros comicios con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) desactivadas en su fase guerrillera. La imagen de su antiguo comandante en jefe, Rodrigo Londoño – otrora «Timochenko» – votando en las urnas, quedará en el recuerdo imborrable de la ciudadanía colombiana. Es la expresión de todo lo positivo del Acuerdo de Paz. Otra cuestión a tener en cuenta es que, casi por primera vez, las elecciones presidenciales se dieron en un eje izquierda-derecha. Si bien muchos analistas, generalmente ajenos a la realidad colombiana, tienden reiteradamente a entender e interpretar las elecciones presidenciales en los ejes clásicos que gravitan entre el progresismo y el conservatismo, lo cierto es que esto nunca fue tan evidente en el país. Mayormente, porque en Colombia el poder político ha estado marcado por una fuerte impronta personalista, cooptada por una élite muy restringida que, desde el establishment, se disputaba el poder político sin muchas diferencias programáticas entre sí. La única excepción salvable reciente podría ser la del exmagistrado progresista Carlos Gaviria Díaz, derrotado en primera vuelta por Álvaro Uribe en las elecciones de 2006 por una amplia diferencia de casi cinco millones de votos.

Los resultados electorales también pueden interpretarse en una segunda clave. Es la del rechazo de la población colombiana al establishment oficialista, a tenor de los malos resultados obtenidos tanto por el que fuera vicepresidente de Juan Manuel Santos, Germán Vargas Lleras, como del jefe del equipo negociador con las FARC, Humberto de la Calle. No obstante, esto admite matices, pues mientras que Vargas no moviliza electoralmente si no es con una maquinaria tan corrupta como clientelar de su partido Cambio Radical, a Humberto de la Calle le pesó la injusta acusación de ser quien «vendió el país a la guerrilla». Ello, aun cuando su compromiso con la superación negociada del conflicto armado bien debiera valer inconmensurables dosis de agradecimiento.

Otra consideración que puede extraerse de los resultados de esta primera vuelta es la ingente capacidad movilizadora de Álvaro Uribe. Como presidente en 2002 y 2006 fue quien dispuso que Juan Manuel Santos fuese su sucesor en 2010. Cuando la relación entre ambos era irreconciliable, fue capaz de conformar un partido de oposición denominado Centro Democrático. A través de ese partido, logró vencer en primera vuelta al mismo Santos en las elecciones del año 2014, contando con un candidato tan gris como apático, como lo era Óscar Iván Zuluaga. No contento con eso, fue el principal puntal en la movilización en contra del Acuerdo de Paz, sometido a plebiscito en octubre de 2016, y ahora vuelve a erigirse como el valedor de la opción más votada con más de siete millones de apoyos electorales.

Para millones de colombianos, Álvaro Uribe sigue siendo el redentor de la patria y quien salvó a Colombia de convertirse en un Estado fallido gobernado por las FARC. Y si bien no se le puede negar que durante sus ocho años de Gobierno se cambió la correlación de fuerzas en Colombia en favor del Estado frente a la guerrilla –lo cual conecta con la posibilidad negociadora impulsada por Juan Manuel Santos–, conviene no olvidar que bajo su gestión hubo miles de muertos inocentes vendidos a la opinión pública en calidad de guerrilleros, hubo conexiones entre el orden político nacional y local con el paramilitarismo, y aconteció la instrumentalización del servicio de inteligencia para perseguir y espiar a las voces díscolas de su presidencia. Nada de eso ha repercutido mínimamente en su imagen y, dieciséis años después, continúa siendo un activo tan influyente como indisociable de la política colombiana.

También hay que señalar que los dos ganadores, Petro y Duque, representan una marcada línea de ruptura con el gobierno de Juan Manuel Santos. El primero plantea una estructura tributaria más progresiva, desde la que apuntalar la inversión pública en salud y educación, con base en un modelo posextractivo que supere el desarrollismo económico del país. El segundo, por su parte, propone revisar en profundidad los aspectos del Acuerdo de Paz con las FARC en torno a temas tan importantes como la participación política, el narcotráfico y la justicia transicional. Ello, a pesar de que incluso, el año pasado, la misma Corte Constitucional blindó el Acuerdo por un período de doce años. Ya se sabe que a Álvaro Uribe y a la derecha extrema correligionaria que le acompaña, como la que representan Alejandro Ordóñez o Marta Lucía Ramírez, la violencia y persistencia del enemigo armado siempre le supuso una perfecta alteridad desde la que alimentar una amenaza, una respuesta y una posición ideológica con gran calado político en el país.

Si hubiera que plantear una proyección respecto a qué puede suceder en la segunda vuelta prevista para el 17 de junio, conviene recordar que Colombia es uno de los países más conservadores del continente. Quizá, muy posiblemente, el más conservador junto a Perú y Paraguay, lo cual no alimenta de optimismo las opciones progresistas. A pesar de ser uno de los países más desiguales del mundo, a lo que se suman ingentes niveles de exclusión social, desplazamiento forzado, corrupción institucional o concentración de la propiedad de la tierra, el hecho de que el progresismo se haya simplificado maniqueamente en términos de categorías demonizadas como «guerrilla» o «castrochavismo» permite comprender que la cultura política parroquial predominante en la Colombia rural – recurriendo a la categorización de Almond y Verba- considere que la suerte del país pasa por la opción conservadora.

Es cierto que los casi diez millones de votos de Gustavo Petro y Sergio Fajardo son un soplo de aire fresco que invita a tener esperanza en nuevos horizontes políticos en Colombia. En tal sentido, no ha de perderse de vista el voto de los jóvenes. Pero puede que el optimismo extremo resulte prematuro. Quizá, si hubiera pasado a la segunda vuelta Sergio Fajardo, las posibilidades serían más parecidas entre los candidatos y la esperanza del progresismo colombiano sería mayor. Que fuese Gustavo Petro y no Sergio Fajardo quien accediese a la segunda vuelta favorecía al uribismo. En principio, porque la figura del exalcalde de Bogotá genera mucha animadversión en buena parte del imaginario colectivo del país. Pero, además, porque parece claro que el voto de Petro se trasladaría más fácilmente hacia Fajardo, que el de Fajardo a Petro. De hecho, cabe esperar que el voto de Fajardo se traslade parcialmente a Petro pero que también se traduzca en un incremento muy sustancial del voto en blanco e, incluso, en forma de algunos apoyos hacia Duque. Ya saben: más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Es muy posible que Humberto de la Calle no se pronuncie o lo haga de manera tímida, en tanto que resulta difícil imaginarse al jefe del equipo negociador con las FARC apoyando a un enemigo acérrimo de la paz colombiana como es Duque. En el fondo esto da lo mismo, pues el Partido Liberal, y también los votantes de Vargas Lleras, se encuentran mucho más cercanos, en su conservadurismo ideológico predominante, a Iván Duque. Son ellos quienes podrían contribuir a una victoria del uribismo en la segunda vuelta. Esa victoria podría resultar nefasta en términos de la sostenibilidad del Acuerdo de Paz con las FARC y, por supuesto, en las posibilidades de avanzar en el diálogo con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pero también resultará funesta para superar las barreras estructurales de pobreza, marginalidad y abandono social que imperan, aún hoy, en buena parte de Colombia.


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