Opinión
junio 2018

Populismos y polarizaciones ante la segunda vuelta de las presidenciales colombianas

La construcción de un enemigo común y la proposición de soluciones fáciles y rápidas para derrotarlo parece ser bastante atractiva para un gran sector de la población.

<p>Populismos y polarizaciones ante la segunda vuelta de las presidenciales colombianas</p>

Este artículo forma parte del especial «Elecciones Colombia 2018: despolarización y desinformación» producido en alianza con democraciaAbierta.


Las elecciones presidenciales son el momento propicio para medir el clima político y entender diferentes dinámicas sociales de un país. Las que se están llevando a cabo en este momento en Colombia parecen presentar algunas características distintivas. Por un lado, se están utilizando discursos populistas, presentando propuestas simples para resolver problemas complejos, todo con el fin de captar votos. Por el otro, se percibe una apariencia de división de la sociedad en dos bandos, con tendencias hacia extremos ideológicos. ¿Cómo evolucionan estas características de cara a la segunda vuelta que se realizara el próximo 17 de junio?

Con la totalidad de las mesas de votación informadas, el preconteo de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Colombia señala que los candidatos Iván Duque del partido Centro Democrático y Gustavo Petro del movimiento Progresistas obtuvieron las mayores votaciones, y pasan a la segunda vuelta. Entre ambos sumaron el 64,22% de los votos válidos, 39,14% para Duque y 25,08% para Petro. Doce millones y medio de votos entre diecinueve millones trescientos mil.

Ambos candidatos, así como sus partidos políticos y movimientos, y sus programas y propuestas de gobierno, han sido calificados como populistas desde la academia, el análisis político y las tribunas de opinión. Al mismo tiempo, los propios candidatos se han acusado mutuamente de populistas. Por ejemplo, a inicios de campaña Iván Duque afirmó: “No vamos a dejar que nuestro país caiga en las fauces del populismo que tantos males le ha traído a los hermanos venezolanos”, en una referencia indirecta a los candidatos percibidos como de izquierda, entre ellos Gustavo Petro.

El populismo ha sido entendido de muchas formas, pero el concepto que yo utilizo parte de dos características. Por un lado, los discursos populistas tienden a plantear una división de la sociedad en dos bandos, entre amigos y enemigos, entre “nosotros” y “ellos”, entre la élite y el pueblo. Y por el otro, quien utiliza el discurso populista se identifica a sí mismo como la única persona que puede representar a ese “nosotros” y llevarlo a la victoria contra el enemigo, “ellos”. A estas dos características se les denomina anti-elitismo y anti-pluralismo, respectivamente.

Un caso claro de este tipo de discurso populista se puede ver en la forma en que actualmente hacen política Álvaro Uribe y el Centro Democrático, su partido político. El ejemplo puede verse en un video publicado en su cuenta de Twitter el pasado 22 de abril de 2018 para apoyar a la fórmula de su partido para las presidenciales. Allí afirmaba, literalmente:

“El castrochavismo destruye, nuestros candidatos construyen. El castrochavismo destruye los lazos de armonía social, instiga odio de clases; nuestros candidatos (…) quieren construir lazos fraternos, armonía social, tener una economía con los principios de la doctrina cristiana, avenimiento de trabajadores y empresarios, cero corrupción, menos impuestos, más salario (…) Iván Duque y Martha Lucía Ramírez son los únicos que pueden derrotar en estas elecciones al castrochavismo. Y además, con un excelente gobierno que harían, son los únicos que pueden parar esta amenaza castrochavista en el 2022”.1

La lógica del discurso es tan sencilla como efectiva. Primero construye un enemigo, el castrochavismo, tan amplio que abarca todo aquello que no se adapte a su visión de país. Luego separa a quienes representan ese supuesto castrochavismo del resto de la sociedad, la divide en dos: los castrochavistas, “ellos”, el enemigo, en un bando, y el pueblo colombiano en el otro, “nosotros”, los buenos de la historia. Y para completar la fórmula, muestra a sus candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, Iván Duque y Martha Lucía Ramírez., como los únicos salvadores, a los únicos que tienen la capacidad de vencer al enemigo en nombre de “nosotros”.

Los resultados alcanzados por el Centro Democrático en la primera vuelta el pasado 27 de mayo demuestran la efectividad de este tipo de discurso. 7’569.693 votos en todo el país, el 39,14% de los depositados. La cercanía de los hechos no permite la distancia necesaria para un análisis completo del fenómeno. No obstante, es posible aventurar una hipótesis: la construcción de un enemigo común y la proposición de soluciones fáciles y rápidas para derrotarlo parece ser bastante atractiva para un gran sector de la población; y si ese enemigo está construido a partir de categorías vaporosas pero llamativas, como “castrochavismo”, todo resulta mucho más sencillo.

