Entrevista
abril 2017

¿Murió la vieja Francia?

Entrevista con Razmig Keucheyan

En entrevista exclusiva, Razmig Keucheyan, sociólogo y profesor de Universidad de París IV (Sorbonne), analiza los resultados de la primera ronda electoral francesa y afirma que la polaridad política entre «nacionalistas» y «liberales» no reemplazará a la clásica disputa entre izquierda y derecha, sino que se integrará en ella.

<p>¿Murió la vieja Francia?</p>  Entrevista con Razmig Keucheyan

Por primera vez desde la V República francesa, ninguno de los dos grandes partidos (el Partido Socialista y los Republicanos) consiguió acceder al segundo turno electoral. ¿Qué representa este cambio en la política francesa, teniendo en cuenta las características particulares de Marine Le Pen y la carrera vertiginosa de Emmanuel Macron?

Los casos de Marine Le Pen y Emmanuel Macron son distintos. El acceso de Marine Le Pen a la segunda vuelta estaba previsto desde hacía mucho tiempo. No sorprendió a nadie, ya que todas las encuestas lo anunciaban. De tal manera que, como esto estaba internalizado y asumido por la población, casi no hubo manifestaciones de protesta el domingo por la noche.

Por el contrario, el acceso de Macron a la segunda vuelta era imposible de predecir hace algunos meses. Este acceso se explica por una serie de «accidentes»: el hecho de que François Hollande no se haya presentado a la elección por segunda vez, los escándalos de François Fillon, el triunfo de Benoît Hamon sobre Manuel Valls en las primarias socialistas, y la eliminación de Alain Juppé de las primarias de la derecha. Todos estos sucesos abrieron un espacio amplio para el centro político. Por lo tanto, sin estos «accidentes», Macron nunca hubiera podido acceder a la segunda vuelta.

Por eso, hay que resistir la tentación de pensar que este domingo ocurrió una «revolución» en la política francesa. Desde hace una década, el campo político francés se dirige hacia una progresiva tripartición: un polo de izquierda, un polo de derecha (cada uno con sus subcorrientes y contradicciones) y un tercer polo constituido por el Frente Nacional. Este es un proceso de largo plazo. Lo que ocurrió el domingo es, a mi juicio, la confirmación de la emergencia de este tercer polo que tiene efectos sobre los dos otros.

La cuestión que plantea esta primera vuelta es determinar si el polo de izquierda se escinde en dos: una izquierda más radical con Mélenchon, y un social-liberalismo de tipo Blair o Schröder con Macron, preparado a colaborar con sectores de la derecha. Es demasiado temprano para saberlo.

Macron logró un triunfo importante ¿Puede En Marcha, el sello bajo el cual se presentó, transformarse en un partido competitivo, teniendo en cuenta las elecciones parlamentarias que se producirán luego de la segunda vuelta electoral presidencial?

Acceder a la Presidencia es claramente decisivo en la V República, pero sin mayoría en la Asamblea Nacional resulta imposible gobernar. Macron logro solo el apoyo de 18% de los inscriptos (24% de los votantes), lo cual es poco. Por lo tanto, no resulta tan evidente que, de ganar la segunda vuelta, pueda transformar su triunfo automáticamente en una mayoría legislativa.

Ahora hay dos posibilidades. La primera es que Macron pueda obtener una mayoría en el Parlamento. La lógica de la V República es que, en principio, el presidente electo obtiene tal mayoría. Esta primera posibilidad se divide en dos: o bien esta mayoría de Macron se traduce en una mayoría de diputados de En Marcha (y en este caso Macron tendrá la posibilidad de aplicar su programa como quiera); o bien se desarrolla una mayoría mucho más heterogénea, con diputados de En Marcha, pero que para gobernar precisará el apoyo de diputados del Partido Socialista, de parte de los centristas y hasta de la derecha. En ese caso, la vida política de Macron va a ser mucho más complicada, con contradicciones que aparecerán rápidamente.

Una segunda posibilidad es que la derecha gane las elecciones legislativas. Las elecciones presidenciales las perdió François Fillon como persona, pero no la derecha, que sigue dominando electoralmente en el país. Entonces, lo que podría suceder es que la derecha, liderada ya no por Fillon sino por otra figura, se tome revancha en las legislativas. En este caso aparecería una situación clásica en la historia de la V República: la así llamada «cohabitación» entre un presidente y un gobierno que no pertenece al mismo campo. En ese caso emergería una situación de conflictos o de compromisos entre dos fuerzas opuestas.

Creo que resulta improbable que En Marcha se transforme en un partido que redefina el campo político francés. La distinción clásica entre izquierda y derecha tiene raíces muy profundas en las sociedades modernas. Estas raíces tienen que ver con conflictos en torno de la distribución de recursos materiales, y no son simplemente una cuestión de «discurso» o de «valores» que se podrían trascender. Sin embargo, lo que efectivamente podría ocurrir es la creación de una VI República con un sistema proporcional. Francia ha conocido tales sistemas en su historia, y esta transición es «manejable» por las fuerzas políticas existentes.

La segunda ronda electoral entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen ¿puede presagiar una nueva polaridad política entre nacionalistas y liberales? ¿Se trata de un fenómeno que puede ser perdurable frente a la vieja disputa entre izquierdas y derechas, tradicional en la política europea?

