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NUSO Nº 252 / Julio - Agosto 2014

El control del futuro. Edward Snowden y la nueva era

Las revelaciones de Edward Snowden pusieron de relieve las dimensiones de la «recolección» de datos por parte de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Ese espionaje masivo está asociado a una «administración planetaria» que busca dar respuesta a las crisis fortaleciendo al mismo tiempo el capitalismo «de desposesión» actual y enfrentando las resistencias. Aunque las perspectivas no son muy alentadoras, el artículo sostiene que aún queda un cierto tiempo para evitar los proyectos de geoingeniería global como respuesta al cambio climático y la crisis energética, pero esto requiere de un esclarecimiento eficaz acerca de sus consecuencias y de una resistencia política adecuada.

El control del futuro. Edward Snowden y la nueva era

Cuando hace poco menos de un año Edward Snowden reveló las prácticas que llevaban a cabo la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos y el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ, por sus siglas en inglés) de Reino Unido, generó un debate mundial sobre la fuerte amenaza de los servicios de inteligencia. Snowden puso de manifiesto el accionar de los «Cinco Ojos», compuestos por las agencias de EEUU, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda: dejó en claro en qué medida espían a los ciudadanos de todo el mundo, cómo roban datos a escala planetaria, los almacenan y los utilizan para sus propios fines. Demostró que estos servicios de inteligencia no solo violan la privacidad de todas las personas, amparada por el Artículo 8 de la Carta de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sino que además representan una profunda amenaza para la libertad de opinión –base de las actividades políticas y de la resistencia contra el poder dominante– y, en consecuencia, para la democracia.

Para justificar sus temerarias prácticas –la obtención de información desde la «nube planetaria», a partir de los celulares codificados de jefes de Estado como Angela Merkel o Dilma Rousseff y de una enorme masa de correos electrónicos (no) codificados enviados por ciudadanos comunes–, los servicios de inteligencia recurren a un argumento poco convincente: dicen que es necesario detectar tempranamente las actividades terroristas para proteger el orden y la seguridad en el nivel público. Sin embargo, el espionaje del mundo no es simplemente una gigantesca pesca de datos realizada en la world wide web para promover la seguridad. En realidad, se ajusta con exactitud a los modelos de pensamiento y acción que determinan la geoingeniería de una nueva época para la humanidad. Con medios técnicos sofisticados, se instituye una «administración planetaria»1, una gestión eficiente con poder general sobre el planeta Tierra para controlar no solo el flujo de información, sino también los múltiples procesos de crisis de nuestros tiempos, manteniendo el sistema capitalista imperante.

El gobierno estadounidense ya ha admitido que el robo de datos estaba organizado sistemáticamente a escala planetaria en todos los lugares con posible acceso a discos duros y a la «nube». Por cierto, se trata de algo relativamente sin consecuencias, porque el mundo entero sabía que eso ocurría y solo esperaba una confirmación oficial. Incluso se le puede creer a Barack Obama cuando dice que en el futuro no se seguirá espiando de forma secreta y silenciosa a la canciller alemana y que es necesario racionalizar, pulir y reducir el robo global de datos. Sin embargo, la cuestión dista de estar cerrada y se ajusta muy bien a otros proyectos de «geoingeniería» planetaria. Ya no se trata del desarrollo lineal de la ciencia y la tecnología, que subyace en Alemania a la «aceleración del crecimiento» dispuesta dentro del marco legal.El robo mundial de datos revelado por Snowden parece ser la primera manifestación de una nueva era. Encaja perfectamente con los demás proyectos de la «administración planetaria», que apunta a proteger los sistemas terrestres para afrontar no solo la amenaza del colapso, sino también los levantamientos, los conflictos y los disturbios políticos resultantes. Como señaló el presidente Obama al canal de televisión alemán ZDF en una entrevista concedida el 18 de enero de 2014, su país debe «averiguar qué piensa y qué hace la gente». ¿Pero por qué se realiza semejante esfuerzo para espiar a una gran parte de la población mundial? Para mantenerla bajo control, para poder eliminar a tiempo cualquier atisbo de resistencia política y para llegar incluso a manipular «interactivamente» la información, como ya se hace hoy a través de sofisticados algoritmos en internet.