Ahora bien, hasta el momento no parece que haya algo especialmente problemático en la forma de hacer política elegida por Álvaro Uribe y el Centro Democrático. Dentro de una sociedad democrática es válida la utilización de argumentos para convencer a las personas de elegir una opción sobre las demás. Asimismo, está dentro del ámbito de la libertad de expresión elegir palabras y términos que pueden chocar a otros con el fin de ganar simpatizantes. El problema aparece cuando se revisa el contexto colombiano actual y las condiciones de ejercicio de la deliberación democrática en el país.

El uso de estrategias populistas a partir de ejercicios anti-pluralistas parece tener un efecto concreto en el debate actual: el escalamiento de la violencia en el lenguaje y la discusión, y el distanciamiento entre las diferentes opciones políticas, que terminan entendiéndose como enemigas. Algo que se conoce hoy como “polarización”.

Colombia es un país con una historia de violencia política armada sostenida, degradada y particularmente grave. Primero fue una discusión entre federalistas y centralistas, luego entre liberales y conservadores, después entre comunistas y capitalistas, sólo por poner tres ejemplos. Nuestra vida republicana está plagada de desacuerdos políticos que se intentan resolver a través de violencias. Un conflicto armado interno con más de ocho millones de víctimas es muestra viva de ello. En ese contexto, la utilización de estrategias populistas que presentan a ciertas personas o grupos como enemigos del pueblo por tener una ideología política determinada contribuye no sólo a polarizar la sociedad, sino que genera un ambiente peligroso para el ejercicio de la política y otras actividades especialmente vinculadas a la política, como la defensa de derechos humanos y el periodismo.

Pero lo más preocupante de todo es que el populismo se alimenta de la polarización, al tiempo que la polarización crece a medida que aumenta el uso de discursos populistas. Ese círculo vicioso genera escenarios ideales para que tomen fuerza ideas extremas, por lo general peligrosas para la democracia y los derechos humanos pero que son atractivas para ciertos sectores sociales. En la forma cómo llegaron Iván Duque, Gustavo Petro y sus movimientos políticos a la segunda vuelta es posible encontrar ejemplos claros de la utilización de discursos populistas para captar votos y convencer a la ciudadanía de votar por ellos.

Por el lado de Gustavo Petro, su movimiento Progresistas y su campaña Colombia Humana aparecen afirmaciones dichas en el marco del discurso posterior a la victoria del 27 de mayo:

“Este tipo de fuerzas que se aglutinan alrededor de la candidatura que hoy compite para la segunda vuelta, donde están Ordóñez, donde está Uribe, donde está Duque obviamente, parece tener un techo. Y, en cambio, somos nosotros, las fuerzas libres de la ciudadanía, las que no parecen tener techo, vamos avanzando con paso firme, constante, siempre adelante”.2

O escritos publicados en redes sociales luego de una manifestación en plaza pública particularmente concurrida:

“Y había un pueblo que decidió escapar de la esclavitud de la desigualdad y la violencia de cinco siglos y huyó del faraón hacia la libertad, y quedó entre el mar y el gran faraón que venía atrás cortando cabezas, y decidió partir las aguas. Eran las aguas de la historia”.3

Aquí la construcción del modelo populista se da a partir de la división de la sociedad en dos bloques, las fuerzas libres de la ciudadanía en un bando, “nosotros”, el pueblo que decidió escapar de la desigualdad, y una élite retardataria personificada en personas como Alejandro Ordóñez o Álvaro Uribe en otro bando, “ellos”, el enemigo, el faraón que venía atrás cortando cabezas. Luego de eso, lo que sigue es construir un ídolo, un salvador, identificar a quien vencerá, en nombre de “nosotros” a “ellos”. Resulta que esa figura es el candidato, es Gustavo Petro, nadie más.