La oposición entre nacionalistas y liberales existe dentro de cada campo desde hace mucho tiempo. No sustituye a la oposición entre izquierda y derecha, sino que la complica. Según las coyunturas, una u otra de estas sensibilidades puede tomar más importancia. Por ejemplo, existe una crítica a la Unión Europea desde la derecha, formulada por Marine Le Pen. Pero también existe una crítica a la Unión Europea desde la izquierda, formulada por Jean-Luc Mélenchon (obviamente, Mélenchon no es un «nacionalista» en el mismo sentido que Marine Le Pen). Del mismo modo, existen corrientes liberales dentro de la derecha, pero tradicionalmente el gaullismo ha sido más «estatista». Por lo tanto, no creo que esta polaridad política pueda suceder ni sobrepasar a la polaridad clásica entre izquierda y derecha.


Jean-Luc Mélenchon, el candidato de la Francia Insumisa, subió aceleradamente su caudal de voto durante las últimas semanas de campaña. ¿Tiene capacidad de capitalizar ese resultado en un nuevo movimiento político de izquierda estable? ¿Puede construir una fuerza con perdurabilidad?

Mélenchon, Benoît Hamon y los dos candidatos trotskistas, Nathalie Arthaud y Philippe Poutou, lograron más de 27% de los votos. Este es, quizás, el hecho más importante y sorprendente de esta elección. 27% es menos que los niveles históricos de la izquierda, porque el Partido Socialista perdió muchos apoyos que acabaron dando su confianza electoral a Macron. Sin embargo, el elemento importante es que este 27% se ubica mucho más a la izquierda que antes desde un punto de vista programático. En otros términos, casi un tercio de los votantes votaron por programas decididamente antiliberales.

Mélenchon tiene ahora una responsabilidad trascendental. Si cumple con esta responsabilidad, podría transformarse en una gran figura de la historia de la izquierda francesa. Si no, será olvidado rápidamente. Mélenchon tiene la responsabilidad de trasformar este espacio político virtual en un gran partido popular de izquierda, con un programa antiliberal, ecológico, antirracista y feminista. En este partido podrán existir corrientes, diferencias, polémicas, y está bien que existan, porque los debates son el signo de una izquierda viva. Darle cuerpo y forma a un espacio de este tipo resulta necesario si la izquierda quiere existir electoralmente. Con más de 19% de los votos, Mélenchon tiene la legitimidad para hacer una propuesta de este tipo. Las otros corrientes por lo menos la escucharán y la discutirán.

Lamentablemente, hay que admitir que Mélenchon ha sido tradicionalmente muy eficaz durante las campañas electorales, pero no antes o después de ellas. No ha sido capaz de construir un movimiento político estructurado después de las elecciones de 2012. Por supuesto, no ha sido el único responsable de este fracaso. El Partido Comunista y los corrientes postrotskistas también tienen responsabilidad. Mélenchon tiene una concepción «institucionalista» de la política. Para él, lo que cuenta e importa es ser elegido a la Presidencia de la República, y no construir el «Príncipe moderno» en un sentido más amplio.

El Partido Socialista, la fuerza clásica de la izquierda francesa, se hundió en el proceso electoral. A pesar de que Hamon intentó despegarse de la herencia de Hollande promoviendo un programa de reformas ubicado más a la izquierda que el de la socialdemocracia clásica, no logró despegar y fue superado por el otro candidato izquierdista, Jean-Luc Mélenchon. ¿Tiene el Partido Socialista posibilidades de recuperarse o la socialdemocracia ha entrado en un proceso de declive irreversible?

Depende de a qué denominemos Partido Socialista. Macron fue uno de los principales artesanos de la política económica del socialista Hollande durante cinco años, primero como asesor y luego como ministro de Economía. Si gana, habrá importantes elementos de continuidad entre sus políticas y las de Hollande. Hollande desarrolló una serie de reformas neoliberales bastante radicales, entre las cuales se encuentra la reforma laboral conocida como la ley El Khomri. Lo que quiere Macron es acelerar esta «neoliberalización» de Francia.

Si, en cambio, uno llama Partido Socialista al partido en sí mismo en el sentido estricto del término, está claro que el rechazo de los electores ha sido muy fuerte. De una manera u otra, el Partido Socialista depende de quien lidere la próxima campaña legislativa (está claro que no será Hamon). Es la única manera de saber si continuará su declive o si logrará más diputados.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia ha sido la combinación de dos ideas centrales: la protección de los ciudadanos contra los efectos negativos del mercado y la voluntad de obtener nuevos derechos. La hipótesis socialdemócrata es que es posible obtener estas dos cosas dentro del sistema capitalista. No veo razones para pensar que estas dos ideas desaparecerán como fuerzas estructurantes del campo político en el futuro, ni que dejarán de ser atractivas para importantes sectores de la población. La socialdemocracia europea y el Partido Socialista francés han conocido muchas crisis en su larga historia. Siempre han sido capaces de reinventarse. Por eso, la izquierda radical no tiene que esperar que la socialdemocracia desaparezca por sí misma. Tiene que desarrollar sus propias fuerzas y su propio proyecto político para convencer a la gente de la necesidad de un cambio más radical.

Razmig Keucheyan es profesor titular de Sociología en la Universidad de París-Sorbonne (París iv). Es autor de Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos (Siglo XXI, Madrid, 2013) y de La nature est un champ de bataille. Essai d’écologie politique (La Découverte, París, 2014).




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