La manipulación mediática global

En 1968, hace casi 50 años, la crítica a la manipulación mediática dominante y la lucha contra ese mal eran un signo del resurgimiento democrático. La campaña dirigida a expropiar el grupo editorial Springer se oponía al poder concentrado de la prensa y a una masa de acoso, como diría Elias Canetti2. Por entonces, ya se veía la manipulación mediática como un componente imprescindible para asegurar la hegemonía a escala global. En 1964, hace exactamente medio siglo, los militares brasileños imponían una feroz dictadura en su país; en 1973 aparecía Augusto Pinochet en Chile, y luego se producía el golpe en Argentina. Los regímenes asesinos fueron apoyados política y materialmente por la Agencia Central de Inteligencia de EEUU (CIA). Este negocio de la muerte contó con la especial colaboración de importantes figuras políticas, como Henry Kissinger. Se reprimió, persiguió y asesinó a opositores, sindicalistas y políticos de izquierda, así como a artistas y miembros del clero. Las tareas eran coordinadas por los servicios de inteligencia de las dictaduras militares latinoamericanas en el marco del Plan Cóndor, con una activa intervención de EEUU en Chile. En aquellos tiempos, la brutal represión se justificaba de la misma manera: había que defenderse del terrorismo.

Por lo tanto, dejar que los servicios de inteligencia defiendan la democracia es una enorme negligencia. En aquellos años hubo decenas de miles de desaparecidos, y los crímenes aún no han podido resolverse en su totalidad. Después de casi medio siglo, sería absurdo exigir o esperar que el «affaire de la NSA» genere un comportamiento autoesclarecedor por parte de las agencias secretas de EEUU y Reino Unido; indicaría que no se ha aprendido nada de la historia y que no se llega a comprender la situación dramática vinculada a la actual violación de los derechos humanos.

Con las tecnologías informáticas de la nueva era, los servicios de inteligencia acceden al conocimiento digitalizado que les permite controlar los destinos de la humanidad. Hoy estas agencias secretas pueden desarrollar su tarea con un poder muy superior al de hace 50 años. En una entrevista concedida desde su exilio en Rusia, Snowden explicó lo siguiente: «El mayor problema es la nueva tecnología de vigilancia masiva general, con la cual cada día los gobiernos recogen miles y miles de millones de datos que forman parte de la comunicación de personas inocentes»3. Sin embargo, muchos ven la recolección de datos como un teatro absurdo, que no provoca en la izquierda una campaña para expropiar a los ladrones, sino apenas un comentario desganado: con semejante marea de datos dirigida hacia sus discos duros, los responsables podrían ahogarse. Este cinismo (ingenuo) no dimensiona correctamente los actuales intentos tendientes a controlar todo el conocimiento mundial. En definitiva, la furia de acumulación de datos se ajusta muy bien a las estrategias de la «geoingeniería» global, que desde hace tiempo están sobre el tapete, no solo para combatir el terrorismo, sino también para superar la crisis energética mundial, el cambio climático o la amenaza de déficit alimentario generada por el constante crecimiento de la población planetaria.

A fin de prevenir la amenaza del colapso climático se ofrece, por ejemplo, la iniciativa denominada «Solar Radiation Management». Para frenar el calentamiento, se propone transportar azufre hacia la parte superior de la estratósfera, lo que reduciría la radiación UV. Desde luego, con la incorporación del elemento en cuestión, el cielo se tornaría amarillento y eso causaría muchas depresiones. El propio Alexander von Humboldt ya había advertido sobre los efectos psicológicos individuales y sociales que provocan los cambios en la naturaleza4.

