Opinión
mayo 2017

¿Saldrá airoso Macron?

El mensaje de Macron a Alemania es claro: o me ayudan a superar el trance y creamos una unión auténtica (económica, fiscal y tal vez política) o los extremistas nos pasan por encima.

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La victoria de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen fue un alivio para todos aquellos que prefieren una sociedad democrática liberal abierta a sus contrapartes nativistas y xenófobas. Pero todavía falta mucho para ganarle la batalla al populismo de derecha.

Le Pen obtuvo más de un tercio de los votos en segunda vuelta, a pesar de que quitando el Frente Nacional y el pequeño partido Debout la France de Nicolas Dupont-Aignan, no recibió ningún otro apoyo. Y la participación electoral fue manifiestamente inferior a la de elecciones presidenciales anteriores, lo que indica un gran nivel de desafección entre los votantes. Si en los próximos cinco años Macron no logra tener éxito con sus políticas, Le Pen volverá con nuevos bríos y el populismo nativista se fortalecerá en Europa y el resto del mundo.

Como candidato, a Macron lo ayudó ir por fuera de los partidos políticos tradicionales, en una era de política antisistema. Pero como presidente, ese mismo hecho es una desventaja extraordinaria. El movimiento político fundado por Macron, ¡En Marcha!, solo tiene un año de vida; tras la elección del próximo mes para la Asamblea Nacional, Macron tendrá que crear de la nada una mayoría legislativa.

Las ideas económicas de Macron no admiten una caracterización sencilla. Durante la campaña presidencial, se lo acusó a menudo de falta de especificidad. Para muchos en la izquierda y la ultraderecha, es un neoliberal que no se diferencia en casi nada de los fracasados programas de austeridad ortodoxos que llevaron a Europa a la parálisis política actual. El economista francés Thomas Piketty, que apoyó al candidato socialista Benoît Hamon, describió a Macron como un representante «de la Europa del ayer».

Y es verdad que muchos de los planes económicos de Macron tienen un aire neoliberal. Se comprometió a bajar el impuesto a las sociedades de 33,5% a 25%, a eliminar 120.000 puestos de empleados públicos, a mantener el déficit fiscal por debajo del límite de 3% del PIB fijado por la Unión Europea y a flexibilizar el mercado laboral (eufemismo de facilitarles a las empresas el despido de trabajadores). Pero también prometió mantener las prestaciones jubilatorias, y su modelo social favorito parece ser la «flexiguridad» al estilo nórdico: una combinación de altos niveles de seguridad económica con incentivos de mercado.

Nada de esto servirá (ciertamente, no en el corto plazo) para resolver el desafío clave que definirá la presidencia de Macron: la creación de empleo. Como señala Martin Sandbu, esta fue la principal preocupación del electorado francés y debe ser la principal prioridad del nuevo gobierno. Desde la crisis de la eurozona, el desempleo en Francia se mantiene alto, en 10% (y cercano a 25% para los menores de 25 años). Casi no hay evidencia para afirmar que una liberalización del mercado laboral aumentará el nivel de empleo, a menos que la economía francesa también reciba un importante impulso a la demanda agregada.

Es aquí donde entra en juego el otro componente del programa económico de Macron: su propuesta de un plan de estímulo quinquenal por 50.000 millones de euros (54.400 millones de dólares), que incluiría inversiones en infraestructura y tecnologías ecológicas, además de una ampliación de los programas de capacitación para desempleados. Pero esto supone muy poco más de 2% del PIB anual de Francia, así que el plan de estímulo por sí solo puede ser insuficiente para elevar el nivel general de empleo.

Macron tiene otra idea más ambiciosa: acelerar la creación de una unión fiscal de la eurozona, con Departamento de Hacienda y ministro de Finanzas propios. En su opinión, esto permitiría transferencias fiscales permanentes de los países más fuertes a los desfavorecidos por la política monetaria común de la eurozona. El presupuesto común se financiaría con una parte de la recaudación impositiva de los países miembros. Un Parlamento separado para la eurozona se encargaría de la supervisión política y la rendición de cuentas del sistema. Esta unificación fiscal permitiría a países como Francia aumentar la inversión en infraestructura y estimular la creación de empleo sin infringir los límites a las políticas fiscales.

Crear una unión fiscal basada en una integración política más profunda tiene muchísimo sentido. Al menos, es una salida coherente del limbo en que se encuentra la eurozona en la actualidad. Pero el osado plan europeísta de Macron no es solo cuestión de política o principios, sino que es crucial para el éxito de su programa económico. Sin un aumento de la flexibilidad fiscal o transferencias desde el resto de la eurozona, a Francia le será difícil salir pronto de su crisis laboral. De modo que el éxito de la presidencia de Macron depende en gran medida de la cooperación europea.

Lo que nos trae a Alemania. La reacción inicial de Angela Merkel al resultado de la elección no fue alentadora. Aunque felicitó a Macron, al que llamó «portador de las esperanzas de millones de franceses», también se declaró contraria a hacer cambios a la normativa fiscal de la eurozona. E incluso si Merkel (o un futuro gobierno encabezado por Martin Schulz) cambiara de parecer, subsiste la cuestión del electorado alemán. Tras presentarles la crisis de la eurozona como un problema no de interdependencia sino de moralidad (un conflicto entre los frugales y esforzados alemanes y unos deudores pródigos y mentirosos), a los políticos alemanes les costará obtener el apoyo de sus votantes a un proyecto fiscal común.

Macron previó la reacción alemana y la contrarrestó: «Uno no puede declararse defensor de una Europa fuerte y de la globalización, y al mismo tiempo rechazar de plano una unión de transferencias». En su opinión, eso es una receta de desintegración y política reaccionaria: «Sin transferencias, la periferia no puede converger, y eso crea una divergencia política hacia el extremismo».

Aunque Francia no esté en la periferia europea, el mensaje de Macron a Alemania es claro: o me ayudan a superar el trance y creamos una unión auténtica (económica, fiscal y tal vez política) o los extremistas nos pasan por encima.

Todo indica que Macron tiene razón. Por el bien de Francia, de Europa y del resto del mundo, esperemos que su victoria sea seguida por un cambio de actitud en Alemania.


Traducción: Esteban Flamini

Fuente: Project Syndicate



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