Opinión
junio 2011

El gran desafío de Ollanta Humala: realizar un verdadero gobierno de centroizquierda

Para desconcierto, sorpresa o pánico de muchos peruanos, el balotaje en las recientes elecciones presidenciales se definió entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori, los dos candidatos que generaban mayores resistencias en gruesos sectores del electorado. Hace sólo unos meses, ese escenario parecía imposible y era casi apocalíptico, como cuando nuestro premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, dijo que optar entre ambos era como escoger entre el cáncer terminal y el sida.

<p>El gran desafío de Ollanta Humala: realizar un verdadero gobierno de centroizquierda</p>

Para desconcierto, sorpresa o pánico de muchos peruanos, el balotaje en las recientes elecciones presidenciales se definió entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori, los dos candidatos que generaban mayores resistencias en gruesos sectores del electorado. Hace sólo unos meses, ese escenario parecía imposible y era casi apocalíptico, como cuando nuestro premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, dijo que optar entre ambos era como escoger entre el cáncer terminal y el sida.

En un inicio, quien tenía mayores resistencias por vencer era Humala. Aunque Keiko Fujimori era identificada con el gobierno autoritario y corrupto de su padre, era también quien garantizaba la continuidad del modelo de libre mercado ortodoxo, al que se atribuye haber generado el espectacular crecimiento económico experimentado en los últimos diez años. Por ello contó con el decidido apoyo de los grupos de poder y de los principales medios de comunicación, a los que no importó que dicha candidatura implicara la reivindicación moral de uno de los regímenes políticos más criminales de la historia del Perú y uno de los más corruptos del mundo. Humala, en cambio, era el candidato “antisistema” que, según sus adversarios, significaba un riesgo no sólo para el frágil sistema democrático peruano, sino, sobre todo, para la continuidad del crecimiento económico sustentado en el libre mercado. Ciertamente, lo que en verdad preocupaba a sus poderosos adversarios no era el riesgo para la democracia sino la posibilidad que Humala realizara ajustes al modelo económico que terminaran afectando sus intereses, no siempre los mismos que los de la patria. Conocidos los resultados de la primera vuelta electoral, el politólogo estadounidense Steven Levitsky acuñó una de las expresiones más recurridas durante la campaña del balotaje: “De Humala tenemos dudas, de Keiko (Fujimori) tenemos pruebas”, que expresó muy bien la percepción sobre ambos candidatos. Habían pruebas irrebatibles y abundantes sobre el estilo de gobierno del fujimorismo, caracterizado por su irrespeto a las instituciones democráticas, su proclividad a violar los derechos humanos y las libertades fundamentales, su uso clientelar de los programas sociales, y la corrupción institucionalizada. Y por más que Keiko Fujimori lo intentó, fracasó en su cometido de desvincularse de esa imagen. Por eso muchos votaron, más que a favor de Humala, en contra de ella. Respecto de Ollanta Humala, las dudas sobre cómo se comportaría en un eventual gobierno se originaban en sus pasadas simpatías por el presidente venezolano Hugo Chávez; en los hechos insurreccionales en los que estuvo involucrado; en su programa de gobierno original, meridianamente claro respecto de sus fines: lograr un crecimiento económico con inclusión social, que generaba muchas dudas sobre los medios propuestos para alcanzarlos. Como resultado de su desempeño durante la campaña, para un gran sector del electorado esa percepción fue cambiando. Humala realizó un claro desplazamiento desde el extremo izquierdo del espectro político, que a juicio de muchos implicaba un radicalismo que podía amenazar la estabilidad democrática y el crecimiento económico, hacia la centroizquierda, espacio ideal para hacer ajustes importantes a la política económica, que logre mayor inclusión social sin poner en riesgo la estabilidad económica ni amenazar la democracia política. Para ello, presentó un nuevo plan de gobierno elaborado con la activa participación de un nuevo equipo de técnicos provenientes de canteras liberales o socialdemócratas, que se sumaron a su candidatura en la etapa del balotaje. Ello implicó un verídico esfuerzo de concertación con los sectores del país que no comulgaban con su plan original. En tal sentido, lo que sus detractores presentaron como un defecto -cambiar de plan de gobierno- fue una virtud, ya que expresaba su capacidad de dialogar y no imponer, de ceder posturas en aras del consenso, de asumir compromisos. En suma, era la manifestación de una conducta democrática y no autoritaria. Evidentemente, dicho viraje tenía por objeto ganar las elecciones. Pero a juicio de mucha gente, entre la que me incluyo, ese cambio no sólo fue una estrategia electoral, sino se hizo porque Humala efectivamente comprendió que los fines que pretende no podrían lograrse con medidas radicales, que más bien suelen tener efectos contraproducentes, sino con un programa más moderado. En ese proceso es evidente que no han faltado ni faltarán tensiones dentro de sus propias canteras ya que el desplazamiento de Humala a la centro-izquierda ha significado que sus socios de la izquierda, que elaboraron el plan de gobierno original, se hayan visto relativamente desplazados por los nuevos sectores de centro que se sumaron a su campaña. Es muy posible que dichos sectores de izquierda lo presionen para que retome su agenda radical, sobre todo cuando su gobierno se enfrente a las crecientes demandas y conflictos sociales que se han ido gestando en estos años, y que los anteriores gobiernos no han tenido capacidad de solucionar. Por su lado, los sectores de la derecha más dura, en cuanto conocieron los resultados, se apresuraron a presionar a Humala con medidas que casi podrían calificarse de terrorismo financiero para que designe en los puestos claves relacionados con la marcha económica del país a tecnócratas decididamente pro-mercado y que cuenten con su aval. Es decir, han querido obligar a Humala a implementar una política económica de derecha, a pesar de que no es la derecha la que ha ganado las elecciones, tal como lo han hecho con otros presidentes. Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Alan García ganaron las elecciones sin ser candidatos de la derecha; sin embargo, gobernaron con y para la derecha. En ese contexto, el desafío de Ollanta Humala es realizar un verdadero gobierno de centro-izquierda, sin radicalizarse ni convertirlo en un régimen populista por las presiones de sus aliados de izquierda o de los movimientos de protesta social, ni derechizarse haciendo más de los mismo por la presión de los grupos de poder. De que lo logre dependerá que alcance su prometido crecimiento económico con inclusión social, su otro gran desafío.



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