Mientras tanto, para enfrentar la crisis de abastecimiento de energía, se sugieren opciones que incluyen grandes plantaciones de cultivos energéticos en África o América Latina, centrales solares en el Sahara (Desertec) o reactores de fusión. Los impulsores de esta alternativa siguen soñando con una fuente de energía inagotable pero situada en la Tierra, cerca de todos nosotros (no como el reactor de fusión natural, el Sol, que –como dijo el recién fallecido Hermann Scheer5– se encuentra a una «distancia de seguridad» de 146 millones de kilómetros). A su vez, el hambre de cientos de millones de personas podría resolverse con la ayuda de una nueva «revolución verde», etc.

En resumen, los geoingenieros están convencidos de que es posible superar la escasez de recursos (denominada por Richard Heinberg «peak everything»6), aunque para ello se debe pagar un alto costo: una «huella ecológica» cada vez más grande, que deja ecosistemas degradados y transgrede todos los «límites planetarios»7, con consecuencias incalculables para las personas y la naturaleza. Dentro de este marco, en el que desde hace tiempo intervienen muchas grandes empresas y Estados, hay algo que resulta ineludible: el control de la información y, por ende, de las personas.

Antropoceno o «Capitaloceno»

Desde hace tiempo, la nueva era tiene un nombre: a partir de la propuesta del climatólogo y Premio Nobel de Química Paul Crutzen, los geocientíficos bautizaron esta época de la historia terrestre como «Antropoceno», es decir, la era «hecha por el hombre». La denominación no es nueva. En 1873, el geólogo italiano Antonio Stoppani ya hablaba del «Antropozoico». De este modo, se da nombre a una verdadera revolución. En la época anterior del Holoceno predominaron las condiciones climáticas favorables de un periodo cálido, que modificó el escenario de cientos de miles de años precedentes y permitió el desarrollo de civilizaciones humanas. La revolución neolítica, que se originó hace más de 9.000 años en la Mesopotamia y dio lugar al establecimiento de campesinos sedentarios, solo fue posible durante el periodo cálido del Holoceno. Sin embargo, el avance civilizatorio, cultural y técnico generado por la «revolución prometeica» (concepto acuñado por Nicholas Georgescu-Roegen8) a través del descubrimiento del fuego también inspiró el mensaje bíblico (que, con palabras similares, aparece en otras religiones monoteístas): «¡Sojuzgad la tierra!».

Este mensaje es casi tan antiguo como el Neolítico. No obstante, para que pudiera llevarse a cabo de manera drástica y a escala planetaria, fue necesaria una segunda revolución prometeica, que cambió la Tierra: la revolución fósil-industrial de fines del siglo XVIII. El «mundo como organismo», del que hablaba Von Humboldt9, es tratado ahora como una mina cuyos recursos (sobre todo, energéticos y minerales) deben explotarse y como un contenedor de residuos. En tal sentido, hasta hoy nada ha cambiado.

Los seres humanos actúan siempre dentro de una determinada constelación o formación social, que desde la era moderna aparece dominada por un marco capitalista y europeo10. Es por ello que el Antropoceno merecería ser designado como Capitaloceno o Capitalozoico. Hoy se ven cada vez más sus consecuencias devastadoras: el «mundo como organismo» cruje bajo una creciente valorización del capital, impulsada por empresas que continúan ampliando su importancia y su poder global. Así se asegura cada vez más el dominio sobre los pobres y los explotados en el mundo, a fin de que las estructuras capitalistas sean preservadas por los servicios de seguridad públicos y privados.Dentro de este contexto planetario, el robo de datos perpetrado por la NSA y los «Cinco Ojos» constituye un verdadero atentado contra los derechos civiles y humanos, sobre todo si el presidente de la «única superpotencia» (actual) anuncia que seguirá recogiendo información y utilizándola para proteger los intereses de seguridad de EEUU. Desde una perspectiva realista, ¿quién habría esperado que hiciera otra cosa? Porque el hombre más poderoso del Capitaloceno también se ve impulsado por una dinámica de valorización capitalista y solo está comprometido con los intereses de su país. Sin embargo, esta búsqueda de un enriquecimiento ilimitado –tanto en lo material como en lo referido a la información– resulta incompatible con la escasez fundamental a la que se enfrenta toda la vida sobre la Tierra.