Mientras tanto, desde el Centro Democrático y la campaña de Iván Duque se pueden encontrar algunas otras afirmaciones en sentido similar. Las más impresionantes de ellas, por la forma en que encajan perfectamente en el concepto de populismo, están en las columnas de opinión de Fernando Londoño Hoyos, una de las cabezas ideológicas del partido. Primero opta por la épica, la elevación del espíritu y la acción humana:

“La campaña de Duque no es de nadie. Porque es del mismo pueblo que se levantó el 2 de octubre glorioso a derrotar, él solo, toda la maquinaria, todo el poder, todo el dinero, comprometidos en la infamia de consumar la rendición ante un grupo minúsculo de bandidos enriquecidos con la cocaína. Es un pueblo dispuesto a todo, hasta el heroísmo de una revolución sin precedentes e intuitivamente seguro de que le ha llegado su momento histórico”.4

Y luego pasa al insulto, a la eliminación moral del enemigo:

“No hay hombres providenciales. Hay hombres que llegan a tiempo al escenario de la Historia, para transformar los pueblos, abriéndoles el camino hacia su destino. Eso es Iván Duque. Lo demás es resentimiento, indigencia moral e intelectual, abandono y muerte. Que cada uno escoja”.5

Se puede ver que la separación de la sociedad en dos bandos es idéntica. En un lado está el pueblo, “nosotros”, el que ganó el plebiscito del 2 de octubre de 2016 y está dispuesto a iniciar una revolución; al otro lado está el enemigo, una élite combinada entre las FARC y la maquinaria y el poder político tradicionales, “ellos”. Seguidamente, aparece quien puede salvar al país del enemigo, una persona, un ídolo, en este caso Iván Duque.

Estos ejemplos no comprenden la totalidad de las campañas presidenciales y los discursos de ninguno de los dos candidatos. Si bien es posible calificar una propuesta política como populista, sería demasiado simplista reducir el gran apoyo que lograron ambos a una respuesta directa de la ciudadanía colombiana al populismo. Tampoco es deseable calificar la utilización de discursos populistas como dañinos per se; Luciana Cadahia explicó muy bien en La Silla Vacía que la historia latinoamericana tiene grandes ejemplos de modelos populistas exitosos, como la Argentina de Perón o el Brasil de Getulio Vargas. Es la utilización del populismo para generar dinámicas de polarización rentables electoralmente lo que es preocupante.

Es difícil predecir los impactos de ese ciclo populismo-polarización que han abierto las candidaturas de Iván Duque y Gustavo Petro. Lo que no es difícil es pensar en los peligros que entraña presentar a un adversario político como un enemigo al que hay que eliminar en un país donde históricamente las diferencias políticas radicales se han solucionado por las armas. En una sociedad que aún no entiende las gravísimas dimensiones del exterminio de un grupo político como la Unión Patriótica.

Todo apunta a que en la segunda vuelta presidencial se dará una tendencia a la moderación de los discursos por el afán de los candidatos de captar los votos que recibieron Sergio Fajardo y Humberto de la Calle en la primera vuelta. Ninguno de los dos grupos de votantes parece responder a las lógicas amigo-enemigo que fueron tan útiles en la primera vuelta para Duque y Petro. En ese entendido, dada la necesidad de ampliar las votaciones que tiene cada candidato, lo que esperaría sería un alejamiento de los argumentos simples que permite formular el populismo y, de esa forma, una polarización menos marcada desde el punto de vista de los candidatos.

Por otro lado, el punto de vista de los votantes es distinto. Por lo menos desde 2014 la construcción de argumentos populistas desde la derecha uribista ha dibujado un panorama de enemigo interno (como el castrochavismo) que radicalizó a sectores grandes de la población, mismos sectores que el 27 de mayo respondieron al llamado y contribuyeron al triunfo del uribismo en la primera vuelta.

Mientras tanto, la accidentada alcaldía de Gustavo Petro en Bogotá permitió el diseño de un discurso basado en la resistencia de las élites a un gobierno popular que ha calado en ciertos sectores de la población y le ayudó a llegar al segundo puesto en la primera vuelta con una votación nada despreciable.

Puede que los candidatos moderen su lenguaje, pero muchos votantes ya están inmersos en la polarización, el escalamiento del lenguaje y el entendimiento de la sociedad como una disputa entre dos bandos que se odian entre sí. Independientemente de los resultados del próximo 17 de junio, el reto será reconstruir (¿o construir?) la política colombiana a partir de postulados más amables con la democracia, la deliberación de calidad y el pluralismo.

  • 1.

    Video publicado por Álvaro Uribe desde su cuenta de Twitter el 22 de abril de 2018.

  • 2.

    Dicha por Gustavo Petro el 27 de mayo de 2018, al conocer que avanzó a la segunda vuelta presidencial.

  • 3.

    Publicada por Gustavo Petro desde su cuenta de Twitter el 11 de mayo de 2018.

  • 4.

    Escrita por Fernando Londoño Hoyos el 30 de abril de 2018 en su columna del portal Las 2 Orillas.

  • 5.

    Escrita por Fernando Londoño Hoyos el 30 de abril de 2018 en su columna del portal Las 2 Orillas.


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