Opinión
noviembre 2018

El populismo de minorías de Donald Trump Un análisis de las elecciones del 6 de noviembre

Las elecciones de medio término del martes 6 de noviembre se sintieron como una de las más relevantes votaciones de medio término de la historia estadounidense. Las candidaturas demócratas lograron movilizar un amplio movimiento anti-Trump. Pero, al mismo tiempo, y aunque no tenga la mayoría popular, el presidente es una figura extremadamente convocante en el campo republicano. Con todo, el control demócrata de la Cámara de Representantes anticipa nuevas y duras batallas políticas.

El populismo de minorías de Donald Trump  Un análisis de las elecciones del 6 de noviembre

«Populismo» es uno de los términos de los que más se abusa en el vocabulario político. Su significado puede ser impreciso; sus connotaciones, poco claras. Puede utilizarse para describir a políticos disímiles, que tienen agendas y prioridades diferentes. Parecería absurdo aplicar el término a Donald Trump –aunque se lo hace con frecuencia–, dado que es un timador del negocio inmobiliario y una estrella de reality televisivo que alardea de sus diferencias con la gente común –a la vez que dice representarla– y cuya agenda económica no ha ofrecido más que las típicas transferencias plutocráticas a los más ricos. Pero en la medida en que el populismo describe un estilo político basado en la separación entre un «pueblo» supuestamente auténtico y una «elite» parasitaria, se puede encontrar algo de esto en la personalidad política de Trump.

En lugar de pacificar el conflicto político, el populista polariza la sociedad y la identidad política mientras trata de retener la iniciativa en la comunidad política. Lo siniestro de la estrategia de Trump –sea o no consciente– es que aunque polariza a la sociedad nunca ha tenido una mayoría real, solo una mayoría política que deriva de varios rasgos del sistema electoral estadounidense que van contra las mayorías. El suyo es el populismo de una minoría supuestamente perjudicada –que en realidad está conformada por cristianos blancos conservadores socialmente privilegiados–, gente que de hecho no está desprotegida por ley o convención social. Pero el hecho de que sea un populismo de minoría explica en buena medida su estrategia de mentir en forma constante (incluso sobre la dimensión y la naturaleza de su victoria) y una dependencia de las cadenas de medios aliadas y de las redes sociales para comunicar esta irrealidad.

Desde su asunción, muchos estadounidenses se han mostrado ansiosos por resistir frente a lo que Trump representa y lo que ha hecho durante su mandato. Marchas y movilización expresaron ese descontento. Pero las elecciones de medio término de 2018 representaron la oportunidad de la primera mayoría para expresar esa oposición mediante el voto. Es normal que el partido del presidente pierda terreno en su primera elección de medio término: la participación es más alta en los años de elecciones presidenciales, por lo que las elecciones de medio término favorecen a los más motivados y organizados, que por lo general pertenecen al partido de oposición. En este caso, había una urgencia especial, ya que muchos de quienes son hostiles a Trump sienten que en cierta medida la democracia misma estaba en juego según los resultados. Se dieron las victorias necesarias y el Partido Demócrata recuperó el control de la Cámara Baja a pesar de las desventajas estructurales. Sin embargo, la lógica política del trumpismo no se quebró.

Las semanas previas a la elección reforzaron la dramática polarización de la sociedad norteamericana. El 6 de octubre el Senado aprobó al candidato de Trump para la Suprema Corte, Brett Kavanaugh, luego de sesiones agitadas en las que Kavanaugh fue acusado de manera verosímil de haber incurrido en abuso sexual durante su juventud, a lo que respondió diciendo que era un «golpe político calculado y orquestado». La confirmación de Kavanaugh se topó con protestas y angustia en muchas partes del país, pero los votantes republicanos parecieron conformes. Trump se mostró complacido con el desempeño de Kavanaugh y tuiteó que «la estrategia de búsqueda y aniquilación [de los demócratas] es vergonzosa».

En los días previos a la elección, la Casa Blanca y los medios de derecha se enfocaron con atención en un problema puramente inventado: el supuesto peligro de una «caravana» migratoria que partió de Honduras. Varios miles de personas se agruparon para protegerse de los muchos riesgos del viaje, con el plan de solicitar asilo legal al arribar a la frontera de Estados Unidos. Aunque la caravana seguía a miles de kilómetros de la frontera estadounidense, los medios de comunicación de derecha le dedicaron diariamente atención. Trump actuó como si representara una emergencia nacional. «Muchos miembros de pandillas y algunas personas muy malas están mezclados en la caravana que se dirige a nuestra frontera sur. Por favor, regresen, no serán admitidos en Estados Unidos a menos que completen el procedimiento legal. ¡Esto es una invasión a nuestro país y nuestros soldados los están esperando!», tuiteó. Ordenó a las tropas dirigirse a la frontera. Muchos de sus seguidores se convencieron de que era una invasión orquestada al país y, de acuerdo con los rumores, financiada por los demócratas y el filántropo George Soros.