La nave Tierra y los tres sistemas: energía, materia y conocimiento

Para la «superficie de la Tierra, sobre la que los hombres no se pueden extender infinitamente al tratarse de una superficie esférica, teniendo que soportarse finalmente unos a otros (…) pueden apelar a un derecho de visita, que les corresponde a todos los seres humanos, de ofrecerse a la sociedad en virtud del derecho de propiedad común» de la Tierra. Esto escribía Immanuel Kant en 1795 en su obra Sobre la paz perpetua11. Lo que significa es que la naturaleza y su escasez obligan a los seres humanos a respetar las reglas del derecho estatal, internacional y cosmopolita de los «visitantes» en la Tierra. Porque, como sostenía Kant, «cuando digo que la naturaleza quiere que ocurra esto o aquello, significa que la naturaleza (…) nos impone un deber de hacerlo»12.

Precisamente, este compromiso moral no se cumple: no se respetan las limitaciones que existen en la superficie esférica restringida de la Tierra. Se trata de la continuación de la política por otros medios, aun cuando se sobrepasan vilmente las fronteras jurídicas en materia estatal, internacional y de derechos humanos, también en lo que respecta a la información. La acumulación capitalista es sencillamente incompatible con la moral kantiana asociada a las normas resultantes de las limitaciones terrestres; su lógica se opone a la visión de una «paz perpetua».

La escasez esencial de los sistemas del planeta forma un marco que ya había sido bosquejado en 1966 por el economista estadounidense heterodoxo Kenneth Boulding, en un escrito titulado «La economía de la futura nave espacial Tierra» que luego sería famoso13. Según Boulding, la evolución de la vida –y, sobre todo, del ser humano y su civilización en la Tierra– depende del desarrollo de tres sistemas: input y output de energía, flujos materiales y conocimiento.

Para lograr el abastecimiento energético, en lugar de aprovechar la radiación solar infinita y eterna, utilizamos la energía fosilizada, almacenada en yacimientos de carbón, burbujas de gas natural y campos petrolíferos. Esto significa que no nos orientamos a los flujos, sino a los stocks existentes en la Tierra. Por un lado, se trata de algo que es más cómodo y que nos ha proporcionado un gran crecimiento y un bienestar considerable en los últimos 250 años (porque los yacimientos fósiles permitían obtener mucha más energía que la radiación solar). Por otro lado, la desventaja es evidente: pese a la aparición de diversas fuentes «no convencionales», los recursos fósiles se van agotando. Además, las emisiones resultantes de la combustión de hidrocarburos han convertido a la Tierra en un invernadero. Los «extraños fenómenos climáticos» ocurridos en los últimos años son un anticipo de lo que puede deparar el futuro. Las empresas de reaseguros ya han encendido la alarma.

El segundo sistema está conformado por los flujos materiales, que se modifican cuando explotamos las existencias de materias primas minerales. De acuerdo con la sarcástica descripción del filósofo Günther Anders, tratamos a la Tierra como una mina que debe ser explotada: lo que puede explotarse, se explota14. No nos preocupamos demasiado por las emisiones o los residuos si podemos desecharlos «en el jardín del vecino» o trasladarlos al consumidor en el precio del producto (externalizarlos). En total contraste con la advertencia de Kant, el planeta es saqueado despiadadamente por sus visitantes, sin que medien instrumentos jurídicos o justificaciones morales15. Los seres humanos también aplicamos este principio de la máxima explotación a las materias primas agrícolas, a las plantas e incluso a los animales, que –como dice Boulding– quedan sometidos por completo a nuestra mentalidad de cowboy, como si no hubiera barreras naturales ni restricciones éticas en la «nave Tierra».

