Opinión
noviembre 2016

¿Qué es lo que está en crisis en Venezuela?

Mientras la oposición busca el fin del chavismo, el gobierno podría apostar a un cambio de modelo para mantenerse en el poder.

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Con una situación que cambia a cada hora, existen muchas dudas con respecto a la naturaleza y al alcance real del diálogo entre el gobierno y la oposición. El torbellino de rumores y opiniones hace difícil saber exactamente qué camino tomará Venezuela en su actual coyuntura. Mientras para algunos el diálogo se encamina a un tipo de solución pacífica y próxima, para otros no es más que un señuelo del gobierno para ganar tiempo, en lo que, afirman con razones de peso, ya ha tenido éxito: el referéndum para revocar el mandato de Nicolás Maduro está suspendido hasta nuevo aviso y la decisión de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de no hacer presión de calle como gesto conciliador es un verdadero bálsamo para un régimen muy impopular y con las arcas vacías.

Ante este panorama, lo mejor es alejarse un poco de la coyuntura para analizar la situación con mayor profundidad. Por ejemplo, tratar de entender que lo que está en crisis en Venezuela es algo más que la administración de Maduro. Para eso es necesario remontarse a los sucesos de 2002 y 2003, que tanto se han recordado en estos días. Entonces, la oposición intentó sacar a Hugo Chávez del poder a través de una huelga de los empleados de la estatal petrolera PDVSA, que detuvo la mayor parte de la industria. Se reprodujeron las acciones multitudinarias de calle, se desarrollaron ataques sistemáticos de los medios de comunicación, se asistió a un paro cívico que se cumplió a medias y a la rebelión de algunos sectores militares. Esa situación llevó al golpe de Estado del 11 de abril de 2002, que expulsó a Chávez del poder por dos días. Tras el fracaso del segundo paro petrolero de finales de ese año e inicios de 2003, se organizó una mesa de diálogo con apoyo del Centro Carter y la Organización de los Estados Americanos (OEA). La solución electoral planteada fue el referéndum revocatorio que se celebró en 2004. Este acabó siendo un éxito para Chávez, quien consolidó su poder con otro enorme triunfo electoral en 2006. Finalmente, en 2007, tras vencer a sus oponentes en todos los retos, proclamó el socialismo.

Para muchos opositores, la actual mesa de diálogo tendrá un resultado igual de desalentador que la de 2003. Y, ciertamente, existe la probabilidad de que así sea, aunque no por las mismas razones. Primero, su desaliento puede deberse a una lectura equivocada de 2003: muy derrotada entonces, la oposición tenía que aceptar más o menos lo que le dieran. En segundo lugar, lo fundamental es que lo que está en crisis hoy no es lo que lo estaba entonces. En 2002 lo que estaba en crisis no era el chavismo sino el sistema fundado en 1958. Es un dato esencial para entender por qué Chávez pudo vencer holgadamente en ese contexto y por qué pudo revalidar triunfos posteriormente. La situación podría resumirse de la siguiente manera: al no poder remediar la crisis más amplia, la del modelo de desarrollo, que arranca en la década de 1980 y no hace sino profundizarse en los siguientes años, el régimen democrático anterior simplemente se derrumbó por el voto antisistema que llevó a Chávez al Palacio de Miraflores. Su promesa inicial fue la de acabar con la clase política anterior, a su juicio (y el de la mayor parte de los venezolanos) la culpable de los males, no para cambiar el modelo económico y social, sino para hacerlo funcionar. A través de un conjunto de éxitos electorales comenzó a avanzar en esa dirección, pero cuando en 2001 comenzó a radicalizarse, los sectores que habían tenido poder en el sistema anterior, como la central sindical, el gremio empresarial, los empleados petroleros, lo que quedaba de los partidos y sectores del clero y del Ejército, lideraron la rebelión de 2002-2003. No se trata de discutir si tenían o no razón en muchas de sus acusaciones a Chávez como un destructor de la democracia o un comunista embozado. El punto es que, al derrotarlos en los paros, el golpe y las elecciones de aquellos años, Chávez destruyó lo que quedaba del sistema de 1958.

A partir de entonces, Chávez comenzó a implementar el modelo que tenía en mente. Se trataba de un nuevo sistema político, económico y social, que no siguió el rumbo esperado pero que, en alguna medida, es el que tenemos hoy. Aún no existen estudios serios del sistema chavista que arranca en propiedad hacia 2004, pero preliminarmente este puede describirse como la combinación del Ejército (cada vez con mayor incidencia en el terreno económico), la nomenklatura del Estado (en la que hay que integrar a PDVSA), en menor medida el partido de gobierno y la llamada «boligurguesía». Todos estos sectores giraban en torno del enorme liderazgo de Chávez, que contaba con dos elementos fundamentales. Uno era la renta petrolera, abundante por los precios y a su plena discreción. El otro era una importante masa de apoyo popular que no empezó a declinar sino hasta 2012. Ese es el sistema que hoy está en crisis. Ello demuestra que la situación actual es muy diferente de la del pasado. Ni la oposición está constituida por todos los componentes de 2002 (hay otros partidos, otros líderes, ni los sindicatos ni el empresariado tienen un papel o un poder similares), ni la crisis del gobierno de Maduro es la de Chávez hace 14 años. Es la crisis de un sistema que ha perdido nada menos que su pivote: la combinación «Chávez-renta-pueblo». Queda una alianza del Ejército, pero habrá que ver hasta qué grado está comprometido. Asimismo, está por verse qué sucede con la nomenklatura, con lo que queda del partido y con la boliburguesía. La nomenklatura aún cuenta con la renta, aunque mucho menor, a su plena discreción. Además, todavía conserva un nada despreciable 20% (según otros 15%) de apoyo popular.

¿Significa todo esto que el chavismo ha muerto? Tal como existió en su mejor momento, sin duda. ¿Significa que saldrá del poder o que esta crisis llevará a una democracia como a la que aspira la mayor parte de la oposición (porque la hay también, y creciente, de extrema izquierda)? Es difícil saberlo, pero resulta necesario admitir que no tiene que ocurrir necesariamente. El chavismo, si hace algunas reformas económicas, sacrifica a algunos líderes, socava selectivamente a algunos opositores y pacta con otros, puede reconvertirse en un proyecto más o menos autoritario de los que actualmente se expanden por todo el mundo, o incluso en una nueva versión de la «democracia pactada» entre elites que ya vivimos en Venezuela. Ojalá que pronto sepamos en qué andan las negociaciones. Y ojalá también que el humo blanco que salga (al fin y al cabo, el Vaticano es el gran garante que a muchos les da alguna confianza en el proceso) sea para decirnos que hemos llegado a un acuerdo amplio, inclusivo, para alcanzar la libertad y la justicia. En cualquier caso, un nuevo sistema está por nacer y se refleja en la enorme y compleja crisis que vive Venezuela hoy.


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