En ese contexto, se enviaron bombas por correo a personalidades demócratas importantes, entre ellas Barack Obama y George Soros. El aspirante a terrorista (ninguno de los paquetes explotó) fue encontrado en una furgoneta cubierta de calcomanías de publicidad de Trump. Una vez más, los medios de derecha rechazaron cualquier argumento de que la política tóxica de Trump, que ridiculiza a sus oponentes y etiqueta a los medios de «enemigos del pueblo», pudiera haber contribuido a las acciones de ese hombre. En lugar de eso, diseminaron teorías conspirativas que, contra toda evidencia, sugerían que el atacante podría haber sido parte de una operación de «bandera falsa» montada para ayudar a los demócratas. Los matices antisemitas de la lógica conspirativa llevaron a otro hombre a entrar en una sinagoga en Pittsburgh y asesinar a 11 personas el 27 de octubre, gritando «Todos los judíos deben morir» mientras disparaba.

Una de las grandes mentiras del gobierno de Trump ha sido su insistencia en que ganó no solo la Presidencia, sino también el voto popular: su identificación retórica con «el pueblo» probablemente depende de eso, y por eso miente con descaro al sostener que millones y millones de votos para los demócratas se emitieron de manera fraudulenta. El fraude electoral es de hecho cada vez más infrecuente en Estados Unidos, normalmente es accidental y desde el punto de vista estadístico, resulta insignificante.

Pese a la prohibición por las enmiendas constitucionales que garantizan la protección igualitaria contra la discriminación activa sobre bases raciales, los republicanos de todo el país han usado en los últimos años la excusa de tratar de frenar el fraude para diseñar leyes que dificultan la participación electoral de los pobres y las minorías que tienden a votar en favor de los demócratas. Además, han configurado distritos electorales con la intención de minimizar la representación demócrata; y desde los tiempos de la fundación del país, el diseño del Senado asigna dos senadores a cada estado, sin importar la cantidad de población, lo que favorece a los estados rurales, de escasa población, que son por lo general conservadores. (Por ejemplo, la California demócrata, con sus casi 40 millones de habitantes, tiene la misma representación en el Senado que el Wyoming republicano, con una población de aproximadamente 600.000 personas).

Todo este contexto hizo que las elecciones de medio término del martes 6 de noviembre se sintieron como una de las más relevantes votaciones de medio término de la historia estadounidense. Muchos de los votantes de Trump están convencidos de que él se interpone entre ellos y la destrucción de la civilización estadounidense. Por su parte, en este caso sobre la base de una evidencia considerable, muchos demócratas están convencidos de que Trump y el Partido Republicano son una profunda amenaza aun para el funcionamiento más básico de la democracia en Estados Unidos. Incluso algunos intelectuales conservadores, como Max Boot, han dicho basta e instaron a los votantes a «votar contra todos los republicanos». Los demócratas hicieron donaciones a las campañas políticas en todo el país y hubo una ola de compromiso que recordó lo sucedido en 2008. El propio Obama reapareció para hacer campaña por los demócratas, y en todo el país los voluntarios recorrieron casa por casa, hicieron llamadas telefónicas y usaron mensajes de texto para encontrar votantes y alentarlos a participar.

Los demócratas obtuvieron buenos resultados. Se eligieron gobernadores y otros cargos en el nivel estatal, como así también se votó sobre iniciativas en las que los votantes podían aprobar o rechazar cambios específicos a leyes estatales. En el nivel nacional, los votantes eligieron a todos los miembros de la Cámara de Representantes (cuyos mandatos duran dos años) y un tercio del Senado (donde los mandatos se extienden a seis años). Los demócratas lograron victorias sustanciales al obtener varias gobernaciones antes en manos republicanas y 35 bancas en la Cámara, con lo que arrebataron el control del cuerpo legislativo a los republicanos. (En el Senado, la mayoría de las bancas en juego pertenecían a estados favorables a los republicanos, y de hecho los demócratas perdieron bancas). Los demócratas ganaron terreno en el Medio Oeste, donde Trump había obtenido resultados sorprendentemente buenos en 2016. Dominaron en Michigan y tuvieron buenos resultados en Wisconsin, donde los votantes removieron al gobernador republicano que en 2011 les quitó a los sindicatos de empleados públicos el derecho a las negociaciones colectivas. En el oeste, Colorado eligió al primer gobernador abiertamente gay en la historia estadounidense. En todo el país, muchas de las candidaturas demócratas que resultaron victoriosas estuvieron en manos de mujeres y miembros de minorías raciales o de la comunidad LGBT.

Con el control de la Cámara de Representantes, el Partido Demócrata tendrá ahora el poder de supervisar a la rama ejecutiva, lo que incluye requerir documentos relacionados con la corrupción financiera de Trump y la posible colusión con Rusia durante la campaña de 2016, cuestión que se encuentra en estos momentos bajo investigación por parte del ex-director del FBI Robert Mueller. Quizás temiendo las consecuencias de esto, al día siguiente de la elección Trump despidió al fiscal general, Jeff Sessions, quien comparte con el presidente el nacionalismo antiinmigrante, pero se había excusado de participar en la investigación de Mueller.