Dentro de la metáfora de la nave de Boulding, el tercer sistema corresponde a la información. Por un lado, se trata de un sistema que está en constante movimiento. Los seres humanos intuyen y descubren lo desconocido, adquieren el saber de otros, observan con curiosidad lo nuevo, detectan relaciones internas y así aumentan continuamente la base de conocimientos. Por otro lado, las personas también olvidan algunas cosas, dejan de hacer aquello que ya no tiene utilidad y desechan en muchos casos lo que se torna obsoleto. De este modo, el stock de conocimientos (o «noosfera», según la denominación del teólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin y del geólogo ruso Vladimir Vernadski) se convierte en un saber que se extiende y está siempre en movimiento. Peter Sloterdijk recurre a esta noosfera para sostener su idea de que las esferas terrestres no están limitadas y, por lo tanto, los límites del crecimiento pueden superarse mediante el crecimiento de los límites16.

Temporalmente, esto es cierto: durante la industrialización europea del siglo XVIII, cuando hubo que superar los límites de la biomasa para la producción de carbón vegetal, se procedió a explotar el «bosque subterráneo», los yacimientos de carbón17. Hoy también se promueve el uso de fuentes energéticas «renovables» no convencionales para ampliar las fronteras impuestas por las modalidades convencionales. Sin embargo, debido a la permanente aparición de nuevos límites, este movimiento no podrá proseguir de manera infinita, aun cuando desde la perspectiva de las actuales generaciones resulte difícil determinar dónde está el «extremo de la cuerda».

Conocimiento dentro de los límites y sin ellos, de la economía y el sistema

Solo la esfera del conocimiento presenta ese movimiento que se extiende y cambia de manera constante y aparentemente ilimitada. No puede decirse lo mismo del sistema de la información. No es ilimitado, sobre todo cuando se tiene frente a los ojos la base momentánea de conocimientos, registrada con la modalidad tradicional de los libros o con formato digital en discos duros y servidores en la nube (no está almacenada «endosomáticamente» en el cerebro humano, sino «exosomáticamente»). A una parte de este stock de conocimiento y de información se puede acceder libremente (código abierto, principio de Wikipedia), pero hay otra parte que se vende a un precio de mercado, cuando el conocimiento libre («¡los pensamientos son libres!») se transforma en exclusivo a través de una patente o del copyright, es decir, cuando un bien público se convierte en un bien privado. Más allá de ello, algunos conocimientos ofrecen un acceso totalmente restringido al público en general, quedan ocultos en lo más profundo o son definidos como «top secret» por los poderosos monopolios de la información.

Sin embargo, el conocimiento es decisivo para el desarrollo de un cuarto sistema, el de la economía, que no es mencionado o percibido como tal por el economista Boulding, probablemente porque todos los procesos de este campo tienen un carácter dual. Desde un punto de vista tradicional, solo se considera como «economía» uno de esos aspectos, vinculado al comercio de mercancías, el oportunismo y la búsqueda y obtención de ganancias. No se tiene en cuenta la segunda faceta de la economía, que siempre representa una transformación de energías y materiales (hoy con alcance global). La actividad sigue una lógica absolutamente capitalista, tendiente a promover una constante comercialización y valorización de la naturaleza. Por lo tanto, es correcto lo que escribía Boulding en los años 60: «Una máquina, por ejemplo, se origina en la mente del hombre, y tanto su construcción como su uso implican unos procesos de información impuestos al mundo material por el hombre mismo. La acumulación de conocimientos (…) es la clave del desarrollo humano de todas clases, especialmente del desarrollo económico»18.

