Opinión
junio 2018

La democracia digital le toma el pulso al próximo presidente colombiano

En materia de democracia digital, pareciera que, a la hora de la verdad, todos los candidatos se rajaron. ¿Será por miedo a perder el control, o el monopolio?

<p>La democracia digital le toma el pulso al próximo presidente colombiano</p>

Este artículo forma parte del especial «Elecciones Colombia 2018: despolarización y desinformación» producido en alianza con democraciaAbierta.

La inercia demagógica de las campañas presidenciales a las que hemos asistido en Colombia estas últimas semanas, no parece haber otorgado a la democracia digital el peso y la atención que hubiera sido exigible y deseable.

Se estima que alrededor de un 35% de los seguidores de Twitter de los candidatos colombianos a la presidencia son falsos. Esto contrasta con el sin fin de oportunidades de la democracia digital, que sigue siendo despreciada por campañas concebidas desde la vieja política, clásica y convencional, que dedica poca o ninguna atención a verdaderos procesos de transformación urgentes a una manera de hacer política deslegitimada.

Las nuevas lógicas de innovación política, colaboración en red, y reinvención de la participación democrática; reclaman un espacio imprescindible y, más allá de un uso retórico y marketiniano de las redes sociales, han seguido siendo un asunto pendiente en estas elecciones por parte de los partidos y los candidatos. Por fortuna, desde la sociedad civil. múltiples actores sí han estado impulsando herramientas para crear precedentes únicos de democracia digital, y le han medido el pulso a unos candidatos que aún no la tienen clara con este tema.

Hubiera sido interesante que los candidatos hubiesen respondido lo que piensan sobre algunas discusiones globales de interés, como por ejemplo el sufragio a través de blockchain, las legislaciones crowdsourcing, o una democracia digital distribuida, criptográfica y auditable en la que la necesidad de los políticos como intermediarios quedase compensada por nuevas formas de participación complementarias, pensadas para mejorar la calidad de una democracia que parece secuestrada por la lógica de los partidos convencionales, que buscan más su propio beneficio y pervivencia antes que el beneficio de todos los ciudadanos. Estoy seguro que, a la pregunta de si estarían dispuestos a abrirse creativamente a la regeneración propuesta por las nuevas formas de democracia digital, la mayoría de los candidatos solo podrían dar respuestas demagógicas.

En este ciclo de elecciones presidenciales, iniciativas como la desifuerapresidente.co --una plataforma en la que cualquier ciudadano puede dirigir propuestas para el plan de gobierno del próximo mandatario--, o candidater.co, --un tinder de la democracia para hallar a tu candidato ideal -- han tratado de impulsar agendas de experimentación política con la visión de contribuir a rediseñar el paradigma participativo y revitalizar una política que tiene como factor común la decepción y la indignación de los votantes.

Es en esta ecuación que los políticos deberían poder encontrar en la tecnología un aliado esencial que vaya más allá de llenar sus cuentas de Twitter de seguidores falsos. Vista la dinámica real de las campañas y de los candidatos mainstream, esto aún no ha sido así, y el conservadurismo en formas y contenidos está aún a la orden del día.

Tarde o temprano, la transformación de la participación política deberá alcanzar a impactar en la política convencional. En medio de tanta confusión sobre el futuro de nuestra democracia, la tecnología puede actuar como un catalizador de apuestas de cambio que, bien lideradas, pueden permitir que la desconexión entre las demandas sociales y la participación política se reencuentren. A pesar de que, como hemos visto en la campaña, los políticos no hayan ido más más allá de un uso convencional de Twitter o Facebook, bien utilizada, la tecnología es el puente ideal para generar agendas de inteligencia colectiva, que conviertan la decepción en deliberación y la indignación en acciones de cambio.

Este proceso de innovación política debe apalancarse a través de las herramientas digitales que ayuden a canalizar una gran deuda de la democracia colombiana: pasar de una democracia electiva pasiva a una democracia deliberativa activa. La segmentación que logran los datos, en lugar de ser nichos para la manipulación, deben ser la fórmula para consolidar innovaciones democráticas dirigidas a quienes tienen menos representación y han sido marginados históricamente por los intereses políticos.

No son solo los jóvenes y las mujeres, tradicionalmente ignoradas y excluidas, sino también otros grupos y minorías marginalizadas, quienes se pueden incorporar en la red con tecnologías que los segmenten y reúnan para proponer y debatir agendas, e incluir sus voces de una vez en la elaboración de leyes y políticas, y no sólo en la retórica de los programas, sino en la ejecución real de los mismos.

En materia de democracia digital, pareciera que, a la hora de la verdad, todos los candidatos se inhiben. ¿Por miedo a perder el control, el monopolio? Y, si bien la innovación política se está gestando de abajo hacía arriba, con ciudadanos y movimientos que exigen este cambio, no parece que el próximo presidente que resulte de la segunda vuelta, vaya a comprender la necesidad de adoptar esta transformación.

Es urgente hacer que nuestra democracia sea más diversa, inclusiva y deliberativa, pero sin la necesaria obertura de los candidatos y sus aparatos políticos a la innovación que puede aportar la democracia digital, Colombia seguirá arrastrando los pies en la agenda de la regeneración. Para avanzar en una sociedad más libre y cohesionada en estos tiempos de polarización empobrecedora y de desinformación manipuladora, es necesario abrirse a la voz de los ciudadanos diversos y cada vez más activos. Sería bueno que los candidatos que se disputarán la segunda vuelta se dieran cuenta de esto.


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