No obstante, sin el control del Senado, los demócratas no tienen esperanzas de aprobar legislación significativa –ni podrán impedir alguna futura nominación para la Suprema Corte en el caso de que una muerte o una renuncia dejen una vacante–, ya que esto es atributo del Senado. La Cámara tendrá funciones de control e investigación y es probable que haya mucho por investigar. En teoría, podría iniciar un procedimiento de impeachment contra Trump, pero su condena y remoción requerirían una mayoría de dos tercios en el Senado.

Al mismo tiempo, las elecciones de medio término dejan muchos interrogantes para los demócratas. Los resultados positivos validan la organización anti-Trump que ha emergido desde la misma fecha de su elección, pero también muestran el poder de los esfuerzos republicanos para sofocar la participación de los votantes. Tres campañas de nivel estadual que generaron la atención nacional podrían haber ido en la dirección opuesta si no hubiese sido por esos esfuerzos. El demócrata Beto O’Rourke desafió la banca del republicano Ted Cruz por el estado de Texas y no lo logró por un par de puntos. En Georgia y Florida, los afroamericanos Stacey Abrams y Andrew Gillum estuvieron cerca de derrotar a los republicanos en las elecciones por la gobernación y quedaron tan cerca que se abrió un recuento de votos. En los tres lugares, el registro electoral es difícil y muchos integrantes de comunidades minoritarias enfrentaron largas e intimidantes filas para votar en un día laboral.

En Florida, una iniciativa electoral para restaurar el derecho al voto a delincuentes que han cumplido su condena fue aprobada por aproximadamente 60% de los votos. Esta ley podría afectar a casi uno de cada diez adultos en Florida y a casi uno de cada cuatro afroamericanos varones en el estado. En el primero conteo, Gillum quedó abajo por solo 50.000 votos sobre un total de más de ocho millones; si no fuera por las políticas extremas de exclusión del derecho al voto para los convictos, probablemente hoy sería gobernador. (Por no mencionar que Al Gore habría sido elegido presidente en lugar de George W. Bush en 2000).

La tarea que tienen por delante los demócratas es la restauración de la democracia con «d» minúscula: la expansión y restauración de los derechos electorales, la creación de juntas independientes, y no partidarias, para determinar los límites de los distritos electorales (en varios estados se aprobaron iniciativas en este sentido) y el control del comportamiento delictivo en la Casa Blanca. Los republicanos usaron el poder en todos los niveles después del censo de 2010 (el censo se realiza cada diez años y determina los distritos electorales y el reparto de fondos federales para cada uno de ellos) para inclinar el mapa a su favor, y los demócratas hicieron lo que pudieron para sobrellevar las desventajas. Los demócratas tendrán que retener el poder en 2020 y tratar de crear un sistema electoral más justo y representativo en el futuro para que el partido que representa a la mayoría del país tenga la chance de ejercer ese poder.

Pero si bien el 6 de noviembre se produjo un resultado razonablemente bueno para el Partido Demócrata y se vio validado el trabajo contra Trump tanto dentro como fuera del partido durante los dos últimos años, el resultado también fue aleccionador. Todo indica que se necesitarán al menos dos años más de trabajo duro, y algunos de los demócratas más jóvenes y carismáticos perdieron sus elecciones. Los republicanos que perdieron sus bancas en manos de los demócratas eran con frecuencia moderados, lo que significa que los republicanos que resultaron elegidos, como grupo, están más a la derecha de lo que estaban antes de la votación. Lo más aleccionador es que la coalición anti-Trump estaba muy motivada para votar, pero los votantes en favor de Trump también lo estuvieron. La participación republicana fue sólida; ellos no están deprimidos por su presidente ni por el estado de su partido. Por el contrario, la elección de medio término mostró que los republicanos están contentos con el partido que tienen hoy, lo que significa que el nacionalismo blanco de Trump –siempre presente y puntualmente dominante en la historia de la política estadounidense– ha consolidado el control de uno de los dos partidos políticos. Es menos un estado de excepción que el curso normal de los acontecimientos.

La elección confirmó que los votantes anti-Trump superan en número a quienes lo apoyan; que su estilo populista divide al público en campos en los que tiene el apoyo de la minoría. Esto quiere decir que, en términos de supervivencia política, los esfuerzos republicanos para suprimir votos van a continuar. Y las mentiras también –como si Trump supiera hacer las cosas de otra forma–, para mantener la realidad alternativa en la que sus seguidores pueden imaginarse como víctimas. Resta el trabajo básico y agotador de enfrentar la emergencia política, antes de que uno pueda plantearse la pregunta de qué harían los demócratas con el poder una vez que lo recuperen.

Traducción: María Alejandra Cucchi



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