Este conocimiento debe comprender ambos aspectos: los procesos materiales y energéticos que se desarrollan en los sistemas planetarios y las leyes económicas, teniendo en cuenta naturalmente los intereses perseguidos por los respectivos actores. Porque la valorización del capital y la búsqueda de ganancias constituyen siempre la segunda cara de los procesos económicos.Hoy nos enfrentamos a una paradoja conocida, que ya ha sido explicada: todos los sistemas terrestres son limitados, y la noosfera no lo es si logramos que el conocimiento se «extienda», es decir, si prescindimos de los bits y los bytes almacenados en servidores, en discos duros y por la NSA. Se trata de un stock; quien lo tiene, lo domina, junto con todas sus aplicaciones y sus servicios conexos. Dentro de este marco, la economía capitalista está programada para expandirse de manera permanente. En esa dirección actúa la presión de los mercados financieros, que a su vez se transmite políticamente (por ejemplo, a través de la troika) y adquiere mayor fuerza.

Si la economía depende tanto de la información –como presume no solo Boulding–, disponer de esa información significa contar con una ventaja competitiva fundamental, que trae también dividendos políticos porque permite afirmar la dominación (concepto que no debe confundirse con la hegemonía, que exige consenso).

Aun cuando se trata de un sistema planetario, la economía globalizada se divide en centros nacionales, que compiten ferozmente entre sí para obtener la riqueza limitada. También resulta ventajoso acumular conocimientos, aunque no hayan sido producidos en las propias escuelas, universidades, foros y laboratorios. Cuando Snowden dijo en la entrevista antes mencionada que EEUU espiaba a gran escala la economía de la competencia, sus declaraciones no sorprendieron, pero de todos modos generaron una cierta conmoción. Indudablemente es una práctica a la que recurren otros países y sus servicios de inteligencia, más allá de que no lo hagan con semejante alcance en el planeta.

Ocupación digital: acumulación del conocimiento por desposesión

A costa de sus competidores en Europa y otros sitios, el gobierno estadounidense ha adoptado una gigantesca estrategia de «acumulación por desposesión», conforme a la definición acuñada por el geógrafo social David Harvey19. Hasta ahora, el concepto aludía básicamente a la «ocupación de tierras» en el ámbito internacional y a los recursos materiales y energéticos. Sin embargo, el monumental robo de datos muestra que esta noción también debe aplicarse a la ocupación y desposesión en el plano digital. Por lo tanto, la idea de apoderarse de la base global de conocimientos se convierte en un principio de negocios, que incluso es reivindicado por los Estados dentro del contexto de competencia mundial. El espionaje industrial forma parte de este proceso: se busca acumular toda la información asequible sobre las estrategias de socios, competidores y enemigos. Pero el plan, al que solo un análisis superficial podría desligar del robo de datos perpetrado por la NSA y compañía, también abarca la fuga de cerebros desde los países periféricos hacia las metrópolis (y al mismo tiempo, las barreras contra «turistas sociales» o «migrantes de la pobreza»).

La nueva era, sobre la cual ya se han escrito numerosos libros20, no muestra perspectivas demasiado alentadoras. Snowden nos ha advertido acerca de cómo manipulan el sistema de la información la NSA y los «Cinco Ojos». La supervivencia de todos nosotros correrá un verdadero peligro si la ingeniería planetaria se usa para «estabilizar» el abastecimiento de energía y el clima (por ejemplo, mediante la formación artificial de nubes, que traería consecuencias imprevisibles). A menos que se generen cambios fundamentales en los patrones dominantes de consumo, en el modo de producción y también en los mecanismos políticos de control, estas tecnologías «de final de proceso» (end of the pipe) serán utilizadas inevitablemente.

Aún nos queda un cierto tiempo para evitar la geoingeniería global, lo cual requiere un esclarecimiento eficaz acerca de sus consecuencias y una resistencia política adecuada. Para organizar tal resistencia, necesitamos mucho conocimiento y, sobre todo, autonomía y libertad en el plano de la información, en un mundo donde los cinco grandes servicios de inteligencia no roben datos. En las décadas de 1960 y 1970, los servicios secretos de las dictaduras militares latinoamericanas, junto con la CIA, cometieron flagrantes violaciones a los derechos humanos en el marco de su «lucha contra el terrorismo». Hoy, medio siglo después, esos hechos deben servirnos de lección.

  • 1. Ver Will Steffen et al.: «The Anthropocene: From Global Change to Planetary Stewardship» en Ambio vol. 40 No 7, 2011, pp. 739-761.
  • 2. E. Canetti: Masa y poder, Muchnik, Barcelona, 1977.
  • 3. Declaraciones reproducidas en varios medios; v. por ejemplo «Hay que limitar los programas de vigilancia de eu: Snowden» en La Jornada, 23/1/2014.
  • 4. Ver Christian Schwägerl: Menschenzeit. Zerstören oder gestalten? Wie wir heute die Welt von morgen erschaffen, Goldman, Múnich, 2010, p. 181 y ss.
  • 5. H. Scheer: Der energethische Imperativ. 100% jetzt: Wie der vollständige Wechsel zu erneuerbaren Energien zu realisieren ist, Kunstmann, Múnich, 2010. [Hay edición en español: El imperativo energético - 100% ya: Cómo hacer realidad el cambio integral hacia las energías renovables, Icaria, Barcelona, 2011].
  • 6. R. Heinberg: Peak Everything: Waking Up to the Century of Declines, New Society, Gabriola Island, 2007.
  • 7. Ver Johan Rockström et al.: «Planetary Boundaries: Exploring the Safe Operating Space for Humanity» en Ecology and Society vol. 14 No 2, 2009.
  • 8. N. Georgescu-Roegen: La ley de la entropía y el proceso económico, Fundación Argentaria Visor, Madrid, 1996; v. tb. E. Altvater y Birgit Mahnkopf: Grenzen der Globalisierung, Westfälisches Dampfboot, Münster, 2007. [Hay edición en español: Las limitaciones de la globalización. Economía, ecología y política de la globalización, Siglo xxi, México, 2002].
  • 9. C. Schwägerl: ob. cit., p. 181 y ss.
  • 10. De allí deriva también la supremacía blanca y patriarcal.
  • 11. I. Kant: Sobre la paz perpetua, Akal, Madrid, 2011.
  • 12. Ibíd.
  • 13. K.E. Boulding: «Die Ökonomik des zukünftigen Raumschiffs Erde» en Sabine Höhler y Fred Luks (ed.): Beam Us Up, Boulding! 40 Jahre «Raumschiff Erde», Vereinigung für Ökologische Ökonomie / Beiträge & Berichte, 2006, pp. 9-21. [Hay edición en español: «La economía de la futura nave espacial Tierra» en Revista de Economía Crítica No 14, segundo semestre de 2012, pp. 327-338].
  • 14. Ver G. Anders: Günther Anders, Die Antiquiertheit des Menschen, 2 vols., Beck, Múnich, 2002. [Hay edición en español: La obsolescencia del hombre, 2 vols., Pre-textos, Valencia, 2011].
  • 15. Ugo Bardi: La Terra svuotata. Il futuro dell’uomo dopo l’esaurimento dei minerali, Editori Riuniti University Press, Roma, 2011. Allí se documenta el alcance del saqueo.
  • 16. P. Sloterdijk: «Wie groß ist ‘groß’?» en Paul J. Crutzen, Mike Davis, Michael D. Mastrandrea et al.: Das Raumschiff Erde hat keinen Notausgang. Energie und Politik im Anthropozän, Suhrkamp, Berlín, 2011, pp. 93-112.
  • 17. Rolf Peter Sieferle: Der unterirdische Wald. Energiekrise und industrielle Revolution, Beck, Múnich, 1982.
  • 18. K.E. Boulding: ob. cit., p. 331.
  • 19. Ver D. Harvey: El nuevo imperialismo, Akal, Madrid, 2004.
  • 20. C. Schwägerl: ob. cit.; P.J. Crutzen, M. Davis et al.: ob. cit.; Eckart Ehlers: Das Anthropozän. Die Erde im Zeitalter des Menschen, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 2008.
Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad 252, Julio - Agosto 2014, ISSN: 0251-3552


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